lunes, 30 de noviembre de 2009

Calentólogos, calentólogas y otros parásitos del cambio fanático

Por aclarar: con calentólogos y calentólogas no pretendo hacer referencia a los impulsores o impulsoras del onanismo infantil-juvenil, manual o digital, que tanto interés suscita entre nuestros progresistas del sexo; ni me refiero, claro, a los receptores o receptoras de dichos mensajes, tan sensibles a tal calentura; ni tampoco a un servidor, caliente y convaleciente en cama con 39ºC de media febril, que aún no sé si es Gripe A, Fiebre Z o simple pirexia, sin más.

No, estos calentólogos y calentólogas, estos profetas del cambio fanático, jinetes del apocalipsis now and forever, eminencias del calentamiento global antropogénico, que viven de la presunta fundición de los polos, son los preeminentes científicos del lobby ecoalarmista que acaban de pillar con el carrito del helado, aún sin derretir y de todos los sabores: manipulación de datos, destrucción de pruebas, mordaza a las revistas científicas, conspiraciones contra los científicos escépticos, ocultamiento del "Período Cálido Medieval", informes falsos para ocultar la bajada de las temperaturas, alegría por la muerte de un escéptico y, como Copa Helada especial de la casa, dudas sobre sus propias teorías que, comprensiblemente, no comparten con el resto de los mortales. ¿El objetivo? Nítido como el hielo al derretirse: la pasta. Y bien gansa: millones en subvenciones gubernamentales, donaciones de estrellas concienciadas (3.000 millones de dólares donó Richard Branson, el de los aviones emisores de CO2), conferencias, películas, estudios, informes y un largo etcétera que, obviamente, los ´otros´ científicos —los parias, los traidores, los aguafiestas, los escépticos— no reciben… ni siquiera sueñan. «Miles de millones de dólares a fondo perdido fluyen a los bolsillos de aquellos que defienden el catastrofismo climático. Si niegas la acción del hombre en el clima: adiós al dinero (…) Cuando el dinero se convierte en la principal motivación para llegar a una conclusión científica, tenemos un problema» (James Spann, Sociedad Americana de Meteorología).

Yo, que soy uno de esos escépticos desde el principio de la ecofashion apocalíptica ésta de la calentura antropogénica, especialmente desde que leí el muy didáctico libro de Jorge Alcalde Las mentiras del cambio climático (Libros Libres), no puedo por menos que agradecer infinitamente al hacker o al ´traidor´ o a quien sea que haya desvelado los muy reveladores emails de los científicos de la Unidad de la Investigación del Clima y de la cúpula del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (¡de la ONU, tú! ¿Pero éstos no eran los buenos?) y ha desenmascarado a toda la panda de ecomafiosos, con su Premio Nobel y estrella de los documentales a la cabeza, que llevan años mintiendo, manipulando, utilizando y robando a millones de personas en todo el mundo, con total impunidad, e incluso con el aplauso de los líderes comunidad internacional, Ohbama! y Mister Paz a la cabeza. Y, de paso, condenando a la ardiente hoguera a todo científico, por mucho prestigio que lo avale, que ose siquiera dudar de que el mundo se acaba irremediablemente mañana si no utilizamos bombillas ecológicas y ponemos molinillos de viento en nuestras azoteas. Y aquí está lo más grave, porque durante todos estos años, los científicos defensores del calentamiento global han negado a los científicos escépticos la más pura esencia de su trabajo, el espíritu mismo de la ciencia: la duda. Dudo, luego pienso. Lo demás es fanatismo, fundamentalismo, irracionalidad. Sin debate no es posible el avance, sin el contraste de los puntos de vista y los datos no hay progreso posible. Y en este asunto del calentamiento global o el cambio climático —según haga más o menos calor— hay dudas como para llenar los dos polos antes de que se derritan.

Yo, como tantos otros ecoescépticos (o radicales negacionistas que dirán los otros) defiendo mi derecho a dudar. A dudar de que el planeta se esté calentando, por tierra, mar y aire; de que, en caso de que se esté calentando, no sea tan grave la cosa; de que, pudiendo ser grave, no sea absolutamente catastrófico (no es lo mismo que se derrita un helado a que se derritan los polos y se inunde el mundo entero); a dudar de que esté provocado por la acción del hombre o por la propia naturaleza; de que no tenga solución inmediata o de que sea totalmente irremediable; de que sí tenga remedio, pero que éste no sea Kioto y esas inversiones muchimillonarias (de 150.000 a 350.000 millones de dólares ¡al año!) que dudo que consigan algo y, en cambio, sí estoy seguro de que ayudarían a más de un país africano a salir de su infierno; dudo incluso de que, si va a subir la temperatura media del planeta 3 ó 4 grados, el efecto sea más beneficioso que catastrófico, o sea, que salve más vidas de las que destruya, aunque algunos esquiemos menos; y aún admitiendo que todo pueda ser cierto, en caso de que alguien lo pudiera constatar realmente —cosa que también dudo— de lo que más dudo es de que sea el propio ser humano quien lo pueda remediar. Porque no es lo mismo el calentamiento climático que el calentamiento climático catastrófico provocado por el hombre y susceptible de ser solventado por el hombre.

En cambio, de lo que no dudo, es de que en condiciones extremas de calentamiento y humedad (o sea, mucho calor, mucha inundación, mucho tifón y demás) la proliferación de parásitos es absolutamente ilimitada. En todos los países y en todos los hábitat, desde universidades y centros de investigación a macroconciertos o mansiones de millonarios concienciados, desde los ministerios de medio ambiente a las campañas ecotramposas, tipo bolsa-caca.

La noticia, que ha tenido enorme resonancia en otros países más serios que el nuestro, aquí ha pasado bastante desapercibida. Normal, mira que coincidir justo con lo de los piratas, las escuchas de Rubalcaba y la Champions, y encima cuando Mister Paz nos vende la salida inminente y gloriosa de la crisis a base de economías sostenibles, bajo el ala del millonario Al Gore (otro Nobel de la Paz, manda huevos) y su nuevo libro "Our Choice", donde se decanta ahora por el gran timo de la biodiversidad y las energías renovables; coincidiendo, por cierto, con un estudio de la NASA en el que rebaja al 43% el impacto del CO2 sobre el calentamiento global… y que el propio Gore admitide como cierto, aunque lo contrario fuera el argumento principal de su famoso e incómodo documental (¿ven? Si hubiera dudado más, a lo mejor nos habríamos ahorrado el documental, el Oscar, el Nobel, las conferencias a 200.000 € y hasta al pesado de Al).

En fin. Les invito a profundizar en este revelador artículo de LD; no tiene desperdicio. Y, sobre todo, les recomiendo la lectura del libro de Jorge Alcalde, director de la revista científica QUO, y experto en dudar sobre el calentamiento, las calenturas, los calentadores antropogénicos y, especialmente, los calentólogos y las calentólogas.

«Sólo mediante la discusión, mediante el intercambio, incluso furioso, de opiniones y datos, mediante la confrontación, la prueba y la equivocación puede avanzar el conocimiento científico.» (Jorge Alcalde. ´Las mentiras del cambio climático´).

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