jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuento (real) de Navidad. Aún tenemos esperanza.


Mi amigo Javi me dijo una tarde, hace un par de Nochebuenas, que «todos merecemos celebrar la Navidad». Me lo dijo cuando me detuve en su semáforo para darle un “aguinaldo” de veinte euros a cambio de un paquete de kleenex, que es de lo que vive, y mientras él me mostraba el interior de la Caja de Navidad que otro amigo –más generoso que yo- le había regalado esa mañana, enseñándome orgulloso y agradecido la cecina ahumada, los espárragos, el turrón, las peladillas y demás lujosas viandas que aquella noche, Nochebuena, compartiría con su compañera Adela, que andaba enganchada a Javi desde hacía un par de años… y enganchada a más cosas desde mucho antes.

Mi amigo Javi lleva más de 30 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Javi, aunque sus ojos dicen que sí; es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 30 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 30 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y Javi, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»

«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dijo, con la sonrisa a media asta, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Desde luego, si alguien la merece ése es Javi. Y la tuvo, al fin, la Navidad pasada. Del Cielo le llegó un regalo inesperado pero maravilloso: Daniela, su niña. Un regalo para él y para Adela; y un ejemplo para esta sociedad enferma y egoísta, en la que la vida de un niño no nacido vale tan poco como un capricho adolescente. Ellos decidieron tirar para delante, desoyendo los consejos de los expertos, de los asistentes sociales, de los políticos e incluso del sentido común. Javi y Adela tuvieron a su niña hace un año, porque pensaron que toda vida merece ser vivida, y tenían (tienen) la esperanza de que la de su hija Daniela iba a ser mejor que la suya. Para empezar, abandonaron la heroína y el cutre refugio de cartones, plástico y luz ‘prestada’ del tendido eléctrico en el que habían pasado los últimos años de indigencia, y se instalaron en un humilde piso de alquiler, ayudados por la madre de Adela (una santa), por el párroco de ‘su’ esquina y por la caridad de sus clientes, que subieron automáticamente la cotización del paquete de kleenex y aportaron, además, la correspondiente contribución en especie (una cuna, ropita para la niña, una buena cesta de Navidad, un anorak contundente, pañales…). Esa Navidad, Javi y Adela celebraron la Nochebuena entre paredes de verdad por primera vez en años; y cenaron caliente, sobre una mesa de verdad, en familia; y durmieron en una cama de verdad, y a su lado, una cuna azul y una niña agradecida por haber nacido, les recordó que quien tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.

Ha pasado un año desde aquella Navidad, y no ha sido un año fácil para Javi y su familia (como para muchas otras, que hace un año tenían un trabajo y cena caliente, y hoy sueñan con salir de la cola del INEM mientras hacen cola en el comedor de Cáritas). Pero han salido adelante; con esfuerzo y con ayuda, con fe y valentía. Hace unos días vi a Javi en su semáforo, y vi más cansancio en su mirada, más años en sus ojos prematuramente envejecidos. «Es la niña, que me da las noches. Pero ¿sabe, jefe?, también me da una razón para estar aquí, con los cataplines congelaos».

Termino de escribir estas líneas y echo un vistazo al Nacimiento que mis hijos me han ayudado a instalar en el salón, con su San José y su Virgen María y su Niño Jesús, que nos recuerdan que la familia es sagrada, y pienso en Javi y en Adela y en su valiente y generosa decisión de traer a su hijita Daniela a este mundo de cobardes egoísmos. Y pienso en la coincidencia de que su nacimiento fuera, precisamente, en Navidad, ese día en que un niño nació para hacernos mejores. Y me digo, convencido, que aún tenemos esperanza.
Feliz Navidad, Javi y familia. Y a todos ustedes, Feliz Navidad. Lo necesitamos más que nunca.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Nos sigue doliendo Haití


Las noticias que nos llegan de Haití estos días no han mejorado mucho respecto a las de hace un año. Epidemia de cólera, miles de muertos, cientos de cadáveres por recoger, caos electoral, miedo, impotencia, falta absoluta de medios y de esperanza. Y sin embargo, nuestros oídos no escuchan el llanto de Haití como entonces. Menos mal que aún hay alguien empeñado en que no dejemos de oírlo.

Hace casi un año, la noticia conmovió al mundo entero, y los titulares se iban superando unos a otros en macabra e ininterrumpida secuencia: “Devastador terremoto en Haití”. “Destrucción y muerte en el país más pobre de América Latina”. “Puerto Príncipe reducida a escombros”. “Doscientos mil muertos. Miles de desaparecidos. Un millón de personas sin hogar”. La destrucción fue total. La desesperación también. El seísmo, con epicentro a sólo 15 kilómetros de la capital, alcanzó una magnitud de 7,0 grados, el más potente registrado en la zona desde 1770. Los efectos fueron absolutamente devastadores, para la población y para las infraestructuras, mucho más dañinos que un terremoto equivalente en cualquier país occidental. La pobreza es lo que tiene.   
    Inmediatamente fue declarada ‘oficialmente’ una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia y se movilizaron Estados, ONG’s, organizaciones civiles y religiosas, estrellas del espectáculo y ciudadanos de todo el mundo. La respuesta fue impresionante. La solidaridad, ejemplar. Las conciencias del mundo civilizado quedaron tranquilas. Durante unos meses llegaron toneladas de ayuda, miles de voluntarios, cientos de médicos, bomberos, cooperantes, religiosas y misioneros, y todo un ejército (literalmente) para tratar de mantener un cierto orden en el caos humano y administrativo, en la vorágine de cadáveres, supervivientes, rapiñas y desgobierno total. Durante unos meses el mundo se conmocionó y se volcó con Haití. Durante unos meses. Luego, el mundo encontró otras causas por las que conmocionarse, más cercanas tal vez, más suyas. Y Haití se quedó solo, como antes, como siempre. Y al terremoto le sucedieron las lluvias, y más destrucción y más miseria; y luego el cólera, y más tragedia y más muerte. Y más dolor.

Una canción que nació del dolor
Pero aún hay quien no se olvida, aún hay quien sigue luchando, porque ese dolor lo lleva muy dentro. Y porque su proyecto de ayuda sigue vivo. Como un grito de rabia y esperanza, como un grito de tristeza y reivindicación (“¡Ay Haití! Me sigues doliendo, pero sigo gritando por ti. Para que el mundo siga escuchando tu lamento”). Ese grito, ese clamor, ese lamento se convirtió hace casi un año en canción, luego en un gran proyecto solidario, plagado de estrellas, y hace unos días en justo Premio “Algo Más que una Canción” otorgado por el IV Congreso Lo Que De Verdad Importa 2010.

    La idea nació de la tristeza, del dolor, de la importencia. Nació de las lágrimas de un padre, el del músico y productor Carlos Jean. “Cuando vi la mirada de mi padre tras el terremoto de Haití, donde él nació, sus ojos tristes como yo no los había visto nunca, pensé que había que hacer algo. No sabía entonces exactamente cómo, pero sí que había que ayudar”. De esa pena profunda en los ojos de su padre, de esa impotencia no asumida, de ese grito de dolor descarnado nació “Ay Haití”. El proyecto surgió de forma improvisada, apenas un mes después del terremoto, como un encuentro de pretigiosos DJ’s reunidos para recaudar dinero con urgencia. El éxito de la iniciativa “Mezclando por Haití” llevó a Carlos Jean a intentar multiplicar sus efectos beneficiosos a través de una canción, y qué mejor manera que echar mano de la estrellas del pop patrio e internacional, todos amigos suyos. Envió un email a David Summers, Nawja Nimri, Alejandro Sanz y Bebe, quienes respondieron inmediatamente a la invitación. De su encuentro en el estudio de grabación nació una canción que luego fue creciendo en internet (“fue una locura”, reconoce Carlos Jean). Empezó a correrse la voz y a sumarse cada vez más gente: futbolistas como Kaká, Iniesta, Forlán y Agüero, artistas de la talla de Juanes, Marta Sánchez, Pastora Soler, Shakira, Estopa, La Oreja de Van Gogh, José Mercé... Todos actuaron en el vídeo de forma desinteresada. “Hay corazones muy grandes”, se emociona Carlos Jean y explica que la canción fue creada con una sola idea: “evitar que Haití se fuera de las noticias, porque hacer de Haití noticia es ayudar”; y, por supuesto, destinar a las víctimas todo lo que recaudara el proyecto (“todo, recalca Jean, no sólo los beneficios”).
    Como era previsible, la canción “Ay Haití” se convirtió en un éxito, en un auténtico himno. Un grito de esperanza que se escuchaba en la radio, en televisión, en las galas, en internet, en los móviles. Durante meses, miles de personas se bajaron la canción (enviando un SMS al 28011) contribuyendo a la causa, no del todo perdida, no del todo olvidada, de Haití. Y es que “Aún hay tiempo de dar amor, borrar el miedo y la destrucción… Ay Haití, hay amor en tu voz; hay que volver a nacer, volver a creer, empezar otra vez”. Escúchenla. Bájensela. Un año después del terremoto, Haití aún no ha dejado de temblar.

Al finalizar las ponencias de la última edición de Lo Que De Verdad Importa, el pasado 26 de noviembre, las miles de personas que abarrotaban el Palacio de Congresos de Madrid bailaron, cantaron, palmearon y se conmovieron al ritmo de “Ay Haití” (por dos veces). Cuando Carlos Jean subió al escenario a recoger el premio, de manos de la Embajadora de Haití en España, el conmovido era él: “Ése que veis ahí, en el vídeo, es mi padre. Por él nació esta idea. Gracias en su nombre y en el de su país”. Gracias a ti, Carlos, por mantener viva la llama.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Viento en popa a toda vela… rumbo al abismo


El 26 de diciembre de 2008, en su último discurso del año, el capitán timonel que guía los pasos de los españolitos por las procelosas aguas de este mundo incierto, soltó una frase para la Historia: “La tempestad es fuerte, pero tenemos un barco sólido que conoce bien su rumbo”. Y añadió, por si no cogíamos la metáfora: “Estamos en condiciones de superar la crisis. Confiar en España no es optimismo, es realismo”. Hoy, dos años después, y tras habernos pasado cada semana por la quilla del realismo, no sólo no estamos en condiciones de superar la crisis, sino que ya no confía en el barco sólido ni España, ni Europa, ni el Mundo, ni el FMI, ni el Mercado, ni el Clan de la Zeja, ni los ‘barones’ del PSOE (“mejor sin él”, dicen). Ni Wikileaks, que ha sacado los colores (el rojo y todo el pantonero) a este Gobierno de mentirosos, facinerosos, felones, gritones e inmaduros. “No es un político de convicciones políticas”; “Lleva mal que le den clases de algo”; “Es cortoplacista y trasnochado” son algunas de las definiciones de nuestro iluminado presidente. Claro, que también aseguran los informes robados y filtrados que es “un político astuto con una asombrosa habilidad, como un felino en la jungla, para oler las oportunidades de peligro”. Exacto, para oler las oportunidades de peligro y esconderse con agilidad felina, sí, pero al más puro estilo avestruz. Ésa es su especialidad, como acaba de demostrar una vez más con el exhibicionismo impúdico-militar de los descontrolados controladores (¡cómo le va el teatro al siniestro Rubalcaba! ¡Y cómo se les ha vuelto a ver el plumero totalitario! ¿Se imaginan la que se habría armado si, por ejemplo, Aznar hubiera solucionado un conflicto laboral de este porte por la vía militar? Habrían ardido las sedes del PP antes de acabar el puente. Fijo).

El caso es que el capitán -oh capitán mi capitán- Mister Paz, felino en la jungla y avestruz en la política, está llevando este barco antes llamado España viento en popa a toda vela… rumbo al abismo. El Iluminado de la Moncloa, ése que según sus propias palabras ha venido “a cambiar el orden mundial”, el mismo que corrigió al propio Jesús con su “No es la verdad la que nos hace libres, es la libertad la que nos hace verdaderos” y que cada noche (según él mismo) le dice a su mujer “no sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”, este mesías cegado por su propia iluminancia, este grumete con ínfulas de Almirantísimo que hace footing en los mismos jardines de El Pardo donde el Generalísimo jugaba al golf, este peligro andante y gobernante que ha batido todos los records de mal gobierno, de mediocridad, de ruina económica y moral, de caída en picado en la escena internacional, de división civil, de infantilismo político… sigue ahí, en la cabina de mando, timón en mano, manejando los destinos de tantos millones de españoles. ¿Pero es que nadie puede hacer nada?

En el Motín del Caine, cuando el capitán Queeg se convierte en un neurótico peligroso y pierde el control de la nave USS Caine durante una tempestad, el segundo oficial Greenwald toma el mando, aunque luego es acusado de instigar el motín. El conflicto moral que plantea la novela de Herman Wouk (que adaptó al cine magníficamente Edward Dmytryk) es ¿qué deben hacer los oficiales cuando consideran que su capitán ha perdido la cordura? ¿Dónde queda la frontera entre la obediencia y la responsabilidad de velar por la tripulación y la nave? Los oficiales del USS Caine lo tienen claro y deciden relevar del mando al incapacitado que, consideran, les lleva inevitablemente al desastre. Y yo me pregunto ¿no es eso, exactamente, lo que está sucediendo ahora en España? ¿No tenemos acaso un incapacitado total que nos lleva inevitablemente al desastre a base de torpezas, frivolidades, neurosis y fanática ceguera? ¿Es que no existe en nuestra Constitución una fórmula que permita relevar del mando a un Presidente manifiestamente incapaz y sustituirlo, pongamos, por un Gobierno de Gestión hasta las próximas elecciones?

En Estados Unidos, que saben de democracia un rato más que nosotros, existe una figura de Derecho llamada “impeachment”, que permite que los cargos públicos puedan ser condenados, destituidos e inhabilitados de las funciones que han desempeñado de forma desastrosa, ilegal o inmoral. Aquí tenemos la Moción de Censura, que el perenne opositor dueto Rajoy-Arriola no aplica por cálculos electorales. También se ha escuchado en los últimos tiempos el runrún de un Gobierno de Consenso o de Gestión, con la aquiescencia del Rey y bajo los auspicios del Informe Everis dirigido por Eduardo Serra, hombre muy cercano a Juan Carlos I. Y queda la posibilidad, apuntada por no pocas voces, de adelantar las elecciones generales haciéndolas coincidir con las municipales y autonómicas de 2011 (que además de ahorrarnos una pasta, nos ahorraría un año de zapaterismo, con todo lo que ello significa). O de movilizar a la población civil, más allá de partidismos, a ver si gritando todos al mismo tiempo se nos escucha (“Hazte Oír” va cosechando éxitos de convocatoria cada vez mayores. Por algo será…). Porque si no tomamos nosotros la iniciativa, nadie lo va a hacer. El PP, confiado por las encuestas, espera la caída de Mister Ruina tumbado en la camita (Arriola dixit: “Tú, Mariano, métete en la cama y no salgas hasta las Generales”). Mientras, la nave en la que todos navegamos va inevitablemente a la deriva, con rumbo tambaleante y a merced de la tormenta, dirigida por un presidente que empezó por accidente y repitió por ineptitud del adversario, dejando a su paso una gruesa estela de desgobierno, descontento, desánimo, despropósitos, desconfianza y millones de desempleados.

Dice la sabiduría popular (la del pueblo, no la del PP) que cuando un tonto coge una vereda, la vereda se acaba, pero el tonto sigue. Pues ya es hora de pararle, antes de que la vereda nos lleve al desastre total. Como la tripulación del USS Caine, hay relevar al inútil capitán del mando, coger el timón y regresar a puerto. Y una vez allí, con serenidad, con cabeza, con sentido del Estado, con responsabilidad política y con una nueva tripulación, profesional, capaz y multipartidista, poner rumbo hacia la salida de la tempestad. Y entonces, sólo entonces, llegará la calma.


PD. No, no vale un relevo dentro del PSOE. No vale quitar a Zapatero para colocar a Rubalcaba. En este caso, hay que relevar al cuerpo de mando completo, por aquello de la responsabilidad compartida. Todos son la misma tropa. Todos dan el mismo miedo.