viernes, 19 de agosto de 2011




Aprovechando esta marea apacible, alegre y colorida que ha invadido –y refrescado- las asfixiantes calles de Madrid para buscar una respuesta no indignada a sus juveniles inquietudes, ayer me fui al cine. He de reconocer que nunca había compartido sala con tanta multinacionalidad, multiculturalidad y multihumanidad, pero estoy seguro de que todos los que asistimos a la proyección vivimos una misma experiencia vital. No una experiencia religiosa, sino una verdadera Experiencia Humana. The Human Experience es un documental que cuenta la historia de dos hermanos veinteañeros, Jeff y Cliff Azize, pobres y sin padre (drogadicto y alcohólico) que deciden no permanecer ni un segundo más lamentando su mala suerte en su hogar para huérfanos de Brooklin y comienzan una búsqueda de sí mismos a través de los demás. Pero no de cualquier "demás", sino de los que están aún más desheredados que ellos: los homeless de Nueva York, los niños perdidos de Perú y los leprosos de Ghana.

En su primera experiencia, Jeff y Cliff comparten las condiciones infrahumanas de los vagabundos en el gélido invierno neoyorkino; viviendo entre cartones y ratas, descubren seres humanos que valoran sus vidas, por muy dolorosas que sean, y confían en Dios a pesar de todo ("Dios tiene un propósito para mí, si no, no estaría vivo", afirma un homeless enfermo de SIDA, mientras sonríe). Debe ser que la desesperación no es parte de la naturaleza humana, y la esperanza sí. Viviendo la vida de los otros, Jeff y Cliff empiezan a verles como parte de sí mismos; personas, igual que ellos. Tal y como declaró Martin Luther King: "Debemos pasar de una sociedad enfocada a las cosas a una sociedad enfocada a las personas".
     Su segunda experiencia les lleva, de la mano de un grupo de surferos con causa (recorren el tercer mundo ayudando a los necesitados y haciendo surf), a un hogar de niños enfermos, lisiados y pobres a las afueras de Lima. Allí conocen a la pequeña Angela (piernas deformes y una vida de maltratos y abusos paternos) y al valiente Víctor (que nació sin brazos y con una sola pierna), que a pesar de sus terribles vivencias no han perdido la capacidad, ni las ganas, de ser felices. Gracias a Dios.
     Su tercera experiencia es la más dura, como reconoce Jeff: "Nadie nos había preparado para lo que vino después". En la colonia de leprosos de la región de Volta se enfrentan a la deformidad, el horror, la repulsión, el sufrimiento extremo, la discriminación absoluta. Pero descubren también que esos seres deformes, monstruosos, malditos por los suyos, también valoran la vida; y el simple hecho de mirarlos como personas, o de darles la mano, les hace sentirse felices. Y es que, como afirmó Einstein, "la vida es sagrada, es el valor supremo al cual se subordinan todos los demás valores". En Ghana lo saben muy bien.

No sé si Jeff y Cliff, junto a sus colegas surferos, han venido a Madrid estos días a reunirse con un millón y medio de amigos para vivir una experiencia espiritual, además de humana. Pero sí sé que son parte de esa "juventud del Papa", alegre, generosa, profunda, entregada a los demás, defensora de unos valores que deberían trascender a lo político, a lo cultural e incluso a lo religioso. Conozco muchos como ellos, jóvenes que ayudan en comedores sociales, que cuidan ancianos enfermos, que gastan su verano en las misiones (malaria incluida) o reconstruyendo una iglesia en un barrio pobre de San Petersburgo. Jóvenes que, además, estudian y sacan buenas notas, o trabajan duro por una miseria, pero no se indignan porque saben que esto no se arregla lamentándose, sino actuando. Buscando y encontrando.

Un millón y medio de estos jóvenes está en Madrid para vivir su fe. Sin hacer daño a nadie, sin robar a nadie, sin incendiar comercios ni apedrear transeúntes; sin insultar ni amenazar a los que no piensan como ellos; sin atacar ni apalear jubilados; sin apropiarse de lugares públicos ni proclamarse portadores de la verdad absoluta. Ayer, muchos de ellos fueron agredidos física y verbalmente por la turba antipapa. Fueron insultados con toda la rabia, el rencor y la visceral intransigencia de quienes no son capaces de entender que un millón y medio de jóvenes de los cinco continentes puedan estar aquí movidos por una fuerza que a ellos se les escapa. Y lo hagan con alegría, con cánticos, con sonrisas, con educación, con esperanza.

Por eso ayer, enfrentados a su impotencia, la turba intolerante y grotesca gritaba y echaba bilis por la boca y por las pancartas: "Os han engañado, la Virgen ha follado", "¡Menos hostias, y más pan para Somalia!", "la juventud del Papa también se la machaca", "vuestro Papa es un nazi", "Cierre del Vaticano: Guantánamo mental", "pederastas, asesinos, ignorantes" o, directamente, "¡Viva Satán! 666", mientras ondeaban banderas comunistas y republicanas y un tío en bolas se "tiraba" al Oso de la Puerta del Sol ante un gran Pene de Oro. En realidad, lo único que consiguieron fue definirse a sí mismos. Una vez más.
     Sólo les faltó chillar, como la turba orangista soliviantada por el fanático reverendo James Cromwell MacIvor en Trinity, la grandiosa novela de Leon Uris: "¡Mueran los cerdos papistas! ¡Mierda para el Papa! ¡Fuera, fuera, so cerdos papistas", después de arrasar e incendiar una manzana entera, de treinta casas. Afortunadamente, ayer en Madrid no debían de tener cerillas (al contrario que los jóvenes indignados de Londres, por cierto).

Yo, puesto a decidir con qué juventud me quedo, qué quieren que les diga, me decanto por la juventud papista. Pienso, sinceramente, que hay más futuro en quienes están a favor que en quienes están en contra, en quienes transmiten alegría que en quienes supuran odio, en quienes comparten que en quienes invaden, en quienes cantan que en quienes chillan, en quienes respetan que en quienes insultan, en quienes creen que en quienes niegan, en quienes dan que en quienes exigen, en quienes actúan que en quienes sólo protestan; y, sobre todo, confío más en los ´pro´ frente a los ´anti´. El sabio Demócrito comparaba a los jóvenes con las plantas: por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar del porvenir. Pues viendo los primeros frutos de este millón y medio de jóvenes frente a los indignados y los antipapas, creo que aún tenemos remedio. ¡Seré papista!



martes, 16 de agosto de 2011

Amy Winehouse, un bonito cadáver

"Vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver" era la máxima aspiración del apolíneo delincuente Nick "Pretty Boy" Romano, en Llamad a cualquier puerta (1949, dirigida por Nicholas Ray y protagonizada por Humphrey Bogart); una frase, y una sentencia, que ha trascendido al tiempo y al cine inmortalizada, por cierto, por el actor John Derek, y no por James Dean como cree erróneamente el común de los mortales (tal vez porque Dean murió deprisa y joven, aunque probablemente no dejara un bonito cadáver tras el accidente automovilístico que lo convirtió en leyenda).

Esta sentencia, que cumplieron puntualmente bellos cadáveres como el propio James Dean (24), Sid Vicious (22), River Phoenix (23), Jimi Hendrix (27), Janis Joplin (27), Jim Morrison (27), Heath Ledger (28), Antonio Flores (33) o John Belushi (33, aunque no era tan joven ni tan hermoso, pero sí genuinamente genial), ha sido cumplida hace unos días por la última muñeca rota del star system, Amy Winehouse. Cada cual con sus variantes, todos padecieron y murieron de la misma enfermedad: exceso de vida. Unos se la bebieron, otros se la fumaron, o se la inyectaron o la esnifaron o todo a la vez; todos la tiraron directamente por el retrete en un injusto, egoísta, caprichoso, débil, irresponsable y suicida deambular por el lado oscuro; ellos, que lo tenían todo (el talento, el público, el dinero, la gloria), despreciaron y desperdiciaron su privilegiado escenario universal para hacerse y hacer el bien; dijeron ´sí´ al don que les fue concedido, pero ´no´ a la responsabilidad que conllevaba.

Se lo dijo su madre al niño Johnny Cash cuando le oyó cantar en los campos de algodón: "Hijo mío, tienes un don; pero ese don no es tuyo, sólo la responsabilidad de utilizarlo lo mejor que sepas". Y vaya si lo hizo. El gran Cash fue, por cierto, uno de los que prefirió desacelerar, cambiar de rumbo y dejar un cadáver arrugado pero feliz; y una vida absolutamente ejemplar, caídas incluidas.

Tal vez suene duro, pero no me entristece la muerte de Amy Winehouse. No, porque no me alegró su vida. Me pareció una vida vacía, egoísta, desagradecida y absurda. Injustamente desaprovechada. Y mal elegida. Sí, porque ella siempre tuvo la capacidad de elegir y siempre optó por la peor opción. Lo tenía todo y lo despreció todo: su música, su talento, su público, su responsabilidad… Por eso, cuando leo en los diarios las condolencias dedicadas a la efímera diva del soul, no puedo evitar pensar en la pequeña noticia que hay más abajo (un poco más abajo, más… más… ¡ahí!), casi una reseña, que nos habla de otras personas que mueren, a miles, y sin posibilidad alguna de elegir su suerte; ellas han tenido la desgracia de no nacer en Londres, sino en Darfur; y no han nacido con un don, sino con una cruel desgracia enquistada al cuerpo y al alma llamada hambruna; y no se han bebido la vida en vasos de vino, porque apenas tienen agua que beber.

Amy Winehouse ha decidido matarse a los 27 años, miles de niños somalíes mueren antes de cumplir los 3, sin capacidad de decisión alguna. Ellos, al contrario que Amy no mueren de exceso de vida, sólo de exceso de hambre. No mueren por vivir deprisa, y no hacen, ciertamente, un bonito cadáver.

Me contaba Javier Colomo, un donostiarra generoso y valiente que ayuda a mantener y financiar un colegio para disminuidos físicos y psíquicos en Kitgum, Uganda, que en esa paupérrima región no tienen preocupaciones, porque cuando tu única preocupación es encontrar comida para hoy, no puede existir ninguna otra. Eso, claro, no te asegura siquiera que comas hoy; de hecho, lo suelen hacer cada dos o tres días, los que tienen suerte. Sólo los alumnos del colegio comen todos los días, gracias a los donativos, a razón de 1,5 euros por mes y niño (www.nucbacd.org ). Los niños de Somalia, como los de Uganda o los de Etiopía o los del 90% de África, están muriendo cada día de exceso de miseria, y de exceso de fanatismo (islamista, en este caso), y de exceso de guerras, y de exceso de avaricia, y de exceso de inhumanidad, y de exceso de egoísmo del "primer mundo", que prefiere desviar la mirada, ensordecer sus oídos con el "no, no, no" de la malograda Amy y rascarse el bolsillo para ver cuánto le ha robado el último impuesto-capricho de su democrático estado.

Quizá, sólo quizá, el tintinear de las monedas les recuerde que con un poco de esa calderilla pueden salvar las vidas de muchos niños y adultos que no quieren vivir deprisa, ni morir jóvenes ni dejar bonitos cadáveres.