Extimado Sr. Savater:
Le recuerdo como si fuera ayer, aunque fue hace casi 5 años. Yo solía verle por las mañanas, muy temprano, en la maravillosa playa de Zarauz, más o menos a la altura de la que fue casa de Garaicoechea (ironías de la vida). Siempre se quedaba durante largo rato sentado en la arena, mirando al mar, pensativo y solitario, disfrutando de la enorme paz que se respiraba a esa hora de la mañana, con toda esa inmensa playa sólo para nosotros. Yo le observaba y compartía esa paz. Pero luego me fijaba en los hombres trajeados con gafas oscuras que vigilaban a su espalda, en el malecón, y esa paz se convertía en admiración. “Otro valiente” pensaba yo, mientras daba gracias por no compartir también su situación.
Y desde esos momentos de cercana complicidad me interesé por usted, por su vida; le seguí por los vericuetos nacionales y nacionalistas de este extraño país nuestro. Y le seguí admirando. Porque hablaba claro, sin falsas correcciones políticas, sin miedo, más bien con mucho sentido del humor… y con mucho sentido común. Seguía transmitiéndome esa confianza y valentía a través de sus artículos, de sus intervenciones en TV, de su creación de foros y plataformas, de su participación en manifestaciones, de impopulares protestas contra Perurenas, Médems, etc. y, sobre todo, de su apoyo incondicional a las víctimas, cualquiera que fuese su color. Porque allí, las víctimas siempre han tenido el mismo color (por lo menos hasta hace unos meses): el de la sangre, el del miedo, el de la humillación.
Pero hace algún tiempo, su valiente defensa de unos ideales empezó a tornarse de otro color. Primero con esa gran farsa, medalla incluida, del comité de sabios para la TV (siento una enorme curiosidad: ¿por qué tomó parte? Sinceramente, se me escapa). Y ahora, olvidándose de sus compañeros de valentía -de los que quedan y de los que ya no están-, apartándolos de usted por una confianza ciega en un iluminado que ni siquiera se da cuenta de lo que está haciendo. Y mucho menos lo que va a hacer. Es muy peligroso jugar con pistolas sin saber si están cargadas. Y lo único que sabe nuestro presidente es que, los que las usan, le han dicho que no están cargadas; y él dice que se lo cree. De este falso Gandhi me lo puedo creer todo, pero de usted, Sr. Savater…
Usted es sabio y probablemente sepa lo que hace y dice (incluso lo que desdice y/o matiza). Pero permítame, en mi ignorancia, que le retire mi admiración. Sólo eso. Usted tendrá sus motivos para hacer lo que está haciendo. Las víctimas también. Faltaría más que no pudieran siquiera expresar su dolor por una traición infame. Yo estaré allí el día 4. Con todas ellas, con las que fueron asesinadas y con las que sobreviven valientemente. Porque a ellas sí las sigo admirando.
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