miércoles, 28 de diciembre de 2011

El belén más progre del mundo


Los poderes fácticos del pueblo se reunieron en asamblea extraordinaria. En el Orden del Día, un único asunto: El belén del Ayuntamiento. No era tema baladí, pues aunque el pueblo se había declarado oficialmente laico, aconfesional, ateo y progresista, había ciertas arcaicas costumbres que, muy a su pesar, no podían erradicarse de la noche a la mañana. Pero sí actualizarse, y en eso estaban. Para empezar, habían sustituido la expresión “Feliz Navidad” (tan cursi, tan falsa y tan poco progresista) por “Feliz Laicidad”, mucho más acorde con los tiempos y con el ideario del pueblo; no había grandes abetos con lucecitas de colores por las calles, sino modernos conos de neón que representaban magnos acontecimientos histórico-democráticos, escenas de amor universal y famosos videojuegos; y en la plaza mayor, una pantalla gigante emitía, ininterrumpidamente, el último documental del Sumo Progresista Michael Moore: Tocando los co… lores a la navidad (Bowling for Fahrenheit 25/12).

Faltaba únicamente resolver el asunto del belén. Y a ello se pusieron los poderes fácticos del pueblo tras degustar los deliciosos mazapanes, marquesas, yemas, mantecados y turrones que las monjitas de clausura habían regalado al Ayuntamiento, justo antes de ser expropiado su convento para reconvertirlo en balneario-spa de lujo. Tomó la palabra el concejal de Urbanismo, que era el que mandaba: “Yo propongo que el castillo de Herodes sea una maqueta del balneario-spa, símbolo de prosperidad del pueblo. Y así relajamos un poco al pobre Herodes, que ha sido muy maltratado por la historia”. La propuesta fue aprobada por unanimidad. La concejala de Paridad propuso: “Tiene que haber tantas Reinas Magas como Reyes Magos, que vale ya de machismo monárquico, ¡hombre!”. “Y además que sean republicanos” añadió el Edil Honorario de la Memoria Histórica, veterano de la Guerra Civil. "Y republicanas” precisó la concejala de Paridad. El concejal de Turismo, que le tiraba los tejos a la de Paridad, apuntó: “También debería haber igual número de camellos y camellas y de ángeles y ángelas ¿no?”. ¡Bien!, exclamaron todos y todas; ¡Me encaanta!, se emocionó la concejala de Paridad que, en el fondo, era tan mujer como la que más y no le hacía ascos al de Turismo (que, además, tenía habitación gratis en el Parador del pueblo).

El liberado sindical tomó entonces la palabra: “todos los trabajadores y trabajadoras de este país tienen que estar representados y representadas en el conjunto del belén, que ya está bien de poner sólo pastorcitos y lavanderas, que encima no están sindicados ni sindicadas”. Y todos y todas aplaudieron, y decidieron poner transportistas y transportistos, albañiles y albañilas, comerciales y comercialas, mineros y mineras, electricistas y electricistos, etcétera y etcétero. El proletariado y la proletariada en general, vaya. “Y nada de nieve en las montañas, ¡eh! –saltó el concejal de Medio Ambiente-, que hay que reivindicar el peligro inminente del calentamiento global antropomórfico y apocalíptico”. Murmullo de aprobación general. “Y hay que buscar hueco para las turbinas eólicas, aunque sea quitando palmeras. ¡Por la sostenibilidad!” añadió el concejal de Economía Sostenible, que tenía acciones de Turbi Eoliconsa. “Y paneles solares en las casas y en los graneros, que no se nos olvide” apuntó el Concejal de Industria Sostenible, que era consejero de Lumisol S.L.

El edil de Hermanamientos Internacionales y Alianza de Civilizaciones alzó su voz: “Hermanos, no os olvidéis de colocar la mezquita en lugar prominente, con su buen minarete; y alfombras orientadas a la Meca en prados y patios; y banderas palestinas en los balcones de las casas; y nada de cerdos ni vino ¿eh?, que eso es muy infiel; y…”. Vale, vale Paco Hassán, le calmó el alcalde; y le prometió una mezquita de Córdoba a escala en el centro mismo del belén. El concejal de Cultura propuso colocar un club de alterne junto al camino, que era muy progresista y además necesario, pero la concejala de Inmigración argumentó indignada que eso era pura explotación machista y xenofobia racista y esclavitud sexual y que cuando llegara a casa se iba a enterar, el muy putero. “¡Esta semana, ajo y agua, mamón!” El resto de poderes fácticos guardó un prudente silencio en espera de que el matrimonio resolviera su disputa (con perdón). Para aliviar la tensión, la secretaria de Asuntos Federales del Partido exigió una representación de las diferentes sensibilidades nacionales del Estado, esto es, un caganer, un olentzero, una meiga y una flamenca (“¿Qué pasa? ¡Andalucía también es una nación!”).

Hubo quien bromeó con la idea de poner una gasolinera, en la que se reunieran a escondidas Herodes y Judas, pero no le hizo mucha gracia al concejal de Fomento y se desestimó. Sí, en cambio, se aprobó la original ocurrencia de colocar en el portal un grupo de okupas indignados, quienes previamente habrían liberado a la mula y el buey (que habían sufrido maltrato animal durante tantos siglos); eso sí, la compañera María y el compañero José podrían quedarse si la asamblea de admisiones lo aprobaba y si ambos aceptaban la normativa vigente del Movimiento 25D ¡Cristianismo Real Ya! (sexo libre, básicamente). 

Faltaba el punto final. El colofón. La guinda. El broche de oro. El remate. ¡La apoteosis total! El detalle perfecto para culminar el belén perfecto. ¡La estrella! Pero no una estrella cualquiera, sino una señora estrella. La madre de todas las estrellas. Grande y brillante, resplandeciente y deslumbrante, de luminoso neón rojo intermitente al más puro estilo Las Vegas. Como gritando al mundo entero: “¡Aquí está el belén más democrático, paritario, ecológico, solidario, multicultural y progresista de la historia! ¡Venid y adoradlo!"

La sala de exposiciones del Ayuntamiento se abrió al público una fría mañana de diciembre. Junto al belén, los orgullosos creadores de obra tan magna esperaban sonrientes las alabanzas de los ciudadanos y ciudadanas. Una niña que llevaba horas en la cola, ilusionada y expectante, fue la primera en entrar. Se acercó al belén, lo miró de arriba abajo y exclamó, con una desolada expresión de tristeza en el rostro: “Pero… ¿dónde está el Niño Jesús?”


viernes, 16 de diciembre de 2011

Urmangarín y el círculo del 99

Había una vez un rey muy triste que tenía un paje que era muy feliz, siempre con una sonrisa en los labios y una actitud ante la vida alegre y serena. Tratando de descubrir el secreto de tanta felicidad, cierto día el rey le preguntó: «¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Eh? Por qué?» El paje le respondió: «Señor, no tengo razones para estar triste. Su majestad me honra permitiéndome atenderle. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte me ha asignado. Nos visten y nos alimentan y, además, su majestad me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algún capricho. ¿Cómo no voy a ser feliz?» El rey seguía sin explicarse el secreto del paje feliz, pues las razones que le había dado no le parecían suficientes para justificar su alegría.
Así que llamó al más sabio de sus consejeros y, tras explicarle el asunto, le preguntó: «¿Por qué es ese hombre feliz?» El consejero miró al rey y le dijo: «Tu paje es feliz porque está fuera del círculo». «¿Y qué círculo es ese?», le espetó el rey. «El círculo del 99; entrará en él sin darse cuenta y se convertirá en una persona infeliz. Y una vez dentro, ya no podrá salir» respondió con solemnidad el consejero, y añadió ante la extrañeza del rey: «Te lo mostraré con hechos: esta noche dejaremos ante la puerta de tu paje una bolsa con noventa y nueve monedas de oro, ni una más ni una menos, y una nota que diga “Este tesoro es premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le digas a nadie que lo has encontrado”. Y después verás».
Cuando el sirviente halló la bolsa, entró en su casa y vació el contenido: ¡una montaña de monedas de oro! Y todas para él. Con los ojos brillantes por el reflejo del oro, empezó a hacer pilas de diez monedas. Pero cuando formó la última vio que era de ¡¡¡nueve monedas!!! Buscó la moneda que faltaba desesperadamente por toda la casa. «¡Me han robado!» gritó. Buscó y buscó, pero nada. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro, "sólo 99". Pensó: «99 monedas es mucho dinero. Pero claro, no es un número completo como 100». El rey y su consejero, que observaban a través de la ventana, vieron que la cara del paje ya no era la misma: su ceño estaba fruncido, los ojos se le habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. Ya no era feliz.
El sirviente escondió entonces las monedas entre la leña y empezó a hacer cálculos, hablando solo. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? No le importaba trabajar duro, porque con 100 monedas sería rico y podría dejar de trabajar. Calculó que en once o doce años ahorraría lo suficiente, pero doce años era mucho tiempo. Entonces pensó en trabajar también por las noches y pedir a su esposa que buscara también un trabajo. Siete años. ¡Demasiado tiempo también! Comerían menos y vendería algunas ropas… Pero tampoco. Estaba desesperado, no sabía qué hacer para conseguir esa moneda que completaría las cien y le haría un hombre rico. El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99... Y ya nunca volvió a ser feliz.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey lo despidiera. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

El yerno del Rey de España lo tenía todo para ser un hombre feliz. Prestigio como deportista, buen porte, una esposa enamorada y unos hijos maravillosos, un magnífico palacio asignado por la corte, un ducado, ropas, alimentos, viajes (todo gratis), un trabajo solidario y, además, su majestad le premiaba con su afecto y algunas monedas para darse un capricho de vez en cuando. ¿Cómo no iba a ser feliz?
          Pero, por alguna razón, decidió que lo que tenía no era suficiente. Y quiso más. Mucho más. Y entró en el círculo del 99. Como el sirviente del cuento, hizo sus cálculos y decidió que para ser feliz tenía que conseguir su moneda de oro, como fuese. Y lo hizo. Pero luego decidió que cien no era suficiente, ni doscientas, ni mil, ni cien mil. Y utilizó todas sus habilidades e influencias para conseguir sus monedas. Su nombre, su firma, el nombre de su esposa, el poder de su título, las trampas legales, el miedo –o la ambición- de los políticos, la inocencia de los niños discapacitados. No se detenía ante nada. Ni siquiera disimulaba, porque se creía totalmente impune al castigo. Hasta que la justicia comenzó a cuestionar su impunidad, y el círculo empezó a cerrarse a su alrededor. Primero fue desterrado a Washington (un destierro de lujo, eso sí); pero no fue suficiente. La prensa lo denunció y los súbditos lo denostaron con justificada indignación. Entonces el rey lo repudió, el príncipe lo señaló, los políticos cómplices confesaron y hasta el Museo de Cera lo apartó de la Familia Real y lo relegó a su anterior empleo, vestido de chándal.
          No sabemos aún hasta dónde llega su delito, desde el punto de vista penal. Lo decidirá la Justicia (confiamos). Tampoco sabemos si la Casa del Rey ha tapado sus maniobras durante años, ni el grado de complicidad de su esposa (si la hay). Pero sí tenemos muy claro hasta dónde llega su comportamiento inmoral, su absoluta falta de ética como persona y su total irresponsabilidad como miembro de una institución, la Monarquía, a la que ha dañado profundamente. La codicia es mala, muy mala; peor si encima lo tienes todo. E infinitamente peor si esas monedas, además, se las estás robando a tus propios súbditos. Y no nos sobran, precisamente.





martes, 13 de diciembre de 2011

ZP, Rajoy y el experimento de la esperanza

Otro año más, los españoles celebramos la Constitución (la Carta Magna, no el Puente Magno, aunque también), salvo los energúmenos de siempre (los de ERC que la queman y los nacionalistas que la ignoran) y algún memo nuevo (el tontolaba de Cayo Lara y su pravdiana estupidez) por mucho que todos –todos- se beneficien de ella. Incluidos, claro, los dipuetarras de Amaiur, que son los que más se la van a beneficiar. Otro año más el vanidoso y soberbio Bono, con ese afán de protagonismo cursi que le caracteriza, ha soltado su sermón, tramposo como siempre, afectado como siempre, pero esta vez con un par de verdades probablemente involuntarias.
          Alaba el amigo de los equinos y los aeropuertos fantasma a su otrora enemigo Zapatero, y le dedica estas bellas y metafóricas palabras: «durante ocho años ha tenido en sus manos el timón de la gobernación (…) y cuando la mar se calme y la tempestad amaine contemplaremos en toda su dimensión tu obra como presidente». Primera verdad: cuando se retiren las brumas, cese la lluvia y se calmen las olas (esto es, cuando tomen posesión los nuevos y se levanten las alfombras) todo el desastre provocado por 8 años de tempestad zapaterista saldrá a la luz en toda su gigantesca dimensión, y veremos que es mucho más de lo que la brumosa tormenta nos permitía ver. Económica, política, social y moralmente hablando.
          La segunda verdad que el amigo de los constructores de ciudades fantasma nos revela en su alocución es que la Carta Magna es una “gesta” de los españoles y que «mientras estemos unidos en lo esencial hay esperanza». Lo que no revela Bono es qué es lo esencial en lo que debamos estar unidos, porque gracias a la estrategia cainita de su otrora enemigo ZP a los españoles ya no nos une nada, aparte la Selección Española de Fútbol, y puede que a estas alturas ni eso. Pero sí tiene razón en que esa es la única esperanza que nos queda (la otra Esperanza sólo los madrileños) y que si no ayuntamos esfuerzos y direcciones, seguiremos tirando hacia lados opuestos con lo que eso supone de avance.

Esto de la esperanza me recuerda al famoso experimento del profesor Rudolf Bilz y sus ratas de campo. Comprobó el psicólogo alemán que si una de estas ratas es arrojada a un barreño lleno de agua, sin posibilidad de escape, nada desesperadamente durante unos quince minutos y, pasado este tiempo, muere a causa del estrés y el desconcierto, por el miedo mortal ante una situación sin salida.
Curiosamente, la capacidad de aguante de estas ratas supera las 80 horas nadando antes de ahogarse, y eso llevó a Bilz a su segundo experimento: al día siguiente dejó a otra rata nadando en el interior del barreño durante unos minutos y luego le lanzó una tablilla, por la que pudo trepar y salir del agua hacia un refugio seguro; poco después, esa misma rata fue lanzada al barreño, sin tablilla salvadora, y para sorpresa del doctor Bilz el animal no murió de estrés a los 15 minutos, sino que aguantó 80 horas nadando sin parar hasta su total agotamiento. La clave, la esperanza de que en algún momento se le volviera a arrojar la tablilla salvadora.

Los españoles llevamos ya unos años nadando desesperadamente en las procelosas aguas del barreño en que nos metió nuestro particular Dr. Bilz, alias Zapatero, esperando que se nos arroje la tablilla salvadora. Parece que nos llegó el pasado 20N, con barba y parsimonia, y alguna que otra duda sobre su seguridad. Pero, en cualquier caso, con suficientes dosis de esperanza como para que las ratas aguantemos nadando el tiempo que haga falta hasta salir del barreño. La imagen del Congreso de los Diputados de este pasado martes es de lo más reveladora: los abucheos a Zapatero y los aplausos a Rajoy no son sino símbolo de que el gallego y su equipo son nuestra –y puede que única- salvación. Si él nos falla, ay, nos ahogamos todos. Somos españoles, aguantamos mucho, pero ya apenas nos quedan fuerzas para seguir braceando. Glub… glub…