jueves, 28 de abril de 2011

¡Cabreaos!


Ha llegado a esta Ezpaña nuestra con pretensiones de best-seller revolucionario, de espoleta político-social para concienciar/despabilar/movilizar a la divina juventud, que antes era rebelde porque el mundo la había hecho así, pero ahora parece ser que ni rebeldía ni estudio ni trabajo ni pensamiento ni etc. (los ninininis y etc.). Será que están tan parados que resulta complicado moverlos siquiera un poquitín.
     La cosa revolucionario-despabiladora en cuestión se llama “¡Indignaos!” y lo ha escrito un tal Stéphane Hessel, 93 años, diplomático francés de origen alemán, superviviente del campo de concentración Buchenwald-Dora (del que escapó heroicamente), ex embajador en Naciones Unidas, alumno del simpático Sartre, funcionario colonial en África, precursor y/o impulsor de comisiones y fundaciones varias dedicadas a las buenas causas y a recibir generosas subvenciones del Estado galo y otros Estados igualmente desprendidos. Ah, y defensor a ultranza del Gobierno de Hamás en Gaza, buena causa a la que ha dedicado los últimos años de su longeva y fructífera (sobre todo para él) existencia.
     El susodicho “¡Indignaos!” que ha escrito el tal Hessel es una suerte de breve pero intenso panfleto de 32 páginas, escritas con juvenil pasión, en las que condensa la ideología completa de la nueva izquierda, o sea, la progresía oficial también conocida por hipogresía. Rabioso anticapitalismo, vuelta a la asfixiada Europa de posguerra, redistribución de la riqueza a la fuerza, defensa a ultranza del medio ambiente y construcción inmediata del Estado Palestino (que no viene a cuento, pero como ya tenía el capítulo escrito, pues aprovecha, como es lógico). Total, que la cosa queda en una especie de indignado sermón laico a los jóvenes progres del mundo para que protagonicen una insurrección popular y pacífica (¡menos mal!) contra “los medios de comunicación dominantes en manos del capital o del poder, que sólo empujan a los ciudadanos hacia el consumo, el desprecio a la humildad y la cultura, el olvido generalizado y una competición despiadada de unos contra otros”. O sea, el mundo occidental en general, versión reduccionista. Pues camino de superventas va el “¡Indignáos!” éste, también aquí. Dicen.

Y digo yo, ¿no tendremos en esta Ezpaña nuestra razones más cercanas, más concretas y de bastante mayor fundamento para indignarnos, rebelarnos, movilizarnos, revolvernos, revolucionarnos y cabrearnos hasta la médula contra, por ejemplo, quien nos ha colocado en la pole position del desastre? Que monsieur Hessel y sus compatriotas adoptivos se indignen con quien les salga de las balles, pero aquí hay que cabrearse con quien hay que cabrearse. Y el responsable del hundimiento del titanic patrio no es otro que mesié Zapatero -capitán, timonel y jefe de máquinas-, secundado por su tripulación en pleno, la que está y la que estuvo (9 gobiernos y 38 ministros, ahí es nada): desde Pajín, Rubalcaba, Blanco, Sebastián, Chaves o Espinosa hasta Solbes, Aído, de la Vega, Maleni, Bono y demás oficiales, oficialas, grumetes y grumetillas.
     Así que, ¡cabreaos por los 5 millones de parados de quien prometió el “pleno empleo”! ¡Cabreaos por el regreso de las dos Españas que nos hielan el corazón de la memoria histérica y la exclusión nacionalista! ¡Cabreaos por las mentiras-racimo en el Parlamento, ruedas de prensa, medios, corrillos, pasillos, mítines y atriles varios! ¡Cabreaos por la indigna negociación con ETA, antes, durante y después de “accidentes” mortales! ¡Cabreaos por el pestilente faisanazo, por el repudio a las víctimas, por la legalización de la serpiente y la gran evasión de los asesinos! ¡Cabreaos por las guerras eufemísticas, vestidas de paz pero manchadas de muerte! ¡Cabreaos por el precio guinness de la gasolina, por la subida indecente de la luz, por los impuestos sangrantes, la expropiación de las pensiones! ¡Cabreaos por los tirantes de Botín y los pisos de Bono y los hijos de Chaves y los padres de la Pajín y los eres y los tú eres más y...! ¡Cabreaos por el inconmensurable despilfarro autonómico, por la corrupción omnipresente y descarada, por la decadente e indolente casta política! ¡Cabreaos por la España multisubvencionada! ¡Cabreaos con los sindicatos de boca chica y mano ancha!
     ¡Cabreaos por el ridículo internacional, por el liderazgo de la champions league de tercera regional, por el Mister Bean de las cumbres mundiales! ¡Cabreaos por el pertinaz prohibicionismo, los decretazos, las patadas a la Constitución, la guasa de la justicia! ¡Cabreaos por la eutanasia indisimulada de Montesquieu! ¡Cabreaos por el radicalismo anticatólico disfrazado de laicismo, por la fanática intolerancia de los predicadores del talante! ¡Cabreaos por los miles de seres vivos –y humanos- condenados a pena de muerte por decreto, por derecho y por no haber nacido! ¡Cabreaos por la ruina económica y moral, por la decadencia y el retroceso, por 7 años de plagas y vacas flacas! ¡Cabreaos por la crisis negada setenta veces siete, por las ocurrencias improvisadas, por los remedios letales, por la aplastante losa del endeudamiento sobre las generaciones venideras! ¡Cabreaos por la falta de futuro de los jóvenes y la falta de presente de los mayores! ¡Cabreaos con esta suerte de iluminado Nerón que ve cómo arde España mientras, perdido en su alucinancia, compone una desafinada oda a su postrera hazaña (con ‘h’)!

¡Cabreaos, porque nadie os ha hecho tanto daño en tan poco tiempo! Tenéis infinitas razones para cabrearos. Así que, ¡¡cabreaos, joder, cabreaos!!

jueves, 7 de abril de 2011

Con las víctimas siempre. Con los asesinos jamás.


Este sábado, las víctimas de la serpiente etarra sadrán a la calle, una vez más, para alzar sus voces reclamando memoria, dignidad y justicia. Y una vez más, se alzarán también las voces de quienes les niegan esa memoria, esa dignidad y esa justicia que reclaman y merecen. Voces cobardes y equidistantes que echan en cara a las víctimas ser víctimas mientras ofrecen a los asesinos aprovecharse de su falso victimismo (PP vasco incluido). Una vez más, esas lenguas viperinas manipularán ausencias y presencias, harán magia con las matemáticas, se escupirán unos a otros motivos y excusas y se lanzarán unos a otros los votos y los muertos. Y en medio de la basura política estarán los únicos protagonistas que lo son a su pesar, porque a ellos no les dieron la opción de elegir. Simplemente les tocó la bala en la recámara de la fanática ruleta vasca.

Porque las víctimas no eligieron ser víctimas. Y por eso merecen nuestro apoyo, nuestra comprensión y nuestra solidaridad. De todos nosotros. Para todas ellas. Para los muertos y para los vivos. Porque víctimas del terrorismo son los muertos y también los mutilados (del cuerpo o de la cordura) y los secuestrados (durante 3 días o 2 años, conviviendo con la muerte incierta cada segundo) y los amenazados (tal vez no lloren cada mañana, pero se levantan cada mañana con una diana en el portal o una carta llena de muerte) y los escoltados (que no pueden ni llevar a sus hijos al colegio sin poner en peligro sus frágiles vidas) y los exiliados (que han tenido que dejar su tierra y su vida para poder vivir). Víctimas del terrorismo son sus padres y sus hijos y sus viudas o viudos. Y también sus hermanos, familiares y amigos, que los tuvieron que enterrar a escondidas, mientras escuchaban ese “devuélvenos la bala” o ese “algo habrán hecho” (¿puede haber mayor crueldad?).
    Víctimas del terrorismo son los que pagan cada día con sufrimiento o con llanto o con lucha o con resignación… o manifestándose para que sus gritos y los de sus muertos no se conviertan en una sonora carcajada en boca de sus cobardes asesinos.

«La cobardía es la madre de la crueldad» escribió De Montaigne. Y de ambas, los valerosos gudaris (se llamen ETA o Sortu o Bildu o lo que venga detrás) tienen a espuertas, y lo que es peor, la reparten con cobarde generosidad. Cobardía es matar por la espalda, de un tiro en la nuca, a un hombre desarmado. Cobardía es volar por los aires un hipermercado lleno de hombres, mujeres y niños inocentes; o una casa cuartel llena de hombres, mujeres y niños igual de inocentes; es colocar bombas lapa o hacer estallar coches bomba desde la seguridad de la distancia. O dejar “olvidada” una muñeca bomba en la barra de un bar. Cobardía es amputar piernas y vidas a niñas de ocho años; es secuestrar vidas y almas a hombres torturados hasta la desesperación… o asesinados después de una cuenta atrás sádica y brutal. Cobardía es brindar con champán y carcajadas por el asesinato de dos personas escogidas al azar. Cobardía es enviar paquetes bomba, es accionar mandos a distancia, es lanzar granadas, es extorsionar, es dejar huérfanos y viudas… es asesinar a sangre fría, sin contemplaciones, sin distinciones, sin piedad. Con la más absoluta, enfermiza y fanática crueldad.
     Y cobardes son también los que los justifican, y los que los amparan, y los que los utilizan, y los que los alaban, y los que señalan sus objetivos, y los que los votan, y los que pactan con ellos, y los que los mantienen en el poder, y los que ceden a sus chantajes, y los que los subvencionan, y los que mienten por ellos, y los que recogen las nueces y los que les permiten presentarse a las elecciones mal disfrazados de demókratas. Todos ellos comparten su cobardía porque todos ellos son cómplices de su crueldad.
     Cobardía es negociar con ellos por un puñado de votos. Y es también una crueldad, con las víctimas y con todos nosotros. Una cruel injusticia, totalmente injustificable. Pero es la gran esperanza del cadáver presidencial que aún nos gobierna para coronarse –y retirarse- como el gran adaliz de la PAZ por los siglos de los siglos. Es su obsesión histórica. Y no nos engañemos, lo seguirá intentando hasta el día de su muerte política… y más allá. Aunque todos sepamos, menos él y Txusito, que la serpiente no negociará su rendición jamás. Por ciego fanatismo. Por pura cobardía. Por miserable crueldad. 

Por eso hay que estar ahí el sábado; por eso hay que salir a la calle el 9 de abril a las cinco de la tarde. Para arropar a las víctimas. Para clamar con ellas por la memoria de sus muertos, la dignidad de los vivos y la justicia frente a los asesinos. Para recordar a Mister Paz, a Rubalcaba, a Txusito, a Patxi, a Pumpido, a Oyarzábal y demás equidistantes que las víctimas son y serán su machacona conciencia, día tras día, y que nunca, nunca, ¡nunca! las van a callar.

viernes, 1 de abril de 2011

Hay mentiras y mentiras. Y luego está Rubalcaba


«El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.» Una verdad como un templo la que, allá por el s. XXVIII, nos dejó el poeta inglés Alexander Pope. Y una magnífica definición anticipada de nuestro temido y oscuro Vicepresidentísimo. Solo que en su caso no ha tenido que inventar veinte más, sino doscientas. Y las que quedan. Lleva tantas mentiras, tan gordas, durante tantos años y sobre tantos asuntos y trasuntos que probablemente él mismo no sepa ya distinguir cuándo miente y cuándo no, o cuando dice medias verdades y cuándo mentiras a medias. Me lo imagino, a Rubalcaba (¿realmente se llamará así o será un seudónimo?), no sé, mintiendo hasta en el recuento de pinchos que se toma en el bar de la esquina, el de toda la vida, ése al que lleva acudiendo desde hace diez o quince años, atendido por el mismo camarero que, además, sabe que su ilustre cliente lleva diez o quince años engañándole, y su ilustre cliente sabe que el camarero lo sabe y le da igual, porque lo de mentir es superior a él, o sea, que es intrínseco a sí mismo. No sé si me explico.
     Rubalcaba miente, y sigue mintiendo cuando le demuestran que miente, y así va mentira sobre mentira y sobre mentira hasta el infinito de las mentiras, que si existe y alguien lo conoce, desde luego que es sólo él.

«De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes», afirmaba Jules Renard. Y también tenía razón. Y también lo sabe al dedillo el Ministro de Escuchas, Negociaciones y Asuntos Oscuros. Y es exactamente lo que hace, de vez en cuando. Pone su carita de abuelete inocente y bonachón, así, subiendo mucho las cejas y arrugando mucho la frente; mueve sus manitas distraidoras (dis-traidoras); habla despacito pero con fuerza, convicción y cristalina claridad… y suelta su minúscula verdad rodeada de gigantescas mentiras. Pero tiene la innegable habilidad, el muy zorro, de centrar la atención en la minúscula y obviar las gigantescas. Por aquello del árbol que no deja ver el bosque, o el árbol y las nueces o algo así. El caso es que después del Gal, el 11-M, los agit-props, las negociaciones, las cárceles con-sin etarras, los faisanes, los fiscales, los nombramientos predestinados y lo que te rondaré morena, después de años de mentira tras mentira demostradas hemeroteca tras hemeroteca, sigue siendo el ministro más valorado. ¿Pero de verdad la gente se imagina al siniestro ministro de presidente omnipotente? ¡Sería como elegir a Darth Vader!
     Lo reconozco, Rubalcaba siempre me ha producido un profundo pavor. Me acojona de verdad. Porque, aunque mienta como un regimiento de cosacos, de él me lo creo todo (yo lo he llamado la Primera Paradoja Rubalcaba; la Segunda Paradoja Rubalcaba sería aquello de «Merecemos un gobierno que no nos mienta»). O sea, que le creo capaz de cualquier cosa. De cualquier cosa. Por poner, fíjense, me creo incluso que lo de su reciente enfermedad misteriosa no fue sino una operación de marketing frente a la operación de Esperanza Aguirre, para contrarrestar simpatías post operatorias (una especie de “Operación Anti-Operación).

Siguiendo la clasificación del psicólogo De Vries, hay mentiras y mentiras. Los niños mienten en la medida en que confunden sus fantasías con la realidad (le pasa a ZP, por ejemplo); los adolescentes mienten para afrontar sus frustaciones al chocar con el mundo real; el adulto miente cuando no ha superado los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña para sentirse el triunfador que nunca ha sido; y el anciano miente cuando no se perdona los errores que ha cometido a lo largo de su existencia. Nuestro hombre estaría, por obvias razones biológicas y psicológicas, entre el adulto y el anciano. O sea, entre el que engaña para sentirse triunfador y el que no se perdona los errores del pasado; depende de cómo haya dormido esa noche. Aunque, sinceramente, en cuestión de remordimientos me da que anda más bien escaso; así que, si hablamos del pasado, me inclino a pensar que lo que le pega es la máxima de Orwell de que para cumplir las mentiras del presente, es necesario borrar las verdades del pasado. En eso, Rubalcaba, es un verdadero maestro. Maestro del Mal, pero maestro.

En fin. No sé si ha quedado claro que no me fío de Rubalcaba ni un pelo de su calva. Que no me creo nada de lo que diga y que paradójicamente sí me creo cualquier cosa que se diga de él, por muy retorcida que parezca (en realidad, cuanto más retorcida, más creíble me parece). Mark Twain distinguía tres clases de mentiras: La mentira, la maldita mentira y las estadísticas. Se nota que aún no había nacido Rubalcaba (¿o sí, y también nos miente sobre su verdadera edad?). Si el escritor hubiera conocido a nuestro Vicepresidentísimo, su famosa cita habría quedado así: «Hay cuatro clases de mentiras: La mentira, la maldita mentira, las estadísticas y Rubalcaba.» Y luego se habría ido a pescar al Mississippi.