viernes, 26 de noviembre de 2010

La solución política pasa por la disolución de los políticos

En un examen de química, el profesor realiza la siguiente pregunta: «¿Cuál es la diferencia entre ‘solución’ y ‘disolución’?» El único alumno que sacó un diez respondió: «Si introducimos a un político en un tanque lleno de ácido sulfúrico, eso es una disolución. Pero si los metemos a todos ¡eso es una SOLUCIÓN!»


Esta mañana, camino de la oficina, paseaba enchufado a la radio, zapeando de emisora en emisora, de disgusto en disgusto, escuchando las miserias de la crisis y las vergüenzas de las erecciones catalanas (¿o era las vergüenzas de la crisis y las miserias de las erecciones catalanas?), e intuyendo la nueva jugada-trampa de la pareja de mus ZP-ETA, que ésta sí es vergonzosa y miserable a partes iguales, cuando de pronto se me fue el dedo y, como quien no quiere la cosa, me saltó el dial de RNE Clásica (que llevo programado para casos de emergencia), y automáticamente relajé el rostro, el espíritu y hasta el sentido de mi existencia mortal.

A través de los auriculares, un flujo de sosiego con las notas de las Tres Sonatas para Orquesta del maestro García Abril (que además de música para series de TV y el Mundial 82 compuso verdaderas maravillas sonoras) me trasladó a una realidad paralela infinitamente más plácida, agradecida y positiva; una especie de karma optimistantropológico que me envolvió como a un polluelito despreocupado y calentito bajo el ala protectora de su mamá (un estado parecido al que debe envolver permamentemente a nuestro iluminado Mister Paz en la iluminancia optimistantropológica de su particular realidad paralela; o para lelos).


La cosa es que el resto del camino hasta la cruda realidad del trabajo (aunque es más cruda la realidad del no-trabajo) me sentí mucho mejor saboreando el piano y no atragantándome con la política. Y apliqué el cuento a todo el resto del día y de la noche, momento en que escribo, de forma que no he consultado ningún diario digital, ni he leído ningún diario en papel, ni he visto ningún telediario ni he escuchado la radio, salvo la clásica y mis mp3. Y hoy he sido mucho más feliz. Sin políticos, sin política, sin hipocresías, sin navajazos, sin fanatismos, sin intolerancias, sin corruptelas, sin mentiras compulsivas, sin striptease morales. Sin mierdas.


Y mientras esperaba a que me acabara de alegrar el día esa inconmensurable serie de ácida y divertida inteligencia que es Boston Legal (¡Denny Crane!), he recordado el chiste que prologa esta reflexión; y he pensado que, tal vez, no sea tan mala idea. Disolver a los políticos actuales, digo. A todos. ¿A que sería una magnífica solución?


PD. No tiene que ser en ácido sulfúrico. Puede ser en té…


viernes, 19 de noviembre de 2010

Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir política


Empieza la campaña electoral catalana y, como suele suceder, comienza la ensalada de gilipolleces con denominación de origen. Yo no sé quiénes asesoran a estas gentes, pero si se dedicaran a la Publicidad profesionalmente se iban a morir de hambre más que de risa; de verdad, perderían los clientes a la misma velocidad que un político catalán la vergüenza. Este año, así como siguiendo la pauta nacional-relativista que nos invade, además de las gilipolleces habituales se ha puesto de moda el sexo para pedir el voto. Y yo me pregunto, por simple curiosidad, ¿es que todos manejan la misma agencia de comunicación, y les ha vendido la misma idea a unos y a otras? ¿Acaso padecen alguna patología sexual, tipo disfunción eréctil o frigidez extrema, y el terapeuta de turno les ha aconsejado que la muestren sin miedo al mundo con la promesa de presuntos efectos curativos? ¿O es que, simplemente, están salidorros al más puro estilo Esteso-Pajares-Ozores, ese triángulo de las bermudas y los bikinis que tanto daño hizo al cine español y universal?

Entre los orgasmos ensobrados del PSC (¿serán tan democráticos como aquellos que Zapatero le ‘daba’ a Zerolo?), los orgasmos ajardinados de Montserrat Nebrera, el sexo difuso o confuso de Carmen de Mairena (¿pero dónde se habrá operado esta chica, o este chico o esto o lo que sea?), el sexo profesional de Lucía Lapiedra, la pornostar de Laporta (¿se habrán conocido en alguna de sus orgías champaneras? ¿Habrá pagado la cuenta la Visa del Barça? ¿Se la habrá pasado…? Bueno, aquí lo dejamos) y, last but not least, la matanza virtual de barretinas, inmigrantes, butifarras y demás de Alicia Croft o Angelina Sánchez-Camacho o Ali Jolie o lo que sea… la verdad, visto lo visto, lo mejor será una vez más quedarse en casa. Que, por otra parte, es lo que suelen hacer los catalanes a la hora de votar, protestar, movilizarse o rebelarse en contra de esa casta política que les toma el pelo desde hace tantos años. Allí, los únicos que se movilizan son los borrokas, pero esos no votan.

La explicación que tiene toda esta historia, si es que tiene alguna, es que no hay ideas, no hay programa, no hay fondo. En Publicidad, cuando el producto no tiene nada que vender, hace ruido (llámese creatividad, notoriedad, provocación, sensualidad…). En política, cuando no existe discurso, se hace más ruido (llámese zafiedad, insulto, ataque directo, provocación o, en este caso, puro sexo). La consecuencia, para una marca o un partido, es la misma: que si no convence no se compra. La diferencia es que en el primer caso la perjudicada es la marca, y en el segundo lo somos todos.

Lo de la Mairena, la Lapiedra, los orgasmos de la chiquilla del PSC o los de la madura Montse puede no ser más que una anécdota de campaña, además de una ilustrativa muestra de zafiedad y falta de ideas. Pero lo del PPC y su heroína de pacotilla (¡y esa gaviota a la que han puesto mi nombre!) es verdaderamente preocupante. Porque los problemas de comunicación en el PP siguen siendo graves, muy graves. Y endémicos. Yo no sé quién maneja las campañas, si es una agencia profesional y experimentada (lo dudo) o es un club de amiguetes que se creen un experto Think Tank imparable e ingenioso; no sé si es cosa de Arriola, de Moragas, de Pons o de uno que pasaba por ahí que sabía dibujar. Pero es algo que viene de lejos, y que se repite en cada proceso electoral. Y así les va: recordemos que el equipo de Rajoy lleva perdidas dos elecciones generales… y me temo que va camino de la tercera (a pesar de lo digan hoy las ecuestas).

El PP No llega, no convence, no cae bien, no emociona, no atrae, no entusiasma, no ilusiona. NO VENDE. ¿Y cómo es posible —se preguntan en la Dirección—, si somos mucho mejores y estamos más preparados que la competencia, que son una panda de incompetentes? ¿Cómo es posible que perdamos una elección tras otra frente a unos mentirosos compulsivos? ¿Cómo es posible que ellos no se hundan por el peso de la crisis y nosotros no consigamos despegar? ¿Por qué no acabamos de convencer a nuestros votantes y simpatizantes?

Pues una buena explicación es la última cagada del PPC (Patosos Petulantes y Confusos) y de su aventurera virtual, que además no revisa las cosas que tiene que revisar. Ya metió la gamba en la anterior campaña, haciéndose pasar por Obama en femenino y caucásico. Alicia en el País de las Obamaravillas perdió más votantes de los que ganó, con la tontería obamaníaca. Son las consecuencias nefastas de la Política POP de los pensadores peperos: Mercedes Benz vende seriedad y tecnología; el SEAT Ibiza vende juerga y rock and roll. Si de repente Mercedes vendiera juerga y rock and roll, y además tuneara sus berlinas y las pintara de colores psicodélicos, tardaría un año en hacer un ERE salvaje. El PP es símbolo de gestión, de eficacia, de seriedad, de confianza en determinados valores; no significa que deban ser antipáticos (Mercedes puede hacer campañas con humor y empatía), pero si se alejan de su posicionamiento, la política POP no será más que el sonido de una pompa de jabón al desvanecerse. Lo que tienen que hacer es venderse mejor, no ponerse a bailar una música que no conocen, ni controlan, ni les pega. El hecho de que los demás hagan el ridículo en sus campañas no implica que el PP tenga que hacer lo mismo, es más, supone una magnífica oportunidad de diferenciarse del adversario y acercarse a sus votantes actuales y potenciales.

Señores y señoras del PP, no olvidemos que la gente vota por su identidad, por sus valores, por su idea de la sociedad, de la familia, de la economía; votan por lo que creen y a quienes creen lo mismo que ellos y, sobre todo, a quienes defiendan todo aquello en lo que creen. Y para que esos valores y creencias queden claros ante los ciudadanos, primero hay que tenerlos claros. Y después hay que comunicarlos con claridad, con eficacia. Para eso están los expertos, los profesionales, los especialistas en comunicación, política y no política. Por favor, déjense llevar por ellos. O volverán a quedarse en la estantería. O en el lineal de vídeo juegos

jueves, 11 de noviembre de 2010

En nombre de la tolerancia


Lo acabamos de comprobar una vez más. El concepto que tienen algunas gentes del término ‘tolerancia’ es, cuando menos, bastante peculiar. Según la RAE (si no ha cambiado en la última semana el término por capricho, como lo de borrar tildes y transmutar la i griega en ‘ye’), ‘tolerancia’ significa “respeto hacia las opiniones o prácticas de los demás”, lo que implica, supongo, respetar también a las personas y sus creencias. Pero claro, ya sabemos que aquí la progresía reinante sólo respeta las opiniones y prácticas propias, que son la únicas buenas, y que todo cuanto se aleje de éstas (un centímetro o mil kilómetros, da igual), no merece sino odio, desprecio y mofa. Por no merecer, no merecen ni siquiera existir, ni la opinión ni la persona opinante. La situación ideal sería, pues, exterminarlas por completo y sin complejos. En nombre de la tolerancia, claro.

Así, en nombre de la tolerancia pueden recibir al grito rabioso de ‘pederasta y criminal’ a un Jefe de Estado invitado, que además de venir en son de paz representa a millones de españoles y cientos de millones de personas en todo el mundo; pueden organizarle, con cobarde impunidad, todo tipo de ofensivas originalidades (aunque no ofende el que quiere…), elaborados insultos y blasfemias, enarbolando la bandera de la tolerancia, la paridad y la modernidad. Concursos pastorales, cabaret litúrgico, misa-karaoke, fumata blanca, parodias Buenafuenteces típicas y ese sutil “Fuera los Rosarios, de nuestros ovarios”, cuya imagen resume nítidamente el respeto que estas presuntas personas tienen a la opinión contraria.
En nombre de la tolerancia pueden acusar de retrógrado, cavernícola, rancio y demás cosas nada buenas y nada modernas a toda persona que ose asistir ilusionado al encuentro del Papamóvil, vaya a misa, rece o simplemente crea que hay un Dios y que, además, no es un cabrón con cuernos. Por mucho que esa misma Iglesia haya alimentado a 800.000 ciudadanos hundidos en la miseria de esta Ezpaña tan tolerante, tan próspera… y tan miserable.
En nombre de la tolerancia una drag queen histérica (o histérico) irrumpe en un acto del jefe de la oposición a voz en grito acusando a 11 millones de votantes del PP de homófobos e intolerantes, por el simple hecho de pensar que la palabra ‘matrimonio’ significa “unión legal de hombre y mujer”, según el Derecho Natural, la Historia y el muy homófobo e intolerante Diccionario de la RAE.

En nombre de la tolerancia, los mismos (y las mismas) que ensalzan el derecho de las niñas a matar a sus hijos no nacidos, han juzgado, condenado y ejecutado en plaza pública a un abuelo cebolleta (“juntaletras subvencionado y pederasta”) por presumir de libertino delante de los amigotes, sin mayor prueba del presunto delito que su incierta y exagerada autoconfesión.
En nombre de la tolerancia se retuercen y se revuelven como posesos y posesas contra un escritor no adscrito que ha dicho “mierda” los mismos que llamaron “hijos de puta”, “asesinos”, “tontos de los cojones”, “fascistas” y demás tolerantes piropos a otros 11 millones de no adscritos.

En nombre de la tolerancia pueden condenarte a pagar multas millonarias por hablar, escribir o rotular en el idioma oficial de tu país, que es el español. O pueden llamarte asesino los que luego te entregan una carta con tu retrato adornado con un tiro en la frente; o pueden ladrarte ‘fascista’ los mismos que, mientras sacan espumarajos por la boca, no te dejan hablar en tu propia conferencia (Loquillo lo acaba de resumir en una interesantísima entrevista en la revista Época: “En España, todo aquel que manifieste su desacuerdo es un facha”).

En nombre de la tolerancia echan a los leones a todo un grupo de comunicación, sin distingos ni miramientos, por el simple hecho de no acobardarse, ni arrodillarse, ni pendularse a conveniencia del poder.
En nombre de la tolerancia crucifican a la única democracia en todo Oriente Medio por defenderse del fanatismo, mientras miran para otro lado cuando hace lo propio el amigo sátrapa marroquí. Por cierto, mientras hacen el agosto armamentístico con unos y otros, y con los de más allá (Irán, Venezuela, Arabia Saudí…).
En nombre de la tolerancia levantan tumbas que estaban bien cerradas y resucitan odios que estaban bien muertos porque hubo un tiempo, allá por el 78, en el que sí hubo tolerancia.
En nombre de la tolerancia insultan, condenan, amenazan, aíslan, intimidan, atacan y hasta muerden a todos aquellos que no se arrodillan ante los dogmas de la nueva fe laica.

En nombre de la tolerancia se han metido a decretazo limpio en nuestras aulas, en nuestros coches, en nuestros vicios, en nuestra cultura, en nuestra música, en nuestra tele, en nuestra nevera, en nuestro dormitorio, en nuestras conciencias, en nuestro libro de familia; y ahora también en nuestro árbol genealógico, otro paso más para dinamitar todo aquello que nos pueda recordar, siquiera un poquito, nuestra propia identidad, nuestras raíces, nuestra memoria. Y nuestro sentido común.

En nombre de la tolerancia y la paridad pueden acusarte de machista cavernario por dejar que tu hijo juegue al fútbol y tu hija a las mamás, pero si juegas al mus con Josu Ternera y su ternerito eres el faro universal de los derechos humanos, aunque hayas sido condenado oficial y judicialmente por maltratador (“un hombre bueno”, este Txusito, según Patxi López).
En nombre de la tolerancia matan o negocian con la serpiente, según convenga, mientras se les llena la boca de PAX (con equis). O se van de chuletón y comparten “ruta” con asesinos de niños convenientemente reconvertidos en hombres de paz. O permiten a la serpiente envenenar la Democracia cada cuatro años, todo por la resolución del conflicto y el derecho a vivir (y matar) por una maldita quimera.

En nombre de la tolerancia lo que hacen día a día es asesinar nuestra libertad, esa extraña palabra a la que tanto se abrazan pero que han ido liquidando allá por donde han pululado a lo largo de la Historia.

En nombre de la tolerancia, yo me declaro abierta y manifiestamente intolerante frente a esa tolerancia progre y falsa, esa hipogresía endémica y fatal que nos condena por el simple hecho de profesar una “opinión o práctica” diferente a la suya. Por ser hombre, católico, casado con una mujer, padre de familia, madrileño y defensor del libre mercado soy machista, criminal, rancio, fascista, anticatalán y cerdo capitalista. Y todo eso sin conocerme, oiga. Pues vale.

Por si acaso, y por acabar por el principio, o sea, por la RAE, me quedo con la última acepción del término ‘tolerancia’: “condición que permite que un organismo conviva con parásitos sin sufrir daños graves”. Pues eso, seamos tolerantes a los parásitos.

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Vivir para siempre: una película perfecta de principio a fin


A veces sucede. No mucho en los últimos tiempos, es cierto. Pero cuando sucede, es verdaderamente gratificante. Me refiero a ver una película que te haya llegado tan hondo que sientas la necesidad imperiosa de recomendarla a todo el mundo; de decir a tus amigos, a tus familiares, a tus compañeros de trabajo, a cualquier persona que te encuentres por la calle… o que lea tu blog, “Vete a verla. De verdad. Es una película que hay que ver. Te gustará, te emocionará, te hará reír y llorar. Te hará reflexionar. Y, sobre todo, te hará bien”. Esto es lo que me ha sucedido al ver Vivir para siempre.

“Hago películas sólo para entretener a la gente”, afirmaba el grandísimo Billy Wilder. Claro que luego era capaz de criticar el nazismo, el comunismo, el capitalismo e incluso el machismo en una sola (y desternillante) película, Uno, Dos, Tres; o de realizar obras maestras del cine y la sociología como El Apartamento, La tentación vive arriba o El gran Carnaval (de visión obligada en estos tiempos de periodismo carroñero). Billy Wilder sabía, como demostró en todas sus obras, que el Cine puede, y a veces debe, hacerte pensar. Sin dejar de entretener, claro. Y eso es precisamente lo que hace la película de Gustavo Ron.

Vivir para siempre cuenta una historia breve y al mismo tiempo eterna. La de Sam, un niño de 11 años con leucemia que sabe (y acepta) que va a morir en unos meses pero que no sólo no se resigna a hacerlo antes de tiempo (dejándose vencer por la enfermedad), sino que pretende vivir el tiempo que le quede lo más intensamente posible y, de paso, que esa vida breve dure para siempre en la memoria de los que le rodean, a través de un peculiar diario ‘multimedia’ (letras, dibujos, fotos, vídeo). En este testimonio vital, Sam describe su conmovedora, sincera y divertida visión del mundo, de su enfermedad, de su familia, de su inseparable amigo Felix (enfermo de cáncer) o de su profesora, Miss Willis.

Con mirada limpia, Sam ve su enfermedad como un hecho, no como una maldición. Acepta su suerte, su muerte, con entereza; y habla de ella con naturalidad, con sinceridad, con sentido del humor incluso. Para él no hay tragedia, no hay miedo (“Yo no tengo miedo; sólo se trata de volver adonde estabas antes de que nacieras y nadie tiene miedo de antes de haber nacido”). Para los demás, en cambio, sí hay tragedia, y también miedo. Su madre es la compasión y el dolor; su padre es la negación permanente (“no vamos a hablar de eso ahora”); su abuela es la comprensión cómplice (tal vez porque sea la más cercana a su destino); su amigo Felix es la fuerza que le empuja a realizar sus deseos imposibles; su profesora es el impulso vital y moral, quien le invita a vivir con plenitud y a escribir el diario (“hay algo eterno que podemos dejar detrás, una vez nos hayamos ido”), la que anima a Sam y a Felix a realizar sus sueños, sus deseos, sus listas de “cosas que quiero hacer antes de morirme” (como ser un científico, batir un récord Guinness, subir unas escaleras mecánicas que bajan, volar en dirigible; y, en fin, hacer cosas de adolescentes, algo que él no llegará a ser: ir a un pub, fumar, beber, dar un beso de verdad a una chica…).

“Morirse es la cosa más imprecisa del mundo: nadie sabe nada de nada”. Pero Sam quiere saber, necesita saber, y se hace preguntas a las que nadie responde (¿Por qué hace Dios que los niños enfermen? ¿Duele morirse? ¿Por qué tiene que morirse la gente? ¿Adónde vas cuando mueres?). Su misión es averiguar las respuestas a todas esas cuestiones y lo hace de forma “científica”, reflexionando, investigando, imaginando, experimentando. Soñando. Haciendo realidad sus deseos imposibles. Viviendo.

A través del humor, la ironía, la ternura, el dolor, la ilusión… la película nos envuelve y nos absorbe, nos hace partícipes de los sentimientos de Sam y de su familia. Celebramos con él cada logro de sus listas, sufrimos con él la impotencia de su enfermedad (“¡Esto no es justo!”), nos reímos con él de las ocurrencias de Felix, consolamos con él la tristeza de sus padres (“Papá, no llores”), soñamos con él sus sueños imposibles. Somos parte de él y de su historia. Porque, como describe Gustavo Ron, el director, “es una historia muy cercana. Habla de amores adolescentes, de matrimonios que pasan por momentos difíciles, de sueños que se cumplen, de la vida y de la muerte...” Esta es, probablemente, la clave de la película: la inmersión total del espectador en la vida de Sam. La plena identificación con su proceso de aceptación – rabia – rebelión – dolor – esperanza – aceptación.

El otro secreto de Vivir para siempre está en lo que no es. No es una película empalagosa, ni ñoña, ni condescendiente, ni moralizante, ni oscura, ni pesada, ni intimista, ni trascendental. Es, al contrario, fresca, divertida, imaginativa, sincera, realista, alegre; conmovedora también, y dura. Pero, sobre todo, es vitalista, tremendamente vitalista, aunque trate de la muerte de un niño (al que, además, queremos desde el minuto uno). Una película de la que, como decía Walt Disney, saldrán con una sonrisa por cada lágrima. Lágrimas que el propio Sam rechaza, por cierto (“Lista nº 11. Cosas que quiero que pasen después de mi muerte: Se os permite estar tristes, pero no se os permite estar demasiado tristes. Si estáis siempre tristes cuando pensáis en mí, ¿cómo vais a recordarme?”).

“Vive siempre como si este fuera el último día de tu vida, porque el mañana es inseguro, el ayer no te pertenece y solamente el hoy es tuyo”. La lección de San Maximiliano Kolbe la tiene muy bien aprendida Sam, desde luego. Porque precisamente va de eso la película, de cómo puedes aprender a vivir da igual el tiempo que te quede (¿alguien lo sabe, en realidad?); y de cómo tus sueños no tienen por qué ser inalcanzables, si luchas lo suficiente para conseguirlos.

Vivir para siempre es, en fin, una película importante, necesaria. Pero también es una gran película, cinematográficamente hablando: una maravillosa historia, de la joven escritora británica Sally Nichols, perfectamente adaptada por Gustavo Ron; un reparto excepcional, niños y adultos (mención especial para Greta Scacchi, la profesora, y Ben Chaplin, el padre); una puesta en escena inteligente e imaginativa; un ritmo dinámico, animoso, casi alegre; y una banda sonora espectacular de César Benito, salpicada por las magníficas canciones de Mindy Smith o 100 Elephants, y las melodías sensibles y tranquilizadoras de Farryl Purkiss (“Sigo intentándolo / Esperando tiempos mejores / Así que déjalo pasar. / Sigo rezando / Rezando por tiempos mejores / Así que deja que pase, que pase, que pase”. Better Days).

“Hay cosas que son perfectas de principio a fin, pero no lo sabes hasta que las has vivido”. Como volar en un dirigible. O como Vivir para siempre. Vayan a verla. Es cine del bueno.