miércoles, 28 de diciembre de 2011

El belén más progre del mundo


Los poderes fácticos del pueblo se reunieron en asamblea extraordinaria. En el Orden del Día, un único asunto: El belén del Ayuntamiento. No era tema baladí, pues aunque el pueblo se había declarado oficialmente laico, aconfesional, ateo y progresista, había ciertas arcaicas costumbres que, muy a su pesar, no podían erradicarse de la noche a la mañana. Pero sí actualizarse, y en eso estaban. Para empezar, habían sustituido la expresión “Feliz Navidad” (tan cursi, tan falsa y tan poco progresista) por “Feliz Laicidad”, mucho más acorde con los tiempos y con el ideario del pueblo; no había grandes abetos con lucecitas de colores por las calles, sino modernos conos de neón que representaban magnos acontecimientos histórico-democráticos, escenas de amor universal y famosos videojuegos; y en la plaza mayor, una pantalla gigante emitía, ininterrumpidamente, el último documental del Sumo Progresista Michael Moore: Tocando los co… lores a la navidad (Bowling for Fahrenheit 25/12).

Faltaba únicamente resolver el asunto del belén. Y a ello se pusieron los poderes fácticos del pueblo tras degustar los deliciosos mazapanes, marquesas, yemas, mantecados y turrones que las monjitas de clausura habían regalado al Ayuntamiento, justo antes de ser expropiado su convento para reconvertirlo en balneario-spa de lujo. Tomó la palabra el concejal de Urbanismo, que era el que mandaba: “Yo propongo que el castillo de Herodes sea una maqueta del balneario-spa, símbolo de prosperidad del pueblo. Y así relajamos un poco al pobre Herodes, que ha sido muy maltratado por la historia”. La propuesta fue aprobada por unanimidad. La concejala de Paridad propuso: “Tiene que haber tantas Reinas Magas como Reyes Magos, que vale ya de machismo monárquico, ¡hombre!”. “Y además que sean republicanos” añadió el Edil Honorario de la Memoria Histórica, veterano de la Guerra Civil. "Y republicanas” precisó la concejala de Paridad. El concejal de Turismo, que le tiraba los tejos a la de Paridad, apuntó: “También debería haber igual número de camellos y camellas y de ángeles y ángelas ¿no?”. ¡Bien!, exclamaron todos y todas; ¡Me encaanta!, se emocionó la concejala de Paridad que, en el fondo, era tan mujer como la que más y no le hacía ascos al de Turismo (que, además, tenía habitación gratis en el Parador del pueblo).

El liberado sindical tomó entonces la palabra: “todos los trabajadores y trabajadoras de este país tienen que estar representados y representadas en el conjunto del belén, que ya está bien de poner sólo pastorcitos y lavanderas, que encima no están sindicados ni sindicadas”. Y todos y todas aplaudieron, y decidieron poner transportistas y transportistos, albañiles y albañilas, comerciales y comercialas, mineros y mineras, electricistas y electricistos, etcétera y etcétero. El proletariado y la proletariada en general, vaya. “Y nada de nieve en las montañas, ¡eh! –saltó el concejal de Medio Ambiente-, que hay que reivindicar el peligro inminente del calentamiento global antropomórfico y apocalíptico”. Murmullo de aprobación general. “Y hay que buscar hueco para las turbinas eólicas, aunque sea quitando palmeras. ¡Por la sostenibilidad!” añadió el concejal de Economía Sostenible, que tenía acciones de Turbi Eoliconsa. “Y paneles solares en las casas y en los graneros, que no se nos olvide” apuntó el Concejal de Industria Sostenible, que era consejero de Lumisol S.L.

El edil de Hermanamientos Internacionales y Alianza de Civilizaciones alzó su voz: “Hermanos, no os olvidéis de colocar la mezquita en lugar prominente, con su buen minarete; y alfombras orientadas a la Meca en prados y patios; y banderas palestinas en los balcones de las casas; y nada de cerdos ni vino ¿eh?, que eso es muy infiel; y…”. Vale, vale Paco Hassán, le calmó el alcalde; y le prometió una mezquita de Córdoba a escala en el centro mismo del belén. El concejal de Cultura propuso colocar un club de alterne junto al camino, que era muy progresista y además necesario, pero la concejala de Inmigración argumentó indignada que eso era pura explotación machista y xenofobia racista y esclavitud sexual y que cuando llegara a casa se iba a enterar, el muy putero. “¡Esta semana, ajo y agua, mamón!” El resto de poderes fácticos guardó un prudente silencio en espera de que el matrimonio resolviera su disputa (con perdón). Para aliviar la tensión, la secretaria de Asuntos Federales del Partido exigió una representación de las diferentes sensibilidades nacionales del Estado, esto es, un caganer, un olentzero, una meiga y una flamenca (“¿Qué pasa? ¡Andalucía también es una nación!”).

Hubo quien bromeó con la idea de poner una gasolinera, en la que se reunieran a escondidas Herodes y Judas, pero no le hizo mucha gracia al concejal de Fomento y se desestimó. Sí, en cambio, se aprobó la original ocurrencia de colocar en el portal un grupo de okupas indignados, quienes previamente habrían liberado a la mula y el buey (que habían sufrido maltrato animal durante tantos siglos); eso sí, la compañera María y el compañero José podrían quedarse si la asamblea de admisiones lo aprobaba y si ambos aceptaban la normativa vigente del Movimiento 25D ¡Cristianismo Real Ya! (sexo libre, básicamente). 

Faltaba el punto final. El colofón. La guinda. El broche de oro. El remate. ¡La apoteosis total! El detalle perfecto para culminar el belén perfecto. ¡La estrella! Pero no una estrella cualquiera, sino una señora estrella. La madre de todas las estrellas. Grande y brillante, resplandeciente y deslumbrante, de luminoso neón rojo intermitente al más puro estilo Las Vegas. Como gritando al mundo entero: “¡Aquí está el belén más democrático, paritario, ecológico, solidario, multicultural y progresista de la historia! ¡Venid y adoradlo!"

La sala de exposiciones del Ayuntamiento se abrió al público una fría mañana de diciembre. Junto al belén, los orgullosos creadores de obra tan magna esperaban sonrientes las alabanzas de los ciudadanos y ciudadanas. Una niña que llevaba horas en la cola, ilusionada y expectante, fue la primera en entrar. Se acercó al belén, lo miró de arriba abajo y exclamó, con una desolada expresión de tristeza en el rostro: “Pero… ¿dónde está el Niño Jesús?”


viernes, 16 de diciembre de 2011

Urmangarín y el círculo del 99

Había una vez un rey muy triste que tenía un paje que era muy feliz, siempre con una sonrisa en los labios y una actitud ante la vida alegre y serena. Tratando de descubrir el secreto de tanta felicidad, cierto día el rey le preguntó: «¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Eh? Por qué?» El paje le respondió: «Señor, no tengo razones para estar triste. Su majestad me honra permitiéndome atenderle. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte me ha asignado. Nos visten y nos alimentan y, además, su majestad me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algún capricho. ¿Cómo no voy a ser feliz?» El rey seguía sin explicarse el secreto del paje feliz, pues las razones que le había dado no le parecían suficientes para justificar su alegría.
Así que llamó al más sabio de sus consejeros y, tras explicarle el asunto, le preguntó: «¿Por qué es ese hombre feliz?» El consejero miró al rey y le dijo: «Tu paje es feliz porque está fuera del círculo». «¿Y qué círculo es ese?», le espetó el rey. «El círculo del 99; entrará en él sin darse cuenta y se convertirá en una persona infeliz. Y una vez dentro, ya no podrá salir» respondió con solemnidad el consejero, y añadió ante la extrañeza del rey: «Te lo mostraré con hechos: esta noche dejaremos ante la puerta de tu paje una bolsa con noventa y nueve monedas de oro, ni una más ni una menos, y una nota que diga “Este tesoro es premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le digas a nadie que lo has encontrado”. Y después verás».
Cuando el sirviente halló la bolsa, entró en su casa y vació el contenido: ¡una montaña de monedas de oro! Y todas para él. Con los ojos brillantes por el reflejo del oro, empezó a hacer pilas de diez monedas. Pero cuando formó la última vio que era de ¡¡¡nueve monedas!!! Buscó la moneda que faltaba desesperadamente por toda la casa. «¡Me han robado!» gritó. Buscó y buscó, pero nada. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro, "sólo 99". Pensó: «99 monedas es mucho dinero. Pero claro, no es un número completo como 100». El rey y su consejero, que observaban a través de la ventana, vieron que la cara del paje ya no era la misma: su ceño estaba fruncido, los ojos se le habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. Ya no era feliz.
El sirviente escondió entonces las monedas entre la leña y empezó a hacer cálculos, hablando solo. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? No le importaba trabajar duro, porque con 100 monedas sería rico y podría dejar de trabajar. Calculó que en once o doce años ahorraría lo suficiente, pero doce años era mucho tiempo. Entonces pensó en trabajar también por las noches y pedir a su esposa que buscara también un trabajo. Siete años. ¡Demasiado tiempo también! Comerían menos y vendería algunas ropas… Pero tampoco. Estaba desesperado, no sabía qué hacer para conseguir esa moneda que completaría las cien y le haría un hombre rico. El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99... Y ya nunca volvió a ser feliz.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey lo despidiera. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

El yerno del Rey de España lo tenía todo para ser un hombre feliz. Prestigio como deportista, buen porte, una esposa enamorada y unos hijos maravillosos, un magnífico palacio asignado por la corte, un ducado, ropas, alimentos, viajes (todo gratis), un trabajo solidario y, además, su majestad le premiaba con su afecto y algunas monedas para darse un capricho de vez en cuando. ¿Cómo no iba a ser feliz?
          Pero, por alguna razón, decidió que lo que tenía no era suficiente. Y quiso más. Mucho más. Y entró en el círculo del 99. Como el sirviente del cuento, hizo sus cálculos y decidió que para ser feliz tenía que conseguir su moneda de oro, como fuese. Y lo hizo. Pero luego decidió que cien no era suficiente, ni doscientas, ni mil, ni cien mil. Y utilizó todas sus habilidades e influencias para conseguir sus monedas. Su nombre, su firma, el nombre de su esposa, el poder de su título, las trampas legales, el miedo –o la ambición- de los políticos, la inocencia de los niños discapacitados. No se detenía ante nada. Ni siquiera disimulaba, porque se creía totalmente impune al castigo. Hasta que la justicia comenzó a cuestionar su impunidad, y el círculo empezó a cerrarse a su alrededor. Primero fue desterrado a Washington (un destierro de lujo, eso sí); pero no fue suficiente. La prensa lo denunció y los súbditos lo denostaron con justificada indignación. Entonces el rey lo repudió, el príncipe lo señaló, los políticos cómplices confesaron y hasta el Museo de Cera lo apartó de la Familia Real y lo relegó a su anterior empleo, vestido de chándal.
          No sabemos aún hasta dónde llega su delito, desde el punto de vista penal. Lo decidirá la Justicia (confiamos). Tampoco sabemos si la Casa del Rey ha tapado sus maniobras durante años, ni el grado de complicidad de su esposa (si la hay). Pero sí tenemos muy claro hasta dónde llega su comportamiento inmoral, su absoluta falta de ética como persona y su total irresponsabilidad como miembro de una institución, la Monarquía, a la que ha dañado profundamente. La codicia es mala, muy mala; peor si encima lo tienes todo. E infinitamente peor si esas monedas, además, se las estás robando a tus propios súbditos. Y no nos sobran, precisamente.





martes, 13 de diciembre de 2011

ZP, Rajoy y el experimento de la esperanza

Otro año más, los españoles celebramos la Constitución (la Carta Magna, no el Puente Magno, aunque también), salvo los energúmenos de siempre (los de ERC que la queman y los nacionalistas que la ignoran) y algún memo nuevo (el tontolaba de Cayo Lara y su pravdiana estupidez) por mucho que todos –todos- se beneficien de ella. Incluidos, claro, los dipuetarras de Amaiur, que son los que más se la van a beneficiar. Otro año más el vanidoso y soberbio Bono, con ese afán de protagonismo cursi que le caracteriza, ha soltado su sermón, tramposo como siempre, afectado como siempre, pero esta vez con un par de verdades probablemente involuntarias.
          Alaba el amigo de los equinos y los aeropuertos fantasma a su otrora enemigo Zapatero, y le dedica estas bellas y metafóricas palabras: «durante ocho años ha tenido en sus manos el timón de la gobernación (…) y cuando la mar se calme y la tempestad amaine contemplaremos en toda su dimensión tu obra como presidente». Primera verdad: cuando se retiren las brumas, cese la lluvia y se calmen las olas (esto es, cuando tomen posesión los nuevos y se levanten las alfombras) todo el desastre provocado por 8 años de tempestad zapaterista saldrá a la luz en toda su gigantesca dimensión, y veremos que es mucho más de lo que la brumosa tormenta nos permitía ver. Económica, política, social y moralmente hablando.
          La segunda verdad que el amigo de los constructores de ciudades fantasma nos revela en su alocución es que la Carta Magna es una “gesta” de los españoles y que «mientras estemos unidos en lo esencial hay esperanza». Lo que no revela Bono es qué es lo esencial en lo que debamos estar unidos, porque gracias a la estrategia cainita de su otrora enemigo ZP a los españoles ya no nos une nada, aparte la Selección Española de Fútbol, y puede que a estas alturas ni eso. Pero sí tiene razón en que esa es la única esperanza que nos queda (la otra Esperanza sólo los madrileños) y que si no ayuntamos esfuerzos y direcciones, seguiremos tirando hacia lados opuestos con lo que eso supone de avance.

Esto de la esperanza me recuerda al famoso experimento del profesor Rudolf Bilz y sus ratas de campo. Comprobó el psicólogo alemán que si una de estas ratas es arrojada a un barreño lleno de agua, sin posibilidad de escape, nada desesperadamente durante unos quince minutos y, pasado este tiempo, muere a causa del estrés y el desconcierto, por el miedo mortal ante una situación sin salida.
Curiosamente, la capacidad de aguante de estas ratas supera las 80 horas nadando antes de ahogarse, y eso llevó a Bilz a su segundo experimento: al día siguiente dejó a otra rata nadando en el interior del barreño durante unos minutos y luego le lanzó una tablilla, por la que pudo trepar y salir del agua hacia un refugio seguro; poco después, esa misma rata fue lanzada al barreño, sin tablilla salvadora, y para sorpresa del doctor Bilz el animal no murió de estrés a los 15 minutos, sino que aguantó 80 horas nadando sin parar hasta su total agotamiento. La clave, la esperanza de que en algún momento se le volviera a arrojar la tablilla salvadora.

Los españoles llevamos ya unos años nadando desesperadamente en las procelosas aguas del barreño en que nos metió nuestro particular Dr. Bilz, alias Zapatero, esperando que se nos arroje la tablilla salvadora. Parece que nos llegó el pasado 20N, con barba y parsimonia, y alguna que otra duda sobre su seguridad. Pero, en cualquier caso, con suficientes dosis de esperanza como para que las ratas aguantemos nadando el tiempo que haga falta hasta salir del barreño. La imagen del Congreso de los Diputados de este pasado martes es de lo más reveladora: los abucheos a Zapatero y los aplausos a Rajoy no son sino símbolo de que el gallego y su equipo son nuestra –y puede que única- salvación. Si él nos falla, ay, nos ahogamos todos. Somos españoles, aguantamos mucho, pero ya apenas nos quedan fuerzas para seguir braceando. Glub… glub…


jueves, 24 de noviembre de 2011

"No es bueno que Dios esté solo", de Gonzalo Altozano: desmontando tópicos.

No corren buenos tiempos para hablar de Dios, especialmente si es para hablar bien. Ni siquiera entre los auto declarados creyentes, ni siquiera entre los católicos practicantes. Desconozco los motivos de esta reticencia generalizada; cada cual tendrá el suyo (yo mismo también): miedo al qué dirán, vergüenza, temor al encasillamiento, pereza, pudor, cobardía o simple falta de convicción. Y es que no está fácil la cosa y, claro, escasea la vocación de mártir. Habrá quien piense que el tema rebasa los límites de la intimidad, o que una conversación sobre Dios ha de ser necesariamente aburrida, pesada, trascendental o eterna.

Pues no. Éste es precisamente el primer tópico que desmonta Gonzalo Altozano con sus ciento una conversaciones sobre Dios con ciento una personas tan diferentes entre sí como diferente es su relación con Dios o su forma de hablar de Él (No es bueno que Dios esté solo, Ed. Ciudadela). Lo que consigue Altozano es, precisamente, que cada charla sea cualquier cosa menos trascendental. Las hay emotivas, divertidas, curiosas, impactantes, sorprendentes, deportivas, redentoras, entrañables, ejemplares, valientes; naturales, todas; y también todas interesantes, y amenas. Y absolutamente sinceras, a corazón abierto. Cada respuesta es casi una confesión –hecha de buen grado, claro- con total naturalidad, sin manierismos, sin trampas, sin complejos; sin intentos de quedar bien (el entrevistado) o de forzar lo que no se quiere mostrar (el entrevistador).

El segundo tópico que se desmorona al leer este libro es que hablar de Dios es cosa de teólogos, beatos, curas, meapilas, abuelas y nostálgicos del nacionalcatolicismo en general. Pues tampoco. A lo largo de sus 334 páginas han hablado de Dios gentes tan poco sospechosas como actrices, rockeros, jubilados, aventureros, modelos, escritoras, ateos, deportistas, ex presidiarios, presentadoras de TV, políticos, periodistas, raperas… y sí, un sacerdote o dos. Unos desde el convencimiento profundo, otros desde el agnosticismo, o desde el recuerdo de la infancia o desde la reciente conversión; y algunos desde una respetuosa distancia (que al final no es tanta). Pero todas y cada una de estas personas tienen algo interesante que contar y algo importante que aportar. Todas y cada una de estas conversaciones, dirigidas con maestría y sutileza por Gonzalo Altozano, nos revelan que, sencillamente, Dios puede ser un magnífico tema de conversación; y además doblemente enriquecedor: por lo que nos da a conocer de otras personas (en un grado de intimidad habitualmente inalcanzable) y lo que descubrimos en nosotros mismos. Interesante ¿verdad?

El tercer tópico que cae bajo el peso de estas ciento una entrevistas es que tiene que ser, sí o sí, una lectura mortalmente aburrida. Error. Altozano consigue extraer de cada personaje, de cada historia, de cada pregunta el dato más jugoso, la confesión inédita, el toque emotivo, el hecho curioso, la anécdota divertida, el punto vitalista, el comentario ingenioso. Y sin perder un ápice de la personalidad de cada uno. El resultado es una charla entre dos amigos, hablando animadamente, tranquilamente, de otro Amigo; recordando vivencias, anécdotas, discusiones, experiencias compartidas, cómo se conocieron o qué tal va su relación ahora. Se crea una complicidad entre los dos (entre los tres) de la que el lector también quiere formar parte. Así, comparte el momento en que Miguel Aranguren se topó con Dios en una playa de Mombasa, 20 años atrás; o los otros 20 que pasó Ángel Fana en una cárcel cubana y cómo acabó convirtiendo a más de un militar comunista hablándole de la Navidad y del Amor; descubre el valor de Marta Oriol y su alegría de vivir a pesar de haber perdido en un accidente a su marido, su hijo y el bebé que esperaba (“una pesada cruz, pero con fe se lleva de otra forma”); se une a la reivindicación de la presentadora Pilar Soto, que está “harta de que se metan con la Iglesia, de que esté bien visto hacer yoga pero no ir a misa”; se entera de que Alfredo Amestoy se confiesa devoto del “Niño Jesús”, y de que cada noche le reza el “Jesusito de mi vida”; admira a Carlota, que se siente mimada por Dios a pesar de que un árbol caído la dejó en silla de ruedas, hace muchos años (antes de casarse y tener tres preciosas hijas); se sorprende con la historia de Fabio de Miguel, alias McNamara en los 80, que pasó de compartir escenario con Almodóvar cantando “voy a ser mamá, voy a tener un bebé y le llamaré Lucifer” a ser un verdadero devoto de la Virgen: “buscaba la felicidad donde no estaba: en la droga, en el sexo, en la fama”. Ahora la ha encontrado en el rosario, en la misa, en la Comunión.

Hay otras muchas historias que compartir, como la de Pedro, mecánico de profesión y tan orgulloso de su fe como de su Atleti; o la de Javier Clemente, genio y figura, que reivindica una iglesia más peleona (“El Cristo que me gusta, mi Cristo, es el que entra a golpes en el templo y se queda solo”); o la increíble conversión de un hombre que iba a Cuba de turismo sexual y acabó, por casualidad, en un avión que lo llevó a los Balcanes, a Medjugorje. Descubrimos también a Paco, taxista y agnóstico hasta hace un año, que usa el taxi como púlpito y confesionario. Y a Juan de Dios Pizarro, jubilado, toda una vida trabajando en su mercería para sacar adelante a su familia, con un esfuerzo añadido: no tiene brazos ni piernas (“El sufrimiento nos hace mejores. La prueba es que el Señor cargó con su cruz”). Y a los actores de la serie “7 vidas”, Santi Rodríguez, ‘el Frutero’ (“Somos como los seguidores de del Atleti: orgullosos de nuestro club… pero callados”) y Amparo Baró, ‘Sole’, que defiende a muerte la labor social de la Iglesia y reza todas las noches un Ave María a la Virgen para que cuide a su madre, fallecida hace 20 años.

No es bueno que Dios esté solo es, en fin, un libro recomendable y necesario en estos tiempos de laicismo mal entendido, o de catolicismo mal vendido. Ameno, sorprendente, entretenido, fácil de leer... Y, sobre todo, muy interesante: por lo que nos cuenta, quiénes nos lo cuentan y cómo nos lo cuentan. Ya lo dijo Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros”. Gonzalo Altozano lo sabe bien y, desde luego, no podía haber elegido mejores testigos.

Ya lo saben. Esta Navidad tienen la ocasión de hacer –y hacerse- el regalo perfecto. Bueno para el espíritu, apto para todos los públicos e infinitamente más barato que un ipad.




viernes, 18 de noviembre de 2011

Zapatero, ¿el Azote de Dios o el Zote de España?

En julio de 2007 el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, alias Mister Paz, alias ZP, alias el iluminado de la Moncloa, alias muchas otras cosas, visitó el mausoleo del mahatma Gandhi en el bello barrio de Raj Ghat, en Nueva Delhi; dejó escritas en el libro de ilustres unas inspiradas palabras que quedaron para la historia:  “PAZ. Vivir en PAZ, la más grande utopía universal. Con emoción y admiración... a Ghandi. De España, un país en paz, un país para la paz”. Paz, paz, paz, paz, cuatro veces en una sola frase dejó escrita la palabra paz el presidente de la paz, siguiendo a pies juntillas aquella máxima que ya desde su discurso de investidura marcó la línea roja de lo que iba a suponer su gobernanza: un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes. Ni en esta sentencia, copyright de su señor abuelo (de uno de ellos; del otro, ginecólogo y no fusilado, sólo sabemos que ayudó a nacer a su ingrato nieto), ni en la bella dedicatoria a la memoria de Gandhi hay una sola verdad. Todo es hueco, todo es falso, todo es retórica sin sustancia, palabras vacías como un cántaro vacío, como la vacía cabeza de su autor. Como aquel gesto absurdo, tonto, infantil, inoportuno y ultrajante ante la bandera de un aliado, cuando aún estaba en la oposición; un significativo precedente.

Llegado el fin -¡al fin!- del zapaterismo, lo que ha dejado este mal aprendiz de Gandhi es todo menos un país en paz; y, desde luego, no un país donde hayan mejorado los humildes. A lo largo de dos legislaturas, que han parecido una despiadada eternidad, nos ha dejado no pocos logros: el enfrentamiento entre españoles en aras de la mentira histórica, la voladura del espíritu de la transición, la satanización antidemocrática de la derecha, el aborto como derecho inalienable, el despilfarro obsceno, la muerte (ya anunciada por Guerra) de Montesquieu, el desprestigio internacional (de liderar la Champions League a la cola de los PIGS), la falaz negociación con ETA y la vil traición a las víctimas, la chapucera y mentirosa gestión de la crisis, la institucionalización de la mediocridad al más alto nivel, la absurda e injusta paridad, el prohibicionismo, la puntilla a la educación, la costosísima y estéril alianza de civilizaciones, las guerras disfrazadas de misiones de paz, el laicismo fanático, la muerte de los valores y el advenimiento del relativismo moral, la permanente agresión a la familia, la indignación universal, el empobrecimiento general (salvo presuntas excepciones) y más de cinco millones de parados (“nuestra peor previsión de paro siempre será mejor que la mejor que tuvo el PP”, abril 2008).

No, Mister Paz no ha sido precisamente Gandhi sino más bien un Atila. Ha dejado tras de sí un país arrasado y desesperanzado. En lo económico, en lo moral, en lo social, en lo educativo, en lo judicial, en lo internacional, en lo institucional, en lo policial, en lo militar, en lo diplomático, en lo comercial… no creo que haya un solo estamento de la sociedad española que esté ahora mejor que hace siete años; ni uno. Ha pasado por la presidencia de España como Atila por Constantinopla; Atila, el Azote de Dios, que en sólo ocho años (¡qué coincidencia!) no dejó más que destrucción, desgracia y desolación. A su paso no crecía la hierba como al de Zapatero no han crecido los brotes verdes… ni de ningún otro color; salvo rojos, tal vez (por lo de números rojos, no me malinterpreten). Y, como Atila, ha dejado descompuesto su imperio, que en el caso del huno murió con él tras las luchas sucesorias de sus ambiciosos herederos, Elac, el heredero oficial, Dengizik y Ernakh (lo que vendrían a ser Rubalcaba, Chacón y Bono, un suponer, que ahora se devorarán los hunos a la huna mientras el otro anda supervisando nubes en su retiro forzoso).

Ocho años, ocho, soportando al iluminado y sufriendo sus iluminancias. Hay quien cree que le movía la maldad disfrazada de inopia; puede ser. Sin embargo uno se inclina más a pensar que lo suyo era simple y llanamente estupidez; tal como la definió el gran historiador económico Carlo María Cipolla en sus Leyes Fundamentales de la Estupidez (por cierto, unos años antes de la Era Zapatero): «El estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora (…) Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente». Y concluye: «La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad». Digamos que un presidente de Gobierno, máxima autoridad de un Estado, tiene una capacidad infinita de hacer daño; si además lo hace con una sonrisa en los labios de la magnitud de la que nos ocupa, ustedes calculen.

En fin, no quiero extenderme más en este final del fracasado Zapatero (sí, amigo: has convertido en fracaso absolutamente todo lo que has tocado, como un Midas inverso), que para eso están los archivos de este Malecón. Simplemente colgar en sus cejas y en su sonrisa el cartelito de “The End” mientras suena, en plan Apocalypse Now, la deprimente canción de los Doors al tiempo que los helicópteros arrasan la selva con napalm. La fiel imagen de lo que este Atila de iluminado intelecto nos ha dejado después de ocho años en el trono. Sólo espero que el general Aecio que le venza el domingo en los campos Cataláunicos de las urnas sepa, quiera y pueda sacarnos de este agujero negro que no parece tener fondo.

Y mientras Atila se retira a su guarida de León, de rositas tras el desastre causado, yo me seguiré preguntando si ha sido el Azote de Dios o el Zote de España (y gran parte del extranjero). En cualquier caso, ambas se escriben con Z. Como ¡ADIOZ, HAZTA NUNCA! 

lunes, 14 de noviembre de 2011

¡Ay, Pepiño!

Ay, Pepiño, Pepiño
¿qué te pasa, rapaz,
que andas tan tristiño?
¿Qué te ha hecho, dime,
el corruto Jorgiño,
ese chulo engominao
que declara en chandaliño?
¿Te ha dejado al aire
tu blanquito culiño?
¿Ha cantado el muy felón
lo de los euriños?
¿Te ha vendido a la oposición
por lo de aquel asuntiño?
¿Qué te ha hecho, campeón;
qué te ha hecho, mi Pepiño?

Ay, Pepiño, Pepiño,
que me miras con desaliño,
¿onde están esos ojos
antaño tan graciosiños?
¿Onde está tu mirada
de astuto y osado topiño?
¿Onde está tu descaro,
tu verborrea de niño?
¿Do, tu regate dialetico
al estilo Robinho?
¿Y onde están tus colegas,
onde, tus amiguiños?
Aquellos que compartían
favores y pulpiño,
los mismos que te adoraban
cuando eras poderosiño
y ahora te menosprecian
como a un vulgar leprosiño.
¿Onde está su cariño,
su estima, su confianza?
Dime, ay, mi Pepiño
¿No te habrán desterrado
de su corazonciño?
Sólo de pensarlo
¡ay, me giño!

Ay, Pepiño, Pepiño,
Ya sólo te queda el favor
de Conde Pumpiño.
Porque lo que es Alfrediño,
sólo piensa en tirarte al Miño
con una urna de piedra
bien amarrada al tobiño,
después de arrancarte los ojos
y de comerte los carballiños.
Es lo que tiene el cohecho
y el arreglar asuntiños
a espaldas de la legalidad
y a la vista de os nostros ojiños;
que la poli no es tonta, carallo,
y saben oler los euriños
que no pasan por el banco
y apestan a cheque en ´Blanco´
más que un marrón en el calzonciño.

Ay, Pepiño, Pepiño,
héroe del atril,
estratega del aliño,
¡no llores nunca mais
que se me estremece el corpiño!
¡No sufras mais, carallo,
que se me encoje el rabiño!
¡Que vuelva a ti la alegría
entre ríos de albariño!
¡Olvídate del Dorribo,
del Orozco y del tu primiño!
¡Olvídate del Supremo
del juez y del banquiño;
olvídate del gasolineiro
y de los fríos barrotiños!

Ay, Pepiño, Pepiño,
que no puedo verte así,
¡que me estriño!
¿Cómo he de consolar
esos ojiños tristiños?
¿Hundiendo otro Prestige?
¿Comprándote otro chaletiño?
¿Conxurando a trasgos y meigas
para eliminar el corpiño
del delito monetario
que agarrote de los güeviños?

Ay, Pepiño, Pepiño,
¡cómo has podido pasar
de gran superministriño
a ser un Blanco perfeto
de las huestes de Marianiño.
¡Te han metido la gaita
por el mismísimo calzonciño!
¡Te han estampado el surtidor
en tu prominente fuciño!
Mas no medres, campeón,
que "O chegar o San Martiño,
mátase o porco
e bébese o viño".
(A cada cerdo le llega su San Martín
y su San Quintín a cada choriziño).
Ya no te queda carrera
ni para alcalde de tu puebliño;
y si has de acabar en el trullo
por tus presuntos asuntiños,
aprovecha para acabar
primero de Derechiño
¡que ya te vale, zagal!

Ay, Pepiño, Pepiño,
que apestas a gasoliña
¿Qué se siente al saborear
tu propia mediciña?

Ay, Pepiño, Pepiño,
Después de las eleciones
no vuelvas nunca mais;
húndete con tu Zapatiño
-¡vaya par, vive Dios!-
en las aguas de tu atiquiño,
en la piscina de tu chalé
o en el mismísimo Miño.
¡Adeus, Campeón
adeus corrutiño!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Carta a Otegui de un exterrorista del IRA

Arnaldo (lo siento, no puedo considerarte "querido" ni "estimado"),

Tal vez yo no sea quién para decirte qué hacer o qué dejar de hacer en tu lucha armada y/o política; y probablemente no deba meterme en los asuntos de un pueblo que no es el mío (y cuyas historias nada tienen que ver entre sí; nada en absoluto); pero si de algo han de servir mi experiencia y mi lucha, primero como terrorista y luego contra el terror que yo mismo protagonicé, espero que sea para convencerte, a ti y a los tuyos, de que el único camino posible es el que yo seguí. El único, créeme.

Yo, como tú, fui un terrorista activo. A los 15 años entré en el IRA Provisional, cansado de convivir con tanquetas, barricadas y soldados británicos armados hasta los dientes (soldados, no policías; y de los más duros) en cada rincón de Free Derry; harto de sufrir el odio ancestral de los protestantes orangistas, de ver cómo agredían a nuestros niños, quemaban nuestras iglesias "papistas" o nos asesinaban en actos terroristas (sí, en el Ulster matábamos los dos bandos). Hemos sido un pueblo muy pobre, hambriento y humillado, desde siglos atrás (muy diferente al tuyo, siempre tan próspero y con un nivel de autonomía que a nosotros nos habría ahorrado muchos muertos ), y eso también marca, porque somos uno con nuestra historia. Mi vida se vio especialmente marcada el domingo 30 de enero de 1972, cuando me manifestaba por las calles de Free Derry, junto a otras 15.000 personas, a favor de los derechos civiles; vi al otro lado de las barricadas el regimiento de paracaidistas británicos que vigilaba que no traspasáramos la "frontera" de la zona protestante. Y vi también cómo empezaron a dispararnos indiscriminadamente y mataban a trece personas (seis de ellas de mi edad, 17 años) y herían de bala a otras treinta. ¿Tú has vivido una experiencia semejante, Arnaldo, con muertos a tiros; o en tu "guerra" el enemigo sólo lanza pelotas de goma?

Después de aquel Domingo Sangriento pensé "si me tienen que matar, que sea por algo importante, no por una protesta civil", así que me apunté voluntario a un sinfín de operaciones con explosivos y cartas bomba. No sé a cuántos ingleses maté; si es que maté alguno. Pero eso no importa, si el IRA mata y tú eres parte del IRA, cada muerte es tu responsabilidad. A los 18 años era el terrorista más buscado, y a los 20 fui detenido y condenado a 30 cadenas perpetuas. Mi primer día en prisión los guardias me sacaron de la celda a medianoche y me dieron una paliza: el IRA acababa de asesinar al padre de uno de los oficiales; fue la primera de muchas palizas; luego me negué a vestir el uniforme de una prisión inglesa, y estuve 14 meses en la celda de castigo (sí, allí los presos irlandeses no tienen privilegios, al contrario; muchos incluso han muerto en huelgas de hambre). Yo me creía fuerte, invencible, un auténtico guerrero de la libertad. Pero comencé a darle vueltas a todo: "Estamos destruyendo nuestro país, a familias enteras, provocando terror y dolor. ¿Qué sentido tiene?" Estaba orgulloso de haber atentado contra políticos y generales pero tenía dudas sobre el resto de mis víctimas. ¿Tú has llegado a sentir lo mismo alguna vez, Arnaldo?

Pedí consejo al sacerdote de la prisión (¡sí, somos católicos!) y me regaló una Biblia. Leí los Cuatro Evangelios de una sentada y empecé a pensar que todo era un error: la guerra, la violencia, las muertes. Comencé a escribir cartas a mis víctimas, multitud de cartas, y fui el primer terrorista del IRA que abogó por el cese de la violencia y la rendición. Los demás -mis compañeros y mis enemigos- pensaron que me había vuelto loco: ¿un terrorista irlandés pidiendo perdón? ¡Increíble! Tuve que luchar todo un año con el Gobierno británico y las autoridades de la prisión para que me permitieran enviar mis cartas y publicar mis llamamientos en la prensa. Empecé a buscar la verdad y a tomar conciencia de los derechos humanos (¿te suenan, Arnaldo?). Mi propia conciencia me condenaba por mis actos, después de una vida de violencia y terror. Llegué a la conclusión de que el terrorismo está en el interior de las personas, de cada uno de nosotros; y cada uno tenemos que reconocer nuestra culpa y pedir perdón desde dentro, desde nuestra conciencia, desde nuestro corazón.

Cumplí una dura condena de 14 años. Cuando salí, el 4 de septiembre de 1989, empecé a estudiar y escribí un libro, The Volunteer, sobre mis años en el IRA y pidiendo el fin de la lucha armada ("detén la guerra, la violencia es un error, pide perdón y entrégate"). No creo que lo hayas leído, Arnaldo, pero te lo recomiendo. Mis compañeros lo hicieron y poco a poco fueron tomando conciencia de que no hay libertad con violencia (¡libertad, qué bonita palabra!), hasta que finalmente dejamos la lucha armada y entregamos las armas, hace unos años. Hoy vivo en Dublín y trabajo ayudando a indigentes (te lo recomiendo también; es una gran lección) además de dar conferencias por todo el mundo contando mi historia.

Después de cinco años en el IRA y treinta pidiendo perdón, a mis víctimas y a mi país, aún no me he perdonado del todo; cada día siento la responsabilidad, la conciencia culpable de mi pasado. Pero mi experiencia puede hacer bien; por eso te escribo esta carta, a ti, a tu pueblo vasco y a todos los españoles. No te engañes, Arnaldo, tu victoria política hoy, si ETA no se disuelve definitivamente y deja las armas, sólo va a traer más amargura y dolor.

Sinceramente, yo creo que ningún gobierno debe negociar con terroristas, ni con el IRA ni con ETA. Cuando hayáis cambiado vuestra conciencia, vuestro corazón; cuando hayáis pedido perdón por la violencia y por las víctimas y destruyáis vuestras armas con testigos internacionales, entonces se podrá hablar del fin de ETA. No hay más terrorismo en España que el que hay en los corazones de los terroristas; las falsas ideologías (¡pero si habéis sido España desde hace siglos!) hacen que los jóvenes se conviertan en asesinos profesionales bajo el propósito de hacer un mundo mejor, pero la violencia siempre crea más injusticias que las que pretende curar. Los asesinos no son una parte de los políticos; sólo los que se arrepienten en conciencia y se dedican al servicio público, tal vez puedan llegar a serlo.

No sé qué intenciones te mueven a ti, Arnaldo. Si realmente promueves el fin del terrorismo o estás buscando poder para perpetuarlo. Yo sólo puedo decirte: escucha a tus víctimas, escucha su dolor, el daño irreparable que has ocasionado. Y, si aún te queda conciencia, pídeles perdón; entregad las armas y entregaos a la justicia. Éste es el único camino. Te lo dice alguien que encontró la salida.


Shane O´Doherty.






Nota: este artículo ha sido escrito a partir de una conferencia de Shane O´Doherty, a la que asistí hace unos meses, tomando sus palabras literalmente (salvo, obviamente, las que se refieren explícitamente a Arnaldo Otegui).



miércoles, 26 de octubre de 2011

El Cohen Poeta toma Oviedo después de tomar Berlín y Manhattan




“Si no fuera Bob Dylan me gustaría ser Leonard Cohen”, confesó el mismísimo maestro en cierta ocasión. No era, claro, una de esas frases que sueltas en un momento inspirado para quedar bien con un colega, esperando tal vez que, al cabo, las palabras se las lleve el viento; no, fue un reconocimiento sincero, de profunda admiración de un poeta a otro poeta, de un músico a otro músico, de un genio a otro genio. Porque Dylan sabe, como sabemos todos, que la poesía ya nunca fue lo mismo después de pasar por el tamiz ronco, cínico y lúcido del alma (y la voz) de Leonard Cohen.
Cohen, el trovador mujeriego, el solitario que nunca durmió solo, el judío impiadoso, el místico terrenal, el canadiense templado, sin gesto ni grito; Cohen el músico de voz cavernosa y alma nítida, el poeta que compaginaba la jornada de siete y media a cinco y media en una fundición de cobre con la lectura de Yeats, Irving Layton, Whitman, Henry Miller; el adolescente que un día descubrió a Lorca y se enamoró de la poesía para siempre, en la riqueza y en la pobreza, en la inspiración y en la desesperación hasta que la muerte los separe, amén.

Sí, Leonard Cohen llegó al mundo en 1934, pero en realidad nació una tarde de otoño de 1949, deambulando por las callejuelas de Montreal, cuando entró distraídamente en una pequeña tienda de libros de segunda mano; la casualidad le fue guiando por los estantes hasta que le detuvo frente a un gastado volumen de poesías; lo abrió al azar y sus ojos se posaron en unos versos: “Por el arco de Elvira / voy a verte pasar, / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar”. Abrió otra página y leyó: “Verde / que te quiero verde”. Y aún otra más: “Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos...”, y algo de la mañana y puñados de hormigas y cristales y más muslos; y cerró la solapa y leyó el título del libro, “Poemas de Federico García Lorca”, y al instante aceptó la invitación de adentrarse en ese mundo de fantasía, de mágica irrealidad, de sensible y poética musicalidad. Ese día de otoño, de la mismísima alma de Federico García Lorca, nació el Cohen poeta. Tenía 15 años. “Lorca cambió mi manera de ser y de pensar en una forma radical” (y hasta puso nombre a su hija, Lorca).

Años después, en 1988, “cuando alcancé la suficiente madurez como para pagar mi deuda de gratitud con Lorca”, escribió para él una de sus canciones inmortales, Take This Waltz, adaptación del Pequeño Vals Vienés del granadino universal (y “en Viena hay diez muchachas, / un hombro donde solloza la muerte” se transformó, a suave ritmo de vals, en “now in Vienna there's ten pretty women / There's a shoulder where Death comes to cry”).

Pero mucho antes de este vals eterno, antes de las melodías suaves y la voz serena y desgarrada, antes del Cohen músico, existió el Cohen literato. En 1951 se matriculó en Literatura Inglesa en McGill University, y no tardó en publicar su primer volumen de poesía, Comparemos mitologías (1956), dedicado a la memoria de su padre. Ya licenciado, huye de la asfixiante rutina de Montreal y se instala en Nueva York, en busca de nuevas inspiraciones (que encuentra a menudo, generalmente con nombre de mujer). En 1961 publica el segundo libro de poemas La Caja de Especias de la Tierra, que profundiza en el espíritu de la religión judeo-cristiana (“Oh, envía al cuervo por delante de la paloma (...) sus ojos a través de mis ojos brillan más que el amor / tu sangre en mi balada / derrumba el sepulcro.” Oración por el Mesías). En los años siguientes la inspiración no le abandona en ningún momento (¡Poemas! ¡Surgid! ¡romped mi cabeza!) y los libros de poemas siguen surgiendo (en Nueva York, en Hydra o en París, al ritmo de sus amoríos), y otorgándole galardones literarios y hasta títulos Honoris Causa: Parásitos del paraíso (1962), Flores para Hitler (1964), La energía de los esclavos (1972)..., inspiración, por cierto, que comparte exitosamente con la novela: El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966), de las que llegaron a venderse cientos de miles de ejemplares en Canadá y Estados Unidos.

En esos años, la vida no le iba mal al poeta Cohen (“Yo camino bajo / la rubia lluvia de noviembre / castigándola con mi felicidad”); y entonces se cruzaron en su camino dos nombres de mujer, y el poeta Cohen se encontró con el Cohen músico. Los nombres de mujer eran Suzanne y Judy Collins. La primera, un poema de Cohen que la segunda convirtió en canción de éxito y, de paso, despertó el interés por el compositor de los cazatalentos musicales del Greenwich Village. Era 1966. Sólo dos años después, publicó su primer disco, “Canciones de Leonard Cohen”, que cautivó con sus letras intimistas, sus melodías suaves y su voz profunda y desnuda, sin artificios. Joyas que resultaron ser imperecederas como la propia Suzanne, Sisters Of Mercy,The Stranger Song o So Long, Marianne. Historias de amores que vienen y se van, de heterodoxas meditaciones religiosas, de soledades compartidas, de extraños en busca de refugio como un San José en busca del pesebre.

Luego llegaron más poemas, y más intimidades autobiográficas y más contradicciones y más depresiones y más guerras interiores y exteriores, y más amores y odios... y más canciones míticas, eternas, que han traspasado sin apenas rasguños la siempre espinosa frontera de las generaciones. Famous Blue Raincoat, Chelsea Hotel, The Partisan (“una anciana nos dio refugio / nos ocultó en la buhardilla / los soldados llegaron / ella murió sin un suspiro”), I’m Your Man, Hallelujah, Bird On The Wire (“como un pájaro en el alambre, como un borracho en un coro de medianoche, he intentado ser libre a mi manera”), The Future (“he visto el futuro, hermano; es asesinato”) o First We Take Manhattan. Cohen, el poeta músico, sacó los versos de su jaula de papel y los lanzó al cielo universal, para ser escuchados por millones de almas en lugar de leídos por unas miles. Habrá quien lo llame canción popular; otros lo seguimos llamando poesía. Y además, buena. Pues eso, first we take Manhattan, then we take Berlin… now we take Oviedo.


viernes, 21 de octubre de 2011

Vencedores y vencidos


Justo ahora que se cumple el 50 aniversario de esa obra maestra de Stanley Kramer que es ¿Vencedores o vencidos? (Judgements at Nuremberg, 1961), no es mal momento para repasar la lección que nos muestra. La película describe con precisión y perspectiva el proceso en 1948 a cuatro dirigentes nazis acusados de apoyar, amparar y servir al Tercer Reich y sus políticas de esterilización y eugenesia desde su posición de jueces. La defensa que argumenta su abogado (Maximillian Schell) es en primera instancia que sus defendidos cumplieron la ley, mala o buena, pero la ley; luego intenta darle la vuelta a la causa colocando a los verdugos como víctimas de ese régimen que ellos no eligieron; y finalmente trata de compartir la culpa con todo el pueblo alemán, corresponsable del omnipotente poder de Hitler por acción, omisión o silencio. Trata, en fin, de que no haya vencedores ni vencidos, víctimas ni verdugos.
     Tres de los cuatro acusados se defienden con cobardía: «No somos verdugos, somos jueces», «Los demás lo sabían, nosotros no», y se justifican alegando la defensa de la Patria frente a sus enemigos (gitanos, judíos, inmigrantes…). El cuarto, el más respetado, el más temido, Ernst Janning (Burt Lancaster), reconoce su culpa como juez y parte de la barbarie y, por extensión, la de todos los alemanes. Reclama la verdad, aunque duela. «Si tiene que haber alguna salvación para Alemania, los que sabemos que somos culpables debemos admitirlo, sea cual fuere la pena y la humillación que nos cause».
     El fiscal militar norteamericano (Richard Widmark) acusa a los jueces de connivencia con el holocausto; ellos no dirigían personalmente los campos de concentración, ni tuvieron que azotar a sus víctimas o accionar el mecanismo que llevaba el gas a las cámaras, pero impusieron y ejecutaron leyes que enviaron a millones de víctimas a su destino; aplicaron leyes que sabían injustas y condenaron a miles de personas que sabían inocentes. Cuando el fiscal proyecta las atroces imágenes del campo de Busenbaum, el abogado defensor lo acusa de inmoral por presentar esas películas; lo grave, lo cruel, no es el hecho de la tortura y la muerte, sino su desagradable visión.
     Por su parte, el juez americano (Spencer Tracy), sereno, modesto y gran conocedor de la ley, trata de juzgar con objetividad. Tiene el papel más difícil, pues se ve sometido a todo tipo de presiones: los otros magistrados, que no comparten del todo su interpretación de la ley; la viuda de un alto mando nazi condenado a la horca (Marlene Dietrich), que antepone el honor militar de su marido a sus criminales actos; el senador que le insinúa la conveniencia de un juicio laxo, porque «nos hará falta el apoyo del pueblo alemán» frente a los comunistas; el propio general al mando, que se lo deja más claro aún: «no esperes conseguir la ayuda de los alemanes aplicando rigurosas condenas»; y el propio pueblo alemán, que trata desesperadamente de olvidar que hace sólo tres años era cómplice de aquellos crímenes y ahora necesita mirar «hacia adelante».

Finalmente, el viejo juez Haywood antepone el pleno sentido de la Justicia y de la Ley, con mayúsculas, a cualquier conveniencia política o relativismo moral. Lo que se juzga va mucho más allá de la actuación de esos cuatro criminales nazis, pues «quien realmente pide justicia es la Civilización», y la justicia dice que «cualquier persona que ayuda a otra a cometer un crimen, cualquier persona que provee a otro de los medios para cometer un crimen, cualquier persona que actúa de cómplice en un crimen es culpable». Lo que defendemos, pues, es «la justicia, la verdad y el respeto que merece el ser humano».
     Los cuatro acusados son declarados culpables y condenados a reclusión perpetua. Pero el juicio aún no ha terminado, queda la conclusión final. La película acaba con un demoledor mensaje: «Los juicios de Nuremberg finalizaron el 14 de julio de 1949. Noventa y nueve acusados fueron condenados a penas de prisión. Ninguno de ellos cumple condena en la actualidad». Al final, los vencidos se convierten en vencedores y los vencedores en vencidos. Y los millones de víctimas que reclamaban –y merecían- justicia, sólo obtuvieron “conveniencia política” a cambio de su sacrificio.

Lo que está sucediendo estas últimas semanas (aunque viene de largo) en España es algo similar a lo que narra la película, salvando distancias y cifras. Estamos tratando de olvidar un pasado repleto de víctimas (asesinados, mutilados, secuestrados, amenazados, extorsionados, huérfanos, viudas…) en aras de una presunta paz, que no es sino una conveniencia política. Estamos mirando hacia otro lado para no ver sus capuchas y su hacha ensangrentada. Estamos justificando la defensa de una “patria” inexistente por la que se han perdido muchas vidas inocentes. Estamos exculpando a criminales y cómplices al tiempo que condenamos al silencio a las víctimas. Estamos perdonando crímenes contra la civilización, contra la verdad, contra los derechos humanos. Estamos convirtiendo a los verdugos en víctimas y a las víctimas en escoria. Estamos diciendo a Miguel Ángel Blanco, a Joseba Pagaza, a Gregorio Ordóñez, a Ortega Lara, a Irene Villa y a miles de seres humanos más que su sacrificio fue en vano; que se lo podían haber ahorrado, porque ahora somos colegas de sus asesinos y que aplicándoles rigurosas condenas, aunque sea al amparo de la ley, nunca conseguiremos la paz. Estamos amparando una “resolución del conflicto sin vencedores ni vencidos”, en la que los asesinos vencen otra vez y vuelven a perder la justicia, la ley y la dignidad. Un precio demasiado alto para una sociedad cansada de pagar.

Y señores observadores internacionales de esta “conferencia de paz”: lo nuestro no tiene nada, pero nada que ver con Irlanda del Norte, y mucho menos con Sudáfrica; y tampoco es un “conflicto armado”. Se llama TERRORISMO. Puro y duro.

viernes, 14 de octubre de 2011

Confucio en León


Al ya casi expresidente del gobierno (¡aleluya!) José Luis Rodríguez Zapatero, alias Mister Paz, le quedan pocas semanas para prejubilarse a sus 50 primaveras y retirarse a su chocita (700.000 euracos de chalete en una parcela que le costó otros 300.000) en ese bello paraje leonés de evocador nombre, Eras de Renueva, en el que dedicará su precioso tiempo a supervisar las nubes acostado en una hamaca mirando al cielo y, suponemos, también a Sonsoles. Allí, en su retiro dorado (y forrado: unos 220.000 euracos al año más chófer, más viajes de gorra, más folios y bolis gratis, más 35 escoltas de a millón al año) echará de menos sus siestas en las reuniones de la OTAN, sus risas (provocadas) en los foros internacionales, sus incomprendidas (incomprensibles) alianzas de civilizaciones, sus sonrientes fotos con los líderes del mundo libre (Chávez, Mohamed, Fidel y cía.), sus brevísimos pero intensos encuentros góticos con Ohbama!, sus viajes por aquí y por Alá, sus goles de cabeza en la champion league europea, sus duelos dialécticos en el debate del Estado Lamentable de la Nación, sus negociaciones con los hombres de paz, sus entrevistas-masaje-tantra en RTVE, sus veranitos en La Mareta, sus paseítos por los jardines de la Moncloa y del Pardo… todo eso y más echará de menos el expresi en el León de sus amores crepusculares.

O sea, que se va a aburrir como un muerto, suponiendo que los muertos se aburran, claro. En previsión de ese mortal aburrimiento, al expresi se le ha ocurrido una idea genial: llenar León de chinos, que deben ser la mar de entretenidos. No sabemos si retomará sus clases de artes marciales de su juventud o aprenderá a cocinar rollitos de primavera para sorprender a Sonsoles o empezará a estudiar el idioma chino ahora que ya domina el inglés, el francés y el alemán; o si quedó tan impresionado viendo la reciente peli sobre Confucio (Hu Mei, 2010) en el cine que ha decidido hacerse sabio en dos tardes. El caso es que este lunes inauguró el Instituto Confucio de León y habló de la magnífica riqueza de la China de hoy y de ayer a través de su lengua, de su tradición milenaria, de su visión del mundo, de su dinamismo económico, de su potencia investigadora y de la profundidad de sus filósofos (paradójico que el sabio de La Moncloa admire de China justo lo que ha dinamitado en España). Como no podía ser de otra manera, el gabinete del expresi rebuscó en google al acecho de alguna cita del sabio filósofo chino que da nombre a la cosa y el expresi quedó como un verdadero Confucio cuando soltó eso de “donde quiera que vayas, ve con todo, y lleva a tu lado tu corazón” (aunque probablemente pensando más en su retiro leonés y en su Sonsoles que en los ministros chinos que sonreían a su vera).

Y claro, me lo ha puesto a huevo. Porque uno, que también sabe rebuscar en google como el que más, se ha tomado la molestia de recopilar una serie de citas del sapientísimo Confucio, que hace ya 2500 años pensaba en Zapatero. ¿No me creen? Lean, lean atentamente estas premonitorias sentencias y convénzanse:

“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes” (mucho, mucho peor)

“Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro” (estudiar, no destruir)

“Sólo los sabios más excelentes, y los necios más acabados, son incomprensibles” (sin comentarios)

“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor” (y si lo corrige mal, peor todavía).

“Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz” (eso va por lo del abuelo Lozano)

“El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar, y practica lo que profesa” (y el que habla sin obrar y practica lo contrario de lo que profesa, ¿qué tipo de hombre es?)

“No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación” (perfecta descripción de dos legislaturas)

“¿Uno que no sepa gobernarse a sí mismo, cómo sabrá gobernar a los demás? (pues eso)

“Gobernar es rectificar” (y rectificar y rectificar y rectificar y rectificar ¿qué es?)

“Antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas” (o cuarenta millones)

“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida” (como si lo viera: supervisor de nubes tumbado en una hamaca mirando al cielo… y a Sonsoles).

No me digan que el filósofo de Qufu no lo clavó. Si es que no hay nada como la sabiduría. Esa extraña cualidad que, a partir de noviembre, vamos a tener en León a espuertas. Y en Eras de Renueva más.

martes, 4 de octubre de 2011

Harás cosas que me helarán la sangre

El 6 de julio de 2006 los dirigentes socialistas Patxi López y Rodolfo Ares se reunieron en el hotel Amara Plaza de San Sebastián con los dirigentes batasunos Arnaldo Otegui, Rufi Etxeberria y Olatz Dañobeitia (significativo apellido) en un encuentro de amiguetes que no presagiaba nada bueno. Durante hora y media, los colegas intercambiaron impresiones y cromos (pistolas por presos, impuesto por faisán, Navarra por tregua trampa, que la tengo repe) en un ambiente relajado, distendido y “sincero”, no sabemos si acompañados de patxarana o txacoli, por aquello de la hora (diez de la mañana o así). Las declaraciones posteriores de Otegui “el gordo” no dejaron lugar a dudas del colegueo imperante: “lo importante es que esta foto apunte a cómo se debe construir el futuro de este país; y el futuro debe construirse entre todos para que haya un acuerdo para todos y en el que el protagonismo sea de todos y en el que en definitiva al final todos y todas en este país seamos capaces de entender que las aritméticas democráticas no son las victorias ni las derrotas de nadie”. Dejando aparte que no dice lo de todos y todas hasta la cuarta vez, aquí lo importante es eso de la aritmética democrática, o sea, que los muertos son números, muescas en la pistola, puntitos en el tiempo, accidentes del pasado, y que hoy lo que importa es el futuro y la aritmética de los votos, los escaños y los euros. Y que sin vencedores y vencidos, los derrotados somos todos.

Por su parte, Patxi respondió a su visionario cómplice con idéntica aritmética: “la de hoy ha sido una foto inédita que ojalá sea el anuncio de un nuevo tiempo en el que la política destierre definitivamente a la violencia en este país, pero también en una reunión extraordinaria que necesita para repetirse que la izquierda abertzale cuente con una formación legal que la represente”. Otro visionario, este Patxi. Profeta en su tierra, oiga. Como quien no quiere la cosa, ahí tenemos a Bildu partiéndose la caja con sus bravuconadas y nuestra impotencia, y repartiéndose la caja de nuestros sudores y lágrimas. Y aún los veremos en el Congreso de los Diputados del “Estado”, sacando pancartas y gritando consignas desde sus aritméticamente democráticos escaños y descojonándose desde el estrado, con el micrófono cargado.

Ese día de julio de 2006 hubo otra visionaria en la escena. No dentro del hotel Amara, sino en la calle. Pilar Ruiz Albisu, madre socialista del policía socialista Joseba Pagazaurtundua, asesinado por ETA en 2003, desde la tristeza, el dolor y la rabia de quien se ve traicionada por los suyos, se lo escupió a la cara a Patxi López, con la voz entrecortada por los sollozos pero con la convicción intacta: “A mí no se me dice que no hay negociaciones. ¿Qué están haciendo?...negociando, ¡traidores! ¿Y dónde estaban cuando mataron a mi hijo? ¡Reuniéndose con Batasuna! ¡¡Traidores… Sinvergüenzas!!” Y recordó aquellas palabras que escribió en una carta dirigida a Patxi López un año antes: "Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son". Se refería a la aritmética democrática.

Hoy, en 2011, las palabras de Pilar Ruiz, como las de Patxi López y Otegui, han cobrado nuevamente sentido. La maquinaria está a toda marcha; las negociaciones que comenzaron a germinar allá por 2003, antes incluso de que el PSOE estuviera en el poder (antes de que ETA asesinara a Pagaza), están recogiendo sus frutos; “tú me acercas los presos (¡muy bueno lo de los ‘penados’, colega!), me legitimas políticamente, me financias, me anulas algunas sentencias y me sueltas al ‘gordo’ Otegui y yo te suelto un par de comunicados diciendo que blablablá y el conflicto y tal y te hago la campaña electoral. ¡Y coño, finánciame también a los cocinillas vascos!, que eso nos viene muy bien para exportar Euskal Herria; que con lo de Donosti ciudad universal del mundo mundial no nos llega. Y luego ya seguimos hablando de Navarra y la autodeterminación y demás aritméticas democráticas. ¿Te vale pues, o te saco la pipa? ¡Que es broma, joder!”

Y Patxi, como predijo Pilar Ruiz, ha cerrado los ojos y ha puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido; y ha dicho y hecho cosas que nos han helado la sangre. Todo por “la superación del ciclo terrorista” (antes llamada “derrota de ETA”). Y lo más triste de todo es que la campaña no ha hecho más que empezar. Al final, ya lo sabemos, decidirá la aritmética democrática.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Las ratas en campaña


Y empezó la campaña electoral. Al más puro estilo socialismo de la vieja escuela, o sea: “Combatiremos sus ideas dentro y fuera de la legalidad, e incluso justificaremos el atentado personal” (Pablo Iglesias, fundador del PSOE y la UGT, a Antonio Maura, presidente del gobierno legalmente constituido) o "Quiero decirles a las derechas, que si triunfan, tendremos que ir a la guerra civil declarada (…) La democracia es incompatible con el socialismo.” (Largo Caballero, enero de 1936). La cosa no es que haya empezado ahora, pues, sino que ha estado siempre con un paréntesis forzado de 40 años. Sucedió también con Suárez y, especialmente, con Aznar. Lo del doberman y todo eso, el “¡que viene la derecha!” de Alfonso Guerra, el pacto del Tinell y el cinturón sanitario, el Prestige, la guerra de Irak, la ultraderecha, la caverna mediática, el ataque a las sedes del PP, los ataques a los católicos, la profanación de iglesias, los insultos desde la calle y los púlpitos progres, el 11M, las manifestaciones contra el gobierno de la Comunidad de Madrid, las huelgas contra el gobierno de la Comunidad de Madrid, los acosos sindicales contra el gobierno de la Comunidad de Madrid…

Siempre es lo mismo. Están en permanente campaña de acoso y derribo contra todo aquel que se mueva un milímetro de la delgada línea roja. Dispara al facha se llama, el juego. Lo bueno que tiene la izquierda en España es que es muy izquierda, por un lado; no se cortan en presumir de las consignas totalitarias que aniquilaron la libertad y a millones de personas en medio mundo; lo hacen sin complejos, con el puño amenazante bien apretado y bien alto, como Marx manda. Y por el otro lado, es envidiable que andan todos como una piña, todos a una Fuenteovejuna, como una masa única y aterradora (la bestialis turba) que se mueve con espectacular eficacia multipropagandística. Ya se han puesto todos a ello: empezando por los de la zeja, que nunca defraudan (con los tolerantes Sabina, Almodóvar, Aranda y Grandes a la cabeza), siguiendo por los indignados y su nonagenario farsante, continuando por los sindicatos –of course-, los liberados, los profesores, las series de TV y los programas de ‘entretenimiento’, Bildu-ETA, RTVE y otros medios afines, las universidades (muy fuerte lo de la Universidad de Castilla-La Mancha, que incluyó un texto vejatorio contra Esperanza Aguirre en una prueba de selectividad), la fiscalía, los jueces (¡menuda entrada en campaña la de Gómez Bermúdez!)… todos contra el PP, como hace unos años era todos contra el fuego (y hace unos años más, todos contra la derecha con fuego).

No importan las razones, ni los métodos. Todos contra el PP porque es el PP. No importa el estado agónico en que nos ha dejado el indigente intelectual de la sonrisa perenne. Todos contra el PP y punto. No importa que el juego democrático se base en la alternancia. La derecha no tiene derecho a gobernar, como defendían los insignes socialistas Iglesias y Caballero (¡paradójicos apellidos donde los haya!). En realidad, no tiene derecho ni a ser. Y los progres de pro harán todo lo posible “dentro y fuera de la legalidad” para echarlos a las fieras. Ya Ortega y Gasset, que no era precisamente facha, los identificaba con “la violencia, la arbitrariedad partidista y el radicalismo”. Y hasta hoy.

Lo que pasa, en el fondo, es que rabian cuando pierden. Porque no sólo pierden el poder, pierden la pasta, el estatus capitalista que tanto denigran y que tan bien ejercen. Los políticos, los ‘artistas’, los sindicalistas, las feministas… todos (y todas) se quedan sin manduquen subvencionado, sin prebendas millonarias, sin áticos y cruceros, sin coches oficiales, sin viajes, sin visa oro, sin sueldazos a cuenta de los empobrecidos contribuyentes. No saben vivir sin la pasta del estado, por eso se agarran al puesto con uñas y colmillos, lanzando dentelladas como ratas asustadas y rabiosas. No saben retirarse con dignidad, porque no han sabido estar con dignidad. En realidad, no saben ser con dignidad.

En estos momentos, la izquierda radical (y no tanto) se está revolviendo como ratas atrapadas contra la pared. Prestas a saltar sobre los ojos de quienes, simplemente, pretenden limpiar de mugre un país en ruinas, sin paredes ya que lo sostengan. Otras, en desbandada, huyen del barco que ellas mismas han contribuido a hundir. Todo esto me recuerda al pasaje final de aquel oscuro relato de H. P. Lovecraft, Las ratas de las paredes: «era la eterna desbandada de millares de ratas infernales, en busca de nuevos horrores y decididas a que las siguiera hasta aquellas intrincadas cavernas del centro de la tierra, donde el enloquecido dios sin rostro aúlla a ciegas en la más tenebrosa oscuridad, a los acordes de dos necios y amorfos flautistas (…). El viscoso, gelatinoso y voraz ejército que se cebaba en los vivos y en los muertos (…) cuyo constante arañar nunca me dejaría ya conciliar el sueño; las ratas demoníacas que ellos nunca podrían oír; las ratas, las ratas de las paredes».

Ha empezado la campaña electoral. Habrá que vacunarse contra la rabia.

martes, 20 de septiembre de 2011

El cachondeo de Bildu y la triste impunidad

Mientras el presidente zombi espera anhelante el momento de dedicar lo que le queda de vida a supervisar las blancas nubes (en su mundo de fantasía no existen nubes grises) recostado en una hamaca en su flamante chaletito leonés, junto a su señora y sus góticas niñas; mientras el candidato Pérez continúa su particular tour “porque soy listo” por todos los rincones del país y de El País (y de RTVE, y de EFE y de etc.), repartiendo demagogias económico-justicieras a diestra y (sobre todo) siniestra; mientras la ministra Salgado va pidiendo limosna por las esquinas de Europa y el ministro Pepiño se va durmiendo por las esquinas patrias y al resto de ministras y ministras ni están ni se les espera; mientras la justicia, la fiscalía y la abogacía del Estado han cogido ya definitivamente el sueño de los justos y han entrado en la fase REM más insondable, en la inconsciencia más inconsciente… hay unos que no se dedican a supervisar nubes en su caserío, ni a parodiar a Robin Hood, ni a pedir limosnas por Europa, ni a dormirse siquiera un minuto, ni mucho menos a entrar en fase REM salvo, quizá, en lo que respecta a su conciencia. Ellos (y ellas) sí están, siempre están; y nunca se les deja de esperar. Y no defraudan, la verdad. Siempre cumplen las peores expectativas.

Ahora, además, lo hacen con descaro, recochineo, rechifla y reguasa. O sea, que se descojonan de nosotros en nuestra cara con total y absoluta impunidad. Y ése es precisamente el quid de la cuestión. La impunidad. Antes lo hacían con rabia, con odio, con miedo (más de uno se hizo caquita en los pantalones), incluso cubiertos con capucha. Pero es que ahora lo hacen de chirigota, disfrazados de guardia civil, policía nacional, falangistas, legionarios y Rey de España. Así fue la jocosa bufonada que organizaron las cuadrillas de la villa navarra de Alsasua, con la bendición de la simpática alcaldesa bilduetarra, Garazi Urrestarazu Zubizarr-eta, y la complicidad del pueblo en pleno. Una risa, oiga.

Al más puro estilo NO-DO, los katxondos katxorros de Alsasua se chotearon de las fuerzas de seguridad, del ejército, de la Iglesia (el paso era una muñeca hinchable sobre una cruz) y del Jefe del Estado, ambientados con esvásticas, banderas nazis, brazos alzados, discursos fascistas y vivas a España con el consiguiente “¡una, grande, libre!”, desde la balconada del ‘Gure Etxea’ (de propiedad municipal) comparando el evento con la situación actual de los oprimidos vascos y las oprimidas vascas; y para rematar el cachondeo, dos encapuchados –estos sí- denunciando la “asfixiante presencia de los cuerpos policiales”, a los que que ni se les quiere ni se les necesita y, por si las dudas, desplegando una inmensa pancarta con un contundente "¡Que se vayan a hacer ostias!” (con perdón).

Esto sucedió el 3 de septiembre y, que se sepa, ni el fiscal general, ni la justicia, ni el gobierno foral, ni la Guardia Civil, ni la Policía Nacional, ni el ministerio de justicia, ni el de interior (¡ja!), ni la delegada del Gobierno, ni el TS, ni la AN ni el ejército ni yo qué sé quién más ha movido un dedo ni siquiera para señalar a los katxondos katxorros de Alsasua y decirles “¡chicos malos!” Ná de ná. Impunidad total, oiga. Aquí lo de nemo me impune lacessit (“nadie me ofende impunemente") que reza el escudo escocés, como que no. Normal, teniendo en cuenta que el propio TS ha legalizado al brazo político de ETA y les ha llenado los bolsillos de pasta gansa, pagada por usted y por mí. Y claro, esto es lo que pasa cuando el niño te pide una chuche y tú le das una bolsa de chuches de 7 kilos, le llevas a Disneylandia, le abres una cuenta ahorro y le compras un descapotable para cuando sea mayor. Y cuanto peor se porta, más le das. Para que no se enfade, la criatura. Y es que la impunidad es la mejor invitación al delito.

Y así llevamos desde el 22M. Con Bildu choteándose en nuestros morros con todo tipo de provocaciones, declaraciones, festejos, homenajes, reivindicaciones, comilonas, recepciones y farras varias, dejando nítida y cristalina su relación con la serpiente (como si no lo supiéramos de antes), que por cierto acaba de corroborar la AN condenando a Otegui y Usabiaga por pertenencia a banda armada. Y aquí no pasa nada. Pero nada de nada. Y Bildu en la impunidad y el choteo. Y la Guardia Civil en la calle, manifestándose contra el acoso. Y aún nos queda Sortu.

"Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo." Ahí estamos, amigo Sófocles, ahí estamos.