Nadie sabe muy bien dónde ha comenzado la pertinaz crisis financiera mundial que nos asola y nos desola; unos dicen que en Estados Unidos, otros que no necesariamente, los hay que afirman que ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario… el caso es que nadie tiene ni idea. Tampoco sabe nadie a ciencia cierta la causa o causas que la han producido, si las famosas subprimes, los activos tóxicos, los bonus multimillonarios, los colmillos vampíricos del atroz capitalismo o la fluctuación hiperbólica del mercado-badajo, por decir algo estrambótico. Hay opiniones para todo. Como las hay también para encontrar culpables con nombre y apellidos (señalados sin ambages por el dedo acusador de expertos analistas financieros tales como Pepiño): que si Greenspan, que si los neocón, que si Reagan, que si Bush, que si las Azores, que si el primo de Rajoy, que si… pues eso, quien se les ocurra en cada momento.
Pero entre tanta incertidumbre económico financiera, entre tanta oscuridad densa, compleja y global, sí existe una certeza absolutamente incuestionable, cristalina y luminosa, sin el más mínimo atisbo de duda, y es QUÉ la ha provocado. La respuesta es tan simple e irrefutable que asusta: LA CODICIA. Sí, sí, como suena, la codicia. Incluso con mayúsculas, negrita y entre exclamaciones:
¡LA CODICIA! No nos engañemos, el culpable ha sido, como tantas veces y de tantas barbaridades a lo largo de la historia, la esencia más primaria del ser humano: la ambición, el ansia de poseer a cualquier precio moral, el afán por tener más que el vecino, la avidez imparable, el deseo permanentemente insatisfecho, las altísimas pretensiones y las aspiraciones inalcanzables, el vivir por encima de nosotros mismos aunque sea pasando por encima de los demás. Esos altos ejecutivos de sueldos muchimillonarios que llevan sus empresas a la ruina, esos sabios analistas financieros que pierden el dinero de sus confiados clientes (pero el suyo no), esos especuladores sin escrúpulos, esos vendedores de humo profesionales, esos empresarios del ladrillo forrados y blindados, esos timadores de parqué y blackberry, esa patulea de gobernantes corruptos y/o paletos…
toda esa pandilla de inmorales son los culpables de encender la mecha de una bomba que ha estallado en sus narices y, de paso, ha volado nuestros sueños. Lo peor es que cuando salgan de ésta, probablemente rascando la calderilla que quede en nuestros bolsillos, no habrán aprendido la lección.
Pero en fin, la crisis está ahí, y de lo que quería hablar hoy no era de culpables ni de causas ni de consecuencias. Hoy me gustaría hablar de comportamientos. De reacciones ante la crisis. De quién se aprieta el cinturón y quién alarga los tirantes. De ejemplos reales, unos ejemplares y otros no.
Veamos:
• Medio centenar de
altos cargos del PSOE en la Diputación de Almería cobran sustanciosos sueldos a cambio de no hacer trabajo alguno para la Diputación de Almería.
• El hermano de
Carod-Rovira se embolsa 87.596,86 euros anuales como "embajador" de Cataluña en la bellísima y carísima París. Y siguen abriendo “embajadas”.
• El presidente Z aumenta su gasto de personal hasta los
28,28 millones de euros, para mantener a sus 644 asesores; destina 355.360 euros a «Gastos de Palacio»; gastará 806.000 en luz (60% más que el último año de Aznar, por ejemplo) y 552.660 euros en «Reuniones, conferencias y cursos». Y aún ignoramos cuánto en resucitar su Alianza de Civilizaciones.
• Benach, el elegant president del parlament pretendía
tunear su coche oficial de 110.000 euros por valor de 20.000 euros más, tele de plasma incluida.
• Touriño el suevo gasta
2 millones de Euros en redecorarse el despacho y sus dependencias, al que va (cuando va) en su cocheciño fantástico de 480.000 euros.
• El secretario general de UGT, Cándido Méndez, alza su voz acusatoria en la cruzada antifranquista de Garzón y
calla como un bellaco ante los 806.000 nuevos desempleados que se agolpan en la cola de la desesperación.
• EL Ayuntamiento de Madrid (el más endeudado de España)
sube el sueldo de 103 altos cargos un 11,7%; y la Comunidad de mi admirada Espe se gasta una absurda millonada en preinaugurar los faraónicos Teatros del Canal.
• El lehendakari extraterretre
paga al dios de la ecología Al Gore 200.000 euros para que cuente a 100 privilegiados que hoy hace calor y mañana no tengo ni idea, pero por si acaso tú saca el abanico que yo me enchufo el aire acondicionado.
Y podríamos alargarnos hasta el infinito y más allá con ejemplos del mal ejemplo que nos dan nuestros cargos con ínfulas de no se sabe qué. Pero prefiero contar ahora el buen ejemplo, el ejemplo ejemplar del que todos deberíamos sacar una buena lección, y aplicarla (que para eso sirven las lecciones). Se trata de
una historia real, y conmovedora en su sencillez, que relató hace unas semanas mi amigo Miguel Aranguren en la revista Telva, y que yo ahora tomo prestada con su venia: «Una señora se quedó viuda con ocho hijos antes de que naciera el noveno. Además del dolor por la pérdida de su marido, a aquella familia numerosa se le unía el temor de una economía tambaleante. Entonces sus amigos se movilizaron: unos abrieron una cuenta corriente para la viuda, otros se encargaron de las necesidades de los más pequeños y otros realizaron algunas compras. Cuando llegaban esos pedidos del supermercado como dádivas del buen Papá Noel, nuestra amiga los dividía (un tarro de mermelada aquí, otro tarro de mermelada allá) y enviaba a sus hijos con la mitad de las provisiones a la puerta de una vecina que pasaba también por dificultades». Sencillamente.
Ahora, la elección depende de cada uno de nosotros.
Podemos seguir mirándonos el ombligo de nuestra egoísta ambición o podemos pensar que siempre hay alguien que lo está pasando peor. Podemos seguir gastando lo que no tenemos en tunear nuestra sobrevalorada vida o podemos hartarnos de derrochar el único valor que nunca se gasta: la caridad. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Cáritas y a los cientos de nuevos “clientes pudientes” de sus comedores benéficos.