martes, 30 de diciembre de 2008

El sueño inocente de Mister Paz

Este pasado 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes (y de la familia y de la Plaza de Colón a rebosar y de otras cosas que no vienen al caso), nuestro presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, alias Z, alias Mister Paz decidió gastarse una inocentada a sí mismo. Y aprovechando que no podía asistir a la misa de Rouco -estaba en Doñana- y que su señora se había ido a cantar la Traviata por algún afortunado rincón del mundo, el amigo Z decidió darse un garbeo por El Corte Inglés de Jerez. Solo, a su bola, o sea, sin tener que pasar primero por la sección femenina ni por la sección musical ni por el territorio teen ni por lencería sexy ni por joyería, ni por el rincón de Lladró… ni siquiera por la mágica planta de juguetería (su favorita), pues ya tenía todos sus regalos de Reyes comprados, listos para ser entregados y recibidos con ilusión laica el próximo 6 de enero. Y una delicia, oye. Así da gusto ir de compras, debió pensar.

Llegó a las diez en punto, para que luego digan que no es madrugador, y como intelectual de pro que es (pro de progre y de profano y de prohombre y de prodigio y de proceleusmático), se fue derechito a la librería, que como todos saben es la mejor de España con diferencia, aunque no tengan ningún ejemplar de “Bienvenido, Mister Paz” (carencia que no ha impedido que esta divertida e inteligente novela sobre Z y sus camaradas haya llegado a la segunda edición… pero de eso hablaremos otro día). El caso es que nuestro erudito presidente fue a El Corte Inglés a comprar libros y nada más que libros. Según cuenta la crónica, se gastó 58 euros (ejemplar contención del gasto público) en adquirir El viaje del elefante de José Saramago, Los objetos nos llaman de Juan José Millas y Un arco iris en la noche de Dominique Lapierre (suponemos que para disimular, no vayamos a pensar que sólo lee a los colegas del clan de la ceja). Lo que no cuenta el cronista y sí ha averiguado quien les escribe es que, además, se llevó lo último de Mortadelo y Filemón, “Misión: Salvar la Tierra. La Novela”, suponemos que para retomar lo de la Alianza de las Civilizaciones en 2009, por aquello de los buenos propósitos del nuevo año.

Pero la verdadera noticia de esta anécdota no es que el presidente del Gobierno se vaya de compras a El Corte Inglés aprovechando la ausencia conyugal; ni que sólo compre libros, con la de cosas que hay en El Corte Inglés; ni que sólo compre tres, con la de libros que hay (menos “Bienvenido, Mister Paz”, curiosamente); ni siquiera que intente emular a Anthony Quinn en “Las Sandalias del Pescador” o a la deliciosa Audrey Hepburn en “Vacaciones en Roma”. No, la verdadera noticia es que todos pensaron que se trataba de una inocentada. Que el presidente Z en realidad era un doble que se iba paseando por Jerez repartiendo paz, carisma y simpatía a tutiplén emulando al verdadero presidente. Los dependientes/as, los clientes, los paseantes, los de seguridad, los del parking, el de la ONCE, el del acordeón… todos creyeron que no estaban en presencia del mesías laico descendido a la Tierra, sino ante un mero imitador, un impostor, un ladrón de personalidad. Y claro, el disgusto de Z ha sido tremendo, porque lo que él pretendía era precisamente que se le reconociera y se le alabara y se le vitoreara y que se le aclamara como salvador de los desheredados y de los oprimidos, o sea, de las víctimas de la crisis, que somos todos. Y van los muy desagradecidos de los dependientes/as, los clientes, los paseantes, los de seguridad, los del parking, el de la ONCE y el del acordeón y le confunden con un miserable actorzuelo de tres al cuarto y en lugar de alabarle y adorarle se ríen de él y se lo toman a chanza; a él, que ha venido a salvarlos a todos, anteponiendo su misión en la Tierra a su propia vida, a su familia, a sus amigos, a su descanso. ¡Desagradecidos! Y luego hablan del espíritu de la Navidad… Si es que eso del Belén y el Niño y la Virgen y los Reyes Magos y los angelitos es todo una mentira de Rouco.

Total, que el presidente Z se ha vuelto a Doñana tristón y deprimido, y como su señora no está para prestarle su hombro consolador y sus niñas andan de parranda con los colegas, pues se ha puesto a hablar con los patos, que han aprovechado para emigrar rápidamente al sur, al democrático país amigo; y Z se ha deprimido aún más y ha pedido a sus escoltas que le busquen un lince, a ver si comprobando su no-extinción se le alegra el alma; pero todos los animales de la marisma han emigrado (al sur o al norte, indistintamente) y los diligentes escoltas sólo han encontrado un conejo despistado (y afortunado, porque con la recomendación gastronómica anti-crisis de Solbes, casi se han extinguido los conejos de la Península Ibérica y parte del extranjero). Pero justo cuando lo iban a coger para llevárselo a su desconsolado jefe, ¡zas! un águila imperial (¡la de la bandera facha, Dios mío!) se lo ha llevado volando para alimentar a sus polluelos, a los que también afecta la crisis (aunque no la nueva ley del aborto, afortunadamente para ellos). Así que los escoltas, desbordados por la situación y conmovidos por el estado anímico de su jefe, han optado por una solución drástica pero infalible: el peluche de Bambi. Y mano de santo, oye. Z se ha quedado dormidito, abrazado a su bambi y chupándose el dedo gordo con verdadera fruición. Y sueña que se ha convertido en Obama (tono de piel incluido) y que en 2009 va a liderar la salida de la crisis mundial y la paz en Oriente Medio y la democratización de Cuba y la llegada del hombre a Marte y la victoria de la humanidad frente al cambio climático y la pacificación definitiva y dialogada del País Vasco y la multiplicación de los panes y los derechos civiles y la hegemonía del cine español y, por supuesto, la hermandaz de todos los pueblos del mundo al amparo de la Alianza de Civilizaciones. Y así, dormidito, abrazado a su Bambi de peluche, soñando su sueño de de paz y prosperidaz, de amor y reconciliación, Z recupera su sonrisa, su refulgente, perenne y embriagadora sonrisa.

Y viéndole así, tan feliz y sosegado, tan inocente, uno piensa: ojalá se quedara dormidito para siempre.


viernes, 26 de diciembre de 2008

Todos merecemos celebrar la Navidad

Mi amigo Mario me ha dicho esta tarde, a unas horas de la Nochebuena, que «todos merecemos celebrar la Navidad». Me lo ha dicho cuando he parado en su semáforo para darle un “aguinaldo” de diez euros a cambio de un paquete de kleenex, que es de lo que vive, y mientras él me mostraba el interior de la Caja de Navidad que otro amigo de Mario –más generoso que yo- le había regalado esta mañana, enseñándome orgulloso y agradecido la cecina ahumada, los espárragos, el turrón, las peladillas y demás lujosas viandas que esta noche, Nochebuena, mi amigo Mario compartirá con su compañera, que anda enganchada a Mario desde hace un par de años… y enganchada a más cosas que a Mario desde mucho antes.

Mi amigo Mario lleva más de 20 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Mario, aunque sus ojos dicen que sí, es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 20 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 20 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y mi amigo Mario, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»

«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dice, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Con su cecina, sus espárragos y sus peladillas. Un lujo de cena. Él, que sólo engorda cuando está con la metadona, un año sí, otro no (este año no, este año toca demacrado).

«Todos merecemos celebrar la Navidad». Dejo el semáforo atrás, y las palabras de mi amigo Mario permanecen dando vueltas alrededor de mi cabeza, flotando, como queriendo decirme algo. Enciendo la radio y escucho al viejo B.B. King cantando y punteando generosamente un “merry Christmas, baby” (un villancico blues, ¡qué maravillosa paradoja!); y después de un rey suena otro rey, Elvis, melancólico por no poder celebrar la Navidad con su alguien muy especial; y luego Sinatra, celebrando a plena voz su "White Christmas"; y Jimi Hendrix, distorsionando mágicamente “Silent Night”. Y la frase de Mario sigue ahí, poniendo letra y corazón a tan inesperada y navideña banda sonora, forjando un mensaje que va tomando forma en mi cabeza. Con los últimos acordes lisérgicos de Hendrix llego a casa, subo apresuradamente y enciendo la radio, para no perder el hilo de la película. Mis hijos, que están viendo la suya (“Rudolph, el reno de la nariz roja”), me reclaman silencio, y yo, obediente, me pongo los cascos; y la radio sigue encadenando villancicos inmortales y yo sigo escribiendo y emocionándome con los Kinks, y con Louis Armstrong, y con Stevie Wonder y Dolly Parton y Jethro Tull y Freddie Mercury y el Boss… y mientras escucho, pienso que todos ellos, los más grandes artistas del rock, del blues, del soul o del country están cantando sus villancicos especialmente para mi amigo Mario, deseándole que esta noche celebre la mejor Nochebuena que pueda celebrar, la mejor Navidad que nadie pueda celebrar. Porque si alguien merece celebrar la Navidad, ése es mi amigo Mario.

Y mientras tecleo las últimas líneas, se asoma a mis auriculares la voz poderosa, profunda y honesta de Johnny Cash, que le está cantando al niño pobre que nació en Belén: «Baby Jesus, I’m a poor boy too / I have no gift to bring / That’s fit to give the King / Shall I play for you on my drum?». Y pienso, el próximo día que vea a Mario le tengo que dar las gracias.

martes, 23 de diciembre de 2008

¡Feliz -coherente- Navidad!


Ya sólo queda una noche para que llegue la noche más esperada del año. O la más condenada, según se mire. Aunque, por obra y gracia del Corte Inglés, llevemos ya dos meses celebrándolo… o no-celebrándolo. Porque cada año son más las tonterías que se inventan estos tipos (y tipas) tan progres y laicos para celebrar la Navidad sin celebrarla, o sea, para acogerse a todas sus bendiciones (alegría, vacaciones, regalitos, cenas, fiestas) pero borrándole con típex cualquier conexión con el nacimiento (= navidad) del Niño que dividió la historia de la Humanidad en un antes y un después, ahí es nada. Pero, claro, todo lo que suene a Dios, a Virgen o a San –incluso a Reyes, magos o no- a los integristas de esta nueva religión progresista-laicista les hace el mismo efecto que el agua bendita a la niña de El Exorcista, o que el inocente ajo al inmortal conde Drácula. Vade retro, Navidad! ¡Belenes a la hoguera! ¡Herodes al poder!

Las excusas son variadas y variopintas. Que si pobres niños no creyentes, que se pueden asustar si ven un Nacimiento en la guardería; que si esto es un estado laico y aquí respetamos todas las creencias pero si veo un rey mago lo paso por la guillotina; que si celebrar la Navidad está muy bien, pero cada uno en su casa o en su catacumba, en la intimidad y a oscuras, no se vaya a escapar un rayo de luz; que si se ofende y/o provoca a las otras religiones y no-religiones del Estado, tan respetables como la que más; que si colocar belenes en lugares públicos es muy bonito y muy estético y muy navideño y anima al consumo y tal, pero siempre que no tengan Niño (atenta contra la campaña del “yo gozo con koko” y cuestiona la nueva y muy democrática ley del aborto), ni Virgen María (atenta contra la paridad y el derecho de las adolescentes a no ser vírgenes cumplidos los doce), ni san José (atenta contra la libertad de egoísmo y de hacer lo que me dé la gana en general), ni Reyes Magos (atenta contra el legítimo derecho al republicanismo), ni angelitos (atenta contra el derecho de los demonios a tener una presencia equivalente), ni camellos ni mula ni buey (atenta contra la dignidad de los animales, explotados sin piedad por el ser in-humano, o sea, los de derechas), ni pastores (atenta contra la dignidad de las demás profesiones, tan dignas o más que el servil pastoreo, que además no está sindicado), ni estrella (atenta contra el racionalismo, la astrofísica, la astronomía, la astrología, la astronáutica y Galileo, que además fue torturado por la Iglesia inquisidora, cavernícola y ultra), ni villancicos (atenta contra los derechos de autor que no va a poder recaudar Teddy Bautista, el Judas de las 30.000 monedas… o más). Y por supuesto nada de llamarlo Nacimiento (que esa palabra está muy mal vista) ni Portal de Belén (recuerda a la casa de Belén Esteban) ni Belén a secas (si acaso Hebrón, que es como más reivindicativo). Respetando estas simples, lógicas y muy democráticas excepciones, es perfectamente lícito colocar cualquier tipo de… de… de eso, como se llame –“paisaje invernal” o “figuritas del solsticio de invierno” o “conjunto de cosas que recuerden a la navidad pero sin connotaciones juedocristianas” o “portal democrático de Hebrón” o como quiera que queramos denominar al invento. Y así, todos contentos y contentas, y nadie se ofende y nadie se asusta y nadie se siente violento al ver a un niñito recién nacido arropado por el cariño de sus padres, de unos pastorcillos que pasaban por ahí y de unos entregados monarcas que llegaron desde muy lejos para llevarle unos regalitos. Una escena tan cruel no es tolerable en un Estado laico y de progreso como el nuestro, y va en contra de los principios elementales de la Constitución, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de la mismísima esencia de la Alianza de las Civilizaciones.

Dicho lo dicho, ahora yo propongo desde aquí, desde esta humilde tribuna, dos caminos para celebrar esta Navidad o No-Navidad con sincera y valiente coherencia. Uno, plegarse a los mandatos del laicismo imperante y la dictadura de la ultra corrección política. Es decir, montar en los hogares progres, en las guardes, en los instis y en todos los ministerios, fiscalías y demás lugares públicos el No-Belén Laico-democrático, que representaría algo así como un paisaje invernal o primaveral (a libre elección), donde el castillo de Herodes sería la clínica Dator; en lugar de ángeles sin sexo tendríamos a Zerolo con su caravana de orgullosos colegas megasexuados; los pastorcillos representarían todas las sensibilidades sociales (incluyendo prostitutas, banqueros, liberados sindicales, delincuentes de permiso, etc.), plurinacionales (caganers, gudaris, mariscadores…) y pluriconfesionales (islamistas, budistas, mormones, cienciólogos… todo menos católicos); no habría palmeras, sino árboles “comecocos” y otros vanguardistas diseños made in Ágatha; el cielo estrellado sería tal cual la bóveda de gotelé lisérgico de Barceló; en los alrededores colocaríamos minaretes publicitarios de los patrocinadores, pero no hombres anuncios, que es cosa indigna; los reyes magos serían republicanos y no serían tres, sino cuatro, y además paritarios, o sea, dos y dos: Pepiño, Leire, la Bardem y Baltasar (Garzón); no llevarían camellos explotados/maltratados, sino quads híbridos de propulsión ecológica, y en vez de oro, incienso y mirra para un único privilegiado regalarían carnets del PSOE a tutiplén, para todos y todas; la estrella sería una superluminosa y gigantesca paloma de Picasso, de neón rojo intermitente; el portal sería la escalinata de Moncloa, adornada con las 17 banderas autonómicas más la republicana y la del arcoiris; el buey sería Bono y la mula Tardá; y el niño, por supuesto, sería Z, Mister Paz, el iluminado, el nuevo mesías laico, flanqueado por la Vice y la Chacón, con barba (postiza) de legionario. Y en lugar de villancicos, sonaría un bucle de Els Segadors, aurreskus variados, La Internacional y la banda sonora de Bambi. Todo muy laico, todo muy democrático y todo muy respetuoso. Todo muy coherente.

El otro camino es celebrar la Navidad, la Natividad, el Nacimiento como Dios manda. O sea,

con todo el amor, el espíritu, la alegría, la esperanza, la luz, los recuerdos… y la parafernalia, ¿por qué no? Y con un Belén lleno de pastorcillos, ovejas, cabritos, riachuelos, pececitos (en el de mis hijos hay hasta un tiburón), patos, gallinas, casitas, palmeras, angelitos, castillo de Herodes, romanos, Reyes Magos, camellos, regalos, estrella y, por supuesto, un enorme portal de Belén, con su buey y su mula, su Virgen María, su san José, su pesebre y su Niño Dios recién nacido (nacido, por cierto, por todos nosotros, creyentes o laicos). Y cantar villancicos y dar gracias y cenar en familia y ver “¡Qué bello es vivir”! y abrir los regalos y brindar y hacer tonterías y volver a vivir la ilusión de cada Navidad como cuando éramos niños. Con la coherencia, la sencillez, la sinceridad y el sentido común de un niño. Como los niños que aún somos.

Pues eso, que FELIZ NAVIDAD.



jueves, 18 de diciembre de 2008

Sobre el valor supuesto y la estupidez certificada


Al hilo de la reflexión del pasado martes sobre la cobardía y la crueldad, se han producido a lo largo de la última semana una suerte de declaraciones y acontecimientos que devuelven a la actualidad el casi olvidado tema de Bombay y la delegación española dirigida por Esperanza Aguirre. Y que vienen no sólo al caso, sino a huevo para reflexionar sobre el valor supuesto y la estupidez certificada.

Yo, que hice la mili con 18 años, no tuve ocasión de demostrar mi valor, afortunadamente, porque el teniente general del que un servidor era escolta no sufrió ningún atentado; ni tuve noticia de que estuviera amenazado por ETA (papeles Sokoa) hasta pocos meses antes de finalizar mi servicio. Yo no sé si Pepiño hizo la mili o no; no importa. Si la hubiera hecho, en su cuartilla de licenciado habrían escrito la tan manida frase “Valor: se le supone”, como a todos los que hicimos la mili y no tuvimos que demostrar nuestro valor. El otro día, leyendo el blog de Pepiño (fuente inagotable de narcisismos, demagogias, sectarismos e intelectualidades), descubrí que ese supuesto valor de la mili en el caso de Pepiño se había transformado en estupidez certificada. Ya no es sólo una cuestión de bajeza moral, de cobardía o de demagogia en estado puro, a las que ya nos tiene acostumbrados. Lo de Pepiño, esta vez, ha sobrepasado los límites de la inteligencia y, de paso, de la oportunidad. Dice así el insigne, modesto y valeroso Pepiño, en su ingeniosa entrada “Lo de Bombay es… de lo que no hay”.


Primero, vuelve a atacar a Espe: «Muchos han sido los que se lanzaron a hacer comentarios sin saber exactamente lo que había ocurrido allí. Y lo que es peor, sin querer conocer detalles para no estropear lo que ya tenían decidido: había que enmascarar una huida con la careta de gesto heroico y era la oportunidad para atacar a otros, sencillamente, por llamar a las cosas por su nombre».

Luego empieza a echarse flores perfumadas de misterio (indemostrable). Decide que “alguien” le ha enviado una carta de agradecimiento por sus gestiones, que son las que realmente salvaron las vidas de todos y todas frente a los terroristas. Pero, por si acaso, no revela su “fuente”:

«(…) La carta de agradecimiento que me envía un alto representante del colectivo que nutría la delegación que acompañaba a Esperanza Aguirre en su visita a Bombay. No quiero revelar más detalles de la misiva.
Tiene valor el testimonio porque fue uno de los que sufrió el terrible acoso de la muerte en el hotel Oberoy. Y esta persona sabe (…) quién escuchó sus demandas y quién realizó gestiones, al más alto nivel, para ofrecerles todo el apoyo que, inmediatamente, se materializó con la movilización de los representantes de la administración española a distintos niveles y de medios a su disposición.


Y finaliza, en su infinita modestia, mirándose a un ombligo del diámetro de su rostro:
«A pesar de los insultos que recibí en su momento no he querido contar cómo viví yo aquella noche. Sé lo que hice: lo que debía como responsable político y como ser humano que debe ayudar a sus compatriotas en un momento de apuro. Lo importante era salvar a toda -insisto, toda- la delegación que acompañaba a Esperanza Aguirre así como al resto de españoles y españolas que se encontraban en Bombay. Yo sé lo que hice. Y algunos de los españoles y españolas atrapados en el horror del Oberoy también. No tengo necesidad de justificar mis acciones públicamente. Hice lo que creía en conciencia. El quid de la cuestión es que otras y otros también saben lo que hicieron y, por eso, siguen intentando justificarse. Pero eso ya queda para la conciencia individual. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio».

Pues sí, señor Blanco. Usted sabe lo que hizo. Y nosotros también. Un par de llamaditas o emails desde su calentito despacho de Ferraz o incluso desde su todavía más calentito hogar. Valor en estado puro. Heroísmo al más alto nivel… de estupidez. Porque sí, señor Blanco, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Y resulta que esta semana hemos conocido un dato escalofriante que le deja a usted, a su categoría humana y a su valor nuevamente por los suelos: todas las personas que estaban con la aguerrida Esperanza y Foxá en la cafetería del hotel finalmente fueron asesinadas. Los camareros, algunos clientes y hasta la cantante que en esos momentos estaba actuando, que optaron por quedarse en la cafetería, mientras los españoles, por decisión-intuición-oloquesea de Esperanza Aguirre salieron por la puerta hacia las cocinas. Todos los que se quedaron murieron.

Este hecho significa dos cosas: una, que la decisión de salir de la cafetería salvó literalmente la vida del grupo de Espe; y dos, que (parafraseando a Gandhi) «un cobarde es incapaz de mostrar compasión, hacerlo está reservado a los valientes». Pues eso, Pepiño, que cada uno sabe muy bien lo que hizo.


martes, 16 de diciembre de 2008

Sobre la cobardía y la crueldad

«La cobardía es la madre de la crueldad» decía, allá por el siglo XVI, el escritor y filósofo francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592). Javier Arzallus Antia (1932- y aún vivo… snif), político, seminarista y gudari intelectual nacido en Euskal Herria -pueblo soberano que ya existía en tiempos de Montaigne, e incluso siglos antes- afirmó no hace muchas fechas que «los etarras no son cobardes, simplemente están acosados». Las citas y la consecuente reflexión sobre la cobardía vienen al caso por la archiconocida detención del gudari –éste nada intelectual- Aitzol Iriondo y su involuntaria incontinencia urinaria al enfrentarse, cara a cara, con los agentes de la Brigada de Búsqueda e Intervención que lo detuvieron, y tras sentir en su piel el acerado frescor otoñal del arma reglamentaria.

El hecho de hacerse pipí en los pantalones cuando te apuntan con un arma puede ser o no un acto de cobardía. Habrá opiniones. Desde luego, si eres un gudari de pro muy ejemplar no es, que digamos. Y sin embargo sí parece ser algo común entre los gudaris de pro, de los de ahora y de los de antes. Por poner sólo un par de ejemplos poco ejemplares, el famoso Juan Arruti Azpitarte, alias «Paterra», se hizo caquita en los pantalones, lloró como un bebé sin chupete y cantó la Traviata para delatar a otros quince valerosos gudaris de la banda, además de llevar a la Guardia Civil de turismo por diez pisos francos (con perdón). A Jesús María Zabarte Arregi, sutilmente apodado el «carnicero de Mondragón», las fuerzas represoras lo encontraron dentro de un armario empotrado, temblando y tocando las castañuelas con los dientes, mientras sus pistoleros se atrincheraban en otra habitación del piso franco (con perdón) que tenían en Hernani. También los cachorros de ETA -que podría pensarse que no conocen el miedo a tenor de sus valientes actuaciones contra los aguerridos pasajeros de un autobús de línea o enfrentándose a un cajero automático- tienen sus vergüenzas al aire: por ejemplo Mikel Zubimendi, responsable de la «kale borroka» en Guipúzcoa, a quien los agentes preguntaron, con sorna, por qué llamaban «txakurras» (perros) a los miembros de las Fuerzas de Seguridad; «Por el olfato que tenéis», respondió el cachorrillo, casi lamiéndoles la mano.

Sin embargo, como he dicho antes, estos actos pueden o no ser considerados un ejemplo de cobardía. Desde mi punto de vista son simples anécdotas desmitificadoras. Que vienen muy bien para nuestro consuelo, pero no son lo importante. La verdadera cobardía, como bien decía Montaigne, es la que nace de la crueldad. Y de ésa, los valerosos gudaris tienen a espuertas, y lo que es peor, la reparten con cobarde generosidad. Cobardía es matar por la espalda, de un tiro en la nuca, a un hombre desarmado. Cobardía es volar por los aires un hipermercado lleno de hombres, mujeres y niños inocentes; o una casa cuartel llena de hombres, mujeres y niños igual de inocentes; es colocar bombas lapa o hacer estallar coches bomba desde la seguridad de la distancia. O dejar “olvidada” una muñeca bomba en la barra de un bar. Cobardía es amputar piernas y vidas a niñas de ocho años; es secuestrar vidas y almas a hombres torturados hasta la desesperación… o asesinados después de una cuenta atrás sádica y brutal. Cobardía es brindar con champán y carcajadas por la muerte de dos personas escogidas al azar. Cobardía es enviar paquetes bomba, es accionar mandos a distancia, es lanzar granadas, es extorsionar, es dejar huérfanos y viudas… es asesinar a sangre fría, sin contemplaciones, sin distinciones, sin piedad. Con la más absoluta, enfermiza y fanática crueldad. Porque, mi cruel, enfermo y fanático señor Arzallus, la cobardía etarra no es por cómo viven, es por cómo matan.

Y cobardes, señor Arzallus, son también los que los justifican, y los que los amparan, y los que los utilizan, y los que los alaban, y los que señalan sus objetivos, y los que los votan, y los que pactan con ellos, y los que los mantienen en el poder, y los que ceden a sus chantajes, y los que los subvencionan, y los que mienten por ellos, y los que recogen las nueces, señor Arzallus. Todos ellos comparten su cobardía porque todos ellos son cómplices de su crueldad.

Cobardía es negociar con ellos por un puñado de votos. ¿Verdad, señor Eguiguren? ¿Verdad, señor presidente, alias Mister Paz? Y es también una crueldad, con las víctimas y con todos nosotros. Una cruel injusticia, además totalmente injustificable. Pero nos conocemos. Y cuando desde los púlpitos socialistas (Leire, Pepiño) se empieza a acusar a la oposición de falta de colaboración así, de repente, sin venir a cuento, es que vuelve el proceso; cuando se dan largas para expulsar sin contemplaciones ni subterfugios a ETA de los ayuntamientos, con la Ley en la mano, es que vuelve la negociación; cuando el negociator oficial Eguiguren se reafirma en que nunca ha visto «incompatible la vía del diálogo con la firmeza democrática de la ley», es que nunca ha dejado de dialogar con los “hombres de paz”, ni antes ni durante ni después de la tregua, ni antes ni durante ni después de nada. Estemos atentos, porque de aquí a unos meses nos la volverán a colar. Con cualquier excusa, por cualquier motivo. Es la gran esperanza del pacifista Z para coronarse como Mister Paz por los siglos de los siglos. Es su obsesión histórica. Y no nos engañemos, lo seguirá intentando hasta que lo consiga. Aunque todos sepamos, menos él y Eguiguren, que la serpiente no negociará su rendición jamás. Por ciego fanatismo. Por pura cobardía. Por miserable crueldad.

El tema entonces será quiénes lo volverán a justificar y quiénes volverán a apartar la mirada hacia otro lado, con la nariz tapada… o no. Y entonces recordaremos la frase del pensador cubano Enrique Varona: «¿De qué se hace un tirano? De la vileza de muchos y de la cobardía de todos». Bueno, de casi todos.


jueves, 11 de diciembre de 2008

El bombo de Berni y un hip hop por la vida

El Ministro de Sanidad, el ilustre Bernat Soria, es un modernete. ¡Vaya por Dios! Quién se lo iba a imaginar, con esa pinta de abuelete batallitas que gasta el tío. Pero los progres, ya se sabe, son modernetes hasta la muerte (y más allá, si creyeran en el más allá). Pues sí, un colega, el Bernat. Un tronko, el Berni. Ayer nos presentó a ritmo de hip hop o reggaeton (hay opiniones) la última campaña de promoción del preservativo y prevención de embarazos adolescentes (por cierto, ¿alguien ha investigado posibles negocietes de Berni y sus colegas con el sector?). Y, oye, éxito total. Nº 1 de los 40 principales en un solo día. Superventas elepés. Top de visitas en Youtube y megatop de bajadas en todos los rankings de politonos. Es que no se habla de otra cosa en el “insti”, jo tío (o jo tía). Les ha entrado un calentón a los teens que se han puesto como fosos, como pozos, y con koko o sin koko se van a poner a coronar bombos como lokos. ¿Verdad, Berni? Y es que «con koko yo gozo mogollón», pero como soy un tío guai y con coco, digo «Stop a los rollos con bombo».

Y con eso, problema resuelto. El propio Berni ha dicho, esta vez sin hip hop, que la campaña «no induce a mantener contactos sexuales», que para eso ya está Internet. Claro, y además de bombos también enseñan a poner bombas en Internet, y no por eso debemos fomentar el terrorismo internacional entre los adolescentes. Edad ésta peligrosa y no precisamente consciente ni madura. Más bien lo contrario. La última encuesta sobre el asunto es bastante reveladora de la precocidad de nuestros chicos y chicas. En 10 años se ha duplicado la tasa de embarazos en adolescentes. Eso a Berni le encanta, y a la Bibi también, porque demuestra que nuestros jóvenes y jóvenas son libres de tomar sus decisiones con 15 o 16 años y no están coaccionados por sus padres ni reprimidos por los curas. Pues vale. Y como el bombo ya no es problema, porque se pincha y punto, pues, oye, todos tan contentos. Y tan contentas.

Pues no, tronko. El problema no desaparece, sólo se desvanece. Se difumina. Se camufla. Si al feto lo llamamos bombo, el feto deja de ser un niño y se convierte en aire. Así es más fácil deshacerse de él. Vamos, que no hay ni que pensarlo. ¡BANG! Y adiós bombo. Ésta y no otra es la «nueva estrategia de educación sexual» del gobierno socialista. Banalización del sexo, cosificación del feto, irresponsabilidad disfrazada de responsabilidad. Decía Manny, el personaje de Clint Eastwood en Sin Perdón, «Es muy duro matar a un hombre, porque le quitas todo lo que fue y todo lo que pudo ser». Ahora, imagina por un momento todo lo que puede llegar a ser cualquiera de esos “bombos”…

Y yo me pregunto, Berni, si de verdad quieres reducir las cifras de abortos en España, ¿no sería más lógico enseñar a los adolescentes que el resultado de un embarazo es un ser vivo, un niño, no un bombo? Y si realmente quieres educar sexualmente con cabeza, con coco, ¿no sería más eficaz pregonar responsabilidad en lugar de banalizar las relaciones afectivas y sexuales? ¿Presentar el problema de frente en vez de ocultarlo a traición? ¿No crees que si una niña de 15 años supiera que el resultado de una relación sexual puede ser un hijo real, no un bombo, se lo pensaría dos veces antes de mantener esa relación? Y si a pesar de todo se queda embarazada, ¿no crees que si fuera realmente consciente de que lo que tiene en su interior es su hijo, y que abortar supondría matarlo, no crees, Berni, que se lo pensaría no dos, sino cien veces?

Y hablando de educación sexual, tal vez deberías echar un vistazo al número de noviembre de la revista Pediatrics. Lo ibas a flotar, tronko. A lo mejor hasta cambiabas la letra del hip hop. Me he adelantado y he creado una para ti. Te cedo los derechos (y a Teddy, que le den).

Stop. Tronco.

Lo que hay aquí no es un bombo.

No es un bicho, te lo he dicho.

Yo no pongo stop.

Somos dos.

Ni lo matas tú, ni lo mato yo.

Bombón.

Yo propongo

vida como modo.

Lo toco, lo abrazo, lo cojo.

Con niño yo floto, tronco.

Sólo con la vida,

sólo con coco.

Y además, querido Berni, colega, para mí que lo que tú quieres es coronar tu propio bombo, a ver si vas a ser uno de los afectados por la crisis de gobierno acechante. Tal vez por eso tienes prisa en pelotear al presi y te ha dado por promover también la eutanasia, no sea que otro se corone por ti. Pero del “derecho a que me maten dignamente” hablaremos otro día.

martes, 9 de diciembre de 2008

De la estupidez infinita y más allá

Afirmaba Albert Eistein, con su peculiar y sabio sentido común, que «hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro.» De esta sentencia se deduce que el gran Einstein desconocía por completo (y por fortuna) el nacionalismo catalán; como es lógico, por otra parte, pues los generosos y onerosos intentos de esparcirse por el mundo mundial del catalanismo del s. XXI se han iniciado a 53 años de la muerte del sabio físico; y aunque fue el creador de la Ley de la Relatividad, todo puede ser relativo menos el fallecimiento de Einstein, que parece ser bastante absoluto (si Garzón no se mete de por medio). Pero a lo que íbamos: si Einstein viviera hoy, un suponer, es bastante probable que conociera el catalanismo y, por lo tanto, es bastante probable que hubiera retocado levemente su famosa sentencia, que habría quedado más o menos así (seguimos suponiendo): «hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y hay una que va hasta el infinito y más allá: la estupidez nacionalista catalana». Y de eso sí que estoy seguro.

La tontería ésta viene a cuento porque la Generalidad catalana ha llegado hasta límites insospechados por las mentes nacionalistas más fan (fantasiosas y fanáticas) y ha traducido al catalán nada menos que los nombres y apellidos de los nuevos funcionarios que han tenido los bemoles de opositar para funcionario de la Generalidad, que ya es tener bemoles. Y así, como suena, más de cien valientes opositores se encontraron de bruces y sin previo aviso con su nueva personalitat catalana en el Diario Oficial de la Generalidad: Yolanda Hidalgo Cumplido se transmutó en Yolanda de Gentilhome Complert, los Navarro se transformaron en Navarrès y los Soriano pasaron a ser Sòria; los Carrasco ahora son Garric; y la pobre María Dolores Morales Revuelto es ahora tal que María Dolors Morals Regirat; aunque más difícil lo tuvo Lidia Pilar Belio Arcos que se buscó y se buscó y de repente se encontró con su yo catalanizado que sonaba tal que Toreja Pilar Belio Arcs y a la pobre Toreja, digo Lidia, le dio un sofoco de pelots. Con toda la razón. Por que es que hay que ser cenutrio y encima proclamarlo. Claro, que teniendo en el tripartito individuos como el metafórico del «¡Muera el Borbón!» o el cachondo mental de la corona de espinas o el viajero del coche tuneado o el tripitas del puigito piscinas, pues qué se puede esperar. Nada bueno, ni siquiera normal.

Pero como no hay mal que por bien no venga, ni estupidez de la que algo no salga, pues a mí se me ha ocurrido la tontería de traducir los nombres y apellidos de los miembros y las miembras del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña… al inglés. ¿Por qué al inglés? Pues porque queda muy gracioso y porque es el idioma que me enseñaron en el cole, además del español, claro (desgraciado que es uno, que no le enseñaron catalán).

La cosa queda más o menos así (con algunas licencias poéticas que me he tomado la libertad de permitirme, by the face):

José Montilla i Aguilera: Joseph Little-mountain (or fino wine) and Eagle-Rock

President

Josep-Lluís Carod-Rovira: Joseph Lewis Expensived-Roturn

Vicepresident

Joan Saura i Laporta: John Saura and Thedoor

Adviser of the Inside, High-School Relations and Participation

Jordi Ausàs i Coll: George Auseis and Cabbage

Adviser of Governation and Public Administrations

Montserrat Tura i Camafreita: SerratedMountaint Hart and FriedBed

Adviser of Justice

Joan Manuel Tresserras i Gaju: John Manuel ThreeSaws and Segmentu

Adviser of Culture and Halfs of Communication


Joaquim Llena i Cortina: Joaquin Full and Curtain

Adviser of Agriculture, Food and Countryside Action

Josep Huguet: Joe Hugh

Adviser of Innovation, Universities and Company

Francesc Baltasar i Albesa: Frank Balthasar and Dawn

Adviser of Half Ambient and Housing

Antoni Castells i Oliveres: Anthony Castels and Olive Trees

Adviser of Economy and Finances

Joaquim Nadal i Farreras: Joaquin Christmas and Party-Goer

Adviser of Territorial Politic and Public Works

Ernest Maragall i Mira: Ernest SeaRooster and Look

Adviser of Education

Marina Geli i Fàbrega: Navy Ice and Factory

Adviser of Cheers! (or Health?)

Ma. del Mar Serna Calvo: Mary of the Sea Benothing Bald

Adviser of Work

Carme Capdevila i Palau: Karma Head-of-the-Town and Palace

Adviser of Social Action and Citizenship


BONUS TRACK:

Pepiño Blanco López: Cucumber White Lofish

Vicesecretary of the SSWCP (Spanish Socialist Working-Class Party)


Nada más. Hasta aquí la infinita estupidez. En mi descargo he de decir que yo lo hago por simple entretenimiento, no por ciego fanatismo ni para hacer la vida imposible a inocentes ciudadanos por el simple hecho de haber nacido en otro lugar y no llamarse como yo quiero que se llamen. Incluido el rey Joan Carles. Y además, no cobro un sueldo millonario por ello; pagado, por cierto, también por aquéllos a quienes estos descerebrados hacen la puñeta. Y por mí. Y por usted.


jueves, 4 de diciembre de 2008

Una sociedad enferma. Muy enferma.


Amo el País Vasco. Durante 36 años he pasado los mejores momentos de mi vida en Zarauz. Me he vestido de casero o pelotari para celebrar la Fiesta Vasca cada 9 de septiembre desde que tenía 4 años, pasando de las rosquillas a la sidra. He cogido olas por toda la costa, desde Gros hasta Mundaka, saboreando la salada adrenalina de mi querido Cantábrico. He ido de poteo y de pintxos con grandísimos amigos de Zarauz, Irún, Bilbao, Zumaya, Sanse… Me he perdido por las callejuelas del pueblo cientos de noches de risas, futbolines, billares buena música y “Keller en dos”. He bailado trikitrisas en la Plaza Mayor y he tarareado a Benito Lertxundi después de cantar a Neil Young en una jam session a orillas del mar. He jugado “campeonatos del mundo de mus” en sociedades gastronómicas, después de una “guapa” cena, regando los órdagos con pacharán casero. Y he vivido durante años cada minuto del campeonato del mundo de surf en Zarauz, Biarriz y Hossegor. He visto a Pink Floyd en Anoeta (el día que me presentaron a Goyo Ordóñez), y a Meat Loaf en el velódromo; y he pinchado Tequila y Bowie y Manfred Mann mientras Arguiñano me preparaba un filete empanado en la cocina, antes de hacerse famoso. He convivido con kales borrokas y con fotos de etarras en las plazas y con amenazas y escoltados y con héroes del día a día, y con secuestros de padres de amigos y con peneuvistas equidistantes. He ido de sangriada en bici y he desayunado en el malecón, viendo amanecer; y he cenado el besugo a la espalda de Guetaria y la tortilla de Bedúa, y el chuletón entre kupelas de Usúrbil y el txangurro de Saltxipi. Y las cazuelas de La Cepa, sentado en el mismo salón donde asesinaron a Gregorio Ordóñez. De un tiro en la nuca. Como ayer a Inaxio Uría. Y como ayer, a la sociedad vasca no le importó un pimiento de Guernika.

Eran los años del plomo y el “algo habrá hecho” y el más cruel, si cabe, “devuélvenos la bala” dedicado a la viuda de turno. Eran los años de negar funerales en las parroquias y casi, casi negar tumbas en los cementerios. El odio, el miedo, el desprecio, la cobardía, la indiferencia, la indolencia se mezclaban en las entrañas de la sociedad vasca como quien mezcla el chorizo y la morcilla con las pochas; algo que luego queda ahí, con una leve pesadez en el estómago, pero que se pasa rápidamente y con toda naturalidad.

Ayer asesinaron a Inaxio Uría. Otro más en la lista de la serpiente, recién descabezada y recién recabezada. Y sus compañeros de tute, sus amigos, su cuadrilla, mientras la manguera borraba los restos de sangre de la acera, sentaron a otro en su silla y reanudaron la partida. Y hoy, el PNV se rasgará las vestiduras mientras mantiene a ANV en cientos de ayuntamientos y exclamará “¡Han matado a uno de los nuestros!”, pensando que los otros casi mil no lo eran; y EA se rasgará las vestiduras, e intentará negar durante unas horas a su mesías terrorista, del que siempre ha sido fiel apóstol; y el PSE se rasgará las vestiduras y Eguiguren, el dialogante, buscará resquicios negociadores olisqueando el aire nauseabundo del miedo de unos y del “ansia infinita de paz” de otros; y el PP se rasgará las vestiduras y, tal vez, recuerde a María San Gil mientras trata de hacerse más simpático, más amable, más amigo de una parte de la sociedad vasca que sólo quiere verlo muerto. De un tiro en la nuca. Y la Patronal vasca se rasgará las vestiduras mientras, a escondidas, preparan la bolsa para conservar la vida. Y durante 24 horas se guardarán minutos de silencio, y se votarán mociones y se rendirán homenajes, y todos los partidos “democráticos” se unirán y condenarán el cruel atentado, mientras la serpiente se revuelve de risa y odio.

Y mañana, la sociedad vasca (no toda, pero sí mucha), volverá a la normalidad, a su rutina, a su cobardía, a su indolencia (cruel enfermedad, la de ETA, que mata los sentimientos). Y se sentará en su mesa del bar, pedirá un pacharán, encenderá un farias y seguirá su partida de tute o de mus, qué más da, mientras el cadáver de Inaxio aún no se ha enfriado del todo.

“Corto el mus”, “paso”, “paso”, “paso”… “se fue”.


martes, 2 de diciembre de 2008

Pepiño en Bombay. Nace un nuevo héroe.

Bombay. 26 de noviembre de 2008. La ciudad está tranquila, dentro de lo que cabe en su bullicioso caos. En el hotel Taj Majal, una nutrida delegación comercial española, liderada por Pepiño Blanco, ha sido convenientemente alojada en sus lujosas habitaciones y suites. Pepiño, como cabeza visible del grupo, permanece en la receción ultimando detalles con el amable y competente gerente del hotel, con el que se entiende perfetamente en fluido inglés, nivel alto-muy alto hablado y escrito. Cuando finaliza su misión organizadora y se dirige hacia los ascensores camino de su suite, para disfrutar de un merecido descanso tras largas horas de viaje, Pepiño, el líder, tiene un feliz e inesperado encuentro: su amigo, el alcalde socialista de Parla, que está en Bombay por asuntos familiares. Pepiño se interesa por su amigo y le invita a un trago en el bar del hotel. De pronto, un ruido sordo rompe la tranquilidad del ambiente; a primer oído parece champán, pero el instinto infalible y entrenado en las COES de Pepiño le susurra al suconsciente que ese sonido sinifica “peligro”, no burbujas. En eso, el sonido se repite insistentemente, a ráfagas, y Pepiño lo reconoce al instante: son disparos de arma automática (una AK 47, probablemente, piensa); una fuerte explosión a escasos metros del bar hace estallar los vasos y botellas de la estantería, salpicando el suelo de cristales. «¡Terroristas!», piensa con acierto mientras, guiado por su instinto y su entrenamiento, se abalanza sobre su amigo para cubrirle de la metralla (que, afortunadamente se queda por el camino). Debido a la potente onda espansiva, Pepiño pierde los zapatos, quedando al descubierto sus calcetines de Micky Mouse; pero eso no le preocupa. Le preocupa su amigo, y los otros clientes, y el personal del hotel. Él es así. Oserva el terror en los rostros de los camareros y en el rostro de su amigo, que está a punto de llorar. Sin pensárselo dos veces, se levanta y asume el mando. Se autoasigna una misión imposible (para otros, no para él): poner a salvo a todos sus hombres -y mujeres- y no descansar ni un segundo hasta sacarlos a todos –y a todas- de Bombay, de la India en llamas. Es su delegación, es su responsabilidad. «¡Yo me crezo ante las dificultades!» esclama, para sus adentros.

Lo primero es salvar al grupo que tiene más cercano, así que se pone manos a la misión. Atraviesan la zona del bar y entran en las cocinas, donde oserva también el pánico en los rostros de los cocineros; el suelo está lleno de charcos de sangre y cristales, que se clavan como agujas en los pies descalzos de Pepiño, atravesando sus calcetines blancos de Micky Mouse, que ahora se tiñen de rojo. Haciendo caso omiso del dolor («el dolor es un conceto difuso del inteleto», se dice), Pepiño mantiene la sangre fría mientras se suceden las esplosiones y los disparos en el esterior. Él y su grupo permanecen espetantes en la cocina, escuchando, agazapados. Pero no es una postura que le guste, precisamente, así que ordena a todos ponerse en pie y seguirle al exterior del hotel. Él sale el primero, por si hay peligro, sube a una furgoneta aparcada y la arranca haciendo contato con los cables, bajo el volante. Con un gesto, indica a todos que suban y se tumben en el suelo. Van 15 personas. Pepiño, impasible el ademán, agarra el volante con determinación y acelera rumbo al aeropuerto. Atraviesa la zona de fuego cruzado sin pestañear, esquivando explosiones y balas, y guiado por su memoria fotográfica callejea por las callejuelas aterrorizadas de Bombay hasta que llega al aeropuerto. Todos están a salvo. ¿Todos? ¡No! Gran parte de la delegación –de su delegación- aún permanece desamparada y perdida en territorio comanche, atemorizada por los indios islamistas. A través del móvil, Pepiño se comunica con su jefe de gabinete quien, visiblemente aterrado, le informa que están en el malecón, supuestamente custodiados por la Policía. Tras calmar a su subordinado, vuelve a subirse a la furgoneta –acribillada de balazos y metralla- y enfila hacia a la playa. A unos 200 metros detiene el vehículo y se baja, silencioso como un tigre de Bengala. Es noche cerrada; Pepiño, que es muy blanco, embadurna la totalidad de su rostro con grasa de la furgoneta, mimetizándose astutamente con la oscuridad. Un pañuelo fuertemente anudado a la frente impide que caigan sus gafas; las mangas rotas de su camisa dejan a la vista sus musculosos bices y trices, que junto con sus manos son verdaderas armas de destrución masiva; en su boca, un cuchillo de trinchar carne, de 30 cm. de largo, que cogió en la cocina del hotel. Arrastrándose por la arena de la playa, silencioso como una cobra, llega hasta las rocas donde se encuentran sus hombres –y mujeres-. Nadie le ha visto. Ni siquiera los policías custodios, que se llevan un susto de muerte y casi le acribillan ahí mismo. Pero Pepiño, alzando su brazo musculoso, impone calma y sosiego; habla con los guardianes (en indostaní, dialeto que domina a la perfeción, entre otros doce) y les convence, sin esfuerzo, de que los asustados estranjeros estarán más seguros con él; y en efeto, les dejan marchar. Pepiño les ayuda a subir a la furgoneta, uno a uno, al tiempo que les sonríe y reconforta como sólo un líder o un héroe sabe hacer. Una vez están todos dentro, Pepiño conduce a sus hombres –y mujeres- al aeropuerto, y los deja sanos y salvos en la escalinata de un avión francés.

Pero él no sube a la aeronave. No puede. No hasta que todos sus hombres estén a salvo. Y aún quedan dos de ellos en el interior del hotel, escondidos en sus habitaciones. Pepiño regresa al Taj Majal y entra por la puerta de atrás, sorteando a los terroristas, que están disparando indiscriminadamente a turistas y soldados. Una bala perdida le atraviesa el brazo. «Bah, no es nada escecional», se dice; saca aguja e hilo de su mini botiquín de supervivencia y, apretando el cuchillo con los dientes, se cose sin pestañear la herida de entrada y la de salida. Los ascensores están bloqueados, y el hall del hotel está infestado de terroristas, así que se desliza por los conductos del aire hasta el piso 14, donde rescata a su amigo Inasi Guardans, oculto dentro del armario. Juntos, suben por las escaleras hasta el piso 21, donde el otro colega, Millás, aguarda ser rescatado; tras derribar la puerta de una certera patada, Pepiño salva a su último hombre y los tres suben hasta la azotea. Allí, como previamente había oservado desde el jardín del hotel, se encontraron un pequeño helicótero (probablemente propiedad de algún millonario yanqui). El hábil Pepiño pone en marcha el aparato, que no tiene secretos para un esperto piloto como él, y atravesando el fuego cruzado de terroristas y ejército (ambos creen que es el enemigo), consigue salir de la zona de riesgo y volar con seguridad hasta el aeropuerto. Allí, tras asegurarse diez veces de que no queda ningún miembro –ni miembra- de su delegación en la ciudad sitiada de Bombay, sube al avión con los dos últimos rescatados, rumbo a la base aérea de Torrejón. Una vez ha despegado el avión, Pepiño cae en un profundo y merecido sueño. El sueño de los héroes. En unos días, partirá hacia Somalia para rescatar un atunero euskaldún que ha caído en manos de unos desaprensivos y codiciosos piratas. Los héroes son así.


¡¡RIIIINNNG!! Pepiño despierta, sobresaltado. Ha tenido un sueño extraño. Se levanta y siente los pies fríos, pues ha perdido los calcetines en la cama; su rostro está embadurnado de crema facial; y en su boca, no sabe por qué, hay un bolígrafo mordido con saña. Tampoco entiende qué hace su corbata anudada a su cabeza ni, mucho menos, cómo se le ha podido escapar algo que no se le escapaba en el pijama desde que tenía 12 años, allá en Palas do Rei. «Bueno —se dice—, ya se me pasará en la ducha. Hoy me espera un día perfeto: toca hablar de la facha de Espe y su cobardica salida de Bombay. ¡Me encanta mi trabajo!»