miércoles, 26 de octubre de 2011

El Cohen Poeta toma Oviedo después de tomar Berlín y Manhattan




“Si no fuera Bob Dylan me gustaría ser Leonard Cohen”, confesó el mismísimo maestro en cierta ocasión. No era, claro, una de esas frases que sueltas en un momento inspirado para quedar bien con un colega, esperando tal vez que, al cabo, las palabras se las lleve el viento; no, fue un reconocimiento sincero, de profunda admiración de un poeta a otro poeta, de un músico a otro músico, de un genio a otro genio. Porque Dylan sabe, como sabemos todos, que la poesía ya nunca fue lo mismo después de pasar por el tamiz ronco, cínico y lúcido del alma (y la voz) de Leonard Cohen.
Cohen, el trovador mujeriego, el solitario que nunca durmió solo, el judío impiadoso, el místico terrenal, el canadiense templado, sin gesto ni grito; Cohen el músico de voz cavernosa y alma nítida, el poeta que compaginaba la jornada de siete y media a cinco y media en una fundición de cobre con la lectura de Yeats, Irving Layton, Whitman, Henry Miller; el adolescente que un día descubrió a Lorca y se enamoró de la poesía para siempre, en la riqueza y en la pobreza, en la inspiración y en la desesperación hasta que la muerte los separe, amén.

Sí, Leonard Cohen llegó al mundo en 1934, pero en realidad nació una tarde de otoño de 1949, deambulando por las callejuelas de Montreal, cuando entró distraídamente en una pequeña tienda de libros de segunda mano; la casualidad le fue guiando por los estantes hasta que le detuvo frente a un gastado volumen de poesías; lo abrió al azar y sus ojos se posaron en unos versos: “Por el arco de Elvira / voy a verte pasar, / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar”. Abrió otra página y leyó: “Verde / que te quiero verde”. Y aún otra más: “Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos...”, y algo de la mañana y puñados de hormigas y cristales y más muslos; y cerró la solapa y leyó el título del libro, “Poemas de Federico García Lorca”, y al instante aceptó la invitación de adentrarse en ese mundo de fantasía, de mágica irrealidad, de sensible y poética musicalidad. Ese día de otoño, de la mismísima alma de Federico García Lorca, nació el Cohen poeta. Tenía 15 años. “Lorca cambió mi manera de ser y de pensar en una forma radical” (y hasta puso nombre a su hija, Lorca).

Años después, en 1988, “cuando alcancé la suficiente madurez como para pagar mi deuda de gratitud con Lorca”, escribió para él una de sus canciones inmortales, Take This Waltz, adaptación del Pequeño Vals Vienés del granadino universal (y “en Viena hay diez muchachas, / un hombro donde solloza la muerte” se transformó, a suave ritmo de vals, en “now in Vienna there's ten pretty women / There's a shoulder where Death comes to cry”).

Pero mucho antes de este vals eterno, antes de las melodías suaves y la voz serena y desgarrada, antes del Cohen músico, existió el Cohen literato. En 1951 se matriculó en Literatura Inglesa en McGill University, y no tardó en publicar su primer volumen de poesía, Comparemos mitologías (1956), dedicado a la memoria de su padre. Ya licenciado, huye de la asfixiante rutina de Montreal y se instala en Nueva York, en busca de nuevas inspiraciones (que encuentra a menudo, generalmente con nombre de mujer). En 1961 publica el segundo libro de poemas La Caja de Especias de la Tierra, que profundiza en el espíritu de la religión judeo-cristiana (“Oh, envía al cuervo por delante de la paloma (...) sus ojos a través de mis ojos brillan más que el amor / tu sangre en mi balada / derrumba el sepulcro.” Oración por el Mesías). En los años siguientes la inspiración no le abandona en ningún momento (¡Poemas! ¡Surgid! ¡romped mi cabeza!) y los libros de poemas siguen surgiendo (en Nueva York, en Hydra o en París, al ritmo de sus amoríos), y otorgándole galardones literarios y hasta títulos Honoris Causa: Parásitos del paraíso (1962), Flores para Hitler (1964), La energía de los esclavos (1972)..., inspiración, por cierto, que comparte exitosamente con la novela: El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966), de las que llegaron a venderse cientos de miles de ejemplares en Canadá y Estados Unidos.

En esos años, la vida no le iba mal al poeta Cohen (“Yo camino bajo / la rubia lluvia de noviembre / castigándola con mi felicidad”); y entonces se cruzaron en su camino dos nombres de mujer, y el poeta Cohen se encontró con el Cohen músico. Los nombres de mujer eran Suzanne y Judy Collins. La primera, un poema de Cohen que la segunda convirtió en canción de éxito y, de paso, despertó el interés por el compositor de los cazatalentos musicales del Greenwich Village. Era 1966. Sólo dos años después, publicó su primer disco, “Canciones de Leonard Cohen”, que cautivó con sus letras intimistas, sus melodías suaves y su voz profunda y desnuda, sin artificios. Joyas que resultaron ser imperecederas como la propia Suzanne, Sisters Of Mercy,The Stranger Song o So Long, Marianne. Historias de amores que vienen y se van, de heterodoxas meditaciones religiosas, de soledades compartidas, de extraños en busca de refugio como un San José en busca del pesebre.

Luego llegaron más poemas, y más intimidades autobiográficas y más contradicciones y más depresiones y más guerras interiores y exteriores, y más amores y odios... y más canciones míticas, eternas, que han traspasado sin apenas rasguños la siempre espinosa frontera de las generaciones. Famous Blue Raincoat, Chelsea Hotel, The Partisan (“una anciana nos dio refugio / nos ocultó en la buhardilla / los soldados llegaron / ella murió sin un suspiro”), I’m Your Man, Hallelujah, Bird On The Wire (“como un pájaro en el alambre, como un borracho en un coro de medianoche, he intentado ser libre a mi manera”), The Future (“he visto el futuro, hermano; es asesinato”) o First We Take Manhattan. Cohen, el poeta músico, sacó los versos de su jaula de papel y los lanzó al cielo universal, para ser escuchados por millones de almas en lugar de leídos por unas miles. Habrá quien lo llame canción popular; otros lo seguimos llamando poesía. Y además, buena. Pues eso, first we take Manhattan, then we take Berlin… now we take Oviedo.


viernes, 21 de octubre de 2011

Vencedores y vencidos


Justo ahora que se cumple el 50 aniversario de esa obra maestra de Stanley Kramer que es ¿Vencedores o vencidos? (Judgements at Nuremberg, 1961), no es mal momento para repasar la lección que nos muestra. La película describe con precisión y perspectiva el proceso en 1948 a cuatro dirigentes nazis acusados de apoyar, amparar y servir al Tercer Reich y sus políticas de esterilización y eugenesia desde su posición de jueces. La defensa que argumenta su abogado (Maximillian Schell) es en primera instancia que sus defendidos cumplieron la ley, mala o buena, pero la ley; luego intenta darle la vuelta a la causa colocando a los verdugos como víctimas de ese régimen que ellos no eligieron; y finalmente trata de compartir la culpa con todo el pueblo alemán, corresponsable del omnipotente poder de Hitler por acción, omisión o silencio. Trata, en fin, de que no haya vencedores ni vencidos, víctimas ni verdugos.
     Tres de los cuatro acusados se defienden con cobardía: «No somos verdugos, somos jueces», «Los demás lo sabían, nosotros no», y se justifican alegando la defensa de la Patria frente a sus enemigos (gitanos, judíos, inmigrantes…). El cuarto, el más respetado, el más temido, Ernst Janning (Burt Lancaster), reconoce su culpa como juez y parte de la barbarie y, por extensión, la de todos los alemanes. Reclama la verdad, aunque duela. «Si tiene que haber alguna salvación para Alemania, los que sabemos que somos culpables debemos admitirlo, sea cual fuere la pena y la humillación que nos cause».
     El fiscal militar norteamericano (Richard Widmark) acusa a los jueces de connivencia con el holocausto; ellos no dirigían personalmente los campos de concentración, ni tuvieron que azotar a sus víctimas o accionar el mecanismo que llevaba el gas a las cámaras, pero impusieron y ejecutaron leyes que enviaron a millones de víctimas a su destino; aplicaron leyes que sabían injustas y condenaron a miles de personas que sabían inocentes. Cuando el fiscal proyecta las atroces imágenes del campo de Busenbaum, el abogado defensor lo acusa de inmoral por presentar esas películas; lo grave, lo cruel, no es el hecho de la tortura y la muerte, sino su desagradable visión.
     Por su parte, el juez americano (Spencer Tracy), sereno, modesto y gran conocedor de la ley, trata de juzgar con objetividad. Tiene el papel más difícil, pues se ve sometido a todo tipo de presiones: los otros magistrados, que no comparten del todo su interpretación de la ley; la viuda de un alto mando nazi condenado a la horca (Marlene Dietrich), que antepone el honor militar de su marido a sus criminales actos; el senador que le insinúa la conveniencia de un juicio laxo, porque «nos hará falta el apoyo del pueblo alemán» frente a los comunistas; el propio general al mando, que se lo deja más claro aún: «no esperes conseguir la ayuda de los alemanes aplicando rigurosas condenas»; y el propio pueblo alemán, que trata desesperadamente de olvidar que hace sólo tres años era cómplice de aquellos crímenes y ahora necesita mirar «hacia adelante».

Finalmente, el viejo juez Haywood antepone el pleno sentido de la Justicia y de la Ley, con mayúsculas, a cualquier conveniencia política o relativismo moral. Lo que se juzga va mucho más allá de la actuación de esos cuatro criminales nazis, pues «quien realmente pide justicia es la Civilización», y la justicia dice que «cualquier persona que ayuda a otra a cometer un crimen, cualquier persona que provee a otro de los medios para cometer un crimen, cualquier persona que actúa de cómplice en un crimen es culpable». Lo que defendemos, pues, es «la justicia, la verdad y el respeto que merece el ser humano».
     Los cuatro acusados son declarados culpables y condenados a reclusión perpetua. Pero el juicio aún no ha terminado, queda la conclusión final. La película acaba con un demoledor mensaje: «Los juicios de Nuremberg finalizaron el 14 de julio de 1949. Noventa y nueve acusados fueron condenados a penas de prisión. Ninguno de ellos cumple condena en la actualidad». Al final, los vencidos se convierten en vencedores y los vencedores en vencidos. Y los millones de víctimas que reclamaban –y merecían- justicia, sólo obtuvieron “conveniencia política” a cambio de su sacrificio.

Lo que está sucediendo estas últimas semanas (aunque viene de largo) en España es algo similar a lo que narra la película, salvando distancias y cifras. Estamos tratando de olvidar un pasado repleto de víctimas (asesinados, mutilados, secuestrados, amenazados, extorsionados, huérfanos, viudas…) en aras de una presunta paz, que no es sino una conveniencia política. Estamos mirando hacia otro lado para no ver sus capuchas y su hacha ensangrentada. Estamos justificando la defensa de una “patria” inexistente por la que se han perdido muchas vidas inocentes. Estamos exculpando a criminales y cómplices al tiempo que condenamos al silencio a las víctimas. Estamos perdonando crímenes contra la civilización, contra la verdad, contra los derechos humanos. Estamos convirtiendo a los verdugos en víctimas y a las víctimas en escoria. Estamos diciendo a Miguel Ángel Blanco, a Joseba Pagaza, a Gregorio Ordóñez, a Ortega Lara, a Irene Villa y a miles de seres humanos más que su sacrificio fue en vano; que se lo podían haber ahorrado, porque ahora somos colegas de sus asesinos y que aplicándoles rigurosas condenas, aunque sea al amparo de la ley, nunca conseguiremos la paz. Estamos amparando una “resolución del conflicto sin vencedores ni vencidos”, en la que los asesinos vencen otra vez y vuelven a perder la justicia, la ley y la dignidad. Un precio demasiado alto para una sociedad cansada de pagar.

Y señores observadores internacionales de esta “conferencia de paz”: lo nuestro no tiene nada, pero nada que ver con Irlanda del Norte, y mucho menos con Sudáfrica; y tampoco es un “conflicto armado”. Se llama TERRORISMO. Puro y duro.

viernes, 14 de octubre de 2011

Confucio en León


Al ya casi expresidente del gobierno (¡aleluya!) José Luis Rodríguez Zapatero, alias Mister Paz, le quedan pocas semanas para prejubilarse a sus 50 primaveras y retirarse a su chocita (700.000 euracos de chalete en una parcela que le costó otros 300.000) en ese bello paraje leonés de evocador nombre, Eras de Renueva, en el que dedicará su precioso tiempo a supervisar las nubes acostado en una hamaca mirando al cielo y, suponemos, también a Sonsoles. Allí, en su retiro dorado (y forrado: unos 220.000 euracos al año más chófer, más viajes de gorra, más folios y bolis gratis, más 35 escoltas de a millón al año) echará de menos sus siestas en las reuniones de la OTAN, sus risas (provocadas) en los foros internacionales, sus incomprendidas (incomprensibles) alianzas de civilizaciones, sus sonrientes fotos con los líderes del mundo libre (Chávez, Mohamed, Fidel y cía.), sus brevísimos pero intensos encuentros góticos con Ohbama!, sus viajes por aquí y por Alá, sus goles de cabeza en la champion league europea, sus duelos dialécticos en el debate del Estado Lamentable de la Nación, sus negociaciones con los hombres de paz, sus entrevistas-masaje-tantra en RTVE, sus veranitos en La Mareta, sus paseítos por los jardines de la Moncloa y del Pardo… todo eso y más echará de menos el expresi en el León de sus amores crepusculares.

O sea, que se va a aburrir como un muerto, suponiendo que los muertos se aburran, claro. En previsión de ese mortal aburrimiento, al expresi se le ha ocurrido una idea genial: llenar León de chinos, que deben ser la mar de entretenidos. No sabemos si retomará sus clases de artes marciales de su juventud o aprenderá a cocinar rollitos de primavera para sorprender a Sonsoles o empezará a estudiar el idioma chino ahora que ya domina el inglés, el francés y el alemán; o si quedó tan impresionado viendo la reciente peli sobre Confucio (Hu Mei, 2010) en el cine que ha decidido hacerse sabio en dos tardes. El caso es que este lunes inauguró el Instituto Confucio de León y habló de la magnífica riqueza de la China de hoy y de ayer a través de su lengua, de su tradición milenaria, de su visión del mundo, de su dinamismo económico, de su potencia investigadora y de la profundidad de sus filósofos (paradójico que el sabio de La Moncloa admire de China justo lo que ha dinamitado en España). Como no podía ser de otra manera, el gabinete del expresi rebuscó en google al acecho de alguna cita del sabio filósofo chino que da nombre a la cosa y el expresi quedó como un verdadero Confucio cuando soltó eso de “donde quiera que vayas, ve con todo, y lleva a tu lado tu corazón” (aunque probablemente pensando más en su retiro leonés y en su Sonsoles que en los ministros chinos que sonreían a su vera).

Y claro, me lo ha puesto a huevo. Porque uno, que también sabe rebuscar en google como el que más, se ha tomado la molestia de recopilar una serie de citas del sapientísimo Confucio, que hace ya 2500 años pensaba en Zapatero. ¿No me creen? Lean, lean atentamente estas premonitorias sentencias y convénzanse:

“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes” (mucho, mucho peor)

“Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro” (estudiar, no destruir)

“Sólo los sabios más excelentes, y los necios más acabados, son incomprensibles” (sin comentarios)

“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor” (y si lo corrige mal, peor todavía).

“Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz” (eso va por lo del abuelo Lozano)

“El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar, y practica lo que profesa” (y el que habla sin obrar y practica lo contrario de lo que profesa, ¿qué tipo de hombre es?)

“No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación” (perfecta descripción de dos legislaturas)

“¿Uno que no sepa gobernarse a sí mismo, cómo sabrá gobernar a los demás? (pues eso)

“Gobernar es rectificar” (y rectificar y rectificar y rectificar y rectificar ¿qué es?)

“Antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas” (o cuarenta millones)

“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida” (como si lo viera: supervisor de nubes tumbado en una hamaca mirando al cielo… y a Sonsoles).

No me digan que el filósofo de Qufu no lo clavó. Si es que no hay nada como la sabiduría. Esa extraña cualidad que, a partir de noviembre, vamos a tener en León a espuertas. Y en Eras de Renueva más.

martes, 4 de octubre de 2011

Harás cosas que me helarán la sangre

El 6 de julio de 2006 los dirigentes socialistas Patxi López y Rodolfo Ares se reunieron en el hotel Amara Plaza de San Sebastián con los dirigentes batasunos Arnaldo Otegui, Rufi Etxeberria y Olatz Dañobeitia (significativo apellido) en un encuentro de amiguetes que no presagiaba nada bueno. Durante hora y media, los colegas intercambiaron impresiones y cromos (pistolas por presos, impuesto por faisán, Navarra por tregua trampa, que la tengo repe) en un ambiente relajado, distendido y “sincero”, no sabemos si acompañados de patxarana o txacoli, por aquello de la hora (diez de la mañana o así). Las declaraciones posteriores de Otegui “el gordo” no dejaron lugar a dudas del colegueo imperante: “lo importante es que esta foto apunte a cómo se debe construir el futuro de este país; y el futuro debe construirse entre todos para que haya un acuerdo para todos y en el que el protagonismo sea de todos y en el que en definitiva al final todos y todas en este país seamos capaces de entender que las aritméticas democráticas no son las victorias ni las derrotas de nadie”. Dejando aparte que no dice lo de todos y todas hasta la cuarta vez, aquí lo importante es eso de la aritmética democrática, o sea, que los muertos son números, muescas en la pistola, puntitos en el tiempo, accidentes del pasado, y que hoy lo que importa es el futuro y la aritmética de los votos, los escaños y los euros. Y que sin vencedores y vencidos, los derrotados somos todos.

Por su parte, Patxi respondió a su visionario cómplice con idéntica aritmética: “la de hoy ha sido una foto inédita que ojalá sea el anuncio de un nuevo tiempo en el que la política destierre definitivamente a la violencia en este país, pero también en una reunión extraordinaria que necesita para repetirse que la izquierda abertzale cuente con una formación legal que la represente”. Otro visionario, este Patxi. Profeta en su tierra, oiga. Como quien no quiere la cosa, ahí tenemos a Bildu partiéndose la caja con sus bravuconadas y nuestra impotencia, y repartiéndose la caja de nuestros sudores y lágrimas. Y aún los veremos en el Congreso de los Diputados del “Estado”, sacando pancartas y gritando consignas desde sus aritméticamente democráticos escaños y descojonándose desde el estrado, con el micrófono cargado.

Ese día de julio de 2006 hubo otra visionaria en la escena. No dentro del hotel Amara, sino en la calle. Pilar Ruiz Albisu, madre socialista del policía socialista Joseba Pagazaurtundua, asesinado por ETA en 2003, desde la tristeza, el dolor y la rabia de quien se ve traicionada por los suyos, se lo escupió a la cara a Patxi López, con la voz entrecortada por los sollozos pero con la convicción intacta: “A mí no se me dice que no hay negociaciones. ¿Qué están haciendo?...negociando, ¡traidores! ¿Y dónde estaban cuando mataron a mi hijo? ¡Reuniéndose con Batasuna! ¡¡Traidores… Sinvergüenzas!!” Y recordó aquellas palabras que escribió en una carta dirigida a Patxi López un año antes: "Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son". Se refería a la aritmética democrática.

Hoy, en 2011, las palabras de Pilar Ruiz, como las de Patxi López y Otegui, han cobrado nuevamente sentido. La maquinaria está a toda marcha; las negociaciones que comenzaron a germinar allá por 2003, antes incluso de que el PSOE estuviera en el poder (antes de que ETA asesinara a Pagaza), están recogiendo sus frutos; “tú me acercas los presos (¡muy bueno lo de los ‘penados’, colega!), me legitimas políticamente, me financias, me anulas algunas sentencias y me sueltas al ‘gordo’ Otegui y yo te suelto un par de comunicados diciendo que blablablá y el conflicto y tal y te hago la campaña electoral. ¡Y coño, finánciame también a los cocinillas vascos!, que eso nos viene muy bien para exportar Euskal Herria; que con lo de Donosti ciudad universal del mundo mundial no nos llega. Y luego ya seguimos hablando de Navarra y la autodeterminación y demás aritméticas democráticas. ¿Te vale pues, o te saco la pipa? ¡Que es broma, joder!”

Y Patxi, como predijo Pilar Ruiz, ha cerrado los ojos y ha puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido; y ha dicho y hecho cosas que nos han helado la sangre. Todo por “la superación del ciclo terrorista” (antes llamada “derrota de ETA”). Y lo más triste de todo es que la campaña no ha hecho más que empezar. Al final, ya lo sabemos, decidirá la aritmética democrática.