martes, 22 de septiembre de 2009

Libertad, responsabilidad y juventud asilvestrada


We dont need no education / We dont need no thought control / No dark sarcasm in the classroom / Teacher, leave those kids alone / Hey, teacher, leave those kids alone! / All in all its just another brick in the wall / All in all youre just another brick in the wall.


A punto de cumplirse 30 años del nacimiento del genial e inmenso The Wall, la obra magna de Pink Floyd, conviene recordar una cosa que tal vez ande un poco olvidada en estos tiempos modernos que corren: las frustraciones colegiales de Roger Waters, en forma de maestros prepotentes, malvados y especialmente sádicos, acabaron hace ya muchos años, allá por la posguerra, cuando el amigo Roger era un infante incomprendido. Hoy, al menos en esta Ezpaña que sufrimos cada día, lectivo o no, el sádico es el alumno y el ladrillo no está en el muro, sino estampado en la cabeza del profesor, o profesora, que aquí también ha llegado la ley de la igualdad y no se hacen distingos de género a la hora de humillar, mancillar, maltratar o directamente golpear.
A lo largo de estas últimas semanas se han desbordado ríos de tinta, física y virtual, en periódicos, webs, blogs, televisiones, radios, púlpitos y demás medios de comunicación de masas, tratando de alumbrar siquiera un poco la oscuridad que nos envuelve en cualquier asunto relacionado con la otrora aplicada juventud. Ocio embotellado, educación embrutecida, violencia estandarizada, delincuencia generalizada, valores invisibles e inaudibles, futuro más inexistente que incierto. Desde la gamberradita de Pozuelo, en la que unos descerebrados (pijos o no, ésa no es la cuestión) atacaron sin miramiento a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (dicho así no sé si impone más), amparados en la masa anónima y bestial, en la complicidad-ignorancia-comprensión-miedo de sus papis y en la estupidez sin más del presunto juez que los castigó sin postre, desde ese día, digo, se ha abierto un debate que en realidad llevaba sin cerrarse desde hace años, pero sin portadas en los medios ni acaloradas discusiones en las tertulias. El caso es que cada día salen a la luz nuevos casos de violencia en las aulas y fuera de ellas, de violencia física y psicológica de alto grado, con premeditación, alevosía y youtube (que debería ser un agravante), casos en los que las víctimas son los maestros y los violentos son los alumnos y sus ejemplares papis, que a su vez también son víctimas de sus propios hijos.
Y todos nos llevamos preguntando desde hace unas semanas ¿de quién es la culpa? Y unos culpan a la sociedad y a la marginación y a la lucha de clases; y otros a la falta de alternativas de ocio sano; y otros a los estúpidos e irresponsables alcaldes que permiten e incluso fomentan el botellón; y otros a los padres, que van de colegas y claro, se les trata como a colegas; y otros culpan a la autoridad represora; y otros a la falta de autoridad; y otros a los niñatos malcriados y consentidos; y otros a los parias rebeldes con o sin causa; y otros a la televisión, que aparte de mala es maléfica; y otros a la ley, que es blanda y cobarde, pero muy políticamente correcta; y otros al relativismo moral que se nos impone por activa y por pasiva; y otros, en fin, a la falta de oración. Cada cual a lo suyo. Y todos tendrán su parte de razón, no digo yo que no, pero todos olvidan que la culpa de los actos de uno no puede ser más que de ese uno. O sea, que si nos mola tanto la libertad individual, nos debería molar tanto o más la responsabilidad individual que conlleva. Lo dijo muy clarito George Bernard Shaw, que solía tener razón casi siempre: «No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Ella es sólo esto: Responsabilidad».
La culpa no es del sistema, ni de la sociedad, así, en abstracto; ni siquiera de los padres, aunque compartan parte de la responsabilidad, pues quién no conoce hijos más o menos descarriados de padres rectísimos (yo mismo lo fui, dicen); tampoco de la ley, aunque quien tiene el deber de hacerla cumplir a veces la cague, con todas sus letras y todas sus consecuencias. Ni siquiera es del sistema educativo; éste es parte del problema, pero no el culpable. La culpa, esencial y principalmente, es de cada alumno maltratador, de cada padre encabestrado, de cada niñato borracho, de cada “mister hyde” adolescente, de cada estúpido alcalde, de cada político cobarde y de cada juez insensato que no sean capaces de cumplir su deber, por políticamente incorrecto que sea. «La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe» dijo Campoamor, el poeta, hace más de un siglo. Lo otro es anarquía. Es el adolescente el que elige: elige si sale o no, con quién va, adónde va, cómo y cuánto bebe y para qué, qué se mete y hasta dónde llega, en su pedo, en su violencia o en su inconsciencia; incluso elige si se mata o no al volante; y si es niña, además, elige si se deja o no, hasta dónde y con qué consecuencias previsibles. Elige también si al día siguiente se arrepiente o repite; si aprende o presume de ‘hazaña’; si asume la responsabilidad de sus actos o la elude cobardemente; si acepta la culpa individual o la diluye en la masa informe del grupo, la sociedad, el sistema o la madre que los parió. Y todas esas elecciones, decisiones, responsabilidades son de cada uno, personales e intransferibles, individualísimas. Como su libertad.

Como ‘reza’ la mismísima Internacional, que tanto gusta a estos chicos y chicas que nos gobiernan, «No hay derecho sin deber». La libertad conlleva una gran responsabilidad. Por eso la libertad hay que educarla. Por eso, para que funcione debe funcionar también la autoridad. Porque igual que los jóvenes han de merecerse la libertad, los mayores han de merecerse el respeto. Sin miedo a caer en el autoritarismo. La disciplina es buena, de verdad. Los profesores están indefensos hoy en día, carecen de autoridad y, por consiguiente, adolecen de respeto. No es culpa suya, sino de la absurda ley que prefiere un alumno desestabilizador dentro del aula antes que (¡pobrecito!) castigarlo o expulsarlo. Así, aunque los angelitos sepan cuál es su responsabilidad (porque lo saben, no nos engañemos), algunos se aprovecharán de la falta de límites en el colegio y ejercerán de rebeldes oficiales; si esos límites tampoco los encuentran en casa, el asunto se agrava y se forja el delincuente; si tampoco pone límites el juez, ¿dónde acabará el asilvestrado sucedáneo de Sidney Poitier en ‘Semilla de Maldad’? ¿O es que habrá que contratar ex militares, tipo Glenn Ford, para mantenerlos a raya? ¿No sería más fácil endurecer la ley, con sentido común, recuperar el respeto de los maestros, restablecer la autoridad de los mayores, en general, y volver a encauzar a una juventud que es incapaz de asumir la más mínima responsabilidad? ¿No sería más eficaz restaurar el valor de la exigencia, del esfuerzo, de la instrucción y del conocimiento como fuentes de la verdadera libertad, volver a la tan injustamente vilipendiada DISCIPLINA? Como en cualquier país europeo, esos que tan bien nos vienen como excusa cuando queremos equipararnos en leyes del aborto, eutanasias y demás bendiciones para la vida, pero que a la hora de imitar responsabilidades, ¡uy!, ahí ya no. En Francia un alumno puede ir a la cárcel por agredir a un profesor, en Italia se levantan cuando el maestro entra en clase y en Alemania se tratan de usted; en Gran Bretaña, agredir a un maestro es igual que agredir a un policía y un padre con malos modales puede ser multado hasta con 575 euros. Y, por cierto, no creo que sigan utilizando ya los implacables métodos descritos por Roger Waters en ‘Another brick in the wall’, donde los alumnos acababan cayendo en una trituradora que los convertía en carne picada, metafóricamente, claro.

¡Ay, qué daño hizo el mal llamado ‘viejo profesor’ a la juventud de nuestra generación con su «bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad»! Afortunadamente, la mayoría salimos, más o menos ilesos, de ese naldito caos y demás ‘colocones’ que pregonaba el nada tierno Galván. Los asilvestrados adolescentes de hoy ¿serán capaces de conseguirlo?
...

1 comentario:

dostoyevski dijo...

¡¡Sentido del deber!! Tío Pepe, estás pidiendo algo políticamente incorrecto.
La palabra "deber", es carencia o falta de una cantidad respecto a un total.
Esa carencia o cantidad que falta respecto a un total en la expresión sentido del deber es el plus que el individuo tiene que esforzarse por poner para llegar a ese total.
Y claro ahí está el problema. Hablar de esfuerzo es de fascistas.
Lo cool es lo light, lo débil, lo relativo, lo flojo. Se ve en el cine, en la tv, se oye en la música se aprecia en los hobbies de la juventud, en los valores de los gobernantes españoles y de los que hacen oposición. Son hijos del 68.
De todos modos no desesperemos, esto pasa siempre que la cultura de izquierda domina. En EEUU en los sesentas unos jóvenes iban a Vietnam y otros se entregaban al LSD y a otros excesos progres de buen rollito y valiente cobardía.
Poco después llegó Reagan y la revolución cultural de la que habla José Mª Marco en su libro "la nueva revolución americana". A ver si en Génova se leen ese libro y se enteran de que va el tema.