martes, 10 de agosto de 2010

De medusas, tentáculos, venenos y política en general


Andábamos el otro día remojándonos entre, bajo, sobre y tras las olas de la magnífica playa de Somo (donde el gran Seve, me contó un día, baja a pasear a sus perros en cuanto los visitantes ocasionales estamos donde nos corresponde el resto del año), cuando avistamos una "carabela portuguesa", que no es un barco pirata del vecino ibérico ni los restos mortales de Cristiano Ronaldo tras el Mundial, sino una medusa muy cabrona que este año ha decidido que el Cantábrico es un mar fantástico para veranear (que ahí le doy la razón, al bicho). El caso es que la "Physalia physalis" ésta, que es como se llama en culto, no parecía gran cosa (yo he hecho surf en mi Zarauz del alma rodeado de medusas de más de un metro de eslora, lo juro) pero en realidad tiene más peligro que el pulpo de 20.000 leguas de viaje submarino. O eso decían los socorristas y la prensa, por precaución unos y por rellenar estivales vacíos de papel los otros.

Lo bueno que tienen estas medusas es que se ven. Y hasta son bonitas, las tías (o tíos, que no se diferencia muy bien que digamos el sexo de la cosa, para desgracia de Bibiana). Por encima de la superficie del mar asoma o flota la campana, de unos 20 cm., que es como la cabeza; transparente tirando a morado, muy bonita, y se ve venir de lejos. Lo malo es, como casi siempre, lo que no se ve: unos tentáculos de metro y medio que pululan por debajo de la superficie y que cuentan con 1 millón de elementos urticantes por centímetro cuadrado, más o menos, con un potente veneno que te inyectan sólo con rozarte y que te provoca dolores de cabeza, espasmos, ojos llorosos, dificultad para tragar, sudoración y una mancha roja en la zona de la picadura. Como el gobierno de Zapatero, vamos. Y, para colmo, aun muertas son igual de peligrosas, o sea, que si partidas en pedacitos les tocas los tentáculos te pican igual. Como Tomás Gómez, o así.

Por supuesto que las elementas urticantes que están fastidiando el verano a los pocos que hemos podido veranear no tienen culpa de nada, las pobrecitas (como el Gobierno, ya digo), y que todo es culpa del cambio climático que ha calentado la antaño fresquísima agua cantábrica y, claro, vienen las Phylis y las Physalias buscando las cálidas aguas mediterráneas y se encuentran con las anchoas del amigo Revilla (que aún se cree lo del AVE de Pepiño, el muy ´salao´) y con las olas y el verde infinito de las costas y demás bellezas cántabras y, lo normal, aquí que se quedan. Y si encima no hay tortugas ni atunes ni Garzones ni demás depredadores naturales, pues con más razón.

Total, que un sinvivir. Y uno que quería tranquilidad, olitas, paseos, vida familiar y olvidarse de la política y de sus tentáculos y de la crisis y del gobierno y de Pepiño (que el otro día andaba en O Carballiño zampándose al primo del pulpo Paul, digo yo que porque no podía meter en la olla hirviente a los controladores descontrolados) y de los ´bous´ de Montilla y de la paletada Obamaníaca y del pesado de Mourinho y del affaire Trini-Gómez y de los venenos etarras y su Papá Noel Rubalcaba y demás urticantes realidades patrias, pues viene la "carabela portuguesa" a recordarnos que no, que en esta vida estamos para recibir picaduras donde más duela; y que por mucho que pretendamos ver lo evidente, al final nos la clavan por lo bajini. Por confiados. O por ´pringaos´.

Aunque siempre hay esperanza, y para librarnos de tan molesta plaga podemos ´imital´ el remedio japonés: en ensalada, aliñadas con salsa de ciruelas en escabeche, salsa de soja y aceite de sésamo. O sea, medusa a la urna. ¡Deliciosa!

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