martes, 13 de diciembre de 2011

ZP, Rajoy y el experimento de la esperanza

Otro año más, los españoles celebramos la Constitución (la Carta Magna, no el Puente Magno, aunque también), salvo los energúmenos de siempre (los de ERC que la queman y los nacionalistas que la ignoran) y algún memo nuevo (el tontolaba de Cayo Lara y su pravdiana estupidez) por mucho que todos –todos- se beneficien de ella. Incluidos, claro, los dipuetarras de Amaiur, que son los que más se la van a beneficiar. Otro año más el vanidoso y soberbio Bono, con ese afán de protagonismo cursi que le caracteriza, ha soltado su sermón, tramposo como siempre, afectado como siempre, pero esta vez con un par de verdades probablemente involuntarias.
          Alaba el amigo de los equinos y los aeropuertos fantasma a su otrora enemigo Zapatero, y le dedica estas bellas y metafóricas palabras: «durante ocho años ha tenido en sus manos el timón de la gobernación (…) y cuando la mar se calme y la tempestad amaine contemplaremos en toda su dimensión tu obra como presidente». Primera verdad: cuando se retiren las brumas, cese la lluvia y se calmen las olas (esto es, cuando tomen posesión los nuevos y se levanten las alfombras) todo el desastre provocado por 8 años de tempestad zapaterista saldrá a la luz en toda su gigantesca dimensión, y veremos que es mucho más de lo que la brumosa tormenta nos permitía ver. Económica, política, social y moralmente hablando.
          La segunda verdad que el amigo de los constructores de ciudades fantasma nos revela en su alocución es que la Carta Magna es una “gesta” de los españoles y que «mientras estemos unidos en lo esencial hay esperanza». Lo que no revela Bono es qué es lo esencial en lo que debamos estar unidos, porque gracias a la estrategia cainita de su otrora enemigo ZP a los españoles ya no nos une nada, aparte la Selección Española de Fútbol, y puede que a estas alturas ni eso. Pero sí tiene razón en que esa es la única esperanza que nos queda (la otra Esperanza sólo los madrileños) y que si no ayuntamos esfuerzos y direcciones, seguiremos tirando hacia lados opuestos con lo que eso supone de avance.

Esto de la esperanza me recuerda al famoso experimento del profesor Rudolf Bilz y sus ratas de campo. Comprobó el psicólogo alemán que si una de estas ratas es arrojada a un barreño lleno de agua, sin posibilidad de escape, nada desesperadamente durante unos quince minutos y, pasado este tiempo, muere a causa del estrés y el desconcierto, por el miedo mortal ante una situación sin salida.
Curiosamente, la capacidad de aguante de estas ratas supera las 80 horas nadando antes de ahogarse, y eso llevó a Bilz a su segundo experimento: al día siguiente dejó a otra rata nadando en el interior del barreño durante unos minutos y luego le lanzó una tablilla, por la que pudo trepar y salir del agua hacia un refugio seguro; poco después, esa misma rata fue lanzada al barreño, sin tablilla salvadora, y para sorpresa del doctor Bilz el animal no murió de estrés a los 15 minutos, sino que aguantó 80 horas nadando sin parar hasta su total agotamiento. La clave, la esperanza de que en algún momento se le volviera a arrojar la tablilla salvadora.

Los españoles llevamos ya unos años nadando desesperadamente en las procelosas aguas del barreño en que nos metió nuestro particular Dr. Bilz, alias Zapatero, esperando que se nos arroje la tablilla salvadora. Parece que nos llegó el pasado 20N, con barba y parsimonia, y alguna que otra duda sobre su seguridad. Pero, en cualquier caso, con suficientes dosis de esperanza como para que las ratas aguantemos nadando el tiempo que haga falta hasta salir del barreño. La imagen del Congreso de los Diputados de este pasado martes es de lo más reveladora: los abucheos a Zapatero y los aplausos a Rajoy no son sino símbolo de que el gallego y su equipo son nuestra –y puede que única- salvación. Si él nos falla, ay, nos ahogamos todos. Somos españoles, aguantamos mucho, pero ya apenas nos quedan fuerzas para seguir braceando. Glub… glub…


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