Esta es la historia de una mujer de buen corazón que una mañana se encontró, tirada junto al camino, una pobre serpiente casi muerta por el frío. “Llévame dentro, por amor de Dios. Llévame dentro, buena mujer” suplicó la serpiente. “Te llevaré a casa y cuidaré de ti” le aseguró la mujer. La abrigó, la puso junto al fuego y le dio leche y miel. Cuando volvió del trabajo esa noche, comprobó que la serpiente había revivido. “Eres tan bonita, pero si no te hubiera cuidado ahora estarías muerta”. La acarició, la besó y la abrazó suavemente. Pero la serpiente, en lugar de darle las gracias, le dio un vicioso mordisco. “Yo te salvé” exclamó la mujer. “Y aún así me muerdes. ¿Por qué? Sabes que tu mordedura es venenosa y ahora voy a morir”. “Oh, ¡cállate estúpida mujer!” siseó el reptil con desprecio. “Sabías perfectamente que era una serpiente antes de llevarme a tu casa”.
No sé por qué, pero esta vieja canción de Al Wilson me recuerda a cierto iluminado presidente del gobierno que se ha llevado a su casa a una serpiente moribunda, la ha abrigado, la ha puesto junto al fuego y le ha dado leche y miel. La serpiente se está curando y reviviendo con gran rapidez. ¡Bien por el presidente, qué bueno es! Lo malo es que, cuando la serpiente le muerda con saña (y lo hará), el veneno nos infectará a todos.
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