Pues vale. Pues ya está. Ya hemos prohibido las corridas de toros en Cataluña y nos hemos quedado más a gusto que un caganer vestido de culé cantando Els Segadors. Y todo en aras de la justicia animal, o sea, de la protección de las pobres bestias de la fauna autóctona frente a esos criminales trogloditas del traje de luces y la espada asesina, y frente a los despiadados espectadores, puro en ristre, de este circo sangriento y salvaje, espectáculo de masas insensibles, fachas y cavernícolas (se llamen Picasso, Heminway, Alberti, Goya, Lorca, Prieto, Jalón, Montilla o Companys, que también iba a los toros el muy facha).
El caso es que, puestos a defender a las bestias del maltrato animal de los humanos, podían seguir estos chicos prohibiendo, por ejemplo, el Zoo, que es un lugar donde los animales que ayer eran libres hoy son esclavos y además no tienen intimidad ninguna, y les tiran cacahuetes y porquerías poco adecuadas a su dieta de animales salvajes (alguien me dijo que un dirigente de ERC es también dirigente del Zoo de Barcelona, pero no recuerdo quién). O podrían prohibir la carne de cerdo y derivados (butifarra incluida), que además de vivir como unos en pésimas condiciones de higiene mueren como unos mártires, desangrados vivos, y profiriendo espeluznantes alaridos de dolor sin oportunidad de lucha ni dignidad ni nada. O también el ganado de carne, esos toracos cebados hasta pesar más de 1200 kilos y que no pueden corretear por la dehesa porque viven enclaustrados y sobre todo porque se les parten las patas en cuanto tratan de levantarse; yo los he visto con estos ojitos y, la verdad, daban más pena que sus primos del campo.
Podrían prohibir las granjas de pollos, donde miles de gallinas viven hacinadas cada día y cada hora de su miserable existencia, soportando temperaturas extremas y aplastamientos que a menudo son mortales; o los acuarios y peceras, donde los pececillos viven encerrados en un espacio deprimente en lugar de vagar por esos mares de Dios; y no digamos los delfines de los parques acuáticos, obligados encima a hacerse los simpáticos con los crueles niños que pagan por verlos hacer monerías; y ya puestos, los hamsters, los canarios, los galápagos, los conejitos y demás mascotitas de celda de castigo hogareña; o los caballos, que probablemente preferirían galopar con el viento por las verdes praderas pirenaicas en lugar de vivir en una cuadra mínima y dar saltitos en el Polo de Barcelona porque a su amo le ha dado por ahí; o las vacas de leche, devorando pienso en su cubículo noche y día, exprimidas como limones y amputadas las ubres cuando su número no coinciden con los tubitos de
No sé por qué me da que a todas estas bestias, si les dieras a elegir, estoy casi seguro de que elegirían la suerte del toro bravo: vivir unos años en pleno campo, libres y felices correteando por la dehesa, para luego morir luchando con bravura, en una batalla de no más de 15 minutos, frente a un enemigo que te admira y te respeta. Pero esto, me dirán, no es más que pura demagogia. Puede.
Pero la cosa va de bravura, honor, respeto. Valores que se pierden porque ya no están de moda en
Y claro, uno está ya un poco hasta los cuyons del eterno victimismo de la ciudadanía catalana, porque son ellos los que provocan sus propios males y, de paso, los nuestros. Los mismos que callan y otorgan con la mamandurria del Liceo; los mismos que se ocultaron, en vergonzoso silencio, bajo los escombros del Carmel; los mismos que permiten a un personaje como Carod Rovira gastarse millones de euros catalanes en abrir utópicas embajadas catalanas en los rincones más coquetos, y más caros, del globo; los mismos que se quedan en casita durante las pseudo jornadas electorales de los referendums independentistas, ésos que votan el 20% de la ciudadanía y salen el 99% de síes (¿se imaginan que todos los que están contra la independencia hubieran salido a votar y hubieran votado "no?"); los mismos que hipotecan el futuro de sus hijos, condenándolos al monolingüismo y al pensamiento único; los mismos que permiten a sus políticos alejar de sus tierras la prosperidad, expulsando con su proverbial estupidez millones en inversiones extranjeras; los mismos, en fin, que mantienen en la poltrona a los que les mangonean, les abofetean y les torean, les torean, sí, con tercio de varas, de banderillas, de muerte, con estocada y puntilla, y sonando una rumba de Peret, antes de que la prohíban por su sospechoso origen andaluz. Como el Montilla o así.
TIRARSE LOS MUERTOS PARA GANAR LA PARTIDA
Hace 2 semanas
1 comentario:
Pepe. Una pega. Por "ciudadanía catalana". Estuve en Cataluña mis primeros 30 años de vida. Y en total 51 en España. Esos males, reales, del pueblo catalán los compartimos TODOS. Porque los políticos están haciendo y deshaciendo (sobretodo deshaciendo) a su antojo con nuestro 'consentimiento' o, al menos, no movilización, etc.
Sí que los resultados son más flagrantes mirando al norte y al noreste, pero el cáncer está en las instituciones todas y, pienso, los catalanes globalmente no son más culpables que los demás. SOLO que PP y PSOE hubieran tenido algún principio intocable (partidos de ámbito/vergüenza/interes nacional) ya se habrían evitado ciertas cosas. Bueno, paro que esto son comentarios. I'm sorry.
Saludos
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