lunes, 16 de mayo de 2011

El día que conocí a Seve. Una anécdota personal.


Hoy el cuerpo me pedía escribir sobre (o contra) la campaña electoral. Como profesional de la comunicación publicitaria es siempre un tema interesante (y a menudo vergonzante) escudriñar, analizar los mensajes de campaña, los eslóganes, las imágenes, las (presuntas) genialidades, el uso de los medios (especialmente internet, ese gran desconocido… aún), las diatribas, el agit-pro, las mentiras, los insultos y hasta las amenazas de muerte. La Publicidad, a pesar de lo que piensa el común de los mortales, es infinitamente más limpia y honesta que la propaganda política, donde predominan el juego sucio y el todo vale.
     Sí, hoy el cuerpo me pedía escribir sobre la campaña, pero el corazón me pedía escribir sobre algo limpio, sobre algo bueno, sobre algo grande. Hoy el corazón me pedía escribir sobre Seve.

Aunque yo nunca he sido jugador de golf (a los 14 años decidí, no sé si equivocadamente, que la emoción del surf era incompatible con el sosiego del golf, y en las olas me quedé), siempre he tenido un gran aprecio y admiración por Severiano Ballesteros. Por el personaje y por la persona; por el héroe y el hombre sencillo; por el creativo, el sorprendente, el genio, el pionero, el trabajador, el honesto, el cercano, el español universal y por el valiente que supo enfrentarse a su enfermedad con la misma decisión y sangre fría que a un Masters ("Has de tener carácter y fuerza para sobreponerte si quieres triunfar, ya sea en el golf o en la vida"). Seve el grande. Seve el único. Seve el querido (pocas veces una sola persona ha aunado a tantos millones en una misma opinión, españoles incluidos).
     Sí, siempre he sentido un afecto especial por ese hombre nacido en un pueblecito cántabro que “de la nada llegó al todo, a base de trabajo y disciplina y nunca olvidando de dónde venía”, como recordó su sobrino Iván en el multitudinario funeral celebrado en Pedreña. Por eso, el día que le conocí sentí auténtica emoción por el encuentro. Fue en julio de 2007, en un estudio de grabación, para locutar unas cuñas publicitarias de un cliente nuestro, del que Seve era imagen (STIHL, marca líder en motosierras y demás maquinaria para el jardín). Estaba un poco demacrado y alicaído (aún reciente la muerte en accidente de su novia, Fátima Galarza) e iba acompañado de su sobrino Iván, su fiel mánager, un tipo simpático y extrovertido; saludé al mito y ya sentí su cercanía, comentamos conocidos comunes (tengo parientes muy metidos en el mundo del golf profesional) y rompimos el hielo definitivamente hablando de Somo, la magnífica playa a los pies de Pedreña, cuna del surf cántabro y donde Seve acudía casi a diario a pasear con sus perras. Un paraíso natural, a unos metros de la casa de Ballesteros y del campo de golf que le vio nacer.
     Le di el guión de la cuña, que leyó con interés de locutor profesional (a todo lo que hacía le ponía el corazón): “He competido en muchos campos, y he aprendido que el éxito siempre depende de elegir la herramienta adecuada. Soy Severiano Ballesteros y para cuidar mi jardín, sólo confío en las máquinas STIHL, mi número uno. Por su calidad, fiabilidad y servicio profesional… Bueno, también elijo STIHL porque, en el fondo, siempre me ha gustado ganar…” Llegados a este punto, levantó la vista hacia mí y, sin quitarse las gafas de cerca, me dijo: “¡Coño, en el fondo y en la superficie!” No es fácil reconocer la ironía en un cántabro, el humor seco roza lo huraño, y le da aspecto de cabreo real (yo, como veraneo en Cantabria lo sé); pero enseguida asomó en el rostro de Seve esa sonrisa abrumadora y cordial que siempre llevaba consigo y añadió: “¿Y si quitamos lo de ‘en el fondo’?”. Pues perfecto, le respondí, así vamos menos apretados de tiempo. Y quedó la cosa en un “elijo STIHL porque siempre me ha gustado ganar”. Si más historias. Y además, porque es verdad. Es sólo una anécdota, pero también una muestra fiel de cómo era el carácter de Severiano Ballesteros, cordial y cercano, directo y honesto.
     Después de es día de julio nos vimos en otras ocasiones, pasado el verano (había recuperado ya el color: el aire cantábrico hace milagros en el cuerpo y en el alma). Charlábamos de Somo y de sus perras y de los magníficos árboles que engrandecen el jardín de su casa de Pedreña. No llegamos a intimar (mi conversación de golf es muy limitada), pero hicimos migas; y mi aprecio por él aumentó considerablemente: siempre me han gustado más las personas que los mitos. Por eso, un año después de aquel primer encuentro, sentí una enorme tristeza cuando Seve anunció, en octubre de 2008, que padecía un tumor cerebral. Justo estaba yo escribiendo “su” discurso dirigido a los empleados de STIHL cuando me dieron la noticia; Seve, claro, dejaba también de ser la imagen de la marca para centrarse en su duro tratamiento (varias operaciones, quimioterapia, radioterapia, rehabilitación…), y en el torneo más importante que había tenido que jugar (“ahora quiero ser el mejor, afrontando el partido más difícil de mi vida, con todas mis fuerzas”). Y jugó bien, y estaba ganando… en los primeros hoyos. Aguantó casi tres años, jugando y luchando como siempre había hecho: con tesón, con garra, con valentía, con ganas, con fe en sí mismo. Pero finalmente el cáncer ha ganado el partido, con un fatídico golpe que nos ha dejado a todos un poco más vacíos, un poco más solos y bastante más desconsolados.

Poco queda ya por decir, después de las honras, los obituarios y los homenajes que se han extendido a lo largo del mundo entero (dentro y fuera de las fronteras del golf). Éste no pretende ser más que eso, un pequeño recuerdo de un encuentro con un deportista grande y un hombre bueno que siempre supo estar a la altura de su personaje y de su persona. Lo resumió admirablemente su hijo mayor, Javier, en el funeral: “Papá estamos siendo fuertes, como nos pediste. Nunca te olvidaremos y haremos lo que nos pediste, ser buenas personas y cuidar unos de otros. Te queremos”. Gracias, Seve. Ve con Dios (creo que nada más llegar allí arriba, te van a poner una chaqueta verde).


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