lunes, 19 de octubre de 2009

Crónica emocional de un día grande por la vida

Hoy hemos celebrado algo grande, algo importante, y hemos sido muchos. Demasiados como para no ser vistos. Demasiados como para no ser oídos. Demasiado como para no ser tenidos en cuenta. Aunque a veces (y para algunos) ni siquiera demasiados son suficientes.


Hoy he acudido a la Marcha por la Vida. He ido con mis dos hijos mayores, 9 y 7 años, que han llegado sin entender demasiado a dónde iban pero han vuelto a casa plenamente conscientes de dónde han estado. Subimos al metro, que está a tope de familias, de jóvenes, de niños y abuelos, todos camino de la Puerta del Sol. En el trayecto, recuerdo que el Metro de Madrid cumple 90 años desde su nacimiento (gran palabra) y recuerdo también esa maravillosa campaña en la que todos los pasajeros acompañan a la madre en el nacimiento de su hijo ("Martín se ha adelantado"), de estación en estación, hasta el hospital. Y pienso que es una oportuna coincidencia, yendo a donde vamos. Cuando la marabunta familiar desciende en Sol, dos chicas de treinta y pico aprovechan para comentar su desacuerdo; «No sé por qué se manifiestan. Deberían dejar que cada cual elija». Olvidan, les digo, que hay uno que no puede elegir, y ése siempre pierde.


Bajamos en Banco de España, para ir directamente al final de la manifestación y cuando salimos el gentío es espectacular. Imposible avanzar por Alcalá. Nos hacemos los listos y vamos por detrás de Correos. Nos sale bien. Pepe, el mayor, me pregunta: "¿Contra quién es la manifestación, papá"? Y yo trato de explicarle que no es contra nadie, sino a favor de. Él insiste: "Pero si es una manifestación, será contra alguien". Y yo, ayudado por los miles de globos, los cientos de sonrisas, la música a tope, los niños a hombros de sus padres, el inmenso colorido pancartero que se mueve festivamente a nuestro alrededor, le repito que no, que no es contra nadie, que es a favor de la vida, de los niños que quieren nacer y de las madres que quieren que nazcan.

Creo que lo convenzo. Y en efecto, se ven miles de pancartas llenas de vida, que andan solas, con alegres movimientos, entre la marea humana. Gentes llegadas de toda España que reivindican su origen y su presencia, su compromiso y su alegría.

Llegamos a la Puerta de Alcalá y, gracias a mis sobrinas María y Rocío, voluntarias en la zona de Prensa, nos colamos en el oasis que es el stand de Intereconomía. Suena Jarcha y su "Libertad sin Ira" que, pienso, no sé si viene a cuento en esta historia. Dos mensajes coronan el stand de oradores: "Por la vida, la mujer y la maternidad" y "Cada vida importa", y me pregunto si en verdad puede haber alguien sensato que esté en contra de cualquiera de los dos. Y mientras mis hijos alucinan con la infinita cantidad de gente que ven a su alrededor, todos con globitos (abuelas y abuelos incluidos), cantando las canciones que suenan por megafonía, llega uno de los momentos más emotivos de la tarde. De repente se hace el silencio y por la pantalla gigante aparece la escena final de Bella, la valiente película de Eduardo Verástegui que ha salvado unas cuantas vidas de las que reclamamos aquí hoy. No quiero parecer empalagoso, pero el silencio es impactante, y la emoción brilla en los ojos lacrimosos de las cientos de personas que nos rodean. La vida es así, pienso, emocionante y bella. Mientras los tres protagonistas se alejan por la playa, empieza a sonar la vitalísima "Walk of Life" de Dire Straits ("he got the action, he got the motion") y todos nos ponemos en movimiento, a bailar, como si esto fuera una fiesta, que lo es.

Veo fotos de bebés en pancartas, y bebés en sus sillas, con los ojos bien abiertos, y veo señoras mayores, también en sus sillas (y con sus globitos), atentas a la música y a las cámaras de televisión: cuando alguna gira hacia ellas, saludan con efusión, como todos, como reivindicando su presencia «yo también estuve. Y salí en la tele».

Suena "The Who", Baba O´Riley (Teenage Wasteland), y pienso que la sabia mano de mi amigo ´El Charlas´ está detrás de la selección musical. Mi hijo Pablo coge su guitarra invisible y emula a Pete Towsend, disfrutando del punteo (es lo que tiene estar vivo, que puedes disfrutar de infinidad de cosas y momentos). Después suena la ochentera "Life is Life" y veo pasar una pancarta que reza "Matar no es buena solución" y otra, a su lado, "No los mates. Es su vida. Quiérelos, mímalos". Y miro a mis hijos y me digo que esas pancartas tienen toda la razón.


Comiezan los testimonios desgarradores de mujeres que fueron obligadas a “interrumpir voluntariamente su embarazo” y de otras que tuvieron más suerte o más ayuda o más valor y decidieron negarse a abortar (hoy, hay que recordarlo, las mujeres son las justas co-protagonistas).

Una joven de 17 años, embarazada, termina con un emotivo y sincero "seré madre y seré muy feliz". Esperanza Puente (portavoz de RedMadre), por el contrario, nos cuenta cómo hace 14 años la engañaron en el centro abortista y cómo se dio cuénta de su error cuando vio los restos de su hijo descuartizado. "Era igual que nosotros, que todos los que estamos aquí, pero pequeñito". Y lanza su reivindicación: «Las mujeres no queremos abortar. Lo más progresista es defender la vida, a la mujer y la maternidad». Ella lo sabe bien, murió por dentro cuando murió su hijo. Por eso ha dedicado su vida a salvar vidas. Suena la canción "Color Esperanza" y las pancartas vuelven a vibrar. "Vive y deja vivir", "Viva la madre que me parió", "Tengo una corazonada", sobre la ecografía de unos gemelos.

Saludo a Miguel Durán, que se apuesta 2 euros con mi hijo Pablo a ver si adivina su edad, y pierde. Veo también a María San Gil, haciéndose fotos y recibiendo besos de todo el mundo, como una estrella de cine; todos le comentamos cuánto la echamos de menos. Eduardo Verástegui llega al micrófono y el público femenino se estremece, pero habla de nosotros, los hombres, y reivindica nuestra responsabilidad compartida en la vida de los hijos que hemos colaborado en engendrar. Y recuerda a los malinterpretadores de este acto que defender la vida no es defender un criterio de partido, sino defender al hombre y a la mujer.

Después de la intensa interpretación de Pedro Alfaro del Preludio de la 1ª Suite de Bach (que va creciendo en intensidad como un bebé va creciendo en la vida), miles de globos recuperan su libertad y vuelan hacia el cielo de este Madrid convertido hoy en Capital of Life. Y puede que sea una tontería mía, pero hay un momento en que los globos parecen formar una mano, de dedos menudos, saludando desde lo alto al millón y pico de personas que aplauden entusiasmadas a ras del suelo. Supongo que puede parecer un poco cursi, pero para mis ojos fue real.

Isabel Durán, Isabel San Sebastián y Cristina López Schlichting leen el manifiesto oficial de la Marcha por la Vida y exigen a los que nos (des)gobiernan que si quieren legislar, tengan en cuenta primero la vida del niño y la ayuda a las mujeres embarazadas que desean tenerlo, que ninguna se vea abocada a abortar por falta de información o alternativas. Y otra vez me pregunto quién en su sano juicio puede estar en desacuerdo con esa idea; y me contesto que la clave está precisamente en ese sano juicio. Suena "Nada de eso fue un error" y todos cantamos con verdaderas ganas, especialmente mis dos vástagos.

El día se acaba. Me despido de mi amiga y mi jefa en "Mucho que decir" de Intereconomía, la gran Teresa Fernández, después de presentarle al consejero Juan José Güemes. Bajo el influjo de Queen y su "We are the Champions" pienso que sí, que durante unos minutos hemos sido los campeones del mundo por la vida. Ahora lo importante es que todo esto no quede en un testimonio más o menos vistoso, más o menos ruidoso, más o menos grandioso, sino que sea un testimonio permanente, profundo, honesto y valiente. Un compromiso constante más que un grito, o un clamor. Aunque lo hayamos gritado millón y medio de gargantas, millón y medio de corazones. Porque cada vida importa. Y eso es responsabilidad de todos. Y de cada uno.


Cae el atardecer en el Paseo de la Castellana. Y aún se escuchan, a lo lejos, las voces de Katrina & The Waves cantando la esperanzadora "Walking on Sunshine", mientras el sol se oculta tras los edificios, vacíos de gente. Porque todos estábamos allí, en la calle. Ya en el metro, de vuelta a casa, miro a Pepe y Pablo, agotados pero excitados aún por la experiencia, y pienso que mi vida sería menos vida si ellos (y su pequeña hermana Isa) no hubieran nacido.


PD. Me entero de que hay un Lynce que ha estimado científicamente la asistencia a la Marcha por la Vida en 55.000 personas, diez mil arriba, diez mil abajo. Y me entra la risa floja imaginando a toda esa multitud en el Bernabéu, dejando más de 20.000 localidades libres. Y me pregunto ¿de verdad hay alguien que se juegue todo su prestigio profesional de forma tan patética como descarada para saciar la demagogia de su jefe político?

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