viernes, 30 de octubre de 2009

¡Están locos estos peperos!


La escena comienza siempre de idéntica manera: Esautomatix, el herrero de la aldea, echa en cara a Ordenalfabetix, el vendedor de pescado, su mercancía "poco fresca". El pescadero, animado por su señora, defiende a capa y pescado la frescura de su mercancía, importada desde Lutecia en carro de bueyes. Esautomatix le lanza un pescado a la cara para que compruebe su verdadero estado, Ordenalfabetix se agacha para esquivarlo y el pescado, fresco o no, va a estamparse invariablemente contra el rostro del jefe, Abraracurcix, que cae de su escudo de jefe galo y se estampa dolorosamente contra el suelo. A partir de ahí, todos los habitantes de la aldea entran en la gresca. ¿Todos? Sí, todos; mujeres, niños y ancianos incluidos. Y todos contra todos. Llueven los pescados, las fraguas, las tortas, los bastonazos, los lirazos y hasta los menhirazos. La pelea es monumental y cruenta, pero a las dos o tres viñetas se acaba y todos tan amigos, a zurrar a los locos de los romanos y a celebrar el final feliz de la aventura con un gran banquete, más unidos que nunca. Eso sí, con Asuranceturix y su lira en amordazado silencio. Esto es lo que sucede en la aldea de Asterix, el galo, desde hace 50 años.

Pero en la aldea pepera todo es muy, muy diferente. La escena comienza siempre de idéntica manera: una gran pelea provocada con la excusa de un pescado, fresco o no, o de unas elecciones, perdidas o no tanto, o de una militante defenestrada, o de una competencia (o incompetencia), o de una candidatura mal vista, o de un cuento de espías a lo Ceroceroseix, o de unos comerciantes fenicios que resultaron ser piratas, o de un comentario idiota, o de una caja llena de oro y de poder… qué más da, cualquier excusa es buena; el Jefe Marianix se mantiene tambaleante en su escudo de jefe mientras llueven los pescados por doquier y sus dos fieles portadores (Moraguix y Arenistix) lo sostienen como buenamente pueden. Poco a poco van entrando todos y todas en la gresca: hasta el más anciano del lugar, Transicionix, contando batallitas y malmetiendo el bastón por donde puede. La pelea, que tenía que haber acabado hace ya unas viñetas, va a más y la cosa se complica: al que canta, desafinado o no, lo amordazan y atan a un árbol; al que cuestiona al Jefe, lo echan a los leones (del Congreso o del Circo); al que se mueve más de lo necesario, le dan con el menhir en la cabeza y vuelve ipso facto a su sitio. El Jefe cada vez se tambalea más, pero nuevos fieles y abnegados portadores se colocan bajo el escudo para afianzar su frágil liderazgo… mientras se dan de codazos entre sí y con todos los demás: Rikicostix, Trajivalencianix, Yelosorayin, Karacospe, Basagoitix, Nebrerixia, Ansarescorialix y señora, Ruizfaraonix, Espeopatra (estos dos, los que más pescadazos y menhirazos se dan)… Y así llevamos desde el principio de la historieta, que empezó allá en el Mare Nostrum, cerca de Benidorum, hace año y pico y va a acabar en el Circus Maximus devorándose unos a otras y otras a unos. Y ahora, para más inri, entra en escena Cobix Detritus, servil sirviente de Ruizfaraonix (el que perdió las olimpiadas antes de llegar a Atenas), que se ha conchabado traicioneramente con el pérfido Caius Prisaicus y ha infectado la aldea con el virus ponzoñoso de la cizaña, la injuria y la perfidia. Vómitos de las cloacas ha vertido sobre Espeopatra que, por mucho que vomite Cobix Detritus, es una de las mujeres más valoradas en la aldea y son muchas las voces que se han alzado en su defensa, pidiendo que el cielo justiciero caiga sobre la cabeza del cizañero con todas sus consecuencias. Pero el jefe Marianix, desde su tambaleante escudo, no sabe si castigarlo, perdonarlo, ignorarlo o todo lo contrario, y deja la decisión en manos del Comité de Derechos y Garantías de la aldea, que para eso está, y de Tutatis, que es un recurso que nunca falla.


Mientras, más allá de los muros de la aldea pepera, el Centurión de Propaganda y Desestabilización de la Oposición, Pepiñus Concetus Otusus, se frota las manos con deleite y satisfación. Su ojetivo de desestabilizar la aldea, de crear una gran zanja que la divida en dos mitades irreconciliables y anuladas entre sí, se está cumpliendo a la perfeción. «Por Júpiter, es que yo me crezo ante las dificultades» piensa Pepiñus Concetus Otusus, fino estratega él, mientras acaricia su vitis; pero la verdad es que se lo ponen muy pero que muy fácil. El fiel Centurión de Propaganda y Desestabilización de la Oposición informa al César Joselius Zetaparus, el sonriente, que la cosa está en marcha; y que además, para asegurar, cuenta con la inestimable ayuda de su más retorcido praefectus, Garzus Memorius Histericus, y del más sinuoso senator, el muy zorro Caius Instigatur Rubalcabrus, que juntos son más letales que cien centurias armadas hasta las cristas del cassis. Aunque no más eficaces que la cizañera mordedura del feón y felón Cobix Detritus, fiel esclavo de su amo y señor, Ruizfaraonix (el que perdió las olimpiadas y nos roba la basura).


El antaño druida sabio y milagroso, Rodrigoratix, es hoy moneda de cambio y calumnia en la lucha fraticida y su poción mágica ha perdido todo efecto estabilizador (y desestabilizador del enemigo). Demasiado tiempo en el Bosque de los Carnutes Monetarios, alejado de la aldea y de sus ahora irreconocibles habitantes. Se van formando dos bandos, los buenos y los malos, los leales y los traidores, aunque los ciudadanos no saben quiénes son cuáles; y en lugar de luchar sanamente todos contra todos para luego reconciliarse todos con todos, lo hace un bando contra otro, una mitad contra la otra, acrecentando la división, cada vez más insalvable. Y encima sin poción mágica que devuelva el sentido común a la aldea.

Y mientras (y esto es lo peor) el enemigo, al que antes zurraban de lo lindo, se parte el pecho contemplando el espectáculo de este lamentable circo, sin preocuparse de que nadie frene —ni siquiera denuncie— sus desmanes, tropelías, corruptelas, recesiones y demás desbarajustes económicos, políticos y éticos.
Después de la gran ppelea, sólo Tutatis sabe en qué estado quedará la aldea. Cuántos se mantendrán en pie, quiénes serán exiliados, si el Jefe permanecerá sobre su escudo y quién/quiénes lo sostendrán; y, sobre todo, si volverán a zurrar a los romanos, a los piratas, a los vikingos y demás enemigos públicos y privados o seguirán zurrándose unos a otras y otras a unos hasta que ya no quede en pie ni el tato; y dentro de dos años y medio, vencidos, se inclinarán ante el César Joselius Zetaparus con un lastimoso morituri te salutant!, mientras las tropas enemigas arrasan y saquean el pueblecito, al tiempo que, con vehementes carcajadas, gritan aquello de «¡Están locos estos peperos!».

Pues eso, como diría Obelix, ¡FERPECTAMENTE!

1 comentario:

Margarita G> Soto dijo...

Bueniiissimo !!!!