Otra vez la Fiesta Nacional. Otra vez el desfile. Otra vez el orgullo de nuestros soldados, desfilando ante su gente. Otra vez la ilusión de la gente, orgullosa y agradecida, aplaudiendo a sus soldados. Otra vez los vítores espontáneos y sinceros a España, a la Legión, a la Guardia Civil. Otra vez las banderas engalanando la calle, los balcones y los corazones. Otra vez las miradas hacia el cielo para admirar (con retraso) a la rojigualda Legión Cóndor. Otra vez las lágrimas furtivas al escuchar (y sentir) esa gran verdad y ese gran consuelo que es “La muerte no es el final”. Otra vez las familias, los jóvenes, los abuelos, los inmigrantes, los currantes, los parados, todos a una, abrazando ese concepto para ellos ni discutido ni discutible llamado España, que es mucho más que sus políticos, mucho más que sus representantes sindicales, mucho más que sus artistas, mucho más incluso que su selección de fútbol. Otra vez España salió a la calle, la España real, a decirle a su casta gobernante que está orgullosa de ser española, y que eso incluye estar orgullosa de sus ejércitos, de sus soldados, de su entrega y generosidad (“No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera”. ¿Hay mayor acto de generosidad que entregar la vida por los demás?).
Sí. Otra vez el desfile. Y otra vez los cabreados abucheos al presidente zombi, esta vez más frecuentes y atronadores (por la lejanía obligada del público y por el creciente cabreo generalizado). Y otra vez la cobardía que apunta a grupúsculos de la derecha extrema infiltrados entre los pacíficos y agradecidos ciudadanos. Y otra vez la rabia nacionalista, escupiendo contra el viento su rencor y su envidia. Y otra vez la humillación callada ante un desplante impresentable, esta vez del impresentable gorila rojo y su impresentado abanderado. Y otra vez la minimización del acto, con la doble excusa del recorte, de presupuesto y de recorrido (gracias, Gallardón). Y otra vez las soterradas discusiones entre los próceres, las miradas largas (salvo la de Corbacho, que era larga pero de puro y feliz alivio), las miradas esquivas, los saludos fríos y las sonrisas falsas, tal vez porque a muy pocos les gusta estar ahí (¿verdad, Montilla? ¿verdad Rajoy?). Y otra vez la grandilocuente hipocresía de Zapatero, Rojo y Bono, acompañando a viudas y huérfanos en la ofrenda a sus caídos, ésos que cayeron en actos de paz.
Por mucho que a tantos les duela, les corroa y les joda, el ejército español es querido, respetado y admirado por sus compatriotas, y por todos aquellos (soldados y civiles) que los han conocido más allá de nuestras fronteras, desde Haití a Kosovo, desde Afganistán a Somalia, desde Irak a Líbano. Y a muchos españoles nos gusta demostrárselo, al menos una vez al año. ¡Qué menos!
Y además, nunca se sabe hasta cuándo vamos a tener ocasión de demostrárselo. Tal vez, el próximo año, el presidente que nos desgobierna quiera pasar de nuevo a la historia en nombre de la paz y, a falta de Irak o ETA, eche mano de nuestro 12 de Octubre, de nuestra Fiesta Nacional y con la excusa de los abucheos -anécdota elevada artificial y sibilinamente a protagonista- decida por decreto ley que el sentir del pueblo español no es vitorear a sus Fuerzas Armadas por la Castellana (fascista apología del militarismo, aberrante justificación del genocidio), sino ensalzar y aplaudir a sus Fuerzas Civiles más representativas. En lugar del desfile militar, la caravana de la paz, abarrotando de banderas republicanas el paseíllo de la Castellana (otrora del Generalísimo). A la cabeza, el propio Mister Paz con su Grupo de Mando, o sea, los ministros y ministras, sonrientes y orgullosos de su obra, vitoreándose, aplaudiéndose, adorándose a sí mismos. A continuación, la Brigada Sindicalista, arropados por sus tropas de asalto informativas, armadas con bates, barras de hierro, palos pancarteros y demás armas de destrucción masiva de esquiroles. Después, las Fuerzas de Choque Intelectual, esto es, Willy Toledo, Almodóvar, el Gran Wyoming, Juan Diego, los Bardem, Trueba, Botto, Luna, Sacristán, Sabina y demás titiripanda antifascista, abanderados por el represaliado Víctor Manuel, que esta vez no entonaría su oda “A un gran hombre”, dedicada a Franco, sino el universal y pacifista “Himno a la Alegría” (versión Miguel Ríos, of course, mucho más universal que Schiller y Beethoven juntos). De seguido, la Unidad de Izquierdistas Unidos, que es literalmente una unidad, o sea, Llamazares. Y cerrando la primera parte, el famoso Tercio Euskaldún del RH Negativo, formado por insignes hombres de paz como Otegui, De Juana, Ternera y su Ternerito, Eguibar, Arzallus y las nuevas cabezas de la serpiente, cualesquiera que sean, desfilando todos con el uniforme de gala (encapuchados y con txapela, vamos).
Acto seguido, los próceres representantes de las diferentes nacionalidades del estado español, con Carod Rovira a la cabeza y la Unidad de Okupas Demokrátikos Antisistema detrás, engalanados con kufiyas limpias y armados de llameantes cócteles molotov. Después, por puro contraste, los banqueros subvencionados, fumándose un puro en sus carros blindados último modelo. Y tras ellos, el resto de la parada: la Unidad de Curruptos de Emergencia, la Legión de Oenegés Sin Fronteras, la Quinta Columna Periodística Afín (abanderada por Sopena y María Antonia), el Batallón de Feministas Acorazadas, el Escuadrón de Libertadoras Sexuales (también conocido como el Escuadrón de la Muerte de la sargento Bibiana) y la Bandera Arcoiris del Orgulloso General Zerolo, ondeante buclemelena al viento de la paz.
Y, por supuesto, no podían faltar nuestros hermanos hispanos, víctimas del genocidio católico apostólico romano perpetrado por Isabel, Fernando y Colón al alimón: el futbolero Evo, desfilando con paso firme a golpe de genitales (no los suyos, claro, sino los del que vaya delante); el Gorila Chávez, escoltado por la brigada ligera ETA-FARC; los Castro Brothers con una vibrante Leire Pajín de mascota; y el correoso Correa, rodeado de su fiel infantería para salvaguardarse de su infiel policía. Y por detrás, el primo Mohamed, (re)conquistador de Ceuta y Melilla con su ejército de camellos y servicios secretos (¿he dicho servicios o vicios secretos?). Y finalmente, cerrando el glorioso desfile o parada o caravana o carnavalada o lo que quiera que fuese, el victorioso Cuerpo Presente de Represaliados y Represaliadas por la Oprobiosa Dictadura, sacados literalmente de sus tumbas del Valle de los Caídos, con nocturnidad y alevosía, por la Capitana Generala Fernández de la Vega, hija del represaliadísimo Wenceslao, “camisa vieja” del falangismo y hombre de confianza de Girón de Velasco, entre otras bagatelas.
Ah, se me olvidaba. Por aquello del prestigio internacional, y de paso por hacerle la campaña al ninguneado Lissavetzky, la División Motorizada GP/F-1, la Armada Invencible, La Roja (con la ausencia justificada de Sergio Ramos, recién desenmascarado fascista) y el Barça, Sección Fútbol y Sección Basket. Molaría ¿eh?
Pues eso. Que como sobreviva el zombi Mister Paz, la que no sobrevive es España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario