Mi amigo Javi me dijo una tarde, hace un par de Nochebuenas, que «todos merecemos celebrar la Navidad». Me lo dijo cuando me detuve en su semáforo para darle un “aguinaldo” de veinte euros a cambio de un paquete de kleenex, que es de lo que vive, y mientras él me mostraba el interior de la Caja de Navidad que otro amigo –más generoso que yo- le había regalado esa mañana, enseñándome orgulloso y agradecido la cecina ahumada, los espárragos, el turrón, las peladillas y demás lujosas viandas que aquella noche, Nochebuena, compartiría con su compañera Adela, que andaba enganchada a Javi desde hacía un par de años… y enganchada a más cosas desde mucho antes.
Mi amigo Javi lleva más de 30 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Javi, aunque sus ojos dicen que sí; es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 30 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 30 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y Javi, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»
«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dijo, con la sonrisa a media asta, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Desde luego, si alguien la merece ése es Javi. Y la tuvo, al fin, la Navidad pasada. Del Cielo le llegó un regalo inesperado pero maravilloso: Daniela, su niña. Un regalo para él y para Adela; y un ejemplo para esta sociedad enferma y egoísta, en la que la vida de un niño no nacido vale tan poco como un capricho adolescente. Ellos decidieron tirar para delante, desoyendo los consejos de los expertos, de los asistentes sociales, de los políticos e incluso del sentido común. Javi y Adela tuvieron a su niña hace un año, porque pensaron que toda vida merece ser vivida, y tenían (tienen) la esperanza de que la de su hija Daniela iba a ser mejor que la suya. Para empezar, abandonaron la heroína y el cutre refugio de cartones, plástico y luz ‘prestada’ del tendido eléctrico en el que habían pasado los últimos años de indigencia, y se instalaron en un humilde piso de alquiler, ayudados por la madre de Adela (una santa), por el párroco de ‘su’ esquina y por la caridad de sus clientes, que subieron automáticamente la cotización del paquete de kleenex y aportaron, además, la correspondiente contribución en especie (una cuna, ropita para la niña, una buena cesta de Navidad, un anorak contundente, pañales…). Esa Navidad, Javi y Adela celebraron la Nochebuena entre paredes de verdad por primera vez en años; y cenaron caliente, sobre una mesa de verdad, en familia; y durmieron en una cama de verdad, y a su lado, una cuna azul y una niña agradecida por haber nacido, les recordó que quien tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.
Mi amigo Javi lleva más de 30 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Javi, aunque sus ojos dicen que sí; es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 30 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 30 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y Javi, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»
«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dijo, con la sonrisa a media asta, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Desde luego, si alguien la merece ése es Javi. Y la tuvo, al fin, la Navidad pasada. Del Cielo le llegó un regalo inesperado pero maravilloso: Daniela, su niña. Un regalo para él y para Adela; y un ejemplo para esta sociedad enferma y egoísta, en la que la vida de un niño no nacido vale tan poco como un capricho adolescente. Ellos decidieron tirar para delante, desoyendo los consejos de los expertos, de los asistentes sociales, de los políticos e incluso del sentido común. Javi y Adela tuvieron a su niña hace un año, porque pensaron que toda vida merece ser vivida, y tenían (tienen) la esperanza de que la de su hija Daniela iba a ser mejor que la suya. Para empezar, abandonaron la heroína y el cutre refugio de cartones, plástico y luz ‘prestada’ del tendido eléctrico en el que habían pasado los últimos años de indigencia, y se instalaron en un humilde piso de alquiler, ayudados por la madre de Adela (una santa), por el párroco de ‘su’ esquina y por la caridad de sus clientes, que subieron automáticamente la cotización del paquete de kleenex y aportaron, además, la correspondiente contribución en especie (una cuna, ropita para la niña, una buena cesta de Navidad, un anorak contundente, pañales…). Esa Navidad, Javi y Adela celebraron la Nochebuena entre paredes de verdad por primera vez en años; y cenaron caliente, sobre una mesa de verdad, en familia; y durmieron en una cama de verdad, y a su lado, una cuna azul y una niña agradecida por haber nacido, les recordó que quien tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.
Ha pasado un año desde aquella Navidad, y no ha sido un año fácil para Javi y su familia (como para muchas otras, que hace un año tenían un trabajo y cena caliente, y hoy sueñan con salir de la cola del INEM mientras hacen cola en el comedor de Cáritas). Pero han salido adelante; con esfuerzo y con ayuda, con fe y valentía. Hace unos días vi a Javi en su semáforo, y vi más cansancio en su mirada, más años en sus ojos prematuramente envejecidos. «Es la niña, que me da las noches. Pero ¿sabe, jefe?, también me da una razón para estar aquí, con los cataplines congelaos».
Termino de escribir estas líneas y echo un vistazo al Nacimiento que mis hijos me han ayudado a instalar en el salón, con su San José y su Virgen María y su Niño Jesús, que nos recuerdan que la familia es sagrada, y pienso en Javi y en Adela y en su valiente y generosa decisión de traer a su hijita Daniela a este mundo de cobardes egoísmos. Y pienso en la coincidencia de que su nacimiento fuera, precisamente, en Navidad, ese día en que un niño nació para hacernos mejores. Y me digo, convencido, que aún tenemos esperanza.
Feliz Navidad, Javi y familia. Y a todos ustedes, Feliz Navidad. Lo necesitamos más que nunca.
3 comentarios:
Feliz Navidad a Javi, Adela, Daniela...y a ti, querido amigo, que nos deleitas con estos escritos irrepetibles todo el año.
Al 2011 le pido que cada vez haya menos Cuentos de Navidad como el tuyo, por mucho que nos enseñen. El día que no los haya habremos aprendido definitivamente, y matado al Scrooge que todos llevamos dentro.
Un fuerte abrazo.
¡Feliz Navidad!
Preciosa historia Pepe, precisamente, en la gente mas sencilla es donde se manifiesta Dios. Él, al igual que Daniela, vino a una familia humilde y tampoco tenía cobijo. ¡¡¡Y ERA TODO UN DIOS!!!
Yo creo, que el que dió su vida por nosotros, velará por Daniela y sus valientes padres. ¿Por qué había que quitarla de enmedio antes de nacer? ¿Quién sabe lo que esta niña llegará a ser? Y sea lo que sea, siempre será UNA HIJA DE DIOS. Mis oraciones no le van a faltar. Y cuando veas a su padre, dile de mi parte (que con cataplines o sin ellos, porque los tenga congelados) es un "tio" de lo que ahora ya va quedando poco. Mi felicitación más grande de esta Navidad para él
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