jueves, 7 de abril de 2011

Con las víctimas siempre. Con los asesinos jamás.


Este sábado, las víctimas de la serpiente etarra sadrán a la calle, una vez más, para alzar sus voces reclamando memoria, dignidad y justicia. Y una vez más, se alzarán también las voces de quienes les niegan esa memoria, esa dignidad y esa justicia que reclaman y merecen. Voces cobardes y equidistantes que echan en cara a las víctimas ser víctimas mientras ofrecen a los asesinos aprovecharse de su falso victimismo (PP vasco incluido). Una vez más, esas lenguas viperinas manipularán ausencias y presencias, harán magia con las matemáticas, se escupirán unos a otros motivos y excusas y se lanzarán unos a otros los votos y los muertos. Y en medio de la basura política estarán los únicos protagonistas que lo son a su pesar, porque a ellos no les dieron la opción de elegir. Simplemente les tocó la bala en la recámara de la fanática ruleta vasca.

Porque las víctimas no eligieron ser víctimas. Y por eso merecen nuestro apoyo, nuestra comprensión y nuestra solidaridad. De todos nosotros. Para todas ellas. Para los muertos y para los vivos. Porque víctimas del terrorismo son los muertos y también los mutilados (del cuerpo o de la cordura) y los secuestrados (durante 3 días o 2 años, conviviendo con la muerte incierta cada segundo) y los amenazados (tal vez no lloren cada mañana, pero se levantan cada mañana con una diana en el portal o una carta llena de muerte) y los escoltados (que no pueden ni llevar a sus hijos al colegio sin poner en peligro sus frágiles vidas) y los exiliados (que han tenido que dejar su tierra y su vida para poder vivir). Víctimas del terrorismo son sus padres y sus hijos y sus viudas o viudos. Y también sus hermanos, familiares y amigos, que los tuvieron que enterrar a escondidas, mientras escuchaban ese “devuélvenos la bala” o ese “algo habrán hecho” (¿puede haber mayor crueldad?).
    Víctimas del terrorismo son los que pagan cada día con sufrimiento o con llanto o con lucha o con resignación… o manifestándose para que sus gritos y los de sus muertos no se conviertan en una sonora carcajada en boca de sus cobardes asesinos.

«La cobardía es la madre de la crueldad» escribió De Montaigne. Y de ambas, los valerosos gudaris (se llamen ETA o Sortu o Bildu o lo que venga detrás) tienen a espuertas, y lo que es peor, la reparten con cobarde generosidad. Cobardía es matar por la espalda, de un tiro en la nuca, a un hombre desarmado. Cobardía es volar por los aires un hipermercado lleno de hombres, mujeres y niños inocentes; o una casa cuartel llena de hombres, mujeres y niños igual de inocentes; es colocar bombas lapa o hacer estallar coches bomba desde la seguridad de la distancia. O dejar “olvidada” una muñeca bomba en la barra de un bar. Cobardía es amputar piernas y vidas a niñas de ocho años; es secuestrar vidas y almas a hombres torturados hasta la desesperación… o asesinados después de una cuenta atrás sádica y brutal. Cobardía es brindar con champán y carcajadas por el asesinato de dos personas escogidas al azar. Cobardía es enviar paquetes bomba, es accionar mandos a distancia, es lanzar granadas, es extorsionar, es dejar huérfanos y viudas… es asesinar a sangre fría, sin contemplaciones, sin distinciones, sin piedad. Con la más absoluta, enfermiza y fanática crueldad.
     Y cobardes son también los que los justifican, y los que los amparan, y los que los utilizan, y los que los alaban, y los que señalan sus objetivos, y los que los votan, y los que pactan con ellos, y los que los mantienen en el poder, y los que ceden a sus chantajes, y los que los subvencionan, y los que mienten por ellos, y los que recogen las nueces y los que les permiten presentarse a las elecciones mal disfrazados de demókratas. Todos ellos comparten su cobardía porque todos ellos son cómplices de su crueldad.
     Cobardía es negociar con ellos por un puñado de votos. Y es también una crueldad, con las víctimas y con todos nosotros. Una cruel injusticia, totalmente injustificable. Pero es la gran esperanza del cadáver presidencial que aún nos gobierna para coronarse –y retirarse- como el gran adaliz de la PAZ por los siglos de los siglos. Es su obsesión histórica. Y no nos engañemos, lo seguirá intentando hasta el día de su muerte política… y más allá. Aunque todos sepamos, menos él y Txusito, que la serpiente no negociará su rendición jamás. Por ciego fanatismo. Por pura cobardía. Por miserable crueldad. 

Por eso hay que estar ahí el sábado; por eso hay que salir a la calle el 9 de abril a las cinco de la tarde. Para arropar a las víctimas. Para clamar con ellas por la memoria de sus muertos, la dignidad de los vivos y la justicia frente a los asesinos. Para recordar a Mister Paz, a Rubalcaba, a Txusito, a Patxi, a Pumpido, a Oyarzábal y demás equidistantes que las víctimas son y serán su machacona conciencia, día tras día, y que nunca, nunca, ¡nunca! las van a callar.

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