jueves, 18 de diciembre de 2008

Sobre el valor supuesto y la estupidez certificada


Al hilo de la reflexión del pasado martes sobre la cobardía y la crueldad, se han producido a lo largo de la última semana una suerte de declaraciones y acontecimientos que devuelven a la actualidad el casi olvidado tema de Bombay y la delegación española dirigida por Esperanza Aguirre. Y que vienen no sólo al caso, sino a huevo para reflexionar sobre el valor supuesto y la estupidez certificada.

Yo, que hice la mili con 18 años, no tuve ocasión de demostrar mi valor, afortunadamente, porque el teniente general del que un servidor era escolta no sufrió ningún atentado; ni tuve noticia de que estuviera amenazado por ETA (papeles Sokoa) hasta pocos meses antes de finalizar mi servicio. Yo no sé si Pepiño hizo la mili o no; no importa. Si la hubiera hecho, en su cuartilla de licenciado habrían escrito la tan manida frase “Valor: se le supone”, como a todos los que hicimos la mili y no tuvimos que demostrar nuestro valor. El otro día, leyendo el blog de Pepiño (fuente inagotable de narcisismos, demagogias, sectarismos e intelectualidades), descubrí que ese supuesto valor de la mili en el caso de Pepiño se había transformado en estupidez certificada. Ya no es sólo una cuestión de bajeza moral, de cobardía o de demagogia en estado puro, a las que ya nos tiene acostumbrados. Lo de Pepiño, esta vez, ha sobrepasado los límites de la inteligencia y, de paso, de la oportunidad. Dice así el insigne, modesto y valeroso Pepiño, en su ingeniosa entrada “Lo de Bombay es… de lo que no hay”.


Primero, vuelve a atacar a Espe: «Muchos han sido los que se lanzaron a hacer comentarios sin saber exactamente lo que había ocurrido allí. Y lo que es peor, sin querer conocer detalles para no estropear lo que ya tenían decidido: había que enmascarar una huida con la careta de gesto heroico y era la oportunidad para atacar a otros, sencillamente, por llamar a las cosas por su nombre».

Luego empieza a echarse flores perfumadas de misterio (indemostrable). Decide que “alguien” le ha enviado una carta de agradecimiento por sus gestiones, que son las que realmente salvaron las vidas de todos y todas frente a los terroristas. Pero, por si acaso, no revela su “fuente”:

«(…) La carta de agradecimiento que me envía un alto representante del colectivo que nutría la delegación que acompañaba a Esperanza Aguirre en su visita a Bombay. No quiero revelar más detalles de la misiva.
Tiene valor el testimonio porque fue uno de los que sufrió el terrible acoso de la muerte en el hotel Oberoy. Y esta persona sabe (…) quién escuchó sus demandas y quién realizó gestiones, al más alto nivel, para ofrecerles todo el apoyo que, inmediatamente, se materializó con la movilización de los representantes de la administración española a distintos niveles y de medios a su disposición.


Y finaliza, en su infinita modestia, mirándose a un ombligo del diámetro de su rostro:
«A pesar de los insultos que recibí en su momento no he querido contar cómo viví yo aquella noche. Sé lo que hice: lo que debía como responsable político y como ser humano que debe ayudar a sus compatriotas en un momento de apuro. Lo importante era salvar a toda -insisto, toda- la delegación que acompañaba a Esperanza Aguirre así como al resto de españoles y españolas que se encontraban en Bombay. Yo sé lo que hice. Y algunos de los españoles y españolas atrapados en el horror del Oberoy también. No tengo necesidad de justificar mis acciones públicamente. Hice lo que creía en conciencia. El quid de la cuestión es que otras y otros también saben lo que hicieron y, por eso, siguen intentando justificarse. Pero eso ya queda para la conciencia individual. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio».

Pues sí, señor Blanco. Usted sabe lo que hizo. Y nosotros también. Un par de llamaditas o emails desde su calentito despacho de Ferraz o incluso desde su todavía más calentito hogar. Valor en estado puro. Heroísmo al más alto nivel… de estupidez. Porque sí, señor Blanco, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Y resulta que esta semana hemos conocido un dato escalofriante que le deja a usted, a su categoría humana y a su valor nuevamente por los suelos: todas las personas que estaban con la aguerrida Esperanza y Foxá en la cafetería del hotel finalmente fueron asesinadas. Los camareros, algunos clientes y hasta la cantante que en esos momentos estaba actuando, que optaron por quedarse en la cafetería, mientras los españoles, por decisión-intuición-oloquesea de Esperanza Aguirre salieron por la puerta hacia las cocinas. Todos los que se quedaron murieron.

Este hecho significa dos cosas: una, que la decisión de salir de la cafetería salvó literalmente la vida del grupo de Espe; y dos, que (parafraseando a Gandhi) «un cobarde es incapaz de mostrar compasión, hacerlo está reservado a los valientes». Pues eso, Pepiño, que cada uno sabe muy bien lo que hizo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Y yo que me había creído lo de Pepiño en Bombay que escribiste hace un par de semanas en el blog... ¡qué decepción! Si es que no se puede tener héroes en estos tiempos aciagos.