viernes, 26 de diciembre de 2008

Todos merecemos celebrar la Navidad

Mi amigo Mario me ha dicho esta tarde, a unas horas de la Nochebuena, que «todos merecemos celebrar la Navidad». Me lo ha dicho cuando he parado en su semáforo para darle un “aguinaldo” de diez euros a cambio de un paquete de kleenex, que es de lo que vive, y mientras él me mostraba el interior de la Caja de Navidad que otro amigo de Mario –más generoso que yo- le había regalado esta mañana, enseñándome orgulloso y agradecido la cecina ahumada, los espárragos, el turrón, las peladillas y demás lujosas viandas que esta noche, Nochebuena, mi amigo Mario compartirá con su compañera, que anda enganchada a Mario desde hace un par de años… y enganchada a más cosas que a Mario desde mucho antes.

Mi amigo Mario lleva más de 20 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Mario, aunque sus ojos dicen que sí, es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 20 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 20 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y mi amigo Mario, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»

«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dice, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Con su cecina, sus espárragos y sus peladillas. Un lujo de cena. Él, que sólo engorda cuando está con la metadona, un año sí, otro no (este año no, este año toca demacrado).

«Todos merecemos celebrar la Navidad». Dejo el semáforo atrás, y las palabras de mi amigo Mario permanecen dando vueltas alrededor de mi cabeza, flotando, como queriendo decirme algo. Enciendo la radio y escucho al viejo B.B. King cantando y punteando generosamente un “merry Christmas, baby” (un villancico blues, ¡qué maravillosa paradoja!); y después de un rey suena otro rey, Elvis, melancólico por no poder celebrar la Navidad con su alguien muy especial; y luego Sinatra, celebrando a plena voz su "White Christmas"; y Jimi Hendrix, distorsionando mágicamente “Silent Night”. Y la frase de Mario sigue ahí, poniendo letra y corazón a tan inesperada y navideña banda sonora, forjando un mensaje que va tomando forma en mi cabeza. Con los últimos acordes lisérgicos de Hendrix llego a casa, subo apresuradamente y enciendo la radio, para no perder el hilo de la película. Mis hijos, que están viendo la suya (“Rudolph, el reno de la nariz roja”), me reclaman silencio, y yo, obediente, me pongo los cascos; y la radio sigue encadenando villancicos inmortales y yo sigo escribiendo y emocionándome con los Kinks, y con Louis Armstrong, y con Stevie Wonder y Dolly Parton y Jethro Tull y Freddie Mercury y el Boss… y mientras escucho, pienso que todos ellos, los más grandes artistas del rock, del blues, del soul o del country están cantando sus villancicos especialmente para mi amigo Mario, deseándole que esta noche celebre la mejor Nochebuena que pueda celebrar, la mejor Navidad que nadie pueda celebrar. Porque si alguien merece celebrar la Navidad, ése es mi amigo Mario.

Y mientras tecleo las últimas líneas, se asoma a mis auriculares la voz poderosa, profunda y honesta de Johnny Cash, que le está cantando al niño pobre que nació en Belén: «Baby Jesus, I’m a poor boy too / I have no gift to bring / That’s fit to give the King / Shall I play for you on my drum?». Y pienso, el próximo día que vea a Mario le tengo que dar las gracias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien, Pepe. Todos conocemos a algún Mario que también merece celebrar la Navidad. Lo importante es que no nos olvidemos de ellos después de Navidad, y que les demos el "aguinaldo" o la caja de comida o ropa de abrigo o comprensión o lo que sea todos los días del año.

Anónimo dijo...

Slogan para esta Navidad: Consume con moderación, da sin moderación.