El 12 de agosto de 1928, en el Estadio Olímpico de Amsterdam, sonaba el himno de España por primera vez en unas Olimpiadas. En lo más alto del mástil, nuestra bandera; y en lo más alto del podium (que en esta ocasión conformaban sus monturas), los capitanes de Caballería José Navarro Morenés, Julio García Fernández y José Álvarez de Bohorques, mi abuelo. Ese histórico día de verano, hace casi 80 años, la ciudad que vio nacer a Van Gogh vio también nuestro primer Oro Olímpico, en la modalidad de saltos de obstáculos por equipos; un triunfo que no se repetiría hasta 44 años después, en Sapporo ´72, gracias a ese gran deportista y gran tipo que fue Paquito Fernández Ochoa.
La medalla de oro volvió a España en tren y, cosas de la época, los tres campeones olímpicos fueron recibidos en la Estación del Norte de Madrid por… nadie. Probablemente un telegrama que se perdió en algún lugar del camino, entre la ciudad del Amstel y la del Manzanares. O entre un despacho y otro del propio Ministerio de la Guerra. Días más tarde todo se compensó con un gran banquete oficial que se ofreció a los campeones en el hotel Ritz, y al que acudió el Rey Alfonso XIII, quien los recibió con orgullo y cariño: "Vosotros los jinetes, los que nunca me habéis dado un disgusto".
Unos años más tarde, durante la II República, la pérdida fue mucho más grave que un simple telegrama. Porque lo que se perdió fue la medalla de oro. O mejor dicho, no se perdió, le fue arrebatada a su legítimo dueño durante un asalto a su domicilio madrileño (como tantos otros en esos tiempos oscuros). Y, con el oro olímpico, le robaron también todos sus trofeos hípicos, que eran muchos.
La medalla desapareció físicamente, pero su espíritu se mantuvo en la memoria de José Álvarez de Bohorques, y luego en la nuestra, su familia, durante décadas. Hasta 1984. Ese año, Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, se enteró de que esa medalla histórica, el primer oro olímpico de España, llevaba 50 años desaparecido. Y no se lo pensó un segundo. Encargó una réplica exacta para reparar esa deuda con la Historia y el Olimpismo. Por pura justicia deportiva.
El acto de entrega de esa medalla "recuperada" fue tan sencillo como emotivo. Recuerdo que era una fría mañana de diciembre, sobre la arena del picadero cubierto del Club de Campo en Madrid, con la presencia de S.M. el Rey Juan Carlos y un puñado de familiares y amigos. El abuelo, con su sempiterno "loden", su sombrero y su bastón, y frente a él, su grandísimo amigo Beltrán Albuquerque colgándole de nuevo la medalla de oro, 56 años después de la primera vez, y fundiéndose luego en un abrazo largo, profundo y emocionado. Y todos nosotros, su familia, sus amigos, llorando como magdalenas.
Nunca he tenido la oportunidad de agradecer a Juan Antonio Samaranch ese acontecimiento, que para nosotros fue tan histórico como el de aquel 12 de agosto de 1928. O más, porque lo vivimos en directo. Por eso quiero aprovechar esta ocasión para hacerlo. Es también una cuestión de justicia deportiva. Así que, gracias, señor Samaranch; en nombre de toda mi familia, gracias. Y cuando llegue ahí arriba, dele un abrazo fuerte al abuelo. Y dígale que su medalla, que es de todos los españoles, está bien guardada.
(Artículo publicado en el Diario ABC el 25 de abril de 2010)
TIRARSE LOS MUERTOS PARA GANAR LA PARTIDA
Hace 2 semanas
2 comentarios:
Una bonita historia la de tu abuelo, sin duda fue todo un caballero de aquella época, y un gran deportista, como, me parece, quedan ya pocos.
Ten cuidado con esa medalla, no vayan a entrar de nuevo estos canallas de hoy, herederos y admiradores de las infamias de aquellos, y os la vuelvan a robar
Canallas de hoy? Es muy feo ese comentario. Qué pasa, todo el que no es de los míos es un delincuente?
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