jueves, 11 de noviembre de 2010

En nombre de la tolerancia


Lo acabamos de comprobar una vez más. El concepto que tienen algunas gentes del término ‘tolerancia’ es, cuando menos, bastante peculiar. Según la RAE (si no ha cambiado en la última semana el término por capricho, como lo de borrar tildes y transmutar la i griega en ‘ye’), ‘tolerancia’ significa “respeto hacia las opiniones o prácticas de los demás”, lo que implica, supongo, respetar también a las personas y sus creencias. Pero claro, ya sabemos que aquí la progresía reinante sólo respeta las opiniones y prácticas propias, que son la únicas buenas, y que todo cuanto se aleje de éstas (un centímetro o mil kilómetros, da igual), no merece sino odio, desprecio y mofa. Por no merecer, no merecen ni siquiera existir, ni la opinión ni la persona opinante. La situación ideal sería, pues, exterminarlas por completo y sin complejos. En nombre de la tolerancia, claro.

Así, en nombre de la tolerancia pueden recibir al grito rabioso de ‘pederasta y criminal’ a un Jefe de Estado invitado, que además de venir en son de paz representa a millones de españoles y cientos de millones de personas en todo el mundo; pueden organizarle, con cobarde impunidad, todo tipo de ofensivas originalidades (aunque no ofende el que quiere…), elaborados insultos y blasfemias, enarbolando la bandera de la tolerancia, la paridad y la modernidad. Concursos pastorales, cabaret litúrgico, misa-karaoke, fumata blanca, parodias Buenafuenteces típicas y ese sutil “Fuera los Rosarios, de nuestros ovarios”, cuya imagen resume nítidamente el respeto que estas presuntas personas tienen a la opinión contraria.
En nombre de la tolerancia pueden acusar de retrógrado, cavernícola, rancio y demás cosas nada buenas y nada modernas a toda persona que ose asistir ilusionado al encuentro del Papamóvil, vaya a misa, rece o simplemente crea que hay un Dios y que, además, no es un cabrón con cuernos. Por mucho que esa misma Iglesia haya alimentado a 800.000 ciudadanos hundidos en la miseria de esta Ezpaña tan tolerante, tan próspera… y tan miserable.
En nombre de la tolerancia una drag queen histérica (o histérico) irrumpe en un acto del jefe de la oposición a voz en grito acusando a 11 millones de votantes del PP de homófobos e intolerantes, por el simple hecho de pensar que la palabra ‘matrimonio’ significa “unión legal de hombre y mujer”, según el Derecho Natural, la Historia y el muy homófobo e intolerante Diccionario de la RAE.

En nombre de la tolerancia, los mismos (y las mismas) que ensalzan el derecho de las niñas a matar a sus hijos no nacidos, han juzgado, condenado y ejecutado en plaza pública a un abuelo cebolleta (“juntaletras subvencionado y pederasta”) por presumir de libertino delante de los amigotes, sin mayor prueba del presunto delito que su incierta y exagerada autoconfesión.
En nombre de la tolerancia se retuercen y se revuelven como posesos y posesas contra un escritor no adscrito que ha dicho “mierda” los mismos que llamaron “hijos de puta”, “asesinos”, “tontos de los cojones”, “fascistas” y demás tolerantes piropos a otros 11 millones de no adscritos.

En nombre de la tolerancia pueden condenarte a pagar multas millonarias por hablar, escribir o rotular en el idioma oficial de tu país, que es el español. O pueden llamarte asesino los que luego te entregan una carta con tu retrato adornado con un tiro en la frente; o pueden ladrarte ‘fascista’ los mismos que, mientras sacan espumarajos por la boca, no te dejan hablar en tu propia conferencia (Loquillo lo acaba de resumir en una interesantísima entrevista en la revista Época: “En España, todo aquel que manifieste su desacuerdo es un facha”).

En nombre de la tolerancia echan a los leones a todo un grupo de comunicación, sin distingos ni miramientos, por el simple hecho de no acobardarse, ni arrodillarse, ni pendularse a conveniencia del poder.
En nombre de la tolerancia crucifican a la única democracia en todo Oriente Medio por defenderse del fanatismo, mientras miran para otro lado cuando hace lo propio el amigo sátrapa marroquí. Por cierto, mientras hacen el agosto armamentístico con unos y otros, y con los de más allá (Irán, Venezuela, Arabia Saudí…).
En nombre de la tolerancia levantan tumbas que estaban bien cerradas y resucitan odios que estaban bien muertos porque hubo un tiempo, allá por el 78, en el que sí hubo tolerancia.
En nombre de la tolerancia insultan, condenan, amenazan, aíslan, intimidan, atacan y hasta muerden a todos aquellos que no se arrodillan ante los dogmas de la nueva fe laica.

En nombre de la tolerancia se han metido a decretazo limpio en nuestras aulas, en nuestros coches, en nuestros vicios, en nuestra cultura, en nuestra música, en nuestra tele, en nuestra nevera, en nuestro dormitorio, en nuestras conciencias, en nuestro libro de familia; y ahora también en nuestro árbol genealógico, otro paso más para dinamitar todo aquello que nos pueda recordar, siquiera un poquito, nuestra propia identidad, nuestras raíces, nuestra memoria. Y nuestro sentido común.

En nombre de la tolerancia y la paridad pueden acusarte de machista cavernario por dejar que tu hijo juegue al fútbol y tu hija a las mamás, pero si juegas al mus con Josu Ternera y su ternerito eres el faro universal de los derechos humanos, aunque hayas sido condenado oficial y judicialmente por maltratador (“un hombre bueno”, este Txusito, según Patxi López).
En nombre de la tolerancia matan o negocian con la serpiente, según convenga, mientras se les llena la boca de PAX (con equis). O se van de chuletón y comparten “ruta” con asesinos de niños convenientemente reconvertidos en hombres de paz. O permiten a la serpiente envenenar la Democracia cada cuatro años, todo por la resolución del conflicto y el derecho a vivir (y matar) por una maldita quimera.

En nombre de la tolerancia lo que hacen día a día es asesinar nuestra libertad, esa extraña palabra a la que tanto se abrazan pero que han ido liquidando allá por donde han pululado a lo largo de la Historia.

En nombre de la tolerancia, yo me declaro abierta y manifiestamente intolerante frente a esa tolerancia progre y falsa, esa hipogresía endémica y fatal que nos condena por el simple hecho de profesar una “opinión o práctica” diferente a la suya. Por ser hombre, católico, casado con una mujer, padre de familia, madrileño y defensor del libre mercado soy machista, criminal, rancio, fascista, anticatalán y cerdo capitalista. Y todo eso sin conocerme, oiga. Pues vale.

Por si acaso, y por acabar por el principio, o sea, por la RAE, me quedo con la última acepción del término ‘tolerancia’: “condición que permite que un organismo conviva con parásitos sin sufrir daños graves”. Pues eso, seamos tolerantes a los parásitos.

...

1 comentario:

Unknown dijo...

No fumo pero defiendo a ultranza el derecho a decidir si quieres o no y me opongo a "prohibir".
No veo toros pero considero que las personas no son culpables de la educación que han recibido y que solo a través de la educación lograremos remediar determinadas conductas, me opongo a prohibir.
No creo en Dios, ni en su iglesia, es mas, no creo en ninguna iglesia y considero que la religión es el gran mal de la humanidad, pero jamás he juzgado o atacado a nadie por su credo. El papa es un jefe de estado y a nuestro presidente se le paga para hacer su trabajo.
Detesto a todos aquellos que consideran que por su condición sexual o social son víctimas y esto último legítima sus desmanes e impone con cruel impunidad su criterio sobre todos aquellos que no opinen igual.
En definitiva, me niego a jugar con la baraja de los hipócritas abanderados de "sus libertades" que aplican sin miramiento ninguno la ley del embudo a la menor oportunidad.

Hace ya tiempo que navego en aguas peligrosas.

Saludos