lunes, 13 de octubre de 2008

Carta al señor Rajoy (por darle un poco el coñazo)


Estimado señor Rajoy: Ayer acudí al Desfile de las Fuerzas Armadas, ése que conmemora el Día de la Hispanidad, el mismo que supone la celebración oficial de nuestra Fiesta Nacional, o sea, el día grande de todos los españoles -catalanes, vascos, gallegos y baleares incluidos, aunque les duela. Fui temprano, con mis dos hijos de 8 y 6 años, mi hermana y mi sobrino de 9 años; fastidia un poco madrugar en domingo (sobre todo si te has quedado escribiendo hasta cerca de las tres de la madrugada), pero había que coger un buen sitio, ya que este año no conseguimos enchufe para estar sentados en una de las gradas de la Castellana (ni mucho menos en el cómodo palco de autoridades en el que tiene usted su sitio reservado, con vistas a la grandiosa bandera española de la Plaza de Colón). El madrugón tuvo su recompensa, y conquistamos una magnífica posición en primera fila, de la que no nos movimos en la hora y pico de espera (¿por qué el rey siempre llega tarde? ¿es que había tráfico o qué?) más la hora y pico que duró el desfile. Pero no nos importó, porque el motivo merecía la pena y acudimos con la ilusión de rendir homenaje a nuestro país, en su Día, y a los miles de hombres y mujeres que dedican su vida a causas más nobles que la mía y la suya.

El desfile fue muchas cosas, señor Rajoy, pero un coñazo le aseguro que no.

Fue emocionante, como se reflejaba en los ojos ilusionados y sonrientes de miles de niños, padres y abuelos.
Fue respetuoso, todos en pie –casi firmes- las tres veces que se escuchó el Himno Nacional por megafonía; todos en absoluto silencio y quietud durante la bellísima ofrenda a los caídos.
Fue soberano, pues ahí, apiñado, se encontraba el pueblo soberano en su más amplia expresión, ése pueblo que paga su sueldo de Diputado, señor Rajoy
Fue patriótico, engalanado de cientos de banderas rojigualdas de todos los tamaños, que ondeaban orgullosas, sin complejos (sin la excusa de un partido de fútbol) y acompañadas de unos ‘vivas’ a España tan espontáneos como sentidos.
Fue reivindicativo, con esa sonada pitada al presidente del Gobierno, absolutamente instintiva y generalizada, nada más escucharse su nombre por megafonía.
Fue austero, suponemos que debido a la crisis y al recorte de gastos en Defensa (tal vez para pagar los gastos del palacio de la Moncloa, o los sueldos de los 644 asesores personales del presidente).
Fue ruidoso, como no podía ser de otra manera cuando es un ejército moderno y su armamento pesado los que desfilan (la guerra es así, ministra Chacón, exige armas poderosas, ruidosas y hasta peligrosas). Y eso que fallaron los aviones, parece ser que debido al mal tiempo que, afortunadamente, no padecimos.
Fue agradecido, continuamente salpicado de aplausos y ‘vivas’ a los diferentes cuerpos, especialmente emotivos (como siempre) a la Guardia Civil, ésos, señor Rajoy, que luchan contra el terrorismo en condiciones de auténtica tortura psicológica y que a veces incluso mueren.
Fue políticamente correcto, con la presencia de un alto porcentaje de mujeres soldado (que no soldadas, señora ministra paritaria) y de inmigrantes (que sienten nuestra bandera más suya que muchos de nosotros).
Fue alegre, pues allí fuimos todos (o casi todos, señor Rajoy) a disfrutar, a celebrar, a homenajear, a aplaudir y a vitorear. Y a sentirnos muy orgullosos de nuestros ejércitos. ¡Qué menos que dedicarles un par de horas de nuestro tiempo para devolverles siquiera una mínima parte de lo que ellos nos dan!

Sí, señor Rajoy, el desfile fue muchas cosas, pero un coñazo no.
Igual que su comentario a micrófono abierto, que también fue muchas cosas: fue inoportuno, estúpido, quejica, infantil, irrespetuoso, egoísta, hipócrita, antipatriótico (que diría Z) y muy revelador. Porque lo grave no es que haya metido la pata tontamente, sino que realmente piense lo que dijo. Si celebrar el Día de las Fuerzas Armadas, el Día de la Fiesta Nacional, el Día de la Hispanidad, el Día Grande de España (ese país que tanto dice defender) es para usted un coñazo, me temo Señor Rajoy que ha perdido usted tanta credibilidad y confianza como la Bolsa de Nueva York. Y ya estaba bastante a la baja. Ahora, cada vez que mencione usted la palabra crisis, algunos pensaremos inevitablemente en su conciencia política.