jueves, 12 de noviembre de 2009

El Muro de la República Democrática de Ezpaña


Al contrario de lo que parece ser la tónica general en estos casos, yo no recuerdo dónde estaba cuando "cayó" el Muro de Berlín. Y entrecomillo "cayó" porque el muro no cayó, sino que fue derribado, que es muy distinto; o derrumbado, que es más exacto. Y los protagonistas de aquel histórico derrumbamiento no fueron Bush padre, Kohl y Gorbachov, actores secundarios a quienes les pilló la historia en ese momento concreto, sino Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que lideraron Occidente durante los años precedentes y fueron quienes definieron las férreas reglas que marcaron el fin del régimen comunista, muro incluido; reglas que se resumían en dos palabras hoy en desuso: convicción y decisión; convicción moral y decisión política. Simplemente. Y por encima de ellos, el actor principal, la estrella de la película: el papa polaco Karol Wojtyla y su «no tengáis miedo», que aportó la palabra ´dignidad´ al guión. Todos ellos, junto con el pueblo alemán y el pueblo polaco de Walesa y luego el checoslovaco y el rumano (ambos unos días después del derrumbamiento del muro) quienes iniciaron la destrucción definitiva del régimen más cruel e inhumano que ha visto la historia, con cien millones de asesinatos a sus espaldas y décadas de sufrimiento y tortura en los paraísos democráticos de Europa, Asia y El Caribe.

No. Yo no recuerdo por dónde andaba aquel jueves 9 de noviembre de 1989. No tenía, al parecer, inquietudes políticas con 24 años y lo más cerca que debí estar del muro ese día fue probablemente copeando en Berlín Cabaret o pinchando algo de Pink Floyd en el Café Barceló, donde trabajaba los jueves por la noche. Si hubiera estado más atento al mundo que a mi mundo, habría sabido que muy poco antes, en febrero, Gorbachov se rindió a otra evidencia y retiró sus tropas de Afganistán, donde, por cierto, aún las mantiene Ohbama!; o que el Dalai Lama fue galardonado ese mes de octubre con el premio Nobel de la Paz, como Ohbama!, sólo que en su caso ganado a pulso por su lucha inmarcesible contra la Gran Muralla China; país comunista, por cierto, que unos meses antes dio nítido ejemplo de sus eficaces métodos de dispersión en la plaza de Tiananmenn, donde fueron aniquilados varios centenares de inocentes. Y en España, la muy republicana y demócrata Pasionaria, alias Dolores Ibárruri, murió tan sólo tres días después que el muro de la República Democrática Alemana, no se sabe si del disgusto, por pura fidelidad al comunismo hasta la muerte o por una simple jugarreta del destino. El caso es que su utópico «No pasarán» (que en verdad era copyright de Petain), fue una brutal realidad que atenazó durante 18 años a miles de berlineses y, por extensión, a millones de ciudadanos en toda Europa y parte del extranjero.

El fan de la Pasionaria, nuestro también muy republicano y demócrata Mister Paz, ha tenido la ocurrencia de comparar la caída (o derrumbe) del muro y del sádico régimen comunista con la caída de nuestro muro patrio, aunque éste murió en la cama: «Nosotros también habíamos tenido una caída reciente del muro, del muro propio, que durante 40 años tuvimos en España. Fue un muro pesado, una losa muy dura para nuestra historia y por tanto sabíamos lo que significaba la libertad, lo teníamos muy vivo en la carne, en nuestra experiencia». No voy a ser yo quien defienda el régimen franquista que, en efecto, fue una dictadura; lo va a hacer en mi lugar Aleksandr Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura, víctima y cronista del terror soviético, que conoció en su propia carne (literalmente) y en la de muchos otros el despiadado concepto de ´vida´ y ´libertad´ de la democracia comunista y sus diferencias con la dictadura franquista. Supongo que nuestro insigne luchador antifranquista y hoy presidente de esta Ezpaña nuestra no ha llegado a leer "Archipiélago Gulag" o "Un día en la vida de Iván Denisovich", pero creo que unos extractos de la entrevista que Solzhenitsyn concedió a TVE hace 33 años serán lo suficientemente ilustrativos para su frágil memoria histórica:

«¿Saben ustedes lo que es una dictadura? (…) Los españoles son absolutamente libres para residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier lugar de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo en nuestro país. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial). Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme a tal o cual población (…) Los españoles pueden salir libremente de su país para ir al extranjero (…) En nuestro país estamos como encarcelados. Paseando por Madrid y otras ciudades (…) más de una docena, he podido ver en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros se verían inmediatamente docenas y docenas de manos tendidas luchando por procurárselos (…) También he observado que en España uno puede utilizar libremente las fotocopiadoras (…) Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así en nuestro país. En su país (dentro de ciertos límites, es cierto) se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos huelguísticos de los primeros años del poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladora.(…) Si nosotros gozásemos de la libertad que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos.»

Pues eso, que hay muros y muros. Por ejemplo, el muro que está levantando, ladrillo a ladrillo, el amigo Mister Paz: una inmensa muralla de odio, rencor fraticida, ajuste de cuentas, exclusión, cordón sanitario, memoria sesgada y animadversión entre españoles (otra vez), dividiendo la sociedad entre ´buenos´ y ´malos´, entre ´dignos´ e ´indignos´, entre ´progresistas´ y ´cavernícolas´, entre ´demócratas´ y ´fascistas´. Han recogido los escombros del Antifaschistischer Schutzwall de la República Democrática de Alemania y han levantado el Muro de Protección Antifascista en la República Democrática de Ezpaña, con la misma desincronización histórica y el mismo gusto por el eufemismo y la mentira. Alguien dijo que la diferencia entre una democracia y una dictadura es que en la democracia la oposición trata de derribar al gobierno, mientras que en la dictadura es el gobierno quien trata de destruir a la oposición. ¿Les suena? Si a eso añadimos la siniestra utilización de la policía, la fiscalía y la judicatura a conveniencia, ¿les suena más?

Lástima no tener aquí un Wojtyla a mano. O un Reagan. O una Thatcher.
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2 comentarios:

Ramón Morcillo Valle dijo...

Pepe, muy buen artículo. Me ha gustado mucho. Y sobre todo, valiente con lo que dices sobre JP II. Y muy cierto.

Enhorabuena.
Saludos
Ramón

menchu dijo...

Hola. Fabuloso tu artículo. Es gratificante ver como la gente se despierta y ayuda a despertar a otros. Esto nos devuelve la ilusión de que en España no todo está perdido.
Tengo los libros del Gulag... pero no había leido la entrevista en España del Autor. Gracias por ella. Felicidades por ser como eres y estar presente en estos momentos en que existen tantos hipócritas. Felicidades de nuevo.