viernes, 5 de marzo de 2010

El lugar más seguro (una historia real de un aborto que no fue)


Sucedió en el tren, camino de Santander, una sofocante tarde de julio. El viaje, largo, se hacía relativamente soportable gracias al aire acondicionado, a la soledad de mi asiento y al ipod (la película que habían programado era bastante mala). Estaba escuchando una selección de la banda sonora de House, esa magnífica serie sobre la vida y la muerte, en la que cada canción tiene un significado preciso e intenso; sonó en mis auriculares “Are you alright” de Lucinda Williams y “Happiness” de Grant Lee Buffalo y “Desire” de Ryan Adams y “None of us are free” del gran soulman Solomon Burke. Y cada canción me trasladaba a un momento de la serie, y también a algún momento de mi vida en el que había escuchado esa canción (eso es precisamente lo que hace la música: recordarte tu vida). Y entonces sonó la voz dolorosa, triste, de Damien Rice cantando (llorando) “Grey Room”, implorando un poco de calor a su desolada y gris soledad, y recordé ese capítulo en el que una joven, Eve, embarazada tras una violación, se niega a abortar, a pesar de la insistente recomendación del doctor House. Para ella es, simplemente, un asesinato, y además de su hijo. Para House no es más que una solución cómoda, puro pragmatismo social.


“I've still got me to cross your bridge in this storm / And I've still got me to keep you warm / Warmer than warm, yeah…” La guitarra lastimera de Damien Rice se iba perdiendo en mi cabeza, mientras la historia de Eve y House me recordaba otra historia que escuché en otro tren, no recuerdo hacia dónde. Fue de esas conversaciones que empiezas escuchando sin querer y acabas enganchado como a una buena película. Sólo que esta historia era muy real.


Eran cuatro jóvenes, dos chicos y dos chicas. Según sus comentarios debían pertenecer a una productora de televisión y se encaminaban a rodar un reportaje. La que parecía ser la jefa era una joven guapa y menuda; no debía de llegar a los 27 y se notaba nerviosa por la responsabilidad, probablemente recién estrenada. No recuerdo en qué momento ni por qué la conversación de trabajo cambió de tema y de tono y comenzaron las confidencias (debió ser cuando los dos chicos se fueron a investigar el vagón restaurante). La jefa, con voz entrecortada, susurró: “He decidido no hacerlo”. Su compañera, que además debía ser su amiga, le preguntó, sorprendida “¿Vas a seguir entonces? ¿Pero no lo tenías tan claro?”. “Sí, eso creía yo. Pero estaba equivocada. Ahora es cuando lo tengo claro”. “Pero… ¿qué pasó? ¿no fuiste ayer al ginecólogo para cofirmar la fecha de la intervención?”.


Ella entonces, casi en un susurro, contó a su amiga cómo, efectivamente, había acudido la mañana anterior a su ginecólogo. Estaba embarazada de 10 semanas y había decidido abortar (“interrumpir voluntariamente mi embarazo”, se autoconvencía). El médico la había intentado persuadir en una consulta anterior, explicándole otras opciones para no acabar con la vida de su hijo (era niño); pero ella se enfadó y se escudó en su trabajo y en la relación fallida con su pareja y en los planes de futuro y en su derecho a elegir y a decidir sobre su cuerpo y… y le habló hasta de las guerras y de África y de lo injusta que es la vida. Y acabó llorando. Ni siquiera sabía por qué, ya que lo tenía tan claro; y ese médico no tenía derecho a reprocharle una decisión que había tomado con plena conciencia. ¡Faltaría más!


Pero en esa segunda ocasión el ginecólogo no abrió la boca. “Bien, pensó ella, calladito está mejor”. Se tumbó sobre la camilla, de espaldas al monitor del ecógrafo, y la enfermera le desabrochó la blusa, dejando asomar una tripa incipiente. Le extendió el gel y el médico colocó el transductor por debajo del ombligo, moviéndolo suavemente mientras observaba fijamente la pantalla del monitor. En ese momento, la joven comenzó a percibir un sonido que no había escuchado la primera vez. Era como una pulsación regular, rápida, que cada segundo se hacía más intensa. “¿Qué es ese sonido?” preguntó ella. “Es el corazón de tu hijo”, respondió el médico, mirándola a los ojos con inesperada ternura. “¿Quieres verlo?”. Ella apenas si pudo asentir con la cabeza, probablemente sin querer hacerlo, y él giró el monitor y señaló el corazón latiente del feto. Ella comenzó a llorar, levemente al principio, y luego afloró de golpe todo el llanto que llevaba dentro, que era mucho y muy profundo.

Tras unos minutos de intenso desahogo, el ginecólogo le entregó una ‘foto’ de su hijo y se despidió “hasta la próxima”. Ella susurró un “gracias” y salió de la consulta abrazada a la imagen de la ecografía. Esa noche apenas durmió. A la mañana siguiente, se despertó con la foto sobre su tripa, la miró y volvió a llorar, sólo que esta vez el motivo del llanto era muy distinto: “Hijo…mi niño… ¡qué guapo eres!”



“Mira, éste es mi bebé” le dijo a su amiga, mostrándole la ecografía “Esto es lo que tengo dentro de mí. A que es precioso”. “Sí lo es”, dijo su amiga y añadió: “Yo te ayudaré a cuidarlo”. “Gracias. Lo necesitaré”.


Ya estaba llegando a Santander. Se notaba el verde vivo y fresco de los prados cántabros en contraste con el seco amarillo que había decorado todo el viaje. Una historia bonita, pensé, que se repetiría muchas más veces si, simplemente, las mujeres y las adolescentes que quieren abortar escucharan el latido vivo del ser que llevan dentro. Mientras, en mi iPod sonaba One Safe Place de Marc Cohn: “Life is trial by fire, And love’s the sweetest taste / And I pray it lifts us higher / To one safe place” (la vida es un viaje por el fuego, y el amor es el sabor más dulce; y rezo para que nos eleve más arriba, hacia un lugar seguro).


Y pensé que el lugar más seguro del mundo, debería ser el cuerpo de una madre.

...



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo bien, pero en ese episodio de House, la joven acaba abortando.
Usa la información, pero no manipules, no pongas como ejemplo a la chica de House por negarse a abortar, porque lo hacía por el trauma psicológico que estaba pasando, cuando se recuperó un poco, aceptó con total normalidad que debía abortar.

Pepe dijo...

Sí Anónimo, al final House se sale con la suya y Eve acaba con la vida de su hijo. Tal vez si se añade esta frase al final del párrafo te quedes contento: "...Para House no es más que una solución cómoda, puro pragmatismo social. Y al final se sale con la suya: Eve mata a su hijo". Lo que no hace más que añadir dramatismo y que tú probablemente hubieras interpretado como demagogia.
Pero lo importante, en este artículo, no es lo que se mata, sino lo que se salva (para mí es más importante, al menos, salvar esas diminutas vidas). Y ese es el mensaje que quería transmitir. Y si a eso lo llamas manipulación, pues vale. Tú mismo.

Si prefieres, hay otro capítulo de House mucho más revelador: ése en el que una famosa fotógrafa se niega a abortar, aun a riesgo de su vida, y finalmente tiene que ser intervenido el 'feto' (para House, el 'bebé' para su madre)y durante la operación prenatal, la mano del feto coge el dedo de House. Afortunadamente el bebé se salva, y su madre también. Gran momento final del abortista House tocándose el dedo, pensativo (dubitativo), mientras suena "Are you alright" de Lucinda Williams.

Y por si te quedan dudas, el hecho está basado en un caso real, ocurrido en 1999. La foto dio la vuelta al mundo. http://www.clarin.com/diario/2007/12/03/conexiones/t-01553883.htm

Saludos.