martes, 13 de mayo de 2008

Carta a María San Gil

Viviste el asesinato cobarde de tu jefe y amigo en directo, a tan sólo unos centímetros de distancia; guiada por tu coraje, saliste en (inútil) persecución del asesino, que huía cobardemente por las callejuelas de la parte vieja; y años después, te enfrentaste a la mirada del asesino con la misma valentía y firmeza con la que viviste aquel asesinato cobarde y con la vives cada día desde entonces. Es lo que distingue a los valientes, su firmeza y determinación frente a la cobardía.

Durante todo este tiempo, María, has sido un ejemplo de superación y sacrificio permanentes; un referente moral, humano y político; un modelo de cercanía, de claridad de ideas, de fidelidad a tus principios y a tus valores, ¡incluso de simpatía! (eso que tanto se reclama ahora desde tus filas y que tú has ejercido sin necesidad de renunciar a ti misma); has sido la cara amable y sincera, el lenguaje directo y transparente, la sencillez en persona (y en política, que es más meritorio).

Has sido la gran luchadora por la libertad, junto a las demás y los demás valientes que viven cada minuto como auténticos héroes y verdaderos condenados (al silencio, al desprecio, a muerte). Algo que hay que padecer día a día para entender de qué pasta estáis hechos; y para entender también de qué pasta están hechos, no ya los asesinos (que no engañan a nadie), sino quienes los apoyan, quienes los justifican, quienes los utilizan; quienes se ponen o se quitan la máscara según la conveniencia del momento, pero cuyo rostro es siempre, ha sido siempre, el mismo rostro hipócrita, falso e inmoral desde los tiempos de Lizarra. Esos mismos que os han apuñalado, a ti y a los tuyos, tantas y tantas veces; que os han despreciado, que os han insultado, que os han escupido –incluso muertos- tantas y tantas veces. Por eso, María, estoy contigo. Has vuelto a tomar una decisión valiente, sincera y honesta, como no podía ser de otra manera siendo tú. Una decisión generosa y sacrificada, como tu propia vida; y leal, aunque haya quien diga lo contrario, leal a tus ideas, a tu gente y a tu partido. Por eso, María, gracias. Y créeme, esta vez, tu voz va a tener eco. Porque la voz de los valientes siempre resuena en los corazones honestos.

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