Al tramposo Madoff, al codicioso Madoff, al estafador Madoff, al ladrón Madoff, le han caído 150 años de cárcel, así, by the face. No voy a entrar en si es mucho o poco, no me importa; ni siquiera voy a compararlo con las mínimas condenas por asesinato de los terroristas patrios. No ha lugar. Un fraude de 65.000 millones de dólares (¡qué cifras, por Dios!), más blanqueo, perjurio, robo y la ruina de muchas, muchas personas honradas debe tener su castigo ejemplar, y así lo ha estimado la Justicia americana, en voz y sentencia del juez federal Denny Chin, que suena a calderilla en el bolsillo. 150 años, es lo que hay. Los arrepentimientos a toro pasado del condenado Madoff, del maldito Madoff («¿Cómo pedir perdón por traicionar a miles de inversores que me confiaron sus ahorros de toda la vida?») no van a devolver los ahorros, ni los negocios, ni la esperanza, ni la alegría de vivir de esos miles de inversores. Ni su confianza en el sistema, probablemente.
«Madoff robó a los ricos, a los pobres y a los que estamos en medio. No tenía ningún tipo de valores», declaró una víctima. «Timó a sus clientes quedándose con el dinero para que tanto él como su mujer pudieran vivir una vida de lujos», denunció otro afectado.
Valores y Lujo. Lujo y Valores. «En esta vida hay cosas mucho más importantes que el dinero... pero cuestan tanto», decía con ácida ironía el siempre genial Groucho Marx. Alguien quizá se pregunte a estas alturas de la crisis cómo hemos llegado hasta aquí. Pues bien, una de las razones han sido los Madoff de turno. Gentes con unos valores muy suyos, en el exacto sentido de la palabra. Yo, mi, me, conmigo… y después, yo. Y me importa una mierda a quién pise, a quién engañe o a quién robe si yo consigo lo mío, que es mi bonus, mi cayenne, mi tercera casita, mi safari, mis lujos varios o mis jugosas acciones en Bolsa. Bien. Tampoco voy a entrar a juzgar esos valores, cada cual es muy dueño de tener los que estime, siempre que no saquen los pies de la ley. Pero sí me llevan, irremediablemente, a una reflexión: crisis significa cambio, y cambio significa oportunidad. Pero no oportunidad en el sentido de aprovechar la desgracia ajena para hacerse rico, como muchos estarán pensando (e incluso ejerciendo). No. Oportunidad precisamente para cambiar nuestros valores, para dar un vuelco a nuestras prioridades. Para redescubrir lo realmente importante de la vida. La Vida, eso que ocurre mientras estamos ocupados haciendo dinero.
Es una simple cuestión de prioridades. Dejar de trabajar 20 horas al día, sábados, domingos y blackberry incluidos para pagarte el cayenne o el X5, y reecontrarte otra vez con tus hijos, esos seres extraños que pululan de vez en cuando por tu vida y no te puedes imaginar cuánto te echan de menos. Por ejemplo. O donar una parte de tus merecidas comisiones para ayudar a sobrevivir a gentes que no son tan afortunadas como tú, y que no están tan lejos como crees. O volver a cuidar un poquito a tu mujer, a quien ves de vez en vez en algún acto social de la empresa. O echar una mano en los comedores de Cáritas, ésos a los que acuden cada día miles y miles de nuevos pobres, algunos de ellos aún con la corbata a medio quitar. O sacrificar la presentación de Cristiano Ronaldo, el de los 95 millones (¡de euros!), para llevar a tu madre, viuda desde el 95, sola desde el 95, al teatro o a merendar a su añorada Embassy. O empezar a escribir un libro, por qué no, entre no-oferta y no-oferta de trabajo. En fin, dejar de invertir toda nuestra vida en los falsos valores de Madoff, y empezar a invertir en los valores que son verdaderamente importantes. O sea, invertir nuestros valores.
Decía Saint Exupéry que «el hombre se descubre cuando se mide contra un obstáculo». Pues ahí está el obstáculo. Y bien grande. Aprovechémoslo para descubrir nuestro lado bueno.
TIRARSE LOS MUERTOS PARA GANAR LA PARTIDA
Hace 2 semanas
1 comentario:
Qué bueno Pepe. Una reflexión trás leer tu artículo, Madoff en el fondo ha pasado de unas cadenas a otras.
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