miércoles, 23 de febrero de 2011
¿Qué es ultraderecha? ¿Y tú me lo preguntas? Ultraderecha… eres tú.
jueves, 10 de febrero de 2011
Hay que ser rastrero
martes, 1 de febrero de 2011
El bombero, la manguera, la serpiente y el faisán
viernes, 21 de enero de 2011
Bienaventurados los progres porque todo les será perdonado.
miércoles, 12 de enero de 2011
Eliminar a Zapatero
domingo, 9 de enero de 2011
Acusica barrabás, en el infierno te verás
Los hosteleros, desde luego, no; ni los camareros, que por conservar la salud a lo peor pierden el pan; ni los fumadores, marcados con la cruz del repudio social; ni los no fumadores, aunque crean que sí, pues las libertades aniquiladas de otros hoy, mañana pueden ser las suyas; ni los policías, que aún no saben cómo actuar ante la avalancha de denuncias que les van a caer encima; ni los vecinos en general, pues ahora a las puertas de bares y discotecas se va a montar el "pitillón" durante toda la noche…
Pero si la aplicación de la ley va a tener consecuencias funestas para unos y otros, lo de la delación por decreto va a ser la guerra. Una más. Otra vez la división entre buenos y malos, entre respetables y apestados, entre acusicas y acusados. Divide y vencerás, dicen. Con todos peleados, tienen más fácil desviar atenciones. Como en "La cortina de humo" esa divertida ironía protagonizada por Robert de Niro y Dustin Hoffman en la que los asesores del presidente se inventaban una guerra contra el terrorismo albanés para ocultar un lío de faldas con una becaria. Aquí, en vez de guerra al albanés, guerra al fumador; y en vez de becaria, parados. Cinco millones, o así.
Pues si quieren acusicas, acusemos. Puestos a chivarse, chivémonos. Para empezar, del chivatazo del Faisán, que continúa en el limbo de la justicia per secula seculorum. Delatemos las subvenciones millonarias que siguen recibiendo los chupópteros de turno, mientras el resto nos vamos quedando sin agujeros en el cinturón. Acusemos los privilegios de los asesinos de ETA, que en cuestión de días serán de nuevo bendecidos como hombres de paz; acusemos las leyes totalitarias, los estados de alarma inconstitucionales, los golpes de estado a decretazo limpio, la cruzada laicista, la crispación tendenciosa, las mentiras continuadas sobre la crisis, la falta de preparación de nuestros dirigentes, el faraónico despilfarro autonómico, la miseria moral, la corrupción incesante… Acusemos a los que están convirtiendo España en un estado sin libertades, en un solar dividido, en una familia rota en la que los cónyuges (no cónyugues, señora Ministra) se acusan, se odian y se matan mutuamente desoyendo el llanto de sus hijos, que son los santos inocentes que siempre se llevan la peor parte de cada uno.
En fin, que si quieren convertirnos en acusicas, seamos más acusicas que nadie; pero no contra el vecino. Unámonos todos para acusar al gobierno, a los sindicatos, a los facuas, a los partidos, a las autonomías, a los corruptos, a los asesinos, a los mentirosos. Acusémosles y condenémosles. Al destierro. O al infierno. "Acusica barrabás, en el infierno te verás, comiendo pan y cebolla, y nosotros en la gloria". Fumándonos un puro.
martes, 4 de enero de 2011
Cine en 3 Dimensiones... hacia dentro
El cine en 3D no es nuevo. Ya en 1953 André de Toth realizó una fantástica adaptación del realto de Charles Belder “Los crímenes del Museo de Cera”, todo un clásico del género de terror, que fue rodado para ser exhibido en sistemas 3D. Lo de menos, en realidad, eran los detallitos tridimensionales para acentuar el efecto, tan triviales como la pelota de goma que el pregonero lanza al espectador o las bailarinas de la revista de variedades; lo importante era, como debe ser, el inquietante guión, las imágenes impactantes (sin necesidad de 3D) y la genial interpretación de Vincent Price, maestro del género. Incluso la presencia de un tal Charles Buchinsky, años después conocido por Charles Bronson.
Hoy, a diferencia de “Los crímenes del Museo de Cera”, el 3D ya no se limita a unas escenas más o menos vistosas, sino que lo invade absolutamente todo, venga o no a cuento con el estilo de la película, su argumento o su público potencial; se ha convertido en una especie de plaga postmoderna irrenunciable, un mandato de obligado cumplimiento bajo pena de destierro de las salas comerciales. Ahora, o te pones las gafas de marras, o no ves la película. Punto. Y uno, que se resiste a contagiarse de tan innecesaria moda (y a pagar casi el doble por la tontería), va buscando salas donde se exhiban las mismas películas sin necesidad de parecer que las disfrutas más por llevar lupos tridimensionales, que es que te metes dentro, dicen, aunque de toda la vida no han hecho falta tantas dimensiones para meterte dentro de una película, sino un buen guión, unos buenos personajes, una buena dirección y unos buenos actores. Nada más. Y nada menos.
La semana pasada vi dos películas absolutamente contrarias. Las dos eran en 3D. La diferencia esencial es que una era en 3D hacia fuera, o sea, superficial y prescindible; y la otra era en 3D hacia dentro, o sea, profunda, necesaria e inolvidable. Una era Avatar, que vi en DVD y por tanto sin el efecto tridimensional que la ha hecho famosa y megamillonaria; me pareció pobre, insustancial y poco original (cóctel en versión pitufa de Pocahontas, Matrix y Eragon, con un toque Al Gore); entretenida sin más. Vistosilla. “Pero es que tienes que verla en 3D, en el cine”, me dicen los fans de la cosa. “Si no, no vale nada” les faltó añadir. Y ese es, precisamente, el quid de la cuestión: si una película vale sólo por los efectos-trampa visuales, por el espectáculo de fuegos artificiales, por el efectismo carísimo, pues esa película vale para lo que vale, lo mismo que una hamburguesa De Luxe. Las buenas obras cinematográficas no necesitan 3D porque tienen vida interior; ni siquiera necesitan color, si me apuran (que se lo digan a Billy Wilder), porque tienen profundidad, personajes creíbles, historias, emociones, diálogos inmortales, trascendencia.
Como la otra película que vi la semana pasada (no la busquen en salas de 3D, adelanto). “Cartas al padre Jacob”, se llama. Cuenta la historia de un cura de pueblo, viejo y ciego, que se mantiene vivo gracias a las cartas que le llegan de sus feligreses, reclamando su ayuda, su consejo y su oración; cartas que le lee (y luego contesta, una a una, según dictado del sacerdote) una presidiaria condenada por asesinato, Leila, a quien le ha sido encomendada esa función como condición para salir de la cárcel. Leila es dura y seca como una coz; odia su misión y no entiende al padre Jacob: ni su alegría incontenible al escuchar el timbre del cartero, ni su devoción por los problemas de los demás, ni su necesidad absoluta de sentirse útil. Ni su generosidad sin medida (llega a prestar todos sus ahorros a una feligresa en apuros, sin esperar su devolución). Las cartas son su vida y, como se demuestra a lo largo de la película, también la vida de muchos de los remitentes. Y de Leila, finalmente. “Cartas al padre Jacob” es una historia de redención, de soledad, de comprensión, de bondad, de fe en el ser humano. Una obra sencilla pero profunda, emotiva, llena de valores y de riquezas que van más allá de lo meramente visual. Plena, sin necesidad de artificios. Por eso llena. Y por eso hace pensar. Una película, en suma, que no necesita espectaculares efectos visuales, ni cientos de extras, ni acción trepidante. Porque con apenas tres actores, un par de escenarios y mucha honestidad te remueve por dentro como sólo pueden hacer las buenas obras.
Vayan a verla. Tal vez recuerden que la Navidad es, como el cine, mucho más que luces brillantes, oropeles y 3D.
jueves, 23 de diciembre de 2010
Cuento (real) de Navidad. Aún tenemos esperanza.
Mi amigo Javi lleva más de 30 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Javi, aunque sus ojos dicen que sí; es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 30 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 30 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y Javi, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»
«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dijo, con la sonrisa a media asta, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Desde luego, si alguien la merece ése es Javi. Y la tuvo, al fin, la Navidad pasada. Del Cielo le llegó un regalo inesperado pero maravilloso: Daniela, su niña. Un regalo para él y para Adela; y un ejemplo para esta sociedad enferma y egoísta, en la que la vida de un niño no nacido vale tan poco como un capricho adolescente. Ellos decidieron tirar para delante, desoyendo los consejos de los expertos, de los asistentes sociales, de los políticos e incluso del sentido común. Javi y Adela tuvieron a su niña hace un año, porque pensaron que toda vida merece ser vivida, y tenían (tienen) la esperanza de que la de su hija Daniela iba a ser mejor que la suya. Para empezar, abandonaron la heroína y el cutre refugio de cartones, plástico y luz ‘prestada’ del tendido eléctrico en el que habían pasado los últimos años de indigencia, y se instalaron en un humilde piso de alquiler, ayudados por la madre de Adela (una santa), por el párroco de ‘su’ esquina y por la caridad de sus clientes, que subieron automáticamente la cotización del paquete de kleenex y aportaron, además, la correspondiente contribución en especie (una cuna, ropita para la niña, una buena cesta de Navidad, un anorak contundente, pañales…). Esa Navidad, Javi y Adela celebraron la Nochebuena entre paredes de verdad por primera vez en años; y cenaron caliente, sobre una mesa de verdad, en familia; y durmieron en una cama de verdad, y a su lado, una cuna azul y una niña agradecida por haber nacido, les recordó que quien tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Nos sigue doliendo Haití
jueves, 9 de diciembre de 2010
Viento en popa a toda vela… rumbo al abismo

El 26 de diciembre de 2008, en su último discurso del año, el capitán timonel que guía los pasos de los españolitos por las procelosas aguas de este mundo incierto, soltó una frase para la Historia: “La tempestad es fuerte, pero tenemos un barco sólido que conoce bien su rumbo”. Y añadió, por si no cogíamos la metáfora: “Estamos en condiciones de superar la crisis. Confiar en España no es optimismo, es realismo”. Hoy, dos años después, y tras habernos pasado cada semana por la quilla del realismo, no sólo no estamos en condiciones de superar la crisis, sino que ya no confía en el barco sólido ni España, ni Europa, ni el Mundo, ni el FMI, ni el Mercado, ni el Clan de la Zeja, ni los ‘barones’ del PSOE (“mejor sin él”, dicen). Ni Wikileaks, que ha sacado los colores (el rojo y todo el pantonero) a este Gobierno de mentirosos, facinerosos, felones, gritones e inmaduros. “No es un político de convicciones políticas”; “Lleva mal que le den clases de algo”; “Es cortoplacista y trasnochado” son algunas de las definiciones de nuestro iluminado presidente. Claro, que también aseguran los informes robados y filtrados que es “un político astuto con una asombrosa habilidad, como un felino en la jungla, para oler las oportunidades de peligro”. Exacto, para oler las oportunidades de peligro y esconderse con agilidad felina, sí, pero al más puro estilo avestruz. Ésa es su especialidad, como acaba de demostrar una vez más con el exhibicionismo impúdico-militar de los descontrolados controladores (¡cómo le va el teatro al siniestro Rubalcaba! ¡Y cómo se les ha vuelto a ver el plumero totalitario! ¿Se imaginan la que se habría armado si, por ejemplo, Aznar hubiera solucionado un conflicto laboral de este porte por la vía militar? Habrían ardido las sedes del PP antes de acabar el puente. Fijo).
El caso es que el capitán -oh capitán mi capitán- Mister Paz, felino en la jungla y avestruz en la política, está llevando este barco antes llamado España viento en popa a toda vela… rumbo al abismo. El Iluminado de la Moncloa, ése que según sus propias palabras ha venido “a cambiar el orden mundial”, el mismo que corrigió al propio Jesús con su “No es la verdad la que nos hace libres, es la libertad la que nos hace verdaderos” y que cada noche (según él mismo) le dice a su mujer “no sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”, este mesías cegado por su propia iluminancia, este grumete con ínfulas de Almirantísimo que hace footing en los mismos jardines de El Pardo donde el Generalísimo jugaba al golf, este peligro andante y gobernante que ha batido todos los records de mal gobierno, de mediocridad, de ruina económica y moral, de caída en picado en la escena internacional, de división civil, de infantilismo político… sigue ahí, en la cabina de mando, timón en mano, manejando los destinos de tantos millones de españoles. ¿Pero es que nadie puede hacer nada?
En el Motín del Caine, cuando el capitán Queeg se convierte en un neurótico peligroso y pierde el control de la nave USS Caine durante una tempestad, el segundo oficial Greenwald toma el mando, aunque luego es acusado de instigar el motín. El conflicto moral que plantea la novela de Herman Wouk (que adaptó al cine magníficamente Edward Dmytryk) es ¿qué deben hacer los oficiales cuando consideran que su capitán ha perdido la cordura? ¿Dónde queda la frontera entre la obediencia y la responsabilidad de velar por la tripulación y la nave? Los oficiales del USS Caine lo tienen claro y deciden relevar del mando al incapacitado que, consideran, les lleva inevitablemente al desastre. Y yo me pregunto ¿no es eso, exactamente, lo que está sucediendo ahora en España? ¿No tenemos acaso un incapacitado total que nos lleva inevitablemente al desastre a base de torpezas, frivolidades, neurosis y fanática ceguera? ¿Es que no existe en nuestra Constitución una fórmula que permita relevar del mando a un Presidente manifiestamente incapaz y sustituirlo, pongamos, por un Gobierno de Gestión hasta las próximas elecciones?
En Estados Unidos, que saben de democracia un rato más que nosotros, existe una figura de Derecho llamada “impeachment”, que permite que los cargos públicos puedan ser condenados, destituidos e inhabilitados de las funciones que han desempeñado de forma desastrosa, ilegal o inmoral. Aquí tenemos la Moción de Censura, que el perenne opositor dueto Rajoy-Arriola no aplica por cálculos electorales. También se ha escuchado en los últimos tiempos el runrún de un Gobierno de Consenso o de Gestión, con la aquiescencia del Rey y bajo los auspicios del Informe Everis dirigido por Eduardo Serra, hombre muy cercano a Juan Carlos I. Y queda la posibilidad, apuntada por no pocas voces, de adelantar las elecciones generales haciéndolas coincidir con las municipales y autonómicas de 2011 (que además de ahorrarnos una pasta, nos ahorraría un año de zapaterismo, con todo lo que ello significa). O de movilizar a la población civil, más allá de partidismos, a ver si gritando todos al mismo tiempo se nos escucha (“Hazte Oír” va cosechando éxitos de convocatoria cada vez mayores. Por algo será…). Porque si no tomamos nosotros la iniciativa, nadie lo va a hacer. El PP, confiado por las encuestas, espera la caída de Mister Ruina tumbado en la camita (Arriola dixit: “Tú, Mariano, métete en la cama y no salgas hasta las Generales”). Mientras, la nave en la que todos navegamos va inevitablemente a la deriva, con rumbo tambaleante y a merced de la tormenta, dirigida por un presidente que empezó por accidente y repitió por ineptitud del adversario, dejando a su paso una gruesa estela de desgobierno, descontento, desánimo, despropósitos, desconfianza y millones de desempleados.
Dice la sabiduría popular (la del pueblo, no la del PP) que cuando un tonto coge una vereda, la vereda se acaba, pero el tonto sigue. Pues ya es hora de pararle, antes de que la vereda nos lleve al desastre total. Como la tripulación del USS Caine, hay relevar al inútil capitán del mando, coger el timón y regresar a puerto. Y una vez allí, con serenidad, con cabeza, con sentido del Estado, con responsabilidad política y con una nueva tripulación, profesional, capaz y multipartidista, poner rumbo hacia la salida de la tempestad. Y entonces, sólo entonces, llegará la calma.
PD. No, no vale un relevo dentro del PSOE. No vale quitar a Zapatero para colocar a Rubalcaba. En este caso, hay que relevar al cuerpo de mando completo, por aquello de la responsabilidad compartida. Todos son la misma tropa. Todos dan el mismo miedo.