Ay, Pepiño, Pepiño
¿qué te pasa, rapaz,
que andas tan tristiño?
¿Qué te ha hecho, dime,
el corruto Jorgiño,
ese chulo engominao
que declara en chandaliño?
¿Te ha dejado al aire
tu blanquito culiño?
¿Ha cantado el muy felón
lo de los euriños?
¿Te ha vendido a la oposición
por lo de aquel asuntiño?
¿Qué te ha hecho, campeón;
qué te ha hecho, mi Pepiño?
Ay, Pepiño, Pepiño,
que me miras con desaliño,
¿onde están esos ojos
antaño tan graciosiños?
¿Onde está tu mirada
de astuto y osado topiño?
¿Onde está tu descaro,
tu verborrea de niño?
¿Do, tu regate dialetico
al estilo Robinho?
¿Y onde están tus colegas,
onde, tus amiguiños?
Aquellos que compartían
favores y pulpiño,
los mismos que te adoraban
cuando eras poderosiño
y ahora te menosprecian
como a un vulgar leprosiño.
¿Onde está su cariño,
su estima, su confianza?
Dime, ay, mi Pepiño
¿No te habrán desterrado
de su corazonciño?
Sólo de pensarlo
¡ay, me giño!
Ay, Pepiño, Pepiño,
Ya sólo te queda el favor
de Conde Pumpiño.
Porque lo que es Alfrediño,
sólo piensa en tirarte al Miño
con una urna de piedra
bien amarrada al tobiño,
después de arrancarte los ojos
y de comerte los carballiños.
Es lo que tiene el cohecho
y el arreglar asuntiños
a espaldas de la legalidad
y a la vista de os nostros ojiños;
que la poli no es tonta, carallo,
y saben oler los euriños
que no pasan por el banco
y apestan a cheque en ´Blanco´
más que un marrón en el calzonciño.
Ay, Pepiño, Pepiño,
héroe del atril,
estratega del aliño,
¡no llores nunca mais
que se me estremece el corpiño!
¡No sufras mais, carallo,
que se me encoje el rabiño!
¡Que vuelva a ti la alegría
entre ríos de albariño!
¡Olvídate del Dorribo,
del Orozco y del tu primiño!
¡Olvídate del Supremo
del juez y del banquiño;
olvídate del gasolineiro
y de los fríos barrotiños!
Ay, Pepiño, Pepiño,
que no puedo verte así,
¡que me estriño!
¿Cómo he de consolar
esos ojiños tristiños?
¿Hundiendo otro Prestige?
¿Comprándote otro chaletiño?
¿Conxurando a trasgos y meigas
para eliminar el corpiño
del delito monetario
que agarrote de los güeviños?
Ay, Pepiño, Pepiño,
¡cómo has podido pasar
de gran superministriño
a ser un Blanco perfeto
de las huestes de Marianiño.
¡Te han metido la gaita
por el mismísimo calzonciño!
¡Te han estampado el surtidor
en tu prominente fuciño!
Mas no medres, campeón,
que "O chegar o San Martiño,
mátase o porco
e bébese o viño".
(A cada cerdo le llega su San Martín
y su San Quintín a cada choriziño).
Ya no te queda carrera
ni para alcalde de tu puebliño;
y si has de acabar en el trullo
por tus presuntos asuntiños,
aprovecha para acabar
primero de Derechiño
¡que ya te vale, zagal!
Ay, Pepiño, Pepiño,
que apestas a gasoliña
¿Qué se siente al saborear
tu propia mediciña?
Ay, Pepiño, Pepiño,
Después de las eleciones
no vuelvas nunca mais;
húndete con tu Zapatiño
-¡vaya par, vive Dios!-
en las aguas de tu atiquiño,
en la piscina de tu chalé
o en el mismísimo Miño.
¡Adeus, Campeón
adeus corrutiño!
lunes, 14 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
Carta a Otegui de un exterrorista del IRA
Arnaldo (lo siento, no puedo considerarte "querido" ni "estimado"),
Tal vez yo no sea quién para decirte qué hacer o qué dejar de hacer en tu lucha armada y/o política; y probablemente no deba meterme en los asuntos de un pueblo que no es el mío (y cuyas historias nada tienen que ver entre sí; nada en absoluto); pero si de algo han de servir mi experiencia y mi lucha, primero como terrorista y luego contra el terror que yo mismo protagonicé, espero que sea para convencerte, a ti y a los tuyos, de que el único camino posible es el que yo seguí. El único, créeme.
Yo, como tú, fui un terrorista activo. A los 15 años entré en el IRA Provisional, cansado de convivir con tanquetas, barricadas y soldados británicos armados hasta los dientes (soldados, no policías; y de los más duros) en cada rincón de Free Derry; harto de sufrir el odio ancestral de los protestantes orangistas, de ver cómo agredían a nuestros niños, quemaban nuestras iglesias "papistas" o nos asesinaban en actos terroristas (sí, en el Ulster matábamos los dos bandos). Hemos sido un pueblo muy pobre, hambriento y humillado, desde siglos atrás (muy diferente al tuyo, siempre tan próspero y con un nivel de autonomía que a nosotros nos habría ahorrado muchos muertos ), y eso también marca, porque somos uno con nuestra historia. Mi vida se vio especialmente marcada el domingo 30 de enero de 1972, cuando me manifestaba por las calles de Free Derry, junto a otras 15.000 personas, a favor de los derechos civiles; vi al otro lado de las barricadas el regimiento de paracaidistas británicos que vigilaba que no traspasáramos la "frontera" de la zona protestante. Y vi también cómo empezaron a dispararnos indiscriminadamente y mataban a trece personas (seis de ellas de mi edad, 17 años) y herían de bala a otras treinta. ¿Tú has vivido una experiencia semejante, Arnaldo, con muertos a tiros; o en tu "guerra" el enemigo sólo lanza pelotas de goma?
Después de aquel Domingo Sangriento pensé "si me tienen que matar, que sea por algo importante, no por una protesta civil", así que me apunté voluntario a un sinfín de operaciones con explosivos y cartas bomba. No sé a cuántos ingleses maté; si es que maté alguno. Pero eso no importa, si el IRA mata y tú eres parte del IRA, cada muerte es tu responsabilidad. A los 18 años era el terrorista más buscado, y a los 20 fui detenido y condenado a 30 cadenas perpetuas. Mi primer día en prisión los guardias me sacaron de la celda a medianoche y me dieron una paliza: el IRA acababa de asesinar al padre de uno de los oficiales; fue la primera de muchas palizas; luego me negué a vestir el uniforme de una prisión inglesa, y estuve 14 meses en la celda de castigo (sí, allí los presos irlandeses no tienen privilegios, al contrario; muchos incluso han muerto en huelgas de hambre). Yo me creía fuerte, invencible, un auténtico guerrero de la libertad. Pero comencé a darle vueltas a todo: "Estamos destruyendo nuestro país, a familias enteras, provocando terror y dolor. ¿Qué sentido tiene?" Estaba orgulloso de haber atentado contra políticos y generales pero tenía dudas sobre el resto de mis víctimas. ¿Tú has llegado a sentir lo mismo alguna vez, Arnaldo?
Pedí consejo al sacerdote de la prisión (¡sí, somos católicos!) y me regaló una Biblia. Leí los Cuatro Evangelios de una sentada y empecé a pensar que todo era un error: la guerra, la violencia, las muertes. Comencé a escribir cartas a mis víctimas, multitud de cartas, y fui el primer terrorista del IRA que abogó por el cese de la violencia y la rendición. Los demás -mis compañeros y mis enemigos- pensaron que me había vuelto loco: ¿un terrorista irlandés pidiendo perdón? ¡Increíble! Tuve que luchar todo un año con el Gobierno británico y las autoridades de la prisión para que me permitieran enviar mis cartas y publicar mis llamamientos en la prensa. Empecé a buscar la verdad y a tomar conciencia de los derechos humanos (¿te suenan, Arnaldo?). Mi propia conciencia me condenaba por mis actos, después de una vida de violencia y terror. Llegué a la conclusión de que el terrorismo está en el interior de las personas, de cada uno de nosotros; y cada uno tenemos que reconocer nuestra culpa y pedir perdón desde dentro, desde nuestra conciencia, desde nuestro corazón.
Cumplí una dura condena de 14 años. Cuando salí, el 4 de septiembre de 1989, empecé a estudiar y escribí un libro, The Volunteer, sobre mis años en el IRA y pidiendo el fin de la lucha armada ("detén la guerra, la violencia es un error, pide perdón y entrégate"). No creo que lo hayas leído, Arnaldo, pero te lo recomiendo. Mis compañeros lo hicieron y poco a poco fueron tomando conciencia de que no hay libertad con violencia (¡libertad, qué bonita palabra!), hasta que finalmente dejamos la lucha armada y entregamos las armas, hace unos años. Hoy vivo en Dublín y trabajo ayudando a indigentes (te lo recomiendo también; es una gran lección) además de dar conferencias por todo el mundo contando mi historia.
Después de cinco años en el IRA y treinta pidiendo perdón, a mis víctimas y a mi país, aún no me he perdonado del todo; cada día siento la responsabilidad, la conciencia culpable de mi pasado. Pero mi experiencia puede hacer bien; por eso te escribo esta carta, a ti, a tu pueblo vasco y a todos los españoles. No te engañes, Arnaldo, tu victoria política hoy, si ETA no se disuelve definitivamente y deja las armas, sólo va a traer más amargura y dolor.
Sinceramente, yo creo que ningún gobierno debe negociar con terroristas, ni con el IRA ni con ETA. Cuando hayáis cambiado vuestra conciencia, vuestro corazón; cuando hayáis pedido perdón por la violencia y por las víctimas y destruyáis vuestras armas con testigos internacionales, entonces se podrá hablar del fin de ETA. No hay más terrorismo en España que el que hay en los corazones de los terroristas; las falsas ideologías (¡pero si habéis sido España desde hace siglos!) hacen que los jóvenes se conviertan en asesinos profesionales bajo el propósito de hacer un mundo mejor, pero la violencia siempre crea más injusticias que las que pretende curar. Los asesinos no son una parte de los políticos; sólo los que se arrepienten en conciencia y se dedican al servicio público, tal vez puedan llegar a serlo.
No sé qué intenciones te mueven a ti, Arnaldo. Si realmente promueves el fin del terrorismo o estás buscando poder para perpetuarlo. Yo sólo puedo decirte: escucha a tus víctimas, escucha su dolor, el daño irreparable que has ocasionado. Y, si aún te queda conciencia, pídeles perdón; entregad las armas y entregaos a la justicia. Éste es el único camino. Te lo dice alguien que encontró la salida.
Shane O´Doherty.
Nota: este artículo ha sido escrito a partir de una conferencia de Shane O´Doherty, a la que asistí hace unos meses, tomando sus palabras literalmente (salvo, obviamente, las que se refieren explícitamente a Arnaldo Otegui).
miércoles, 26 de octubre de 2011
El Cohen Poeta toma Oviedo después de tomar Berlín y Manhattan
“Si no fuera Bob Dylan me gustaría ser Leonard Cohen”, confesó el mismísimo maestro en cierta ocasión. No era, claro, una de esas frases que sueltas en un momento inspirado para quedar bien con un colega, esperando tal vez que, al cabo, las palabras se las lleve el viento; no, fue un reconocimiento sincero, de profunda admiración de un poeta a otro poeta, de un músico a otro músico, de un genio a otro genio. Porque Dylan sabe, como sabemos todos, que la poesía ya nunca fue lo mismo después de pasar por el tamiz ronco, cínico y lúcido del alma (y la voz) de Leonard Cohen.
Cohen, el trovador mujeriego, el solitario que nunca durmió solo, el judío impiadoso, el místico terrenal, el canadiense templado, sin gesto ni grito; Cohen el músico de voz cavernosa y alma nítida, el poeta que compaginaba la jornada de siete y media a cinco y media en una fundición de cobre con la lectura de Yeats, Irving Layton, Whitman, Henry Miller; el adolescente que un día descubrió a Lorca y se enamoró de la poesía para siempre, en la riqueza y en la pobreza, en la inspiración y en la desesperación hasta que la muerte los separe, amén.
Sí, Leonard Cohen llegó al mundo en 1934, pero en realidad nació una tarde de otoño de 1949, deambulando por las callejuelas de Montreal, cuando entró distraídamente en una pequeña tienda de libros de segunda mano; la casualidad le fue guiando por los estantes hasta que le detuvo frente a un gastado volumen de poesías; lo abrió al azar y sus ojos se posaron en unos versos: “Por el arco de Elvira / voy a verte pasar, / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar”. Abrió otra página y leyó: “Verde / que te quiero verde”. Y aún otra más: “Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos...”, y algo de la mañana y puñados de hormigas y cristales y más muslos; y cerró la solapa y leyó el título del libro, “Poemas de Federico García Lorca”, y al instante aceptó la invitación de adentrarse en ese mundo de fantasía, de mágica irrealidad, de sensible y poética musicalidad. Ese día de otoño, de la mismísima alma de Federico García Lorca, nació el Cohen poeta. Tenía 15 años. “Lorca cambió mi manera de ser y de pensar en una forma radical” (y hasta puso nombre a su hija, Lorca).
Años después, en 1988, “cuando alcancé la suficiente madurez como para pagar mi deuda de gratitud con Lorca”, escribió para él una de sus canciones inmortales, Take This Waltz, adaptación del Pequeño Vals Vienés del granadino universal (y “en Viena hay diez muchachas, / un hombro donde solloza la muerte” se transformó, a suave ritmo de vals, en “now in Vienna there's ten pretty women / There's a shoulder where Death comes to cry”).
Pero mucho antes de este vals eterno, antes de las melodías suaves y la voz serena y desgarrada, antes del Cohen músico, existió el Cohen literato. En 1951 se matriculó en Literatura Inglesa en McGill University, y no tardó en publicar su primer volumen de poesía, Comparemos mitologías (1956), dedicado a la memoria de su padre. Ya licenciado, huye de la asfixiante rutina de Montreal y se instala en Nueva York, en busca de nuevas inspiraciones (que encuentra a menudo, generalmente con nombre de mujer). En 1961 publica el segundo libro de poemas La Caja de Especias de la Tierra, que profundiza en el espíritu de la religión judeo-cristiana (“Oh, envía al cuervo por delante de la paloma (...) sus ojos a través de mis ojos brillan más que el amor / tu sangre en mi balada / derrumba el sepulcro.” Oración por el Mesías). En los años siguientes la inspiración no le abandona en ningún momento (¡Poemas! ¡Surgid! ¡romped mi cabeza!) y los libros de poemas siguen surgiendo (en Nueva York, en Hydra o en París, al ritmo de sus amoríos), y otorgándole galardones literarios y hasta títulos Honoris Causa: Parásitos del paraíso (1962), Flores para Hitler (1964), La energía de los esclavos (1972)..., inspiración, por cierto, que comparte exitosamente con la novela: El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966), de las que llegaron a venderse cientos de miles de ejemplares en Canadá y Estados Unidos.
En esos años, la vida no le iba mal al poeta Cohen (“Yo camino bajo / la rubia lluvia de noviembre / castigándola con mi felicidad”); y entonces se cruzaron en su camino dos nombres de mujer, y el poeta Cohen se encontró con el Cohen músico. Los nombres de mujer eran Suzanne y Judy Collins. La primera, un poema de Cohen que la segunda convirtió en canción de éxito y, de paso, despertó el interés por el compositor de los cazatalentos musicales del Greenwich Village. Era 1966. Sólo dos años después, publicó su primer disco, “Canciones de Leonard Cohen”, que cautivó con sus letras intimistas, sus melodías suaves y su voz profunda y desnuda, sin artificios. Joyas que resultaron ser imperecederas como la propia Suzanne, Sisters Of Mercy,The Stranger Song o So Long, Marianne. Historias de amores que vienen y se van, de heterodoxas meditaciones religiosas, de soledades compartidas, de extraños en busca de refugio como un San José en busca del pesebre.
Luego llegaron más poemas, y más intimidades autobiográficas y más contradicciones y más depresiones y más guerras interiores y exteriores, y más amores y odios... y más canciones míticas, eternas, que han traspasado sin apenas rasguños la siempre espinosa frontera de las generaciones. Famous Blue Raincoat, Chelsea Hotel, The Partisan (“una anciana nos dio refugio / nos ocultó en la buhardilla / los soldados llegaron / ella murió sin un suspiro”), I’m Your Man, Hallelujah, Bird On The Wire (“como un pájaro en el alambre, como un borracho en un coro de medianoche, he intentado ser libre a mi manera”), The Future (“he visto el futuro, hermano; es asesinato”) o First We Take Manhattan. Cohen, el poeta músico, sacó los versos de su jaula de papel y los lanzó al cielo universal, para ser escuchados por millones de almas en lugar de leídos por unas miles. Habrá quien lo llame canción popular; otros lo seguimos llamando poesía. Y además, buena. Pues eso, first we take Manhattan, then we take Berlin… now we take Oviedo.
viernes, 21 de octubre de 2011
Vencedores y vencidos
Justo ahora que se cumple el 50 aniversario de esa obra maestra de Stanley Kramer que es ¿Vencedores o vencidos? (Judgements at Nuremberg, 1961), no es mal momento para repasar la lección que nos muestra. La película describe con precisión y perspectiva el proceso en 1948 a cuatro dirigentes nazis acusados de apoyar, amparar y servir al Tercer Reich y sus políticas de esterilización y eugenesia desde su posición de jueces. La defensa que argumenta su abogado (Maximillian Schell) es en primera instancia que sus defendidos cumplieron la ley, mala o buena, pero la ley; luego intenta darle la vuelta a la causa colocando a los verdugos como víctimas de ese régimen que ellos no eligieron; y finalmente trata de compartir la culpa con todo el pueblo alemán, corresponsable del omnipotente poder de Hitler por acción, omisión o silencio. Trata, en fin, de que no haya vencedores ni vencidos, víctimas ni verdugos.
Tres de los cuatro acusados se defienden con cobardía: «No somos verdugos, somos jueces», «Los demás lo sabían, nosotros no», y se justifican alegando la defensa de la Patria frente a sus enemigos (gitanos, judíos, inmigrantes…). El cuarto, el más respetado, el más temido, Ernst Janning (Burt Lancaster), reconoce su culpa como juez y parte de la barbarie y, por extensión, la de todos los alemanes. Reclama la verdad, aunque duela. «Si tiene que haber alguna salvación para Alemania, los que sabemos que somos culpables debemos admitirlo, sea cual fuere la pena y la humillación que nos cause».
El fiscal militar norteamericano (Richard Widmark) acusa a los jueces de connivencia con el holocausto; ellos no dirigían personalmente los campos de concentración, ni tuvieron que azotar a sus víctimas o accionar el mecanismo que llevaba el gas a las cámaras, pero impusieron y ejecutaron leyes que enviaron a millones de víctimas a su destino; aplicaron leyes que sabían injustas y condenaron a miles de personas que sabían inocentes. Cuando el fiscal proyecta las atroces imágenes del campo de Busenbaum, el abogado defensor lo acusa de inmoral por presentar esas películas; lo grave, lo cruel, no es el hecho de la tortura y la muerte, sino su desagradable visión.
Por su parte, el juez americano (Spencer Tracy), sereno, modesto y gran conocedor de la ley, trata de juzgar con objetividad. Tiene el papel más difícil, pues se ve sometido a todo tipo de presiones: los otros magistrados, que no comparten del todo su interpretación de la ley; la viuda de un alto mando nazi condenado a la horca (Marlene Dietrich), que antepone el honor militar de su marido a sus criminales actos; el senador que le insinúa la conveniencia de un juicio laxo, porque «nos hará falta el apoyo del pueblo alemán» frente a los comunistas; el propio general al mando, que se lo deja más claro aún: «no esperes conseguir la ayuda de los alemanes aplicando rigurosas condenas»; y el propio pueblo alemán, que trata desesperadamente de olvidar que hace sólo tres años era cómplice de aquellos crímenes y ahora necesita mirar «hacia adelante».
Finalmente, el viejo juez Haywood antepone el pleno sentido de la Justicia y de la Ley, con mayúsculas, a cualquier conveniencia política o relativismo moral. Lo que se juzga va mucho más allá de la actuación de esos cuatro criminales nazis, pues «quien realmente pide justicia es la Civilización», y la justicia dice que «cualquier persona que ayuda a otra a cometer un crimen, cualquier persona que provee a otro de los medios para cometer un crimen, cualquier persona que actúa de cómplice en un crimen es culpable». Lo que defendemos, pues, es «la justicia, la verdad y el respeto que merece el ser humano».
Los cuatro acusados son declarados culpables y condenados a reclusión perpetua. Pero el juicio aún no ha terminado, queda la conclusión final. La película acaba con un demoledor mensaje: «Los juicios de Nuremberg finalizaron el 14 de julio de 1949. Noventa y nueve acusados fueron condenados a penas de prisión. Ninguno de ellos cumple condena en la actualidad». Al final, los vencidos se convierten en vencedores y los vencedores en vencidos. Y los millones de víctimas que reclamaban –y merecían- justicia, sólo obtuvieron “conveniencia política” a cambio de su sacrificio.
Lo que está sucediendo estas últimas semanas (aunque viene de largo) en España es algo similar a lo que narra la película, salvando distancias y cifras. Estamos tratando de olvidar un pasado repleto de víctimas (asesinados, mutilados, secuestrados, amenazados, extorsionados, huérfanos, viudas…) en aras de una presunta paz, que no es sino una conveniencia política. Estamos mirando hacia otro lado para no ver sus capuchas y su hacha ensangrentada. Estamos justificando la defensa de una “patria” inexistente por la que se han perdido muchas vidas inocentes. Estamos exculpando a criminales y cómplices al tiempo que condenamos al silencio a las víctimas. Estamos perdonando crímenes contra la civilización, contra la verdad, contra los derechos humanos. Estamos convirtiendo a los verdugos en víctimas y a las víctimas en escoria. Estamos diciendo a Miguel Ángel Blanco, a Joseba Pagaza, a Gregorio Ordóñez, a Ortega Lara, a Irene Villa y a miles de seres humanos más que su sacrificio fue en vano; que se lo podían haber ahorrado, porque ahora somos colegas de sus asesinos y que aplicándoles rigurosas condenas, aunque sea al amparo de la ley, nunca conseguiremos la paz. Estamos amparando una “resolución del conflicto sin vencedores ni vencidos”, en la que los asesinos vencen otra vez y vuelven a perder la justicia, la ley y la dignidad. Un precio demasiado alto para una sociedad cansada de pagar.
Y señores observadores internacionales de esta “conferencia de paz”: lo nuestro no tiene nada, pero nada que ver con Irlanda del Norte, y mucho menos con Sudáfrica; y tampoco es un “conflicto armado”. Se llama TERRORISMO. Puro y duro.
viernes, 14 de octubre de 2011
Confucio en León
Al ya casi expresidente del gobierno (¡aleluya!) José Luis Rodríguez Zapatero, alias Mister Paz, le quedan pocas semanas para prejubilarse a sus 50 primaveras y retirarse a su chocita (700.000 euracos de chalete en una parcela que le costó otros 300.000) en ese bello paraje leonés de evocador nombre, Eras de Renueva, en el que dedicará su precioso tiempo a supervisar las nubes acostado en una hamaca mirando al cielo y, suponemos, también a Sonsoles. Allí, en su retiro dorado (y forrado: unos 220.000 euracos al año más chófer, más viajes de gorra, más folios y bolis gratis, más 35 escoltas de a millón al año) echará de menos sus siestas en las reuniones de la OTAN, sus risas (provocadas) en los foros internacionales, sus incomprendidas (incomprensibles) alianzas de civilizaciones, sus sonrientes fotos con los líderes del mundo libre (Chávez, Mohamed, Fidel y cía.), sus brevísimos pero intensos encuentros góticos con Ohbama!, sus viajes por aquí y por Alá, sus goles de cabeza en la champion league europea, sus duelos dialécticos en el debate del Estado Lamentable de la Nación, sus negociaciones con los hombres de paz, sus entrevistas-masaje-tantra en RTVE, sus veranitos en La Mareta, sus paseítos por los jardines de la Moncloa y del Pardo… todo eso y más echará de menos el expresi en el León de sus amores crepusculares.
O sea, que se va a aburrir como un muerto, suponiendo que los muertos se aburran, claro. En previsión de ese mortal aburrimiento, al expresi se le ha ocurrido una idea genial: llenar León de chinos, que deben ser la mar de entretenidos. No sabemos si retomará sus clases de artes marciales de su juventud o aprenderá a cocinar rollitos de primavera para sorprender a Sonsoles o empezará a estudiar el idioma chino ahora que ya domina el inglés, el francés y el alemán; o si quedó tan impresionado viendo la reciente peli sobre Confucio (Hu Mei, 2010) en el cine que ha decidido hacerse sabio en dos tardes. El caso es que este lunes inauguró el Instituto Confucio de León y habló de la magnífica riqueza de la China de hoy y de ayer a través de su lengua, de su tradición milenaria, de su visión del mundo, de su dinamismo económico, de su potencia investigadora y de la profundidad de sus filósofos (paradójico que el sabio de La Moncloa admire de China justo lo que ha dinamitado en España). Como no podía ser de otra manera, el gabinete del expresi rebuscó en google al acecho de alguna cita del sabio filósofo chino que da nombre a la cosa y el expresi quedó como un verdadero Confucio cuando soltó eso de “donde quiera que vayas, ve con todo, y lleva a tu lado tu corazón” (aunque probablemente pensando más en su retiro leonés y en su Sonsoles que en los ministros chinos que sonreían a su vera).
Y claro, me lo ha puesto a huevo. Porque uno, que también sabe rebuscar en google como el que más, se ha tomado la molestia de recopilar una serie de citas del sapientísimo Confucio, que hace ya 2500 años pensaba en Zapatero. ¿No me creen? Lean, lean atentamente estas premonitorias sentencias y convénzanse:
“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes” (mucho, mucho peor)
“Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro” (estudiar, no destruir)
“Sólo los sabios más excelentes, y los necios más acabados, son incomprensibles” (sin comentarios)
“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor” (y si lo corrige mal, peor todavía).
“Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz” (eso va por lo del abuelo Lozano)
“El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar, y practica lo que profesa” (y el que habla sin obrar y practica lo contrario de lo que profesa, ¿qué tipo de hombre es?)
“No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación” (perfecta descripción de dos legislaturas)
“¿Uno que no sepa gobernarse a sí mismo, cómo sabrá gobernar a los demás? (pues eso)
“Gobernar es rectificar” (y rectificar y rectificar y rectificar y rectificar ¿qué es?)
“Antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas” (o cuarenta millones)
“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida” (como si lo viera: supervisor de nubes tumbado en una hamaca mirando al cielo… y a Sonsoles).
No me digan que el filósofo de Qufu no lo clavó. Si es que no hay nada como la sabiduría. Esa extraña cualidad que, a partir de noviembre, vamos a tener en León a espuertas. Y en Eras de Renueva más.
martes, 4 de octubre de 2011
Harás cosas que me helarán la sangre

Por su parte, Patxi respondió a su visionario cómplice con idéntica aritmética: “la de hoy ha sido una foto inédita que ojalá sea el anuncio de un nuevo tiempo en el que la política destierre definitivamente a la violencia en este país, pero también en una reunión extraordinaria que necesita para repetirse que la izquierda abertzale cuente con una formación legal que la represente”. Otro visionario, este Patxi. Profeta en su tierra, oiga. Como quien no quiere la cosa, ahí tenemos a Bildu partiéndose la caja con sus bravuconadas y nuestra impotencia, y repartiéndose la caja de nuestros sudores y lágrimas. Y aún los veremos en el Congreso de los Diputados del “Estado”, sacando pancartas y gritando consignas desde sus aritméticamente democráticos escaños y descojonándose desde el estrado, con el micrófono cargado.
Ese día de julio de 2006 hubo otra visionaria en la escena. No dentro del hotel Amara, sino en la calle. Pilar Ruiz Albisu, madre socialista del policía socialista Joseba Pagazaurtundua, asesinado por ETA en 2003, desde la tristeza, el dolor y la rabia de quien se ve traicionada por los suyos, se lo escupió a la cara a Patxi López, con la voz entrecortada por los sollozos pero con la convicción intacta: “A mí no se me dice que no hay negociaciones. ¿Qué están haciendo?...negociando, ¡traidores! ¿Y dónde estaban cuando mataron a mi hijo? ¡Reuniéndose con Batasuna! ¡¡Traidores… Sinvergüenzas!!” Y recordó aquellas palabras que escribió en una carta dirigida a Patxi López un año antes: "Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son". Se refería a la aritmética democrática.
Hoy, en 2011, las palabras de Pilar Ruiz, como las de Patxi López y Otegui, han cobrado nuevamente sentido. La maquinaria está a toda marcha; las negociaciones que comenzaron a germinar allá por 2003, antes incluso de que el PSOE estuviera en el poder (antes de que ETA asesinara a Pagaza), están recogiendo sus frutos; “tú me acercas los presos (¡muy bueno lo de los ‘penados’, colega!), me legitimas políticamente, me financias, me anulas algunas sentencias y me sueltas al ‘gordo’ Otegui y yo te suelto un par de comunicados diciendo que blablablá y el conflicto y tal y te hago la campaña electoral. ¡Y coño, finánciame también a los cocinillas vascos!, que eso nos viene muy bien para exportar Euskal Herria; que con lo de Donosti ciudad universal del mundo mundial no nos llega. Y luego ya seguimos hablando de Navarra y la autodeterminación y demás aritméticas democráticas. ¿Te vale pues, o te saco la pipa? ¡Que es broma, joder!”
lunes, 26 de septiembre de 2011
Las ratas en campaña
Y empezó la campaña electoral. Al más puro estilo socialismo de la vieja escuela, o sea: “Combatiremos sus ideas dentro y fuera de la legalidad, e incluso justificaremos el atentado personal” (Pablo Iglesias, fundador del PSOE y la UGT, a Antonio Maura, presidente del gobierno legalmente constituido) o "Quiero decirles a las derechas, que si triunfan, tendremos que ir a la guerra civil declarada (…) La democracia es incompatible con el socialismo.” (Largo Caballero, enero de 1936). La cosa no es que haya empezado ahora, pues, sino que ha estado siempre con un paréntesis forzado de 40 años. Sucedió también con Suárez y, especialmente, con Aznar. Lo del doberman y todo eso, el “¡que viene la derecha!” de Alfonso Guerra, el pacto del Tinell y el cinturón sanitario, el Prestige, la guerra de Irak, la ultraderecha, la caverna mediática, el ataque a las sedes del PP, los ataques a los católicos, la profanación de iglesias, los insultos desde la calle y los púlpitos progres, el 11M, las manifestaciones contra el gobierno de la Comunidad de Madrid, las huelgas contra el gobierno de la Comunidad de Madrid, los acosos sindicales contra el gobierno de la Comunidad de Madrid…
Siempre es lo mismo. Están en permanente campaña de acoso y derribo contra todo aquel que se mueva un milímetro de la delgada línea roja. Dispara al facha se llama, el juego. Lo bueno que tiene la izquierda en España es que es muy izquierda, por un lado; no se cortan en presumir de las consignas totalitarias que aniquilaron la libertad y a millones de personas en medio mundo; lo hacen sin complejos, con el puño amenazante bien apretado y bien alto, como Marx manda. Y por el otro lado, es envidiable que andan todos como una piña, todos a una Fuenteovejuna, como una masa única y aterradora (la bestialis turba) que se mueve con espectacular eficacia multipropagandística. Ya se han puesto todos a ello: empezando por los de la zeja, que nunca defraudan (con los tolerantes Sabina, Almodóvar, Aranda y Grandes a la cabeza), siguiendo por los indignados y su nonagenario farsante, continuando por los sindicatos –of course-, los liberados, los profesores, las series de TV y los programas de ‘entretenimiento’, Bildu-ETA, RTVE y otros medios afines, las universidades (muy fuerte lo de la Universidad de Castilla-La Mancha, que incluyó un texto vejatorio contra Esperanza Aguirre en una prueba de selectividad), la fiscalía, los jueces (¡menuda entrada en campaña la de Gómez Bermúdez!)… todos contra el PP, como hace unos años era todos contra el fuego (y hace unos años más, todos contra la derecha con fuego).
No importan las razones, ni los métodos. Todos contra el PP porque es el PP. No importa el estado agónico en que nos ha dejado el indigente intelectual de la sonrisa perenne. Todos contra el PP y punto. No importa que el juego democrático se base en la alternancia. La derecha no tiene derecho a gobernar, como defendían los insignes socialistas Iglesias y Caballero (¡paradójicos apellidos donde los haya!). En realidad, no tiene derecho ni a ser. Y los progres de pro harán todo lo posible “dentro y fuera de la legalidad” para echarlos a las fieras. Ya Ortega y Gasset, que no era precisamente facha, los identificaba con “la violencia, la arbitrariedad partidista y el radicalismo”. Y hasta hoy.
Lo que pasa, en el fondo, es que rabian cuando pierden. Porque no sólo pierden el poder, pierden la pasta, el estatus capitalista que tanto denigran y que tan bien ejercen. Los políticos, los ‘artistas’, los sindicalistas, las feministas… todos (y todas) se quedan sin manduquen subvencionado, sin prebendas millonarias, sin áticos y cruceros, sin coches oficiales, sin viajes, sin visa oro, sin sueldazos a cuenta de los empobrecidos contribuyentes. No saben vivir sin la pasta del estado, por eso se agarran al puesto con uñas y colmillos, lanzando dentelladas como ratas asustadas y rabiosas. No saben retirarse con dignidad, porque no han sabido estar con dignidad. En realidad, no saben ser con dignidad.
En estos momentos, la izquierda radical (y no tanto) se está revolviendo como ratas atrapadas contra la pared. Prestas a saltar sobre los ojos de quienes, simplemente, pretenden limpiar de mugre un país en ruinas, sin paredes ya que lo sostengan. Otras, en desbandada, huyen del barco que ellas mismas han contribuido a hundir. Todo esto me recuerda al pasaje final de aquel oscuro relato de H. P. Lovecraft, Las ratas de las paredes: «era la eterna desbandada de millares de ratas infernales, en busca de nuevos horrores y decididas a que las siguiera hasta aquellas intrincadas cavernas del centro de la tierra, donde el enloquecido dios sin rostro aúlla a ciegas en la más tenebrosa oscuridad, a los acordes de dos necios y amorfos flautistas (…). El viscoso, gelatinoso y voraz ejército que se cebaba en los vivos y en los muertos (…) cuyo constante arañar nunca me dejaría ya conciliar el sueño; las ratas demoníacas que ellos nunca podrían oír; las ratas, las ratas de las paredes».
Ha empezado la campaña electoral. Habrá que vacunarse contra la rabia.
martes, 20 de septiembre de 2011
El cachondeo de Bildu y la triste impunidad
Mientras el presidente zombi espera anhelante el momento de dedicar lo que le queda de vida a supervisar las blancas nubes (en su mundo de fantasía no existen nubes grises) recostado en una hamaca en su flamante chaletito leonés, junto a su señora y sus góticas niñas; mientras el candidato Pérez continúa su particular tour “porque soy listo” por todos los rincones del país y de El País (y de RTVE, y de EFE y de etc.), repartiendo demagogias económico-justicieras a diestra y (sobre todo) siniestra; mientras la ministra Salgado va pidiendo limosna por las esquinas de Europa y el ministro Pepiño se va durmiendo por las esquinas patrias y al resto de ministras y ministras ni están ni se les espera; mientras la justicia, la fiscalía y la abogacía del Estado han cogido ya definitivamente el sueño de los justos y han entrado en la fase REM más insondable, en la inconsciencia más inconsciente… hay unos que no se dedican a supervisar nubes en su caserío, ni a parodiar a Robin Hood, ni a pedir limosnas por Europa, ni a dormirse siquiera un minuto, ni mucho menos a entrar en fase REM salvo, quizá, en lo que respecta a su conciencia. Ellos (y ellas) sí están, siempre están; y nunca se les deja de esperar. Y no defraudan, la verdad. Siempre cumplen las peores expectativas.
Ahora, además, lo hacen con descaro, recochineo, rechifla y reguasa. O sea, que se descojonan de nosotros en nuestra cara con total y absoluta impunidad. Y ése es precisamente el quid de la cuestión. La impunidad. Antes lo hacían con rabia, con odio, con miedo (más de uno se hizo caquita en los pantalones), incluso cubiertos con capucha. Pero es que ahora lo hacen de chirigota, disfrazados de guardia civil, policía nacional, falangistas, legionarios y Rey de España. Así fue la jocosa bufonada que organizaron las cuadrillas de la villa navarra de Alsasua, con la bendición de la simpática alcaldesa bilduetarra, Garazi Urrestarazu Zubizarr-eta, y la complicidad del pueblo en pleno. Una risa, oiga.
Al más puro estilo NO-DO, los katxondos katxorros de Alsasua se chotearon de las fuerzas de seguridad, del ejército, de la Iglesia (el paso era una muñeca hinchable sobre una cruz) y del Jefe del Estado, ambientados con esvásticas, banderas nazis, brazos alzados, discursos fascistas y vivas a España con el consiguiente “¡una, grande, libre!”, desde la balconada del ‘Gure Etxea’ (de propiedad municipal) comparando el evento con la situación actual de los oprimidos vascos y las oprimidas vascas; y para rematar el cachondeo, dos encapuchados –estos sí- denunciando la “asfixiante presencia de los cuerpos policiales”, a los que que ni se les quiere ni se les necesita y, por si las dudas, desplegando una inmensa pancarta con un contundente "¡Que se vayan a hacer ostias!” (con perdón).
Esto sucedió el 3 de septiembre y, que se sepa, ni el fiscal general, ni la justicia, ni el gobierno foral, ni la Guardia Civil, ni la Policía Nacional, ni el ministerio de justicia, ni el de interior (¡ja!), ni la delegada del Gobierno, ni el TS, ni la AN ni el ejército ni yo qué sé quién más ha movido un dedo ni siquiera para señalar a los katxondos katxorros de Alsasua y decirles “¡chicos malos!” Ná de ná. Impunidad total, oiga. Aquí lo de nemo me impune lacessit (“nadie me ofende impunemente") que reza el escudo escocés, como que no. Normal, teniendo en cuenta que el propio TS ha legalizado al brazo político de ETA y les ha llenado los bolsillos de pasta gansa, pagada por usted y por mí. Y claro, esto es lo que pasa cuando el niño te pide una chuche y tú le das una bolsa de chuches de 7 kilos, le llevas a Disneylandia, le abres una cuenta ahorro y le compras un descapotable para cuando sea mayor. Y cuanto peor se porta, más le das. Para que no se enfade, la criatura. Y es que la impunidad es la mejor invitación al delito.
Y así llevamos desde el 22M. Con Bildu choteándose en nuestros morros con todo tipo de provocaciones, declaraciones, festejos, homenajes, reivindicaciones, comilonas, recepciones y farras varias, dejando nítida y cristalina su relación con la serpiente (como si no lo supiéramos de antes), que por cierto acaba de corroborar la AN condenando a Otegui y Usabiaga por pertenencia a banda armada. Y aquí no pasa nada. Pero nada de nada. Y Bildu en la impunidad y el choteo. Y la Guardia Civil en la calle, manifestándose contra el acoso. Y aún nos queda Sortu.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Artur, no me toques los cullons, sisplau
El molt honorable president de la generalitat de catalunya, sir Artur Mas, ha estallado como un foc artificial con el último auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (¡de Cataluña!) que pretende, el muy, que el idioma común de todos los españoles pueda ser utilizado por todos los niños españoles para aprender las cosas que tienen que aprender los niños para poder tener un futuro mejor que nuestro presente… y sobre todo que nuestro pasado. Esto, así contado, puede sonar normal, lógico e incluso deseable para cualquier persona seria del mundo globalizado. Mas no para Mas (sir Artur), que prefiere que los hijos de sus ciudadanos se labren un futuro más bien de corto alcance y más bien de cortas miras. Eso en mi pueblo se llama egoísmo, fanatismo y estupidismo (que deben ser sinónimos de nacionalismo).
Decía el novelista y periodista portugués José María de Queiroz que una prueba de patriotismo es hablar mal cualquier idioma que no sea el nuestro. Está claro que el amic Sir Artur es un patriota con todas las de la ley (bueno, justo con la ley no, precisamente), pues lo que pretende es que sus patriotas compatriotas sólo hablen bien el catalán (a no ser que tengan pela suficiente para pagarse el colegio Alemán, donde sí estudian español), y si eso les anula oportunidades futuras para prosperar, que se jodan, así hablando pronto y mal (o sea, en español). Es, más o menos, lo que hacía Franco consigo mismo y con los españoles, que nos doblaba las pelis americanas para que no habláramos inglés y para que hoy se arruine el cine patrio. Por cierto, que en tiempos de la oprobiosa dictadura se hablaba catalán en Cataluña con plena libertad, o sea, que hablaban los que querían, aunque no eran muchos, y no a los que obligaban, como ahora en democracia.
Y yo me pregunto, ¿existe algún país en el mundo donde se prohíba a los niños estudiar en el idioma oficial de su propio país? ¿O donde se impongan multas ruinosas a los comerciantes que vendan sus productos en el idioma oficial del país? Me atrevería a jurar que no.
Con el tema de la lengua no se juega, dice sir Artur. Y tanto. Aquí, en español ni se juega, ni se ríe, ni se habla, ni se canta, ni se escribe, ni se rotula, ni se vende, ni se piensa. O eso es lo que pretende sir Artur, libreta de multas millonarias en mano. Porque los ciudadanos catalanes andan un poco más despiertos que sus cegados dirigentes y saben que el español es absolutamente necesario para vivir y sobrevivir en el mundo actual. Y el inglés. Y el chino, de aquí a nada. Y tienen la grandísima suerte de poder aprender, desde la cuna, dos idiomas, dos culturas, dos formas de ver la vida que luego se podrán convertir en tres o más. Y eso enriquece. Hablar sólo catalán empobrece, sir Artur; aprender sólo catalán empequeñece; y administrar sólo en catalán, empobrece y empequeñece aún más, señor Mas-por-menos, porque expulsa literalmente a empresas, estudiantes, profesionales, multinacionales, fábricas, eventos y todo tipo de generadores de riqueza que buscan tierras más amables, fáciles y comprensivas a la hora de montar un negocio. El negoci, en Cataluña, ya no es lo que era.
A usted, sir Artur, el TSJC le toca las narices. Y el resto de España también, desde hace muchos siglos, porque según usted “intentan que el catalán vaya a menos porque configura nuestra identidad colectiva" (en la que no entran los toros aunque sí el jamón de jabugo). Y, por si quedaban dudas, chantajea a los posibles próximos gobernantes del Estado Español, el PP, amenazándoles con dejarles sin acuerdos si legislan contra la inmersión lingüística (Por cierto, ¿este Mas no fue el que firmó ante notario que jamás iba a pactar con el PP? ¿Es que ya se había cortado el cinturón sanitario?). Y para rematar la jugada, se declara abiertamente insumiso y se pasa la ley por el forro de los cullons. Para Mas, cualquier defensa del español es un ataque directo y sangriento al catalán. O sea, fanatismo sobre fanatismo y victimismo sobre victimismo. O sea, Mas de lo mismo.
“El nacionalismo se cura viajando”, afirmaba el Nobel de Literatura (en lengua española) Camilo José Cela; aunque viendo los periplos aventureros del megaembajador Carod Rovira, discrepo de don Camilo. Estoy más de acuerdo con el último Nobel de Literatura (en lengua española) don Mario Vargas Llosa: “Creo que, en última instancia, el nacionalismo está reñido con la democracia (…) Si usted escarba en las raíces ideológicas del nacionalismo, éstas son un rechazo de las formas democráticas, un rechazo a la coexistencia en la diversidad, que es la esencia de la democracia (…) El nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión.” Cristalino, ¿verdad?
Por terminar de manera elegante, a lo caganer, como bien decía Josep Pla (que además de escribir mucho y bien –en catalán- también viajó mucho), "el nacionalisme es com un pet, només li agrada a qui se'l tira". Así que, señor Mas, y hablando de narices, deje ya de tirarse pedos al viento que sólo le gusta oler a usted. Y deje ya de tocarnos los cullons. Sisplau.
Decía el novelista y periodista portugués José María de Queiroz que una prueba de patriotismo es hablar mal cualquier idioma que no sea el nuestro. Está claro que el amic Sir Artur es un patriota con todas las de la ley (bueno, justo con la ley no, precisamente), pues lo que pretende es que sus patriotas compatriotas sólo hablen bien el catalán (a no ser que tengan pela suficiente para pagarse el colegio Alemán, donde sí estudian español), y si eso les anula oportunidades futuras para prosperar, que se jodan, así hablando pronto y mal (o sea, en español). Es, más o menos, lo que hacía Franco consigo mismo y con los españoles, que nos doblaba las pelis americanas para que no habláramos inglés y para que hoy se arruine el cine patrio. Por cierto, que en tiempos de la oprobiosa dictadura se hablaba catalán en Cataluña con plena libertad, o sea, que hablaban los que querían, aunque no eran muchos, y no a los que obligaban, como ahora en democracia.
Y yo me pregunto, ¿existe algún país en el mundo donde se prohíba a los niños estudiar en el idioma oficial de su propio país? ¿O donde se impongan multas ruinosas a los comerciantes que vendan sus productos en el idioma oficial del país? Me atrevería a jurar que no.
Con el tema de la lengua no se juega, dice sir Artur. Y tanto. Aquí, en español ni se juega, ni se ríe, ni se habla, ni se canta, ni se escribe, ni se rotula, ni se vende, ni se piensa. O eso es lo que pretende sir Artur, libreta de multas millonarias en mano. Porque los ciudadanos catalanes andan un poco más despiertos que sus cegados dirigentes y saben que el español es absolutamente necesario para vivir y sobrevivir en el mundo actual. Y el inglés. Y el chino, de aquí a nada. Y tienen la grandísima suerte de poder aprender, desde la cuna, dos idiomas, dos culturas, dos formas de ver la vida que luego se podrán convertir en tres o más. Y eso enriquece. Hablar sólo catalán empobrece, sir Artur; aprender sólo catalán empequeñece; y administrar sólo en catalán, empobrece y empequeñece aún más, señor Mas-por-menos, porque expulsa literalmente a empresas, estudiantes, profesionales, multinacionales, fábricas, eventos y todo tipo de generadores de riqueza que buscan tierras más amables, fáciles y comprensivas a la hora de montar un negocio. El negoci, en Cataluña, ya no es lo que era.
A usted, sir Artur, el TSJC le toca las narices. Y el resto de España también, desde hace muchos siglos, porque según usted “intentan que el catalán vaya a menos porque configura nuestra identidad colectiva" (en la que no entran los toros aunque sí el jamón de jabugo). Y, por si quedaban dudas, chantajea a los posibles próximos gobernantes del Estado Español, el PP, amenazándoles con dejarles sin acuerdos si legislan contra la inmersión lingüística (Por cierto, ¿este Mas no fue el que firmó ante notario que jamás iba a pactar con el PP? ¿Es que ya se había cortado el cinturón sanitario?). Y para rematar la jugada, se declara abiertamente insumiso y se pasa la ley por el forro de los cullons. Para Mas, cualquier defensa del español es un ataque directo y sangriento al catalán. O sea, fanatismo sobre fanatismo y victimismo sobre victimismo. O sea, Mas de lo mismo.
“El nacionalismo se cura viajando”, afirmaba el Nobel de Literatura (en lengua española) Camilo José Cela; aunque viendo los periplos aventureros del megaembajador Carod Rovira, discrepo de don Camilo. Estoy más de acuerdo con el último Nobel de Literatura (en lengua española) don Mario Vargas Llosa: “Creo que, en última instancia, el nacionalismo está reñido con la democracia (…) Si usted escarba en las raíces ideológicas del nacionalismo, éstas son un rechazo de las formas democráticas, un rechazo a la coexistencia en la diversidad, que es la esencia de la democracia (…) El nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión.” Cristalino, ¿verdad?
Por terminar de manera elegante, a lo caganer, como bien decía Josep Pla (que además de escribir mucho y bien –en catalán- también viajó mucho), "el nacionalisme es com un pet, només li agrada a qui se'l tira". Así que, señor Mas, y hablando de narices, deje ya de tirarse pedos al viento que sólo le gusta oler a usted. Y deje ya de tocarnos los cullons. Sisplau.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Cada primero de septiembre, sin excepción, a uno le sobreviene la nostalgia tontuna y entra en un estado melancólico autosugestivo absolutamente inevitable. Y es que septiembre era mucho septiembre en aquellos viejos y buenos tiempos del Zarauz de mi niñez, adolescencia y juventud. Esos diez o doce días que culminaban las vacaciones eran lo mejor del verano, el auténtico verano. La marabunta de veraneantes regresaba a sus depresiones posvacacionales lejos de la arena ocre de la playa zarauztarra, que quedaba de nuevo en paz, aunque no en soledad; el malecón (mi añorado malecón) volvía a su condición de ‘paseo marítimo’, olvidando su agosto reconvertida en ‘Gran Vía marítima’; el pueblo recuperaba el sosiego después del trasiego, y uno ya se podía sentar en las terrazas del malecón, y entrar en los bares de pintxos, e incluso alcanzar la barra en los bares de copas (¡cómo se echa de menos la buena música y el mejor ambiente del Fany, el Nashville, La Marina o el Antxe!).
En septiembre se iba la marabunta, sí, y llegaban las olas, el espectáculo grandioso de las mareas vivas y el pueblo en pleno, a lo largo de toda la playa, admirando las moles de cuatro metros que rompían estruendosamente lejos de la seguridad del malecón. Y con las olas de septiembre llegaban los surfers, los pros, a los que veníamos de ver en Biarriz y Hossegor. Damien Hardman, Sunny García, Occhilupo, Derek Ho, Tag Burrow, Martin Potter, Flavio Padaratz amerizaban en Zarauz y revolucionaban el pueblo… Aún recuerdo el primer año de Campeonato del Mundo, en el 88, nacido de la ilusión de muchos y el empeño de unos pocos (Pukas, básicamente), metiéndose el jurado dentro del agua para ver a los surfers porque… ¡no había olas! Y recuerdo que el siguiente año no sólo hubo buenas olas, sino que fue elegido el campeonato favorito de los surfers y de la prensa (la marcha y la gastronomía tuvieron mucho que ver, además de la impecable organización). El éxito se repitió durante unos años, y para nosotros esos días de septiembre eran absolutamente mágicos: tus ídolos en vivo, pelis de surf en los Antonianos, ambientazo por las noches, jam sessions de blues en las carpas del malecón a las cuatro de la mañana…
Y el nueve de septiembre llegaba el culmen del verano: la Fiesta Vasca. Desde pequeños, todos nos vestíamos de caseros y caseras y acudíamos a la pradera de San Pelayo a corretear, jugar, cantar y comer rosquillas de anís; y por la tarde, a la Plaza de la Música, a bailar al son de las trikitrixas y la sidra recién escanciada. Con los años, la cosa acababa al amanecer, tras una noche de copas maratoniana en la que no era raro encontrarse a los pros del campeonato, con la txapela puesta, y puestos de cerveza hasta la quilla. Por la mañana, de gaupasa, directamente a coger gafas de sol, toalla y tabla, ¡y a la playa! Al agua resucitadora. Y a seguir soñando con la ola perfecta después de haber vivido, un año más, el verano perfecto.
Esta semana, en Zarauz, comienza de nuevo el campeonato del mundo de surf. Yo no iré, por desgracia, y lo echaré de menos. Como echo de menos, desde hace tiempo, los veranos (y los inviernos) en Zarauz, y el malecón, y a mis amigos, y los pintxos, y los bares, y el txangurro, y la fiesta vasca… Aunque este año, con Bildu-ETA llevando las riendas del Ayuntamiento, sinceramente, me apetecía poco. Porque sé que aprovecharán la repercusión para meternos el “presoak etxera” hasta en el marmitako; porque sé que habrán vuelto a infestar la Plaza de la Música de pancartas y de retratos y de banderas y de hachas y serpientes y de propaganda etarra en general; porque sé que la herriko taberna estará a rebosar de hienas sonrientes saboreando su txacoli; porque sé que la fiesta vasca ya no será tan festiva y sí cien por cien euskalduna; porque sé que hasta el campeonato de surf será por y para la causa abertzale, con la inocente complicidad de los surfers extranjeros; porque sé que mi septiembre en Zarauz no se parecerá en nada al de aquellos días que mi nostalgia, año tras año, se empeña en recordarme.
He vivido grandes momentos, los mejores de mi vida tal vez, en mi septiembre zarauztarra. He visto a Flavio Padaratz bailando samba en una ola perfecta de 3 metros; he reído hasta el amanecer, vestido con txapela y gerriko, sin ser insultado ni amenazado por no ser abertzale; he visto desaparecer el último rayo de sol tras el ratón de Guetaria, sentado en mi tabla, en compañía de mi soledad. Y todos esos momentos se han perdido en el tiempo como lágrimas en el xirimiri. Es hora de olvidar.
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