viernes, 21 de enero de 2011

Bienaventurados los progres porque todo les será perdonado.


Los últimos acontecimientos ocurridos en esta alegre España de finales (?) de la Era Z, son tan sintomáticos como esclarecedores: la brutal agresión al concejal de cultura del PP murciano al grito de “sobrinísimo, hijo de puta”, de la que él parece ser el único culpable (por crispador y por facha); la matanza de Tucson, de la que parece ser culpable el Tea Party, siguiendo una lógica directamente opuesta al caso de Murcia; el feroz acoso sindicalista y pseudoterrorista a todo lo que se mueva tras la delgada línea roja; la vuelta de la censura en los medios de comunicación, con la excusa de las buenas maneras y tal, pero con la intención verdadera de clausurar (¿eliminar?) la libertad de información (Intereconomía, básicamente); la astracanada del pinganillo y la demonización multilingüe del que ose criticar la cosa; la prohibición de hablar bien de Israel en la tele, aunque sea en un programa turístico como “Españoles por el Mundo”; la dictadura del antitabaquismo y el atifeísmo; la doble vara de medir en las corruptelas políticas (léase Torrejón, Benidorm, Andalucía, Castilla-La Mancha…) y etcétera, etcétera, etcétera. La conclusión es, a bote pronto, la de siempre: que los progres son los buenos y los no progres son los malos. Punto.

Y la verdad, visto lo visto, es que a veces a uno le dan ganas de hacerse progre. No sé, tienen una especie de no sé qué, como un halo de bondad celestial e impunidad terrenal que da verdadera envidia malsana. Y si no me creen, les invito a leer lo que significa ser progre y luego díganme si no les entran ganas de progretizarse:

1. El progre siempre está en posesión de la verdad absoluta. Si no piensas como él, no eres de los suyos. Y eso significa que eres un reaccionario, un facha, un ultraderechista, un fascista, un esbirro del imperialismo yanqui, un tonto de los cojones, un hijo de puta, un asesino y un cerdo capitalista, aunque no llegues ni a mediados de mes. Ya lo anunció Borges: “Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón.”
2. El progre odia el capitalismo, pero ama el dinero. Persigue la guita hasta la extenuación y se niega a reconocerlo también hasta la extenuación. Y si se lo haces notar te llamará cerdo capitalista, facha, etcétera hasta la extenuación. Lo reconoció el mismísimo Víctor Manuel: “Yo soy comunista, no gilipollas”.
3. El progre padece una afección psicológica bipolar relativista-absolutista: por un lado el relativismo moral, intelectual y ético y por otro el absolutismo político. En cristiano: sólo ellos tienen derecho a gobernar y todo vale para perpetuerse en el poder.
4. La culpa siempre es del otro. Entendiendo por el otro a burgueses, católicos, yanquis, periodistas no adscritos, empresarios, judíos, oposición… Da igual que lleven 10 años gobernando o 100 asesinando, un progre nunca puede ser culpable de nada malo.
5. Atracción total por el totalitarismo. De izquierdas, claro. O islamista. O sea, las dictaduras socialistas y las teocracias fundamentalistas. En definitiva, cualquier sistema de gobierno que destruya la sociedad occidental… en la que ellos viven. Y muy bien, por cierto.
6. El progre lo politiza todo. Todo. Una ideologización permanente y generalizada que contagia todo lo que toca: el deporte, el cine, la ciencia, la cultura, la información, el ocio, la moda, la solidaridad, la tecnología, las creencias, la justicia, las costumbres, la educación, la biología, la naturaleza, la comida, el tabaco. Es su arma favorita para llevar cada aspecto de nuestras vidas a su terreno y apropiarse de la razón absoluta a base de demagogia a discreción. Y funciona.
7. El progre es paternalista por naturaleza. O sea, le mueve un crónico complejo de superioridad que le empuja a dirigir las vidas de los demás en todos los ámbitos: sexo, educación, familia, solidaridad, alimentación, conducción, hábitos, cultura, cine, idioma, aficiones… Se cree con derecho a decidir qué es lo mejor para nosotros. Y, lo peor, se cree que nos hace un favor.
8. El progre está tan megaconcienciado con los males que aquejan a la sociedad y al planeta que si no te megaconciencias a su nivel, eres culpable de esos males y de muchos más. Aunque tú, en la práctica, hagas lo que ellos sólo hacen de boquilla. Es decir, tú eres malo hagas lo que hagas y ellos son buenos aunque no muevan un dedo.
9. “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. Es el principal síntoma del mal genético que padecen casi la totalidad de los progres, sin posibilidad aparente de cura: la Hipogresía. Una afección endémica que crece en progresión aritmética, geométrica y astronómica; cuanto más progre, más hipogresía emana.
10. El progre es ecologista, pacifista, feminista, jovenalista, aliancista, antiglobalista, protercermundista, gaylista y todo lo que haya en la lista. Es paritario, solidario, dialogante, demócrata de toda la vida, cultísimo, moderno y tiene un gusto impecable. Lucha por la paz universal, la fraternidad planetaria y el mejoramiento social de los humildes. Es alegre y simpático, carismático y romántico. En una palabra, es guai. O eso dice, claro.

Conclusión: Estos 10 puntos se pueden resumir en dos. Punto uno: el progre siempre tiene razón. Punto dos: en caso de que no la tenga, se aplicará el punto uno.

Y es que todo (repito, todo) vale en nombre de la Progresía, santa palabra. Aunque el progreso vaya hacia atrás. Si el progre mata, roba, destruye, miente, insulta, manipula, corrompe, prohíbe o castiga es siempre por una buena causa: la suya. Pues eso, bienaventurados los progres porque todo les será perdonado.

miércoles, 12 de enero de 2011

Eliminar a Zapatero

La noticia con la que me topé hace unos días es en verdad llamativa: “científicos holandeses desarrollan píldoras para olvidar traumas”. El primer efecto al leer el titular fue, paradójicamente, acordarme de alguien cuyo segundo apellido empieza por Z, un trauma difícil de olvidar porque no sólo forma parte de nuestro pasado reciente, sino de nuestro presente continuo y, lo que es peor, de nuestro futuro más bien imperfecto. En seguida, mis pensamientos se trasladaron a la mente del susobicho… perdón, del susodicho… y pensé que si nuestro presidente conociese la existencia de la píldora milagrosa, encargaba ipso facto a su ministra de insanidad que comprara un lote de unos 50 millones de dosis, que la propia doctora Pajín administraría a cada españolito/a “por sus cojones” (no lo digo yo, lo dijo ella). Y trauma solucionado, oiga. La gente se olvidaría de la crisis, y del último chiste de ETA y del Trichet, y de la Merkel, y de Grecia, y del Moody’s ese, y de los Standars y los Poors y, de paso, de los 5 millones de nuevos pobres, que no es que no tengan trabajo, sino que prefieren dedicar su tiempo libre a conocer gente en las colas del INEM o hacer vida social en los comedores sociales de Cáritas (¡y gracias a Dios que aún nos queda Cáritas). Buen comienzo del año electoral, ¿a que sí?


Luego, ahondando en la noticia, descubrí que la pildorita en cuestión iba de bloquear la recreación de situaciones traumáticas y otros eventos estresantes. O sea, que si usted sufre alguna fobia de la infancia, se quiere olvidar de su cuñado plomazo o simplemente no soporta acordarse de que hoy es lunes, pues se toma la pastillita y todo borrado. ¡Zas! De un plumazo. ¿Se imaginan? Pues olvídenlo, al menos por ahora, porque su efecto se encuentra limitado a episodios traumáticos graves, y no se borrarían de la memoria sino que se amortiguaría su efecto. Y además, está reservado a pacientes psiquiátricos (claro que en estos tiempos revueltos y traumáticos todos somos carne –o mente, mejor dicho- de psiquaitra, y ciertos beta-bloqueantes se recetan casi como aspirinas).

Y recordando, recordando, recordé un antiguo capítulo de esa genialidad del humor inteligente y políticamente incorrecto que es Boston Legal, que trataba también el mismo tema: una adolescente que había sido violada reclamaba su derecho a utilizar Propanolol para borrar el traumático episodio de su mente; su madre le negaba ese supuesto derecho argumentando que olvidar no es la solución, que los traumas hay que superarlos porque son las buenas y malas experiencias las que forjan nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestra vida. El caso es que si recurrimos a los beta-bloqueantes o a las benzodiazepinas (que hoy sí se comercializan, aunque de forma controlada), con todo su potencial hipnótico, somnífero y amnésico, acabaríamos aún más dependientes de los fármacos y, lo que es peor, más dependientes de los gobiernos. Más felices, tal vez; pero mucho más borregos. Al más puro estilo Huxley y sus felizmente somatizados personajes.

Sinceramente, sería muy tentador tomar la pildorita y olvidar estos traumáticos 7 años de la Era Z. O mejor aún, borrar automáticamente al iluminado de la Moncloa y todo su legado con el teclado del ordenador: ‘Ctrl Z’ y fuera de nuestras mentes para siempre jamás. ‘Ctrl Z’ y fuera la desmemoria histórica. ‘Ctrl Z’ y fuera la ley-derecho del aborto. ‘Ctrl Z’ y fuera la Alianza de Civilizaciones. ‘Ctrl Z’ y fuera las relaciones con Chavez, Castro Bros., Mohamed, Gadafi y demás pájaros. ‘Ctrl Z’ y fuera la negociación que sacó a ETA del hoyo. ‘Ctrl Z’ y fuera la desconfianza (y el pitorreo) internacional. ‘Ctrl Z’ y fuera la juventud perdida, los estatutos excluyentes, el guerracivilismo, la cruzada laicista, el prohibicionismo empedernido. ‘Ctrl Z’ y fuera Bibiana, Pajín, Pepiño, Salgado, Maleni, Moratinos, Sinde, Bono, ¡Rubalcaba! ¿Se imaginan? ¡Qué felicidad! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué PAZ! 

Sería una solución eficaz e indolora, ciertamente. Pero peligrosa. Porque borrar la memoria sería borrar la historia, y los pensamientos y las emociones y la perspectiva; sería eliminar nuestra capacidad de juicio, nuestra aptitud para aprender de los errores, nuestra libertad para acertar o equivocarnos; sería olvidar lecciones esenciales que nos hacen madurar, que nos permiten evolucionar como individuos, que nos permiten mirar al futuro. Eso es precisamente lo que quiere el socialismo: que olvidemos nuestra historia para vendernos la suya; que perdamos la capacidad de juicio, que vivamos sólo el presente, que dejemos de ser individuos para integrarnos en la masa, mucho más manejable, mucho más moldeable. “Vosotros sed felices, no sufráis, no os preocupéis, no penséis, no recordéis. Ya pienso y recuerdo yo por vosotros”.

¡Pues no! Me niego a olvidar. Me niego a borrar de mi memoria todo lo que ha supuesto este nefasto presidente para la reciente historia de España, para nuestras vidas, para nuestro futuro. Me niego a bloquear los traumas de millones de personas que han perdido algo más importante que la memoria: la dignidad. Me niego a eliminar los nefastos recuerdos que me ha provocado este especímen de mesías de salón, esta marioneta de sonrisa perenne y cerebro de Mr Bean. ¡No, no y no! El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Pues ya hemos repetido, dos legislaturas. Me niego a tripitir, con Z o sin Z. Nunca nadie había hecho tanto mal en tan poco tiempo. Y eso no se puede olvidar.

Aunque, me temo, hasta el 2012 el último consuelo que nos queda es poder “elminar a Zapatero”… en el ordenador. Sólo tiene que seguir estos 3 pasos: 1. Cree un fichero y guárdelo con el nombre “a Zapatero”; 2. Arrástrelo a la ‘Papelera de reciclaje’ y haga clic en ‘Vaciar papelera’; 3. Cuando aparezca el mensaje “¿Desea eliminar ‘a Zapatero’?” responda “Sí”. En realidad, no servirá de mucho, pero le alegrará el día.

domingo, 9 de enero de 2011

Acusica barrabás, en el infierno te verás

Pues ahora resulta que todos los españolitos, todos, somos Comisarios de Policía Secreta en potencia, al más puro estilo RDA y similares. El Nuevo Régimen iniciado por el Generalísimo Zapatero y presumiblemente continuado (¿y eternizado?) por el Vicepresidentísimo Rubalcaba, Ministro de Escuchas y Asuntos Oscuros, ya ha conseguido meterse en nuestras camas, en nuestras neveras, en nuestras televisiones, en nuestras aulas, en nuestros cines, en nuestros coches, en nuestras cuentas, en nuestras iglesias, en nuestros muertos, en nuestros ginecólogos, en nuestros árboles genealógicos, en nuestros trabajos, en nuestras creencias, en nuestra memoria, en nuestros placeres, en nuestras intimidades, en nuestras conciencias… Ahora, aprovechando ese nuevo ramalazo de totalitarismo que han venido a llamar "Ley Antitabaco" (más bien ley anti fumador, pues el tabaco se vende hoy de 15.000 maneras más que ayer), pretenden que nos convirtamos, por amor al Estado, en aquello que desde pequeños nos enseñaron a repudiar: en delatores, en soplones, en chivatos, en asquerosos acusicas. "Acusica barrabás, en el infierno te verás, comiendo pan y cebolla, y nosotros en la gloria". Por supuesto, en la gloria los que se quedan son el Generalísimo decadente, el Vicepresidentísimo ascendente, la Pajinísima ministra de insanidad, el individuo ése de la FACUA (que debe ser algo así como Factoría de Chivatos Unidos Anónimos) y todos los demás gerifaltes y chupópteros del Nuevo Régimen, que no son pocos.

Los hosteleros, desde luego, no; ni los camareros, que por conservar la salud a lo peor pierden el pan; ni los fumadores, marcados con la cruz del repudio social; ni los no fumadores, aunque crean que sí, pues las libertades aniquiladas de otros hoy, mañana pueden ser las suyas; ni los policías, que aún no saben cómo actuar ante la avalancha de denuncias que les van a caer encima; ni los vecinos en general, pues ahora a las puertas de bares y discotecas se va a montar el "pitillón" durante toda la noche…

Pero si la aplicación de la ley va a tener consecuencias funestas para unos y otros, lo de la delación por decreto va a ser la guerra. Una más. Otra vez la división entre buenos y malos, entre respetables y apestados, entre acusicas y acusados. Divide y vencerás, dicen. Con todos peleados, tienen más fácil desviar atenciones. Como en "La cortina de humo" esa divertida ironía protagonizada por Robert de Niro y Dustin Hoffman en la que los asesores del presidente se inventaban una guerra contra el terrorismo albanés para ocultar un lío de faldas con una becaria. Aquí, en vez de guerra al albanés, guerra al fumador; y en vez de becaria, parados. Cinco millones, o así.

Pues si quieren acusicas, acusemos. Puestos a chivarse, chivémonos. Para empezar, del chivatazo del Faisán, que continúa en el limbo de la justicia per secula seculorum. Delatemos las subvenciones millonarias que siguen recibiendo los chupópteros de turno, mientras el resto nos vamos quedando sin agujeros en el cinturón. Acusemos los privilegios de los asesinos de ETA, que en cuestión de días serán de nuevo bendecidos como hombres de paz; acusemos las leyes totalitarias, los estados de alarma inconstitucionales, los golpes de estado a decretazo limpio, la cruzada laicista, la crispación tendenciosa, las mentiras continuadas sobre la crisis, la falta de preparación de nuestros dirigentes, el faraónico despilfarro autonómico, la miseria moral, la corrupción incesante… Acusemos a los que están convirtiendo España en un estado sin libertades, en un solar dividido, en una familia rota en la que los cónyuges (no cónyugues, señora Ministra) se acusan, se odian y se matan mutuamente desoyendo el llanto de sus hijos, que son los santos inocentes que siempre se llevan la peor parte de cada uno.

En fin, que si quieren convertirnos en acusicas, seamos más acusicas que nadie; pero no contra el vecino. Unámonos todos para acusar al gobierno, a los sindicatos, a los facuas, a los partidos, a las autonomías, a los corruptos, a los asesinos, a los mentirosos. Acusémosles y condenémosles. Al destierro. O al infierno. "Acusica barrabás, en el infierno te verás, comiendo pan y cebolla, y nosotros en la gloria". Fumándonos un puro.

martes, 4 de enero de 2011

Cine en 3 Dimensiones... hacia dentro

El cine en 3D no es nuevo. Ya en 1953 André de Toth realizó una fantástica adaptación del realto de Charles Belder “Los crímenes del Museo de Cera”, todo un clásico del género de terror, que fue rodado para ser exhibido en sistemas 3D. Lo de menos, en realidad, eran los detallitos tridimensionales para acentuar el efecto, tan triviales como la pelota de goma que el pregonero lanza al espectador o las bailarinas de la revista de variedades; lo importante era, como debe ser, el inquietante guión, las imágenes impactantes (sin necesidad de 3D) y la genial interpretación de Vincent Price, maestro del género. Incluso la presencia de un tal Charles Buchinsky, años después conocido por Charles Bronson.

    Hoy, a diferencia de “Los crímenes del Museo de Cera”, el 3D ya no se limita a unas escenas más o menos vistosas, sino que lo invade absolutamente todo, venga o no a cuento con el estilo de la película, su argumento o su público potencial; se ha convertido en una especie de plaga postmoderna irrenunciable, un mandato de obligado cumplimiento bajo pena de destierro de las salas comerciales. Ahora, o te pones las gafas de marras, o no ves la película. Punto. Y uno, que se resiste a contagiarse de tan innecesaria moda (y a pagar casi el doble por la tontería), va buscando salas donde se exhiban las mismas películas sin necesidad de parecer que las disfrutas más por llevar lupos tridimensionales, que es que te metes dentro, dicen, aunque de toda la vida no han hecho falta tantas dimensiones para meterte dentro de una película, sino un buen guión, unos buenos personajes, una buena dirección y unos buenos actores. Nada más. Y nada menos.

 

    La semana pasada vi dos películas absolutamente contrarias. Las dos eran en 3D. La diferencia esencial es que una era en 3D hacia fuera, o sea, superficial y prescindible; y la otra era en 3D hacia dentro, o sea, profunda, necesaria e inolvidable. Una era Avatar, que vi en DVD y por tanto sin el efecto tridimensional que la ha hecho famosa y megamillonaria; me pareció pobre, insustancial y poco original (cóctel en versión pitufa de Pocahontas, Matrix y Eragon, con un toque Al Gore); entretenida sin más. Vistosilla. “Pero es que tienes que verla en 3D, en el cine”, me dicen los fans de la cosa. “Si no, no vale nada” les faltó añadir. Y ese es, precisamente, el quid de la cuestión: si una película vale sólo por los efectos-trampa visuales, por el espectáculo de fuegos artificiales, por el efectismo carísimo, pues esa película vale para lo que vale, lo mismo que una hamburguesa De Luxe. Las buenas obras cinematográficas no necesitan 3D porque tienen vida interior; ni siquiera necesitan color, si me apuran (que se lo digan a Billy Wilder), porque tienen profundidad, personajes creíbles, historias, emociones, diálogos inmortales, trascendencia.

    Como la otra película que vi la semana pasada (no la busquen en salas de 3D, adelanto). “Cartas al padre Jacob”, se llama. Cuenta la historia de un cura de pueblo, viejo y ciego, que se mantiene vivo gracias a las cartas que le llegan de sus feligreses, reclamando su ayuda, su consejo y su oración; cartas que le lee (y luego contesta, una a una, según dictado del sacerdote) una presidiaria condenada por asesinato, Leila, a quien le ha sido encomendada esa función como condición para salir de la cárcel. Leila es dura y seca como una coz; odia su misión y no entiende al padre Jacob: ni su alegría incontenible al escuchar el timbre del cartero, ni su devoción por los problemas de los demás, ni su necesidad absoluta de sentirse útil. Ni su generosidad sin medida (llega a prestar todos sus ahorros a una feligresa en apuros, sin esperar su devolución). Las cartas son su vida y, como se demuestra a lo largo de la película, también la vida de muchos de los remitentes. Y de Leila, finalmente. “Cartas al padre Jacob” es una historia de redención, de soledad, de comprensión, de bondad, de fe en el ser humano. Una obra sencilla pero profunda, emotiva, llena de valores y de riquezas que van más allá de lo meramente visual. Plena, sin necesidad de artificios. Por eso llena. Y por eso hace pensar. Una película, en suma, que no necesita espectaculares efectos visuales, ni cientos de extras, ni acción trepidante. Porque con apenas tres actores, un par de escenarios y mucha honestidad te remueve por dentro como sólo pueden hacer las buenas obras.

 

Vayan a verla. Tal vez recuerden que la Navidad es, como el cine, mucho más que luces brillantes, oropeles y 3D.



jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuento (real) de Navidad. Aún tenemos esperanza.


Mi amigo Javi me dijo una tarde, hace un par de Nochebuenas, que «todos merecemos celebrar la Navidad». Me lo dijo cuando me detuve en su semáforo para darle un “aguinaldo” de veinte euros a cambio de un paquete de kleenex, que es de lo que vive, y mientras él me mostraba el interior de la Caja de Navidad que otro amigo –más generoso que yo- le había regalado esa mañana, enseñándome orgulloso y agradecido la cecina ahumada, los espárragos, el turrón, las peladillas y demás lujosas viandas que aquella noche, Nochebuena, compartiría con su compañera Adela, que andaba enganchada a Javi desde hacía un par de años… y enganchada a más cosas desde mucho antes.

Mi amigo Javi lleva más de 30 años en esa esquina, y no es que sea viejo, Javi, aunque sus ojos dicen que sí; es que lleva en esa esquina desde que era un chaval. 30 años de inviernos lacerantes («¡qué frío hace hoy, jefe!» me dice, con su frágil anorak calado como papel de fumar), 30 años de veranos asfixiantes, de primaveras de tregua-trampa, de otoños tristes, apagados. Y Javi, ahí, al pie del semáforo, siempre amable, siempre alegre el tío, siempre agradecido, como si el que lo pasara mal fueras tú, ahí en tu coche, con la calefacción o el aire acondicionado a tope, que tienes que hacer el esfuerzo de abrir la ventana para darle un par de euros por los kleenex, que coges o no, porque si le dejas el paquete, mejor, que ya se lo colocará a otro, sin problema, oye, sin falsas ofensas a la dignidad… ni a la inteligencia. Y le ves ahí, cada día, semáforo a semáforo, después de dejar a tus hijos en el cole, bien peinaditos y prestos a aprender para labrarse un futuro mínimamente cierto, y piensas «¡Dios, qué suerte tenéis, hijos! ¡Y qué suerte tienes tú, Pepe; sobre todo tú!»

«Todos merecemos celebrar la Navidad» me dijo, con la sonrisa a media asta, como justificándose; o más bien reivindicando, sí, reivindicando su derecho a una noche buena al menos una vez al año. Desde luego, si alguien la merece ése es Javi. Y la tuvo, al fin, la Navidad pasada. Del Cielo le llegó un regalo inesperado pero maravilloso: Daniela, su niña. Un regalo para él y para Adela; y un ejemplo para esta sociedad enferma y egoísta, en la que la vida de un niño no nacido vale tan poco como un capricho adolescente. Ellos decidieron tirar para delante, desoyendo los consejos de los expertos, de los asistentes sociales, de los políticos e incluso del sentido común. Javi y Adela tuvieron a su niña hace un año, porque pensaron que toda vida merece ser vivida, y tenían (tienen) la esperanza de que la de su hija Daniela iba a ser mejor que la suya. Para empezar, abandonaron la heroína y el cutre refugio de cartones, plástico y luz ‘prestada’ del tendido eléctrico en el que habían pasado los últimos años de indigencia, y se instalaron en un humilde piso de alquiler, ayudados por la madre de Adela (una santa), por el párroco de ‘su’ esquina y por la caridad de sus clientes, que subieron automáticamente la cotización del paquete de kleenex y aportaron, además, la correspondiente contribución en especie (una cuna, ropita para la niña, una buena cesta de Navidad, un anorak contundente, pañales…). Esa Navidad, Javi y Adela celebraron la Nochebuena entre paredes de verdad por primera vez en años; y cenaron caliente, sobre una mesa de verdad, en familia; y durmieron en una cama de verdad, y a su lado, una cuna azul y una niña agradecida por haber nacido, les recordó que quien tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.

Ha pasado un año desde aquella Navidad, y no ha sido un año fácil para Javi y su familia (como para muchas otras, que hace un año tenían un trabajo y cena caliente, y hoy sueñan con salir de la cola del INEM mientras hacen cola en el comedor de Cáritas). Pero han salido adelante; con esfuerzo y con ayuda, con fe y valentía. Hace unos días vi a Javi en su semáforo, y vi más cansancio en su mirada, más años en sus ojos prematuramente envejecidos. «Es la niña, que me da las noches. Pero ¿sabe, jefe?, también me da una razón para estar aquí, con los cataplines congelaos».

Termino de escribir estas líneas y echo un vistazo al Nacimiento que mis hijos me han ayudado a instalar en el salón, con su San José y su Virgen María y su Niño Jesús, que nos recuerdan que la familia es sagrada, y pienso en Javi y en Adela y en su valiente y generosa decisión de traer a su hijita Daniela a este mundo de cobardes egoísmos. Y pienso en la coincidencia de que su nacimiento fuera, precisamente, en Navidad, ese día en que un niño nació para hacernos mejores. Y me digo, convencido, que aún tenemos esperanza.
Feliz Navidad, Javi y familia. Y a todos ustedes, Feliz Navidad. Lo necesitamos más que nunca.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Nos sigue doliendo Haití


Las noticias que nos llegan de Haití estos días no han mejorado mucho respecto a las de hace un año. Epidemia de cólera, miles de muertos, cientos de cadáveres por recoger, caos electoral, miedo, impotencia, falta absoluta de medios y de esperanza. Y sin embargo, nuestros oídos no escuchan el llanto de Haití como entonces. Menos mal que aún hay alguien empeñado en que no dejemos de oírlo.

Hace casi un año, la noticia conmovió al mundo entero, y los titulares se iban superando unos a otros en macabra e ininterrumpida secuencia: “Devastador terremoto en Haití”. “Destrucción y muerte en el país más pobre de América Latina”. “Puerto Príncipe reducida a escombros”. “Doscientos mil muertos. Miles de desaparecidos. Un millón de personas sin hogar”. La destrucción fue total. La desesperación también. El seísmo, con epicentro a sólo 15 kilómetros de la capital, alcanzó una magnitud de 7,0 grados, el más potente registrado en la zona desde 1770. Los efectos fueron absolutamente devastadores, para la población y para las infraestructuras, mucho más dañinos que un terremoto equivalente en cualquier país occidental. La pobreza es lo que tiene.   
    Inmediatamente fue declarada ‘oficialmente’ una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia y se movilizaron Estados, ONG’s, organizaciones civiles y religiosas, estrellas del espectáculo y ciudadanos de todo el mundo. La respuesta fue impresionante. La solidaridad, ejemplar. Las conciencias del mundo civilizado quedaron tranquilas. Durante unos meses llegaron toneladas de ayuda, miles de voluntarios, cientos de médicos, bomberos, cooperantes, religiosas y misioneros, y todo un ejército (literalmente) para tratar de mantener un cierto orden en el caos humano y administrativo, en la vorágine de cadáveres, supervivientes, rapiñas y desgobierno total. Durante unos meses el mundo se conmocionó y se volcó con Haití. Durante unos meses. Luego, el mundo encontró otras causas por las que conmocionarse, más cercanas tal vez, más suyas. Y Haití se quedó solo, como antes, como siempre. Y al terremoto le sucedieron las lluvias, y más destrucción y más miseria; y luego el cólera, y más tragedia y más muerte. Y más dolor.

Una canción que nació del dolor
Pero aún hay quien no se olvida, aún hay quien sigue luchando, porque ese dolor lo lleva muy dentro. Y porque su proyecto de ayuda sigue vivo. Como un grito de rabia y esperanza, como un grito de tristeza y reivindicación (“¡Ay Haití! Me sigues doliendo, pero sigo gritando por ti. Para que el mundo siga escuchando tu lamento”). Ese grito, ese clamor, ese lamento se convirtió hace casi un año en canción, luego en un gran proyecto solidario, plagado de estrellas, y hace unos días en justo Premio “Algo Más que una Canción” otorgado por el IV Congreso Lo Que De Verdad Importa 2010.

    La idea nació de la tristeza, del dolor, de la importencia. Nació de las lágrimas de un padre, el del músico y productor Carlos Jean. “Cuando vi la mirada de mi padre tras el terremoto de Haití, donde él nació, sus ojos tristes como yo no los había visto nunca, pensé que había que hacer algo. No sabía entonces exactamente cómo, pero sí que había que ayudar”. De esa pena profunda en los ojos de su padre, de esa impotencia no asumida, de ese grito de dolor descarnado nació “Ay Haití”. El proyecto surgió de forma improvisada, apenas un mes después del terremoto, como un encuentro de pretigiosos DJ’s reunidos para recaudar dinero con urgencia. El éxito de la iniciativa “Mezclando por Haití” llevó a Carlos Jean a intentar multiplicar sus efectos beneficiosos a través de una canción, y qué mejor manera que echar mano de la estrellas del pop patrio e internacional, todos amigos suyos. Envió un email a David Summers, Nawja Nimri, Alejandro Sanz y Bebe, quienes respondieron inmediatamente a la invitación. De su encuentro en el estudio de grabación nació una canción que luego fue creciendo en internet (“fue una locura”, reconoce Carlos Jean). Empezó a correrse la voz y a sumarse cada vez más gente: futbolistas como Kaká, Iniesta, Forlán y Agüero, artistas de la talla de Juanes, Marta Sánchez, Pastora Soler, Shakira, Estopa, La Oreja de Van Gogh, José Mercé... Todos actuaron en el vídeo de forma desinteresada. “Hay corazones muy grandes”, se emociona Carlos Jean y explica que la canción fue creada con una sola idea: “evitar que Haití se fuera de las noticias, porque hacer de Haití noticia es ayudar”; y, por supuesto, destinar a las víctimas todo lo que recaudara el proyecto (“todo, recalca Jean, no sólo los beneficios”).
    Como era previsible, la canción “Ay Haití” se convirtió en un éxito, en un auténtico himno. Un grito de esperanza que se escuchaba en la radio, en televisión, en las galas, en internet, en los móviles. Durante meses, miles de personas se bajaron la canción (enviando un SMS al 28011) contribuyendo a la causa, no del todo perdida, no del todo olvidada, de Haití. Y es que “Aún hay tiempo de dar amor, borrar el miedo y la destrucción… Ay Haití, hay amor en tu voz; hay que volver a nacer, volver a creer, empezar otra vez”. Escúchenla. Bájensela. Un año después del terremoto, Haití aún no ha dejado de temblar.

Al finalizar las ponencias de la última edición de Lo Que De Verdad Importa, el pasado 26 de noviembre, las miles de personas que abarrotaban el Palacio de Congresos de Madrid bailaron, cantaron, palmearon y se conmovieron al ritmo de “Ay Haití” (por dos veces). Cuando Carlos Jean subió al escenario a recoger el premio, de manos de la Embajadora de Haití en España, el conmovido era él: “Ése que veis ahí, en el vídeo, es mi padre. Por él nació esta idea. Gracias en su nombre y en el de su país”. Gracias a ti, Carlos, por mantener viva la llama.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Viento en popa a toda vela… rumbo al abismo


El 26 de diciembre de 2008, en su último discurso del año, el capitán timonel que guía los pasos de los españolitos por las procelosas aguas de este mundo incierto, soltó una frase para la Historia: “La tempestad es fuerte, pero tenemos un barco sólido que conoce bien su rumbo”. Y añadió, por si no cogíamos la metáfora: “Estamos en condiciones de superar la crisis. Confiar en España no es optimismo, es realismo”. Hoy, dos años después, y tras habernos pasado cada semana por la quilla del realismo, no sólo no estamos en condiciones de superar la crisis, sino que ya no confía en el barco sólido ni España, ni Europa, ni el Mundo, ni el FMI, ni el Mercado, ni el Clan de la Zeja, ni los ‘barones’ del PSOE (“mejor sin él”, dicen). Ni Wikileaks, que ha sacado los colores (el rojo y todo el pantonero) a este Gobierno de mentirosos, facinerosos, felones, gritones e inmaduros. “No es un político de convicciones políticas”; “Lleva mal que le den clases de algo”; “Es cortoplacista y trasnochado” son algunas de las definiciones de nuestro iluminado presidente. Claro, que también aseguran los informes robados y filtrados que es “un político astuto con una asombrosa habilidad, como un felino en la jungla, para oler las oportunidades de peligro”. Exacto, para oler las oportunidades de peligro y esconderse con agilidad felina, sí, pero al más puro estilo avestruz. Ésa es su especialidad, como acaba de demostrar una vez más con el exhibicionismo impúdico-militar de los descontrolados controladores (¡cómo le va el teatro al siniestro Rubalcaba! ¡Y cómo se les ha vuelto a ver el plumero totalitario! ¿Se imaginan la que se habría armado si, por ejemplo, Aznar hubiera solucionado un conflicto laboral de este porte por la vía militar? Habrían ardido las sedes del PP antes de acabar el puente. Fijo).

El caso es que el capitán -oh capitán mi capitán- Mister Paz, felino en la jungla y avestruz en la política, está llevando este barco antes llamado España viento en popa a toda vela… rumbo al abismo. El Iluminado de la Moncloa, ése que según sus propias palabras ha venido “a cambiar el orden mundial”, el mismo que corrigió al propio Jesús con su “No es la verdad la que nos hace libres, es la libertad la que nos hace verdaderos” y que cada noche (según él mismo) le dice a su mujer “no sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”, este mesías cegado por su propia iluminancia, este grumete con ínfulas de Almirantísimo que hace footing en los mismos jardines de El Pardo donde el Generalísimo jugaba al golf, este peligro andante y gobernante que ha batido todos los records de mal gobierno, de mediocridad, de ruina económica y moral, de caída en picado en la escena internacional, de división civil, de infantilismo político… sigue ahí, en la cabina de mando, timón en mano, manejando los destinos de tantos millones de españoles. ¿Pero es que nadie puede hacer nada?

En el Motín del Caine, cuando el capitán Queeg se convierte en un neurótico peligroso y pierde el control de la nave USS Caine durante una tempestad, el segundo oficial Greenwald toma el mando, aunque luego es acusado de instigar el motín. El conflicto moral que plantea la novela de Herman Wouk (que adaptó al cine magníficamente Edward Dmytryk) es ¿qué deben hacer los oficiales cuando consideran que su capitán ha perdido la cordura? ¿Dónde queda la frontera entre la obediencia y la responsabilidad de velar por la tripulación y la nave? Los oficiales del USS Caine lo tienen claro y deciden relevar del mando al incapacitado que, consideran, les lleva inevitablemente al desastre. Y yo me pregunto ¿no es eso, exactamente, lo que está sucediendo ahora en España? ¿No tenemos acaso un incapacitado total que nos lleva inevitablemente al desastre a base de torpezas, frivolidades, neurosis y fanática ceguera? ¿Es que no existe en nuestra Constitución una fórmula que permita relevar del mando a un Presidente manifiestamente incapaz y sustituirlo, pongamos, por un Gobierno de Gestión hasta las próximas elecciones?

En Estados Unidos, que saben de democracia un rato más que nosotros, existe una figura de Derecho llamada “impeachment”, que permite que los cargos públicos puedan ser condenados, destituidos e inhabilitados de las funciones que han desempeñado de forma desastrosa, ilegal o inmoral. Aquí tenemos la Moción de Censura, que el perenne opositor dueto Rajoy-Arriola no aplica por cálculos electorales. También se ha escuchado en los últimos tiempos el runrún de un Gobierno de Consenso o de Gestión, con la aquiescencia del Rey y bajo los auspicios del Informe Everis dirigido por Eduardo Serra, hombre muy cercano a Juan Carlos I. Y queda la posibilidad, apuntada por no pocas voces, de adelantar las elecciones generales haciéndolas coincidir con las municipales y autonómicas de 2011 (que además de ahorrarnos una pasta, nos ahorraría un año de zapaterismo, con todo lo que ello significa). O de movilizar a la población civil, más allá de partidismos, a ver si gritando todos al mismo tiempo se nos escucha (“Hazte Oír” va cosechando éxitos de convocatoria cada vez mayores. Por algo será…). Porque si no tomamos nosotros la iniciativa, nadie lo va a hacer. El PP, confiado por las encuestas, espera la caída de Mister Ruina tumbado en la camita (Arriola dixit: “Tú, Mariano, métete en la cama y no salgas hasta las Generales”). Mientras, la nave en la que todos navegamos va inevitablemente a la deriva, con rumbo tambaleante y a merced de la tormenta, dirigida por un presidente que empezó por accidente y repitió por ineptitud del adversario, dejando a su paso una gruesa estela de desgobierno, descontento, desánimo, despropósitos, desconfianza y millones de desempleados.

Dice la sabiduría popular (la del pueblo, no la del PP) que cuando un tonto coge una vereda, la vereda se acaba, pero el tonto sigue. Pues ya es hora de pararle, antes de que la vereda nos lleve al desastre total. Como la tripulación del USS Caine, hay relevar al inútil capitán del mando, coger el timón y regresar a puerto. Y una vez allí, con serenidad, con cabeza, con sentido del Estado, con responsabilidad política y con una nueva tripulación, profesional, capaz y multipartidista, poner rumbo hacia la salida de la tempestad. Y entonces, sólo entonces, llegará la calma.


PD. No, no vale un relevo dentro del PSOE. No vale quitar a Zapatero para colocar a Rubalcaba. En este caso, hay que relevar al cuerpo de mando completo, por aquello de la responsabilidad compartida. Todos son la misma tropa. Todos dan el mismo miedo.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La solución política pasa por la disolución de los políticos

En un examen de química, el profesor realiza la siguiente pregunta: «¿Cuál es la diferencia entre ‘solución’ y ‘disolución’?» El único alumno que sacó un diez respondió: «Si introducimos a un político en un tanque lleno de ácido sulfúrico, eso es una disolución. Pero si los metemos a todos ¡eso es una SOLUCIÓN!»


Esta mañana, camino de la oficina, paseaba enchufado a la radio, zapeando de emisora en emisora, de disgusto en disgusto, escuchando las miserias de la crisis y las vergüenzas de las erecciones catalanas (¿o era las vergüenzas de la crisis y las miserias de las erecciones catalanas?), e intuyendo la nueva jugada-trampa de la pareja de mus ZP-ETA, que ésta sí es vergonzosa y miserable a partes iguales, cuando de pronto se me fue el dedo y, como quien no quiere la cosa, me saltó el dial de RNE Clásica (que llevo programado para casos de emergencia), y automáticamente relajé el rostro, el espíritu y hasta el sentido de mi existencia mortal.

A través de los auriculares, un flujo de sosiego con las notas de las Tres Sonatas para Orquesta del maestro García Abril (que además de música para series de TV y el Mundial 82 compuso verdaderas maravillas sonoras) me trasladó a una realidad paralela infinitamente más plácida, agradecida y positiva; una especie de karma optimistantropológico que me envolvió como a un polluelito despreocupado y calentito bajo el ala protectora de su mamá (un estado parecido al que debe envolver permamentemente a nuestro iluminado Mister Paz en la iluminancia optimistantropológica de su particular realidad paralela; o para lelos).


La cosa es que el resto del camino hasta la cruda realidad del trabajo (aunque es más cruda la realidad del no-trabajo) me sentí mucho mejor saboreando el piano y no atragantándome con la política. Y apliqué el cuento a todo el resto del día y de la noche, momento en que escribo, de forma que no he consultado ningún diario digital, ni he leído ningún diario en papel, ni he visto ningún telediario ni he escuchado la radio, salvo la clásica y mis mp3. Y hoy he sido mucho más feliz. Sin políticos, sin política, sin hipocresías, sin navajazos, sin fanatismos, sin intolerancias, sin corruptelas, sin mentiras compulsivas, sin striptease morales. Sin mierdas.


Y mientras esperaba a que me acabara de alegrar el día esa inconmensurable serie de ácida y divertida inteligencia que es Boston Legal (¡Denny Crane!), he recordado el chiste que prologa esta reflexión; y he pensado que, tal vez, no sea tan mala idea. Disolver a los políticos actuales, digo. A todos. ¿A que sería una magnífica solución?


PD. No tiene que ser en ácido sulfúrico. Puede ser en té…


viernes, 19 de noviembre de 2010

Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir política


Empieza la campaña electoral catalana y, como suele suceder, comienza la ensalada de gilipolleces con denominación de origen. Yo no sé quiénes asesoran a estas gentes, pero si se dedicaran a la Publicidad profesionalmente se iban a morir de hambre más que de risa; de verdad, perderían los clientes a la misma velocidad que un político catalán la vergüenza. Este año, así como siguiendo la pauta nacional-relativista que nos invade, además de las gilipolleces habituales se ha puesto de moda el sexo para pedir el voto. Y yo me pregunto, por simple curiosidad, ¿es que todos manejan la misma agencia de comunicación, y les ha vendido la misma idea a unos y a otras? ¿Acaso padecen alguna patología sexual, tipo disfunción eréctil o frigidez extrema, y el terapeuta de turno les ha aconsejado que la muestren sin miedo al mundo con la promesa de presuntos efectos curativos? ¿O es que, simplemente, están salidorros al más puro estilo Esteso-Pajares-Ozores, ese triángulo de las bermudas y los bikinis que tanto daño hizo al cine español y universal?

Entre los orgasmos ensobrados del PSC (¿serán tan democráticos como aquellos que Zapatero le ‘daba’ a Zerolo?), los orgasmos ajardinados de Montserrat Nebrera, el sexo difuso o confuso de Carmen de Mairena (¿pero dónde se habrá operado esta chica, o este chico o esto o lo que sea?), el sexo profesional de Lucía Lapiedra, la pornostar de Laporta (¿se habrán conocido en alguna de sus orgías champaneras? ¿Habrá pagado la cuenta la Visa del Barça? ¿Se la habrá pasado…? Bueno, aquí lo dejamos) y, last but not least, la matanza virtual de barretinas, inmigrantes, butifarras y demás de Alicia Croft o Angelina Sánchez-Camacho o Ali Jolie o lo que sea… la verdad, visto lo visto, lo mejor será una vez más quedarse en casa. Que, por otra parte, es lo que suelen hacer los catalanes a la hora de votar, protestar, movilizarse o rebelarse en contra de esa casta política que les toma el pelo desde hace tantos años. Allí, los únicos que se movilizan son los borrokas, pero esos no votan.

La explicación que tiene toda esta historia, si es que tiene alguna, es que no hay ideas, no hay programa, no hay fondo. En Publicidad, cuando el producto no tiene nada que vender, hace ruido (llámese creatividad, notoriedad, provocación, sensualidad…). En política, cuando no existe discurso, se hace más ruido (llámese zafiedad, insulto, ataque directo, provocación o, en este caso, puro sexo). La consecuencia, para una marca o un partido, es la misma: que si no convence no se compra. La diferencia es que en el primer caso la perjudicada es la marca, y en el segundo lo somos todos.

Lo de la Mairena, la Lapiedra, los orgasmos de la chiquilla del PSC o los de la madura Montse puede no ser más que una anécdota de campaña, además de una ilustrativa muestra de zafiedad y falta de ideas. Pero lo del PPC y su heroína de pacotilla (¡y esa gaviota a la que han puesto mi nombre!) es verdaderamente preocupante. Porque los problemas de comunicación en el PP siguen siendo graves, muy graves. Y endémicos. Yo no sé quién maneja las campañas, si es una agencia profesional y experimentada (lo dudo) o es un club de amiguetes que se creen un experto Think Tank imparable e ingenioso; no sé si es cosa de Arriola, de Moragas, de Pons o de uno que pasaba por ahí que sabía dibujar. Pero es algo que viene de lejos, y que se repite en cada proceso electoral. Y así les va: recordemos que el equipo de Rajoy lleva perdidas dos elecciones generales… y me temo que va camino de la tercera (a pesar de lo digan hoy las ecuestas).

El PP No llega, no convence, no cae bien, no emociona, no atrae, no entusiasma, no ilusiona. NO VENDE. ¿Y cómo es posible —se preguntan en la Dirección—, si somos mucho mejores y estamos más preparados que la competencia, que son una panda de incompetentes? ¿Cómo es posible que perdamos una elección tras otra frente a unos mentirosos compulsivos? ¿Cómo es posible que ellos no se hundan por el peso de la crisis y nosotros no consigamos despegar? ¿Por qué no acabamos de convencer a nuestros votantes y simpatizantes?

Pues una buena explicación es la última cagada del PPC (Patosos Petulantes y Confusos) y de su aventurera virtual, que además no revisa las cosas que tiene que revisar. Ya metió la gamba en la anterior campaña, haciéndose pasar por Obama en femenino y caucásico. Alicia en el País de las Obamaravillas perdió más votantes de los que ganó, con la tontería obamaníaca. Son las consecuencias nefastas de la Política POP de los pensadores peperos: Mercedes Benz vende seriedad y tecnología; el SEAT Ibiza vende juerga y rock and roll. Si de repente Mercedes vendiera juerga y rock and roll, y además tuneara sus berlinas y las pintara de colores psicodélicos, tardaría un año en hacer un ERE salvaje. El PP es símbolo de gestión, de eficacia, de seriedad, de confianza en determinados valores; no significa que deban ser antipáticos (Mercedes puede hacer campañas con humor y empatía), pero si se alejan de su posicionamiento, la política POP no será más que el sonido de una pompa de jabón al desvanecerse. Lo que tienen que hacer es venderse mejor, no ponerse a bailar una música que no conocen, ni controlan, ni les pega. El hecho de que los demás hagan el ridículo en sus campañas no implica que el PP tenga que hacer lo mismo, es más, supone una magnífica oportunidad de diferenciarse del adversario y acercarse a sus votantes actuales y potenciales.

Señores y señoras del PP, no olvidemos que la gente vota por su identidad, por sus valores, por su idea de la sociedad, de la familia, de la economía; votan por lo que creen y a quienes creen lo mismo que ellos y, sobre todo, a quienes defiendan todo aquello en lo que creen. Y para que esos valores y creencias queden claros ante los ciudadanos, primero hay que tenerlos claros. Y después hay que comunicarlos con claridad, con eficacia. Para eso están los expertos, los profesionales, los especialistas en comunicación, política y no política. Por favor, déjense llevar por ellos. O volverán a quedarse en la estantería. O en el lineal de vídeo juegos

jueves, 11 de noviembre de 2010

En nombre de la tolerancia


Lo acabamos de comprobar una vez más. El concepto que tienen algunas gentes del término ‘tolerancia’ es, cuando menos, bastante peculiar. Según la RAE (si no ha cambiado en la última semana el término por capricho, como lo de borrar tildes y transmutar la i griega en ‘ye’), ‘tolerancia’ significa “respeto hacia las opiniones o prácticas de los demás”, lo que implica, supongo, respetar también a las personas y sus creencias. Pero claro, ya sabemos que aquí la progresía reinante sólo respeta las opiniones y prácticas propias, que son la únicas buenas, y que todo cuanto se aleje de éstas (un centímetro o mil kilómetros, da igual), no merece sino odio, desprecio y mofa. Por no merecer, no merecen ni siquiera existir, ni la opinión ni la persona opinante. La situación ideal sería, pues, exterminarlas por completo y sin complejos. En nombre de la tolerancia, claro.

Así, en nombre de la tolerancia pueden recibir al grito rabioso de ‘pederasta y criminal’ a un Jefe de Estado invitado, que además de venir en son de paz representa a millones de españoles y cientos de millones de personas en todo el mundo; pueden organizarle, con cobarde impunidad, todo tipo de ofensivas originalidades (aunque no ofende el que quiere…), elaborados insultos y blasfemias, enarbolando la bandera de la tolerancia, la paridad y la modernidad. Concursos pastorales, cabaret litúrgico, misa-karaoke, fumata blanca, parodias Buenafuenteces típicas y ese sutil “Fuera los Rosarios, de nuestros ovarios”, cuya imagen resume nítidamente el respeto que estas presuntas personas tienen a la opinión contraria.
En nombre de la tolerancia pueden acusar de retrógrado, cavernícola, rancio y demás cosas nada buenas y nada modernas a toda persona que ose asistir ilusionado al encuentro del Papamóvil, vaya a misa, rece o simplemente crea que hay un Dios y que, además, no es un cabrón con cuernos. Por mucho que esa misma Iglesia haya alimentado a 800.000 ciudadanos hundidos en la miseria de esta Ezpaña tan tolerante, tan próspera… y tan miserable.
En nombre de la tolerancia una drag queen histérica (o histérico) irrumpe en un acto del jefe de la oposición a voz en grito acusando a 11 millones de votantes del PP de homófobos e intolerantes, por el simple hecho de pensar que la palabra ‘matrimonio’ significa “unión legal de hombre y mujer”, según el Derecho Natural, la Historia y el muy homófobo e intolerante Diccionario de la RAE.

En nombre de la tolerancia, los mismos (y las mismas) que ensalzan el derecho de las niñas a matar a sus hijos no nacidos, han juzgado, condenado y ejecutado en plaza pública a un abuelo cebolleta (“juntaletras subvencionado y pederasta”) por presumir de libertino delante de los amigotes, sin mayor prueba del presunto delito que su incierta y exagerada autoconfesión.
En nombre de la tolerancia se retuercen y se revuelven como posesos y posesas contra un escritor no adscrito que ha dicho “mierda” los mismos que llamaron “hijos de puta”, “asesinos”, “tontos de los cojones”, “fascistas” y demás tolerantes piropos a otros 11 millones de no adscritos.

En nombre de la tolerancia pueden condenarte a pagar multas millonarias por hablar, escribir o rotular en el idioma oficial de tu país, que es el español. O pueden llamarte asesino los que luego te entregan una carta con tu retrato adornado con un tiro en la frente; o pueden ladrarte ‘fascista’ los mismos que, mientras sacan espumarajos por la boca, no te dejan hablar en tu propia conferencia (Loquillo lo acaba de resumir en una interesantísima entrevista en la revista Época: “En España, todo aquel que manifieste su desacuerdo es un facha”).

En nombre de la tolerancia echan a los leones a todo un grupo de comunicación, sin distingos ni miramientos, por el simple hecho de no acobardarse, ni arrodillarse, ni pendularse a conveniencia del poder.
En nombre de la tolerancia crucifican a la única democracia en todo Oriente Medio por defenderse del fanatismo, mientras miran para otro lado cuando hace lo propio el amigo sátrapa marroquí. Por cierto, mientras hacen el agosto armamentístico con unos y otros, y con los de más allá (Irán, Venezuela, Arabia Saudí…).
En nombre de la tolerancia levantan tumbas que estaban bien cerradas y resucitan odios que estaban bien muertos porque hubo un tiempo, allá por el 78, en el que sí hubo tolerancia.
En nombre de la tolerancia insultan, condenan, amenazan, aíslan, intimidan, atacan y hasta muerden a todos aquellos que no se arrodillan ante los dogmas de la nueva fe laica.

En nombre de la tolerancia se han metido a decretazo limpio en nuestras aulas, en nuestros coches, en nuestros vicios, en nuestra cultura, en nuestra música, en nuestra tele, en nuestra nevera, en nuestro dormitorio, en nuestras conciencias, en nuestro libro de familia; y ahora también en nuestro árbol genealógico, otro paso más para dinamitar todo aquello que nos pueda recordar, siquiera un poquito, nuestra propia identidad, nuestras raíces, nuestra memoria. Y nuestro sentido común.

En nombre de la tolerancia y la paridad pueden acusarte de machista cavernario por dejar que tu hijo juegue al fútbol y tu hija a las mamás, pero si juegas al mus con Josu Ternera y su ternerito eres el faro universal de los derechos humanos, aunque hayas sido condenado oficial y judicialmente por maltratador (“un hombre bueno”, este Txusito, según Patxi López).
En nombre de la tolerancia matan o negocian con la serpiente, según convenga, mientras se les llena la boca de PAX (con equis). O se van de chuletón y comparten “ruta” con asesinos de niños convenientemente reconvertidos en hombres de paz. O permiten a la serpiente envenenar la Democracia cada cuatro años, todo por la resolución del conflicto y el derecho a vivir (y matar) por una maldita quimera.

En nombre de la tolerancia lo que hacen día a día es asesinar nuestra libertad, esa extraña palabra a la que tanto se abrazan pero que han ido liquidando allá por donde han pululado a lo largo de la Historia.

En nombre de la tolerancia, yo me declaro abierta y manifiestamente intolerante frente a esa tolerancia progre y falsa, esa hipogresía endémica y fatal que nos condena por el simple hecho de profesar una “opinión o práctica” diferente a la suya. Por ser hombre, católico, casado con una mujer, padre de familia, madrileño y defensor del libre mercado soy machista, criminal, rancio, fascista, anticatalán y cerdo capitalista. Y todo eso sin conocerme, oiga. Pues vale.

Por si acaso, y por acabar por el principio, o sea, por la RAE, me quedo con la última acepción del término ‘tolerancia’: “condición que permite que un organismo conviva con parásitos sin sufrir daños graves”. Pues eso, seamos tolerantes a los parásitos.

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